Adolf
Galland fue el piloto más reconocido de la Segunda Guerra Mundial. Desde la
Base de Morón, y diez años después de terminada la guerra, volvió a subirse a
un avión de combate. "En ese momento la Fuerza Aérea contaba con
materiales, gente, aviones e instrucción de primera línea", explicaron a
Castelar Digital.
Corría
la década del 50 cuando sobre una Castelar que apenas tenía un puñado de casas,
un brillante avión Gloster Meteor IV se elevó poderosamente. Empujado por sus
dos motores “jet”, tomó altura y distancia. Era un momento que quedaría
registrado en la memoria de los pocos testigos, a sus mandos iba quien fuera
uno de los más condecorados pilotos durante la Segunda Guerra Mundial, el
Teniente General de la Fuerza Aérea Alemana Adolf Galland.
Lejos
habían quedado las diferencias generadas por la contienda bélica. Pero no así
su técnica y conocimiento sobre aviones de combate. Galland había terminado la
guerra volando y comandando los aviones Messerschmitt Me 262, los primeros
aviones a reacción en entrar en combate. Ahora, casi 10 años después de su
último vuelo, hacía lo propio a los mandos del Gloster Meteor, el rival directo
de su Me 262, el cual era el primer reactor en servir en Latinoamérica, en
manos de la, en ese entonces, nueva Fuerza Aérea Argentina.
La
Fuerza Aérea nació como ala independiente del Ejército en enero de 1945. Si
bien ya desde 1912 volaban maquinas militares en El Palomar y otros puntos del
país, recién en la década del 40 nace la que llegaría a ser una de las fuerzas
más poderosas y dinámicas de la región.
La
Segunda Guerra llegaba a su fin y la Argentina había logrado grandes réditos
comerciales con las potencias en pugna. Así, parte de los beneficios de la
venta de alimentos y materias primas a Gran Bretaña se materializaron en
aviones. Entre cientos de máquinas, que incluían bombarderos Avro Lincoln y
Avro Lancaster, y aviones bimotores de transporte como el De Havilland Dove,
destacaron los esbeltos Gloster Meteor IV, poderosos interceptores a reacción
que se transformaron en la punta de lanza de la nueva fuerza siendo material
tecnológicamente avanzado en comparación con lo que volaba en la región.
La
Argentina recibió, en distintos lotes, 100 Gloster enviados directamente desde
Gran Bretaña, pero sólo un puñado de pilotos habían sido entrenados para poder
volarlos. Se necesitaba experiencia y conocimientos. Tras la caída de Alemania,
las potencias se disputaron los conocimientos técnicos y científicos de los
derrotados. La Argentina también, así llegó el Ingeniero Kurt Tank, responsable
del diseño y construcción de varios aviones europeos y, posteriormente del
avión argentino Pulqui II. Con él llegaron pilotos y la experiencia que
necesitaba la Fuerza Aérea.
“Galland
llega a la Argentina en 1947. En un buque, huyendo de Europa. Fue autorizado
por los aliados a salir del continente, y aprovechó que en la Argentina estaba
Tank con el proyecto Pulqui II. Kurt Tank le propone venir con otros técnicos y
se viene. El Ministerio de Aeronáutica lo contrata como asesor aprovechando su
experiencia”, explicó a Castelar Digital el Suboficial Principal Walter Marcelo
Bentancor, historiador aeronáutico autor del libro El General De los Cazas, la
obra que cuenta la vida de Adolf Galland en la Argentina.
“La
misión de Galland fue aportar todo su conocimiento a los pilotos en materia de
ataque a tierra, todo lo que era el tema de vuelo en formación, los argentinos
aprendieron la formación Dedos de la Mano utilizada en la Segunda Guerra
Mundial, que fue empleada acá por primera vez en el año 1951. Además de eso,
Galland ofrecía conferencias en las distintas unidades de la fuerza, donde
contaba sus experiencias durante la guerra. En un principio su destino fue la
brigada de El Palomar y después en el comando Aéreo, en Ezeiza y en Capital”,
destacó Bentancor quién es vecino de San Antonio de Padua.
