8 de marzo de 2019

EL RECONOCIMIENTO TÁCTICO Y LA GUERRA FRÍA, EL U-2



Por Javier SÁNCHEZ HORNEROS

Los orígenes de la aviación militar no se encuentran en el combate aéreo, sino en el reconocimiento táctico; durante la I Guerra Mundial, las tripulaciones de los balones aéreos, provistas de distintos teleobjetivos, escudriñaban el terreno intentando analizar la posición del adversario. El problema era obvio: sólo ver lo que les permitiese el alcance de sus aparatos ópticos. Por ello, se comenzó a utilizar la incipiente aviación, tardando poco en llegar a la conclusión de que el avión de reconocimiento debía ser derribado antes de volver a su territorio llevando consigo información valiosísima. El resto es, como quien dice, historia.

Durante la II Guerra Mundial se utilizaba personal procedente de escuadrones de combate para realizar misiones de reconocimiento; no era esta ya la función de la aviación militar, como en los primerísimos momentos de la I Guerra Mundial, sino una misión más a llevar a cabo. Empleando los aviones caza de mayores prestaciones disponibles y con cámaras de reconocimiento instaladas en el fuselaje en un tiempo record, las misiones, de muy alto riesgo, se desarrollaban en muy diferentes condiciones. Robin Olds, en su autobiografía “Fighter Pilot”, recuerda una de esas misiones, acometida en un P-51 Mustang. Durante el chequeo prevuelo y sin previo aviso, Olds se encontró con un nuevo elemento en su compañero: una lente encastrada en el fuselaje, justo por encima del radiador, algo que, sin duda, no se encontraba allí la última vez. Poco tiempo tardó en preguntar a su mecánico de vuelo, el cual le informó que ese no había sido el único elemento modificado: también habían sido añadidas dos líneas rojas paralelas en los laterales. Tampoco tardó mucho en descubrir que el ingenio, totalmente automático, tenía como objetivo tomar fotos de un objetivo en Stuttgart…antes, durante y tras el bombardeo. Todo ello en la misma misión.

P-51 de reconocimiento (se puede ver claramente la posición de la lente). USAF
P-51 de reconocimiento (se puede ver claramente la posición de la lente). USAF

Afortunadamente y contra todo pronóstico positivo: empezando por el que el propio Olds se otorgaba, la misión cumplió con casi todos sus objetivos, siendo el mayor de ellos el regreso intacto a casa. Es de todos sabido que afortunadamente, Olds sobreviviría a estas y otras misiones tanto durante la II Guerra Mundial como en Vietnam, y fallecería por causas naturales en 2007, tras una auténtica vida de leyenda.

Bien es cierto que una cosa era y es completamente obvia: ya fuera en 1914, ya sea actualmente, hay que estudiar al enemigo o posible enemigo; sus medios, sus tropas, sus tácticas, en definitiva, su fuerza. Por ello, qué mejor que hacerlo con un avión, un aparato rápido y flexible, capaz de cubrir una elevada extensión del terreno y favorecido por la altura, obtener imágenes fidedignas con el menor riesgo posible.

Este pensamiento, si bien básico en su forma, pero a la vez complejo y completo en su contenido, es el que estaba en mente de militares y estadistas en los años 1950, en el que la escalada de tensiones con la Unión Soviética tras la II Guerra Mundial, iba en crecimiento exponencial. La Guerra de Corea, llevada a cabo de manera indirecta, bien con el amparo de las Naciones Unidas, bien bajo la bandera de Corea del Norte, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, no hizo sino agravar la situación.

Por ello, y con la necesidad de estudiar la capacidad bélica de la Unión Soviética, la recién nacida CIA comenzó un proyecto del máximo secreto, en colaboración con los Skunk Works, la división, pequeña y desconocida por el gran público por aquel entonces, de Lockheed. Los Skunk Works estaban bajo la dirección de “Kelly” Johnson, el mismo genio creador años más tarde de su ópera prima: el SR-71 Blackbird y que, además, había diseñado el primer reactor de combate estadounidense, el P-80. La elección por tanto de la CIA para acometer este proyecto, aprobada y autorizada en cierta forma por Eisenhower (que recordemos por motivos obvios, no era sólo el Presidente de Estados Unidos, sino también un General de cinco estrellas o General del Ejército), estaba más que justificada.

