18 de marzo de 2019
MUJERES GENIALES - JACQUELINE AURIOL, UNA MUJER PIONERA DE LA AVIACIÓN
Estaba destinada a ser la gran dama de la sociedad
francesa. Pero un día decidió volar. Literalmente, se subió a un avión para
pilotearlo mientras criaba a sus dos hijos pequeños. Batió récords increíbles
para una mujer de esa época. Aquí, la historia de Madame Tourbillon.
¿Cuándo comenzó la leyenda de Jacqueline Auriol?
¿Fue cuando los fotógrafos empezaron a captar su belleza en cada uno de los
eventos que se llevaban a cabo en el palacio Elíseo, codeándose con su suegro,
Vincent Auriol, o sea Monsieur le Président de la Republique Française? ¿O fue
cuando tuvo la osadía de dejar todo el glamour para convertirse en una de las
primeras aviadoras de la historia? En los años '50, Jacqueline se convirtió en
leyenda al entrar a una zona vedada para las mujeres: la aviación.
Fue la primera que conmocionó al mundo cuando se
supo que había superado la barrera del sonido. Auriol, que ya tenía el récord
de velocidad en circuito cerrado de 100 km con 2028 km/h a bordo del Vampire V,
logró también varios récords mundiales en su Mystère 20 y en el Mirage III.
No sólo fue la mujer más veloz del mundo, sino
además la única piloto de pruebas adscripta al Brétigny, el exclusivo centro de
experimentación de aviación francés. En su carrera como piloto, civil, militar
y de helicópteros, manejó más de 60 jets, 80 modelos de aviones hélice y fue
una de las primeras pilotos en volar los Concorde.
Vincent
Auriol, por ese entonces presidente de Francia, saluda a su nuera durante la
inauguración de una nueva pista de vuelo.
Recibió cientos de condecoraciones, entre ellas la
de la Gran Oficial de la Legión de Honor, la Grand Medaille de L'Aéro Club de
Francia y la medalla de oro de la Federación Aeronáutica Internacional, entre
otros. Convertirse en Madame Tourbillon (torbellino), como le decían, no le fue
fácil. Tuvo que hacer piruetas en el aire para sortear los prejuicios de la
sociedad aristocrática a la cual pertenecía.
Y, también, por los comentarios de otras mujeres
conservadoras que la criticaban por ser madre y, además, tener una pasión que
no fueran sus hijos, tuvo dos, Jean Paul y Jean Pierre, también pilotos no
profesionales.
Ella, que décadas más tarde escribiría el libro
Vivir y volar, sin embargo, decía: "No todas tienen una profesión tan
riesgosa, pero me considero un prototipo en cuanto a la importancia que las
mujeres de mi país dan a su vocación, su trabajo y a la forma en que encaran la
vida. Soy una entusiasta defensora del trabajo de la mujer. Y de la familia.
Mis hijos son lo más importante en la vida. Ellos… y la aviación".
Un paseo en las nubes
"¿Cómo es volar?". Jacqueline formuló la
pregunta casi por compromiso. En uno de los habituales banquetes de los que era
habituée, a su lado estaba Raymond Guillaume, el famoso piloto francés.
"Hasta donde yo sé, es lo que está más cerca de ser libre". La
respuesta de Guillaume la tentó otra vez, ella ya había tomado clases de
aviación siendo soltera.
Días después, Jacqueline y su marido, Paul,
aceptaron la invitación de Guillaume a volar. Luego, se anotó para tomar
clases. "Empecé a volar como algunas mujeres juegan a la canasta: para
tener algo que hacer", revelaría ella más tarde. Pero pronto, cambió de
idea. "Descubrí un mundo donde fuese uno quien fuese, lo único que valía
era la habilidad y el valor".
En Jacqueline, lo de fuese uno quien fuese no era
un tema menor. Nacida como Jaqueline Marie-Thérése Susanne Douet en 1917 en
Challans, en la provincia de Vandée, al noroeste de Francia, fue criada por una
familia que la tuvo entre algodones y rígidos conceptos morales. Con intención
de convertirse en pintora o decoradora, estudió historia del arte en L'Ecole du
Louvre.
Obtuvo el
Gran Oficial de la Legión de Honor, la Grand Medaille de L’Aero Club y la
medalla de oro de la Federación Aeronáutica Internacional, entre otros.
En 1938 se casó con Paul Auriol, un buen mozo a
quien había conocido tres meses atrás. Ya había tenido a sus dos hijos, Jean
Paul y Jean Pierre, cuando estalló la II Guerra Mundial, generando un efecto
dominó en los países vecinos. Mientras Paul se alistaba en la resistencia,
Jacqueline y sus hijos se fueron a vivir al campo.
Cuando finalmente París fue liberada, los Auriol
volvieron a la capital, donde les esperaba una noticia: el dirigente socialista
Vincent Auriol, su suegro, había sido electo presidente.
