3 de abril de 2021

LA 2ª ESCUADRILLA LAFAYETTE COMANDADA POR EL ESPAÑOL ANTONIO MARTIN-LUNA LERSUNDI


 

Esta escuadrilla, que debutó en agosto de 1936, estaba basada en Getafe y compartía el aeródromo con el Grupo 11 de Caza Nieuport 52 (cuyo emblema era una pantera negra). Estaba formada por pilotos mercenarios de origen anglosajón, rusos e italianos bajo las órdenes del Capitán Martin-Luna, también se encontraban pilotos españoles. En esta escuadrilla se encontraban los británicos Cartwright (su verdadero nombre era Brian Griffin y fue el primer piloto de caza extranjero) y Collins, también se encontraba el italiano Locatelli. Recibieron, al igual que la Escuadra España, algunos Potez 54, Loire 46 y Dewoitine. La Escuadrilla Lafayette, junto a la Escuadra España, tuvo que enfrentarse contra los Nieuport nacionalistas y los Heinkel-51A alemanes; aunque los Fiat CR.33 italianos no tardaron mucho en llegar. 


El 35 de agosto, dos Fiat CR.32 fueron derribados por los D-371 estacionados en Talavera y que pertenecían a la 2ª Escuadrilla Lafayette y al Grupo 11 de Getafe. Los “chirri” estaban pilotados por Ernesto Mónico, que se estrelló sobre Las Herencias y que resultó muerto y Bruno Castellani, que consiguió aterrizar en las cercanías de Villanueva de la Serena en zona gubernamental. Castellani alcanzó las líneas nacionalistas pero el aparato fue capturado por las tropas republicanas. Ese mismo día un Ni-52 nacionalista pilotado por el Capitán Miguel García Pardo derribó un D-372 que escoltaba un Potez 540. 


El 13 de septiembre dos Nieuport Ni-52 pertenecientes a la 2ª Escuadrilla Lafayette fueron derribados sobre Talavera por varios Fiat CR.32 pilotados por italianos que pertenecían a la “Aviación del Tercio”. Pocos días antes fue derribado el Ni-52 de Heilman, que fue el primer piloto extranjero al servicio de la República muerto en servicio, derribado también por los Fiat CR.32 italianos. El 13, el Sargento Félix Urtubi Ercilla, que volaba en un Ni-52 después de haber perdido su habitual Hawker Spanish Fury, fue interceptado por varios CR.32 y murió al estrellarse. El 17, el Suboficial de la Aeronáutica Naval, Carlos Colom Moliner, fue derribado al suroeste de Madrid. Los combates entre los Ni-52 de Getafe y los CR.32 se sucedieron a lo largo del mes de septiembre, siendo derribados el piloto británico “Smith-Piggot” (Edward Downes-Martin) y el francés Mouillenet. Finalmente, el 28 es derribado el Capitán Avertano González Fernández con el último Ni-52 en servicio en la zona centro. 


El futuro General Ignacio Hidalgo de Cisneros, que actuaba desde el principio de la contienda como jefe de la aviación gubernamental, nos narra las actividades del arma de aviación durante los primeros meses de la guerra. Nos narra las acciones llevadas a cabo en Navalmoral por las escuadrillas de Breguet XIX, en las que también participó la escuadrilla de Martin-Luna. Dado su interés reproduzco aquí el texto completo: 


"Hasta que llegaron al frente de Madrid los cazas Fiat italianos tuvimos el dominio del aire. Este dominio era tan absoluto que el servicio de vigilancia en la Sierra lo hacíamos con un solo caza, que era suficiente para impedir a los fascistas las incursiones que intentaban de vez en cuando con los Breguet XIX o con algún Dragon bimotor de los cedidos a Franco por Portugal. 


Un día que estaba yo con un caza Nieuport de servicio en la Sierra, vi bastante lejos una patrulla de tres aviones que venían del campo enemigo. Pensando que serían tres Breguet fascistas que querían bombardear a nuestras fuerzas, tomé altura para atacarlos, pero cuando se acercaron y pude verlos mejor, los identifiqué inmediatamente como cazas italianos Fiat. Yo conocía bien estos aparatos por haberlos visto muchas veces e incluso había volado en ellos cuando estaba en la embajada de Roma. Naturalmente, di media vuelta y, muy preocupado, regresé a Getafe, pensando que aquella aparición cambiaba todo y que teníamos que modificar, desde aquel momento, la manera de realizar los servicios, pues los cazas italianos eran muy superiores por sus características a los Nieuport nuestros. 