El U-2

El principal escollo de una misión de reconocimiento es la capacidad de supervivencia del avión, entendiendo como tal la capacidad de recolectar y traer los datos necesarios que se le demandan en la misión, teniendo en cuenta que deberá ser capaz de penetrar en la inmensa mayoría de las ocasiones en territorio enemigo y además, profundamente. Por ello, otro factor crítico es el alcance del mismo, que depende en gran medida del peso del avión y del consumo de sus motores. El último es la capacidad de observación de la que conste, es decir, cuánta distancia es capaz de cubrir con sus sensores y con qué nitidez y fiabilidad serán estos capaces de recolectar datos. En todos estos factores se encuentra presente la altura: a mayor altura, menor consumo de combustible, mayor alcance del avión y de sus sensores de reconocimiento, pero menor empuje proporcionado por sus motores, ya sean de pistón o a reacción, por la cada vez menor densidad del aire.

Intentos acometidos por aviones de altas prestaciones de la época ya habían sido llevados a cabo, principalmente en el mar del Japón. Era absolutamente prioritario el obtener imágenes y datos fiables sobre el desarrollo del programa armamentístico soviético, es decir, instalaciones armamentísticas –siendo prioritarias las instalaciones de armamento nuclear-, bombarderos soviéticos (entre ellos el nuevo bombardero de largo alcance y alta capacidad de carga bélica Bison) estaciones de misiles nucleares, y situación y disposición de sus fuerzas armadas.

Myasishchev 3M Bison en 1968. (USNavy).
Myasishchev 3M Bison en 1968. (USNavy).

Con tal fin, aviones de reconocimiento despegaban y eran atacados y/o derribados sucesivamente, hasta que el propio Eisenhower ordenó que llevasen escolta de cazas, resultando en fieras “peleas de perro” llevadas a cabo en el mar del Japón. Un nuevo intento tuvo lugar en el verano de 1955: en una operación conjunta anglo-americana, un bombardero English Electric Camberra especialmente modificado al que se le había disminuido en grandes cantidades su peso, había volado a 55000 pies, el techo máximo de un Camberra de serie era de aproximadamente 48000 pies, fotografiando una instalación de misiles llamada Kasputin Yar al este de Volgograd, aunque recibió más de una docena de veces impactos por artillería antiaérea, logrando por muy poco volver a la base. Esa altura, enorme y, de hecho, mayor que la que hoy en día emplean aviones comerciales, era ya insuficiente en 1955.

Canberra. (Jack Pritchard).
Canberra. (Jack Pritchard).

Así, con la guerra nuclear en el horizonte más inmediato y cercano, familias con refugios nucleares caseros y niños entrenados en las escuelas en procedimientos a acometer ante una guerra nuclear, la importancia que tenía el futuro U-2 era inmensurable.
Todas estas eran las dificultades con las que tenía que luchar a diario Kelly Johnson. Kelly concebía un avión de reconocimiento capaz de operar a muy alta cota y con sensores de reconocimiento de muy altas capacidades en términos de resolución, con lo que se aseguraría, primero, de lograr la supervivencia del avión en cualquier condición, haciéndolo volar mucho más alto que los aviones que salieran a interceptarle, recordemos que los misiles estaban solo comenzando a hacer su aparición, y que, hacia 1953-1954, los combates aéreos se seguían desarrollando los combates aéreos a la vieja usanza, y segundo, la obtención de datos de alta calidad mediante el empleo de sensores que cubrirían una muy amplia extensión de terreno, con cámaras capaces de proporcionar imágenes con la resolución más elevada del momento.

Pero lo cierto es que esta idea contaba con importantes hándicaps técnicos: el punto de congelación del combustible tras elevados periodos de exposición a temperaturas muy por debajo de cero (horas), efecto favorecido por la bajísima presión atmosférica a altitudes extremas; el deterioro del lubricante por muy bajas temperaturas (mismo razonamiento que en el caso del combustible), la falta de empuje de los motores a reacción, carencia de sensores de reconocimiento de alta resolución…los problemas se irían solventando uno tras otro.