Fue una de
las mujeres más fotografiadas de Francia. No había gala ni banquete que ella no
llamara la atención.
De buenas a primeras, ella y su familia terminaron
viviendo en el palacio presidencial, ocupando cargos en el gobierno: Paul, su
marido, fue secretario de prensa, y ella se abocó a las tareas sociales junto
con su suegra. No hubo recepción, concierto, baile o excursión que en el que
Jacqueline no estuviera.
Bella, elegantísima, inteligente y alegre, era la
mujer más fotografiada de París. Pero no duró: cambió la high society por los
mecánicos, el aceite y las pistas de aviación.
"Creo que durante los 30 primeros años de mi
vida no hice otra cosa que sonreír. La mayor parte de mi vida adulta la pasé en
banquetes. Vi que mi vida había sido vana y superficial. Cuando estoy en el
aire, las cosas toman su propia perspectiva. Las frivolidades resultan
frivolidades y lo importante se destaca y cobra vida".
Su ingreso a Brétigny, el centro de especialización
de aviación, fue muy resistido. "No me lo decían, pero los hombres allí se
preguntaban '¿Qué viene a hacer una mujer en este centro?' Ellos me veían como
una usurpadora. Después de un tiempo me aceptaron y hoy somos los mejores
amigos", confesó en una entrevista en los '60 en Buenos Aires.
En 1947 ya había obtenido su permiso de aviadora
civil y logró ser piloto de aviones militares y de aviones de pasajeros. Y se
las ingenió para que su maternidad no interfiriera con las clases de aviación,
que tomaba en el aeródromo de Villacoublay, en las afueras de París.
"Llevaba a los chicos al colegio a las siete de la mañana. Cuando ellos
regresaban, a las cinco de la tarde, yo ya estaba en casa. Siempre han estado
cerca de mí". ¿Es peligroso volar?, le preguntaban. Y ella respondía:
"El peligro existe en todas partes. Cuando estoy piloteando un avión no se
me ocurre jamás, jamás, que me pueda pasar algo. “Esas cosas les suceden a los
demás, no a uno” piensan los pilotos que conozco. Y yo también". Sin
embargo, le sucedió.
Tras haber
conseguido el récord mundial de velocidad femenina, fue condecorada con el
premio Icare.
La dama del aire
El vuelo era de rutina. Y nada, en ese día de
verano de 1949, hacía pensar que las cosas terminarían como terminaron. Luego
de un par de piruetas, el avión donde ella y Guillaume viajaban cayó al Sena.
El piloto terminó con varias costillas rotas y ella, que era copiloto, sin cara
y con conmoción cerebral.
El accidente le había hecho desaparecer la
barbilla, la nariz, el velo del paladar y le había roto la clavícula y el brazo
derecho. A partir de ese momento y por dos años, Jacqueline, que tenía por
entonces 31 años, fue sometida a un total de 26 operaciones en Francia y en los
Estados Unidos.
Mientras los cirujanos le rearmaban la cara,
Jacqueline tenía un agujero para respirar y otro para comer. El aparato bicorne
que los médicos habían fabricado y el casco con ganchos para sostenerle las
mejillas era tan impresionantes que decidió que hijos no la vieran. "No
quería que recordaran a una madre desfigurada, llena de heridas y
fracturas". Cuando los injertos de piel dieron resultado y le rehicieron
el paladar, todos pensaron que el capricho de volar quedaría en el olvido. Se
equivocaron. Uno de los psicólogos que la atendió en los Estados Unidos
dictaminó que volver a volar era esencial para la recuperación definitiva.
En 1952,
Jacqueline logró batir su propio récord de velocidad en el Mistral, un avión a
reacción.
Jacqueline regresó a Francia con un
perfeccionamiento en aviones de reacción realizado en la Bell Aircraft
Corporation y un objetivo: convertirse en la mujer más veloz del mundo.
En mayo de 1951, Jacqueline Auriol se calzó su
overall blanco y a bordo del Vampire batió el récord de la aviadora
norteamericana Jacqueline Cochran, su eterna rival. En diciembre del año
siguiente, con el Mistral, batió su propio récord.
En agosto de 1953, con el Mistère II fue la primera
europea en atravesar la barrera de sonido. En 1955, obtuvo el título de la
mujer más rápida del mundo con 1151 km./h. Y, a pesar de que años más tarde
cambió el aire por un tema tan terrenal como la agricultura, el mundo sigue
recordando a Madame Auriol como la mujer más rápida del mundo.
Murió a los 82 años en febrero de 2000 y el
presidente Jacques Chirac dijo: "Para los franceses, esta gran dama
encarnó por décadas el coraje de la modernidad. Y su nombre estará asociado por
siempre a la historia heroica de la aviación".
Fuente: https://www.infobae.com