La
Fuerza Aérea crecía y aprendía de quienes habían volado hacía muy poco en la
mayor guerra del Siglo XX. A medida que los Gloster llegaban y que eran puestos
a punto, se destinaban a las bases que lo operaban, así volaron en Ezeiza y
Tandil. En 1951 se crea en el entonces Aeropuerto Rivadavia la VII Brigada
Aérea de Morón a donde se destina un gran lote de Gloster Meteor IV. “El
gobierno de Juan Domingo Perón decide trasladar los Gloster a Morón, para que sea
la defensa aérea del gobierno en caso de alguna sublevación. Morón se convierte
así en una de las bases aéreas más poderosas de Latinoamérica por contar con
los Gloster”.
La
vida de los Gloster en la región está unida con la de Castelar y los vecinos más
grandes del barrio. Además de las anécdotas y recuerdos por sus vuelos y
maniobras, un accidente fatal marcó a fuego la memoria colectiva de la
comunidad y aumentó los cuidados a la hora de volar sobre zonas pobladas. En
marzo de 1958 un Gloster Meteor se estrelló en Castelar Sur matando a una
decena de alumnos de la escuela primaria Nº 17. (Ver: Gloster, terror en
Castelar). “Los Gloster eran familiares para la zona. Todos los mayores de 60
tienen una anécdota con un Gloster. Para la época eran de avanzada, pero eran
básicos. Tener un percance con el Gloster era la muerte. La escapatoria del
piloto era muy difícil. A partir del accidente del 58 y debido a las quejas se
reduce la actividad”, señaló el historiador.
La
vida de Galland en la Argentina estuvo marcada por su actividad aérea, por sus
enseñanzas y por la impronta dejada en los pilotos de la Fuerza. “Uno de sus
más importantes legados, fue la creación del primer reglamento para la caza
interceptora. Un reglamento orgánico, que se utilizó en la Guerra de Malvinas,
no perdió vigencia”, señaló Bentancor.
El
libro El General de los Cazas muestra cuán distinto era el país 50 años atrás.
Con una pujante aeronáutica y con las posibilidades de desarrollo de
tecnologías de punta. Los proyectos Pulqui 1 y 2 son el ejemplo, (primeros
aviones a reacciones de América Latina y dentro de los 10 primeros en el
mundo). También cuenta cómo la Argentina dejó de lado las diferencias bélicas y
los rencores de la Segunda Guerra para recibir a un experimentado piloto.
“Galland voló para el régimen nazi, pero él no era simpatizante, sino que
cumplía su función de soldado. Cuando estaba terminando la guerra, Galland cae
prisionero y colabora con los aliados enseñándoles técnicas de los aviones a
reacción”.
Ya
en la Argentina continuó con esas enseñanzas y llegó a volar el que era la
máxima tecnología de sus antiguos enemigos. “Hay tres vuelos constatados de
Galland en Gloster para enseñar las técnicas de ataque. Que luego se utilizaron
en 1955 cuando los Gloster participan en esas acciones bélicas”.
Walter
Bentancor se sumergió en la vida del General de los Cazas casi sin querer.
Miembro de la Fuerza Aérea desde los ochenta, gran parte de su vida la pasó
entre alerones, hélices y motores. Su primer contacto con los aviones fue de
chico, de la mano de su abuelo, también suboficial de la Fuerza. “Él me contaba
la historia de oro de la aeronáutica. Mi abuelo volaba en los bombarderos, era
mecánico de armamentos; entonces todas las historias que él me contaba de chico
yo las fui absorbiendo. Y en determinado momento de mi vida, allá por 1999,
adquirí el libro de Burzaco (Las Alas de Perón) en donde volví a encontrarme
con las historias que contaba mi abuelo. Todos los proyectos, el Pulqui, los
Gloster, todos los aviones que se fabricaban en Córdoba. Y un párrafo de
Burzaco en donde se lo dedica a los técnicos aeronáuticos alemanes, que
estuvieron trabajando en la Argentina durante la primera y segunda presidencia
de Perón. Entre ellas las figuras más destacadas era Hans Rudel y Adolf Gallan.