La CIA estuvo presente desde un principio en el proyecto, en la forma de un “fantasma”, un hombre que iba a menudo al hangar de los Skunk Works, y que toda la vieja guardia del lugar fingía no ver, aunque se cruzaran con él; el mismo Kelly Johnson, que se reunía a puerta cerrada con él y un grupo de personal selecto, se encargaba personalmente de que nadie tuviera contacto con este “fantasma”, al que, con el tiempo, algunos le llegaron a conocer como “Mr. B”. Mr. B era el apelativo de Richard Bissel, la mano derecha de Allen Dulles, hermano de John Foster Dulles, el Secretario de Estado de Eisenhower. Esta relación aseguraba el máximo secreto en todo aquello relacionado con el avión.

La financiación corría a cargo de la CIA, a través de una empresa fantasma llamada C&J Engineering en la que Kelly Johnson ingresaba los fondos que esta le daba. Como todo aparato único, seguramente el coste del avión, que era de un millón de dólares de 1955, se hubiera disparado en manos de otros contratistas, pero los Skunk Works eran maestros en la modificación de elementos ya probados.

Así, el utillaje empleado era el mismo que el del XF-104 Starfighter, prototipo del famoso avión, en tanto el fuselaje desde la nariz hasta la cabina, era salvando las distancias, la mitad frontal de este avión, pero con un cuerpo alargado. Las alas se extendían 24,4 metros, proporcionando una capacidad de sustentación inusual y capaces de almacenar 6137 litros de combustible. Cada ala pesaba sólo 1,99 kg/m2, construidas al igual que el fuselaje en aluminio plaqueado, chapas de aluminio de muy poco espesor. Ben Rich cuenta en Skunk works que uno de los operarios golpeó accidentalmente con su caja de herramientas el avión, causando una abolladura de un diámetro de 10 centímetros. Su fineza era tal que durante el despegue y para evitar que las alas se combasen hasta tocar el suelo por el peso del combustible, se utilizaban sendos soportes en los tips, que se desprendían del avión al despegar; el problema no obstante también estaba presente durante el vuelo, doblándose hasta el extremo de poder desprenderse del avión, un auténtico problema de aeroelasticidad que puedo resolverse a tiempo.

XF-104. (USAF).
XF-104. (USAF).

Cada par de cámaras, diseñadas por el creador de las cámaras Polaroid y con carretes de la firma Eastman-Kodak, estaban alojadas en las bodegas de equipos, o “bahía Q”, que alojaba dos dispositivos de este tipo. Una de ellas era de gran apertura focal y clave para la obtención de imágenes a 70000 pies, que era el techo de servicio esperado del avión. La otra tomaba imágenes de forma continua y automática durante todo el vuelo. Ambas pesaban 340 kilos.

Cámara del U-2. (Radiofantalk).
Cámara del U-2. (Radiofantalk).

El principal problema era llegar a esos 70000 pies de altura en la que el avión desempeñaría su misión, y para ello, era necesaria un motor a reacción que proporcionase el suficiente empuje para operar a esa altitud. El motor era crucial, en todos los sentidos, en tanto la inmensa mayoría del personal de los Skun works dudaba seriamente que un reactor funcionase en las condiciones demandadas al U-2, a una altura en la que incluso los entonces experimentales ramjets habían volado únicamente 5 minutos y a velocidades supersónicas, nada que ver con las velocidades subsónicas demandadas al U-2

Por aquellas fechas, Pratt & Whitney había construido el motor con la mayor relación empuje-presión del momento, el J57, motor que modificado convenientemente podría alcanzar esa altura con la ayuda de un combustible especial que fuera capaz de operar con la escasa cantidad de oxígeno disponible a esas alturas. Así, los elementos modificados fueron el alternador, el radiador de aceite, la bomba hidráulica, el compresor, la turbina y otros elementos asociados entre los que destacaba la tobera de admisión, que debía ser cuidadosamente diseñada como para aumentar al máximo la succión del aire en las mejores condiciones de presión posibles, a una altura en donde la densidad de este elemento era y es bajísima. Incluso con estas modificaciones, el motor produciría únicamente un 7% del empuje seco a nivel del mar.

Motor J-57. (USAF).
Motor J-57. (USAF).