Efectivamente, nuestra aviación, que había hecho hasta entonces casi todos los servicios sin protección o con una protección muy pequeña, tuvo que cambiar de táctica y preocuparse seriamente del enemigo. A partir de aquel día comenzó en el aire una lucha muy dura, en la cual nosotros estábamos en situación de inferioridad, por la calidad del material y por el número de aviones. 


Estas nuevas condiciones de lucha hicieron más palpable la necesidad de reforzar tanto el material como el personal, que, a pesar de nuestro dominio, había disminuido alarmantemente. Casi todas nuestras bajas eran debidas al fuego que nos hacían desde tierra en los frentes y a los accidentes lógicos en aquellas circunstancias. 


Para reponer el material hicimos todo lo que humanamente pudimos. En cuanto al personal, mandamos a Francia un grupo de jóvenes para que se hiciesen pilotos en las escuelas particulares, organizamos en Los Alcaceres una escuela de pilotaje y se dio una orden para que se incorporasen urgentemente a la jefatura de Aviación todos los miembros del arma que prestaban servicio en otros ministerios y que, por lo visto, se encontraban muy a gusto sin tener que volar. 


Recuerdo uno de estos casos en el que tuve que intervenir directamente. el director general de Seguridad tenía en su secretaría a un Capitán observador llamado Artó. Este aviador debía tener muy pocas ganas de salir al aire, pues a pesar de haberle comunicado varias veces la orden de incorporación, continuaba tranquilamente en su mesa de la Dirección.

 

Un día que en Getafe me disponía a montar en un Breguet para efectuar un servicio, se me acercó un jefe de escuadrilla para decirme que el Capitán Artó seguía sin incorporarse. Es posible que aquel día me encontrase más nervioso que de costumbre o de peor humor, pues me indigné de tal manera que salí disparando hacia Madrid, dispuesto a traérmelo por encima de todo. Cuando llegué a la Dirección de Seguridad, fui directamente a la secretaría, donde estaba el Capitán Artó, muy tranquilo, vestido de paisano y sentado a una mesa llena de papeles. Le dije que dejase todo y viniese conmigo. Intentó darme alguna explicación sobre la importancia de su trabajo, pero cuando vio mi actitud comprendió que la cosa era seria y, sin decir una palabra, me siguió hasta el coche. 


Llegamos a Getafe. Mi Breguet estaba en la línea, preparado con bombas y ametralladoras. Mandé que le trajeran un "mono" y unas gafas, le ordené montar en el puesto del observador, y salimos para el frente de Guadarrama, donde los fascistas estaban iniciando una pequeña operación. No habíamos hecho más que llegar a las posiciones enemigas para observar la colocación de sus fuerzas, cuando nos alcanzaron con una racha de ametralladora que hirió a mi observador en un muslo. Vi que Artó trataba de contener la hemorragia con las manos sin conseguirlo. Le pasé la goma que llevábamos para estos casos, se la lió fuertemente y así pudo llegar con vida a Cuatro Vientos, donde me dirigí, forzando la velocidad del aparato. 


En cuanto tomé tierra, me acerqué rodando a la ambulancia de servicio y grité que traía un herido. Inmediatamente acudieron cuatro enfermeros, que, sin más explicaciones, me agarraron, me sacaron de mi puesto, y, desoyendo mis protestas, intentaron meterme en la ambulancia. Yo les gritaba que el herido estaba en el avión, que yo no tenía nada, pero no me hicieron caso. Por fin conseguí hacerme entender, me soltaron y volvimos al avión para sacar al pobre Artó (que al pronto no se le veía, pues estaba sin sentido desplomado en su asiento) y llevarlo a la sala de operaciones. 


Esta confusión, que puede parecer absurda, es muy comprensible sabiendo que en el Breguet se formaba un remolino de viento entre el puesto del piloto y el del pasajero, situado detrás. El tal remolino llevaba todo lo que se desprendía del sitio del pasajero al del piloto. 


Con la herida de Artó sucedió lo de siempre: su sangre me cubrió de pies a cabeza y los enfermeros pensaron, como es natural, que era yo el herido. Lo más curioso de esta aventura fue lo rápidamente que ocurrió todo. Nunca pudo pensar Artó que en menos de dos horas iba a pasar de su tranquila y segura mesa de la Dirección de Seguridad a una cama del hospital de Carabanchel, convertido en un heroico defensor de la República. 


En las semanas transcurridas desde el comienzo de la guerra, nuestra aviación había hecho bastante daño al enemigo, causándole en ocasiones verdaderos desastres, confesados más tarde en sus mismas publicaciones.

 

No voy a referir aquí cada uno de los numerosos hechos llevados a cabo entonces por nuestras fuerzas aéreas. Sólo relataré alguno de ellos, para dar una ligera idea de nuestra lucha. 


