El bombardeo de Japón a la base naval de Hawái marcó un antes y un después en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos dejaron atrás su aislacionismo y se sumó al conflicto en sus dos frentes principales: Europa y el Pacífico.
7 de diciembre de 1941: ataque a Pearl Harbor por parte de la aviación japonesa. El buque USS Arizona bombardeado en la base de Pearl Harbor. Fuente: cámara desconocida (Pxhere)
Las
relaciones entre los Estados Unidos y Japón durante los primeros años de la
Segunda Guerra Mundial se habían limitado a la denuncia e imposición de
sanciones económicas de Washington a Tokio por sus acciones militares en Asia.
Si bien el imperialismo japonés había comenzado décadas antes, con la toma de
control de la península de Corea, el actual Taiwán, parte de China y varias
islas del Pacífico, se intensificó durante una guerra en la que Japón pasó a
formar parte del Eje en 1940. El expansionismo japonés respondía a su objetivo
de competir con los imperios europeos, marcado por la restauración Meiji de
finales del siglo anterior, una época de cambios políticos y económicos que
reforzaron el nacionalismo nipón.
Por su
parte, los Estados Unidos se mantenían alejados de la confrontación armada, con
una política exterior de aislacionismo y no intervencionismo que había adoptado
tras la Primera Guerra Mundial. Además de sus llamadas de atención a Japón, tan
solo apoyaba al bando Aliado mandando bienes a Reino Unido. Pero todo cambió
cuando Japón, en respuesta al embargo de recursos estratégicos por la invasión
de Manchuria de 1937 y para afianzar su posición en el Pacífico, lanzó su
ataque contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor.
Pearl
Harbor: un ataque sorpresivo
El plan
de Japón, la operación Sur, era lanzar una serie de ataques consecutivos a las
flotas occidentales para afianzar su control en el Pacífico, y su primer
objetivo fue Pearl Harbor, en la isla de Hawái. Así, el 7 de diciembre de 1941,
353 aviones japoneses, desde bombarderos hasta cazas, atacaron la base
estadounidense, sorprendiendo al ejército desplegado en ella, que apenas pudo
reaccionar con un contraataque de su fuerza aérea. Los japoneses planeaban
mandar una declaración de guerra formal, para evitar violar el artículo 1 de la
Convención de la Haya de 1907, pero esta no llegó a tiempo.
Los
ataques comenzaron a las ocho de la mañana y, dos horas después, las bombas
japonesas habían destruido casi toda la flota estadounidense del Pacífico:
alrededor de veinte barcos de combate y auxiliares y 300 aviones. Aun así, los
daños pudieron ser mucho mayores, ya que no consiguieron destruir las reservas
de petróleo, las tiendas de reparación ni los submarinos. El ataque se saldó
con más de 2.000 estadounidenses fallecidos, 68 de ellos civiles. Casi la mitad
de ellos eran militares que se encontraban en el buque USS Arizona, que explotó
y se hundió con ellos atrapados dentro. Los japoneses, por su parte, perdieron
129 soldados.
El
entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, calificó el
ataque de infame, y al día siguiente el Congreso aprobó declararle la guerra a
Japón. Siguiendo su pacto de 1940, Alemania e Italia respondieron declarando la
guerra a los Estados Unidos. Washington abandonaba así su aislacionismo para
entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial tanto en Europa como en el
Pacífico, un movimiento que sería determinante para el final del conflicto.
Después de Pearl Harbor, Japón continuó su ofensiva, atacando bases británicas
y estadounidenses como las de Filipinas, Guam o Hong Kong.
La
guerra del Pacífico y la rendición de Japón
Durante
gran parte de 1942, Japón mantuvo la superioridad militar en el Pacífico,
haciéndose con el control de Manila, capital de las Filipinas, Singapur, las
Indias Orientales Neerlandesas y Rangún, en Birmania. No obstante, los Estados
Unidos logró reconstruir su flota y pudo plantar cara a los nipones. Las
batallas del mar del Coral y de Midway inclinaron la balanza a favor de los
Aliados, ya que mermaron las capacidades navales de Japón. A partir de
entonces, los japoneses fueron perdiendo islas y enclaves estratégicos en
batallas como las de Guadalcanal, Saipán, Iwo Jima u Okinawa.
Pese a
la rendición de Alemania en mayo de 1945 y sus nulas posibilidades de victoria,
Japón siguió resistiendo, hasta que los Estados Unidos lanzó en agosto dos
bombas atómicas contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Ambos ataques, por
los que murieron entre 100.000 y 200.000 personas, mostraron al mundo la
letalidad de este nuevo armamento. Con la destrucción de Nagasaki, Japón se
rindió y con ello terminó la Segunda Guerra Mundial. El país estuvo los años
siguientes bajo la vigilancia de los Aliados, liderados por los Estados Unidos,
que se encargaron de monitorear su democratización y desmilitarización. En
1946, a través del artículo 9 de su nueva Constitución, Japón renunció “para
siempre” a la guerra.
Fuente:
https://elordenmundial.com