El combustible fue otro punto a tratar: era necesario disponer de un combustible capaz de operar de forma eficiente a una temperatura de -56,66º C, que ocasionaba que el JP-4 se congelase o evaporase debido a las bajísimas condiciones de presión. Kelly recurrió a otro viejo conocido de Eisenhower, al General Jimmy Doolittle, miembro del consejo de la Shell. Así, esta compañía comenzó el desarrollo de un keroseno especial de alta densidad, que se designó como LF-1A y que años más tarde se conocería como JP-7, muy similar químicamente a un insecticida llamado Flit, en 1955, se derivaron miles de galones de Flit para la fabricación del LF-1A.

El primer U-2 se completó el 15 de Julio de 1955, tras superar tremendos problemas con la torsión del ala. Este avión se sometió a una enorme cantidad de pruebas, incluida la mayor de todas: la inspección y visto bueno de Kelly Johnson, que encontró al menos 30 elementos que habrían de ser mejorados.

U-2A original expuesto en el Museo de la Fuerza Aérea. (USAF).
U-2A original expuesto en el Museo de la Fuerza Aérea. (USAF).

Los primeros vuelos del U-2

El 2 de agosto de 1955, Tony LeVier comenzó las pruebas de taxi del avión en una zona llamada “El Rancho Paraíso”, un apelativo para Groom Lake, o más comúnmente, Área 51, un lugar emplazado entre la Base Aérea de Edwards y el Nevada Test and Training Range, un lugar donde se llevarían a cabo en el futuro las pruebas del SR-71 Blackbird y diversos aviones soviéticos capturados o requisados por medio de operaciones de inteligencia. Las pruebas de Taxi consistían en alcanzar una determinada velocidad y frenarlo en el menor tiempo y distancia posibles. En velocidades de 50 y 60 nudos, las pruebas fueron satisfactorias –aunque la distancia de frenado era superior a la esperada. Pero al llegar a 70 nudos y sin previo aviso, la gran superficie alar del avión hizo su trabajo: el avión se fue al aire. El intento de llevar el avión al suelo sólo trajo consigo un reventón de neumáticos y la ruptura de las líneas de combustibles.

El Área 51. (USAF).
El Área 51. (USAF).

El 4 de agosto, finalmente, el avión despegó hasta alcanzar una altura de 8000 pies. Nimboestratos avanzaban rápidamente hacia la zona de pruebas, por lo que Kelly, a bordo de un T-33 pilotado por Bob Mayte, sugirió a LeVier aterrizar con la rueda delantera. Fue imposible: por el efecto suelo y el alto coeficiente de sustentación, el avión no consiguió aterrizar, rebotando contra el suelo y obligando por dos veces realizar un go-around. Finalmente, y con la tormenta cada vez más cerca, tomó con el tren principal, como con un avión convencional, realmente no tan convencional pues las ruedas estaban dispuestas en tándem. El vuelo fue un completo éxito.

Un mes después de este hecho, el U-2 ya volaba a los 70000 pies requeridos. Meses después, el U-2 había volado ya a 74500 pies y había realizado vuelos de 5000 millas y 10 horas de duración. Durante ese tiempo, se detectaron en ocasiones un bajo rendimiento del reactor a esas alturas tan extremas e incluso algunas fallas de compresor, siendo estudiado por los ingenieros de Pratt & Whitney; aunque a esa altura el U-2 era capaz de planear hasta 250 millas, distancia que recorrería en un intervalo aproximado en una hora gracias a su coeficiente de planeo, de aproximadamente 23:1; el hándicap era que, hasta una altura de aproximadamente 35000 pies, era imposible reencender el reactor. Otro problema era que la etapa del compresor que se encargaba de suministrar aire acondicionado a la cabina sufría de pérdidas de aceite que el piloto comprobaba en primera persona: la cúpula de la cabina recibía un chorro directo a modo de spray…por su cara interna. Aunque el motor nunca se quedaba sin aceite, se perdía aproximadamente un 30-40%, el problema era que el piloto se encontraba con aceite potencialmente inflamable en un entorno de oxígeno puro, que era lo que este respiraba. Como solución de compromiso tras múltiples intentos fallidos, se utilizaron compresas de la marca Kotex. El resultado fue satisfactorio al 100%.