En el pueblo de Navalmoral estaba instalada una pequeña columna republicana con la misión de detener al enemigo en su avance sobre Madrid. Un día se recibió en Getafe un telegrama del jefe de esa fuerza en el que decía que una gran columna motorizada enemiga se dirigía a Navalmoral con malas intenciones (auténtico), que su situación era grave y que mandásemos rápidamente aviación. 


En aquel preciso momento se encontraba en el campo de Getafe una escuadrilla de Breguet XIX preparada para ir al frente. Inmediatamente salí con ella para Navalmoral. A unos tres kilómetros del pueblo localizamos la columna enemiga de unos 50 camiones. Las fuerzas fascistas estaban desplegadas y a punto de atacar. Comenzamos un bombardeo con toda tranquilidad, pues no había aviación enemiga ni antiaéreos. A las primeras bombas ya pudimos ver que los fascistas comenzaban a romper su despliegue tratando de protegerse con las peñas que tanto abundan en aquellos parajes. Después del segundo bombardeo vimos que algunos camiones daban la vuelta en dirección de Ávila. Y en la última pasada, en la que tiramos las bombas que nos quedaban, ya pudimos observar a todos los camiones huyendo francamente sin esperar a recoger a las fuerzas de tierra. 


Tiré un parte lastrado para el jefe de nuestras fuerzas en Navalmoral, parte que vi recoger a su gente, diciéndole que el enemigo se retiraba en completo hacia Ávila, que muchos soldados habían tirado el fusil para montar más fácilmente en los camiones y que yo creía que si salía él con sus hombres podría capturar un gran número de prisioneros y muchos fusiles. 


Nosotros continuamos persiguiendo a los fascistas y ametrallándolos, averiando varios camiones y creo que les hicimos muchas bajas. Cuando regresé a Navalmoral no había fascistas. Divisé únicamente a un pequeño grupo de milicianos que recogían los fusiles abandonados por los fascistas cerca del pueblo. 


A los pocos días de esta operación, el jefe de Navalmoral repite la llamada urgentísima para que mandemos aviación sin perder un minuto. dice en su telegrama que una columna mucho mayor que la anterior se acerca para atacar al pueblo y que su situación es muy comprometida. 


Como aquel día no teníamos en el campo una escuadrilla lista para despegar como la vez primera, tardamos un poco más en preparar los aviones. Mientras lo hacíamos recibí otros dos telegramas muy apremiantes pidiendo aviación urgentemente.

 

Salí con la primera escuadrilla de Breguet XIX, que mandaba el Capitán Martín Luna. Entre tanto, se movilizaba rápidamente la otra escuadrilla, mandada por el Capitán Turné. Al llegar a Navalmoral encontramos una situación parecida a la que habíamos visto la primera vez. Ahora la columna fascista era mayor y sus fuerzas, desplegadas en guerrilla, comenzaban a tirotear el pueblo, pero todavía a una distancia prudencial. 


Repetimos el bombardeo a placer, con toda tranquilidad, pues tampoco había aviación enemiga, casi en idéntica forma y con resultados muy parecidos a los de la ocasión anterior. La gente de Mola -la columna iba mandada por este General- comenzó a "chaquetear". Los camiones dieron la vuelta y salieron a toda mecha en dirección a Ávila, sin esperar a las fuerzas que habían traído. Avisé como la otra vez al jefe de Navalmoral por medio de partes lastrados, explicándole la situación, pero no pudo o no quiso salir. 


Cuando nuestra primera escuadrilla terminaba su misión, se presentó la segunda, que continuó bombardeando a las tropas de Mola. Yo llegué hasta la altura de Ávila. Pude ver camiones aislados, vacíos, huyendo a toda velocidad, y grupos de soldados que marchaban sin fusil por la carretera. Aquello era un verdadero desastre para la columna de Mola y una buena oportunidad para apoderarse de Ávila, donde no había ni un soldado para defenderla. 


Por la noche me entregaron en el aeródromo un radio captado por nuestra estación, en el que el General Mola decía a Franco lo siguiente: "Por dos veces en tres días la aviación roja ha destrozado con la mayor impunidad mi columna, causándome sensibles pérdidas en hombres y material. Para no continuar sacrificando inútilmente mis fuerzas suspendo operación hasta que reciba refuerzos de aviación". 


Fue una lástima que la excelente ocasión no se aprovechase, aunque yo comprendo que un ejército no se hace en cuatro semanas y que a nuestras improvisadas fuerzas de Navalmoral, compuestas por milicianos incorporados voluntariamente, valientes, con buena voluntad, pero sin ninguna preparación militar, no se les podía exigir prodigios."

 

Fuente: https://www.oocities.org