Cuando yo leí Galland me sonaba, aparte había vivido en Ciudad Jardín en El
Palomar, donde yo había vivido. Aparte cuando era chico armé una maqueta de
Messerschmitt que era el de Galland. Seguí uniendo cabos y me interioricé.
Galland terminó la Segunda Guerra Mundial con 104 derribos. Era reconocido por
los aliados como un piloto brillante y llego a ser General con 28 años de edad.
Fue así que me propuse dar a conocer la historia de Galland en Argentina.
Además, fue como hacerle un homenaje a mi abuelo, Suboficial Mayor de la
Aeronáutica Argentina, con el cual pasé parte de mi infancia”, reseñó el
historiador.
Galland
no sólo se dedicó al mundo militar, en sus ratos libres era común que volara en
aviones de pequeño porte desde el Aeródromo de San Justo, o también que
practicara vuelo a vela en el Club Cóndor, una organización de planeadores de
origen alemán que hoy se encuentra en Zárate. Despegando de Merlo, Galland
sobrevolaba el conurbano en planeadores, sólo impulsado por el viento.
A
mediados de la década del 50 Galland recibe el ofrecimiento de su país de
hacerse cargo de la que sería la nueva Fuerza Aérea Alemana. El piloto debió
elegir entre dejar su nueva vida en Sudamérica por las posibilidades que le
presentaba Europa. Durante sus años en la Argentina escribió y editó su libro
“Los primeros y los últimos” en el que relata sus experiencias en la guerra.
Ante la decisión de partir, la Fuerza Aérea Argentina lo nombra Aviador Honoris
Causa. Tras siete años en una tierra de paz y grandes extensiones, con aviones
y compañeros, decide regresar a su patria. Allí el destino le propuso otro
camino y tras no ser designado por temas políticos como el nuevo jefe de la
Luftwaffe se transformó en un hombre de negocios. “He hablado con su viuda, con
la última porque tuvo tres esposas, y me confesó que el período en el que
estuvo en la Argentina fue uno de los más lindos de su vida, él siempre lo
dijo”, finalizó Bentancor.
El
legado de Galland se materializó al poco tiempo de su partida de la Argentina.
Sus enseñanzas se llevaron a la práctica en los intentos de derrocamiento del
presidente Perón y en el definitivo golpe de estado de 1955. Tanto las fuerzas
leales como las rebeldes utilizaron formaciones y tácticas de ataque enseñadas
por Galland. Casi 30 años después de su asesoramiento, pilotos que no lo
conocieron aplicaron conceptos de su manual durante la Guerra de Malvinas.
El
libro el General de los Cazas se editó por primera vez en 2008 y tras la
continuación del trabajo y la ampliación, tuvo una segunda edición en 2013. La
presentación se realizó en la Base Aérea de Morón. Bentancor, quien se
desempeñó en la base, dentro del Museo Nacional de Aeronáutica entre 2009 y
2011, eligió este lugar por su carga histórica y por ser el lugar desde donde Galland
partió por primera vez a los mandos de un Gloster Meteor. El 20 de noviembre de
1952, a 7 años de su última misión de combate, Adolf Galland, de traje y con un
habano en su boca, se elevó por primera vez en el Gloster Meteor IV desde la
pista de Morón. A gran velocidad y ante un cielo limpio, el General de los
cazas voló sobre Castelar.
Entrevista,
redacción y fotos: Leandro Fernández Vivas
Fuente: https://www.castelar-digital.com.ar