Un problema aún mayor tuvo lugar a los pocos meses de vuelos: los sellos de cabina y de zonas potencialmente peligrosas como las válvulas del motor, se habían resquebrajado completamente. A pesar de que fueron reemplazados, el problema volvió a aparecer. El causante era el ozono, absolutamente presente a la altitud de vuelo del U-2. En esta ocasión, la solución fue relativamente sencilla: reemplazar los sellos con silicona en lugar de emplear caucho. No fue el último: se experimentaban tirones producidos por el reactor a 55000 pies. El problema cayó directamente en el escritorio del ya mencionado Ben Rich, futuro padre del Lockheed F-117, quien, además, había diseñado las toberas de admisión del U-2. El estudio del mismo reveló que el flujo de aire no entraba en las mismas proporciones en la tobera de admisión izquierda que en la derecha; como solución preventiva, se instaló un separador mecánico, aunque el problema no fue completamente resuelto hasta que un año después fue sustituida la unidad de control de combustible por Pratt & Withney.

Lo cierto es que, a estos problemas, completamente enmarcados en el ámbito de la ingeniería, se les sumaba o añadía el más importante de todos: el pilotaje del avión.

El U-2 era un avión que demandaba y demanda una completa concentración y un nivel de capacidad de pilotaje superior: físicamente, el piloto necesitaba tener un trasero de acero, en tanto estaría en el interior de una cabina de dimensiones más reducidas que el asiento frontal de un Volkswagen Beetle, respirando oxígeno puro en el interior de un traje presurizado, durante casi 10 horas. Pese a ello, este era el menor de sus problemas. El avión fue diseñado para una subida inmediata hasta altitud operativa tras el despegue, siendo crítico mantener el avión nivelado porque, almacenando una enorme cantidad de combustible en sus alas, al ascender, este se expandía conforme disminuía la presión, alimentando en ciertas ocasiones el motor más por parte de un depósito que por parte de otro, siendo necesario por parte del piloto activar bombas de trasvase de combustible que mantuvieran los depósitos de ambas alas más o menos a una capacidad simétrica.

Durante el ascenso, el piloto podía alcanzar hasta 220 nudos de velocidad mediante el empleo de un mecanismo especial que aumentaba mecánicamente la rigidez de las alas, lo que se conoce como gust control siendo capaces de aguantar rachas de hasta 50 nudos, no confundir con un fijador completo que impide completamente el movimiento de la superficie de control aerodinámica, consiste en colocar los flaps en posición negativa, de forma que se contrarresten las fuerzas aerodinámicas que ocasionan la torsión del ala. Eso sí, tampoco podía permitirse el lujo de que la velocidad de ascenso fuese inferior a 98 nudos, pues entraría en pérdida por baja velocidad.

Durante el vuelo a crucero a altitud operativa, entraba en juego la posibilidad de entrada en pérdida por alta velocidad, concretamente a 102 nudos de indicada y unos 400 nudos de velocidad TAS. En resumen: un coffin corner realmente pronunciado, con un margen de error de +/- 2 nudos de velocidad. Y todavía había más: durante un giro, el ala interior bataneaba por estar a punto de entrar en pérdida, mientras que el ala exterior también bataneaba, pero por efecto del número de Mach y de la compresibilidad, todo ello mientras, incapaz de ver algo excepto el morro del avión a no ser que utilizase una especie de periscopio con un conjunto de lentes capaces de rotar a 360º y con 4 niveles de aumentos utilizados para identificación de objetivos terrestres, debía planificar y corregir su rumbo por sextante bajo un silencio de radio completo.

En este entorno, en 1956 tuvo lugar el primer vuelo sobre Rusia por parte de un piloto de la CIA llamado Harvey Stockman. Todo el personal implicado en el diseño del U-2 estaba completamente convencido de que la tecnología rusa de radares de alerta temprana o EWR no había evolucionado desde la II Guerra Mundial, radares que habían sido cedidos por otra parte por los propios Estados Unidos. Se equivocaban: tras un vuelo de 9 horas, en el que durante toda la navegación despegaron sucesivas oleadas de interceptores soviéticos, se descubrió que los soviéticos habían estado monitorizando el vuelo prácticamente desde el despegue. No sólo eso, sino que los primeros SAM estaban entrando en servicio. Era cuestión de tiempo que un U-2 fuese derribado.

La disminución de la firma radar del U-2

El proyecto se conoció como Project Rainbow. El objetivo: disminuir la firma radar del U-2 o afrontar una orden presidencial directa ordenando la cancelación del programa, obviamente temiendo las repercusiones de que un U-2 fuese derribado en territorio soviético.

Las primeras ideas fueron aplicar pinturas que hiciesen que el U-2 fuera menos detectable al ojo u observador humano, utilizando pinturas crómicas que cambiaban la tonalidad según la posición del sol. El siguiente intento consistió en utilizar la pantalla Salisbury, consistente en una malla metálica montada en el panel del tren de aterrizaje; el método no fue realmente un fracaso, ya que funcionaba en unas determinadas frecuencias, pero no en el espectro completo.

Kelly pensó que la solución pasaría por aplicar pinturas con núcleos de ferrita, pero lo cierto es que, a 70000 pies, si bien la RCS o sección transversal del radar disminuía varias magnitudes, se dificultaba la evacuación del calor del fuselaje y aumentaban los problemas por sobrecalentamiento. También pensó que las diversas modificaciones no ayudarían a aumentar la capacidad de supervivencia del avión, habría que diseñar uno nuevo desde cero: el Blackbird comenzaba a rondar por su mente.

Sin embargo, “la magia” de los Skunk works no había finalizado de hacer su efecto con este avión: el equipo de ingenieros electrónicos había comenzado a trabajar en lo que ellos llamaban “la caja negra”, un dispositivo electrónico que, anunciaban, sería capaz de interferir las ondas radar de los radares EWR soviéticos, haciendo que en ciertos casos el avión fuera incluso “invisible” en la pantalla radar. Habían nacido, gracias a la recolección de datos y emisiones electromagnéticas de dispositivos soviéticos, las contramendidas electrónicas o ECM. Esta “caja negra” se instaló en la cola del U-2 y con suerte ayudaría a prevenir el enganche de un misil sobre el avión. Así fue en muchos casos.

Cada libra de peso suponía un verdadero quebradero de cabeza para los ingenieros, disminuyendo la altura máxima del avión y su alcance. Pero los aviones, al igual que las personas, tienden a ganarlo con el paso de los años. Así, de un peso de 17000 libras en 1955, el U-2 pasó a pesar 40000 libras, fruto de estas mejoras descritas anteriormente y de la adopción de una amplia variedad de sensores de reconocimiento, intercambiables eso sí, tales como sensores electrónicos, sensores capaces de detectar radiación (claro indicio de pruebas nucleares llevadas a cabo), cámaras más potentes, etc.

Sensores del U-2. (USAF).
Sensores del U-2. (USAF).

En 1975, el avión sufrió una mejora sustancial: mayores dimensiones, un nuevo motor Pratt & Withney J75 y nuevos equipos de reconocimiento, entre los que destacan un radar de apertura lateral, adaptados a la tecnología del momento, muy diferente a la de 1955. Esta variante fue denominada TR-1 y tras la caída de la Unión Soviética y la adopción del motor General Electric F-118 junto con un sistema receptor GPS, cambiaba la designación nuevamente a U-2S. Recientemente su cabina ha recibido una actualización, pasando a ser de cristal.

U-2S. (USAF).
U-2S. (USAF).

Recientemente, y con la entrada y probada fiabilidad de los drones como aeronave de reconocimiento, se ha abierto un debate sobre la viabilidad de mantener un avión con un historial de servicio ininterrumpido de 60 años pilotado por seres humanos frente a la capacidad de automatismo de drones tales como el Global Hawk y similares, por no hablar de la posibilidad de perder una vida humana durante el transcurso de una misión, como consecuencia de lanzamientos de misiles SAM o simplemente por algún accidente ocurrido durante el vuelo, pero pese a todo, en el momento de escribir estas líneas, el U-2, que sigue en servicio mucho tiempo después que su sucesor, el A-12 y más tarde el SR-71 fueran retirados del mismo, continua volando por los cielos del planeta.

Fuente: http://www.hispaviacion.es