Por Francisco Javier Tostado
Original Aviatik DI Fighter, en el Museo del Vuelo, Seattle, WA.
Hoy
nadie piensa en los pilotos militares como caballeros medievales, pero en el
inicio de la Primera Guerra Mundial los pilotos abatidos eran enterrados por
sus propios enemigos con los máximos honores, interrumpiendo incluso un combate
para perdonar la vida al contrincante si sufría algún tipo de problema técnico
en pleno duelo aéreo que lo pusiera en desventaja. Eran otros tiempos, sí,
lástima…
Los
inicios
Pasó
poco tiempo, muy poco, desde que los hermanos Wright realizaran ese mítico
vuelo con un aparato bautizado con el nombre de “The Flyer” el 17 de diciembre
de 1903, hasta que comenzara a fraguarse la idea de su uso militar, y el
estallido de la Primera Guerra Mundial fue determinante en su utilización.
Al
inicio de la Gran Guerra, serían utilizados para recoger información como
simples observadores de la posición del enemigo, así dirigían mejor la
artillería. Sería la necesidad de prevenir esa observación que los pilotos
comenzaran a atacarse unos a otros con armas pequeñas que llevaban en el interior
de su cabina -incluso con piedras y ladrillos, todo servía-. Esta manera tan
rudimentaria de ataque puede parecernos cómica, pero no lo es tanto si nos
ponemos en su lugar, ¡imaginaros qué miedo volar con esos rudimentarios
aviones, como para que encima te quieran derribar! Entonces tenían un
pequeño/gran problema, no podían tener ametralladoras por tener la hélice en su
punto de mira y corrían el riesgo de autoderribarse.
El
primer derribo aéreo
Ya antes de ese mítico duelo hubo otros precedentes como el 1 de septiembre de 1914 cuando se cruzaron dos aviones enemigos intercambiándose disparos sin que ninguno resultara alcanzado, o cuando un mes antes el Teniente ruso Piotr Nésterov embistiera voluntariamente con su avión al Teniente austriaco Friedrich von Rossenthal, falleciendo ambos por el terrible impacto.
Joseph Frantz y Louis Quenault
La
casualidad quiso que el 5 de octubre del mismo año se cruzaran en el cielo los
franceses Joseph Frantz (piloto) y Louis Quenault (mecánico y artillero), con
su biplano Voisin III, y el biplano Aviatik I alemán con el Sargento Wilhelm
Shlichting (piloto) y al Fritz von Zangen (observador). En realidad, la misión
de los franceses no era otra que realizar una prueba de tiro con una
ametralladora ligera, una Hotchkiss de 8 mm, y tras advertir el avión enemigo,
Quenault disparó en un primer ataque en pequeñas ráfagas, para después cambiar
a un solo tiro hasta que tras 47 disparos se atascara su ametralladora.
Mientras intentaba repararla, comprobaron que hirieron al piloto alemán
provocando la caída en picado del avión, en llamas, cayendo en un pantano a un
kilómetro del pueblo francés de Jonchery-sur-Vesle, cerca de Reims. Mientras
esto sucedía, los soldados y el General Franchet D´Esperey eran testigos de lo
sucedido desde tierra.
Una
nueva manera de combatir
Los
aviones tenían poca maniobrabilidad y apenas alcanzaban los 120 km/h de
velocidad punta y 2800 metros de altura en el vuelo. Al inicio de la contienda
los alemanes sacaban ventaja frente al resto de países al disponer de unos 1200
aviones (más que el resto de países juntos) y con mejor tecnología. Serían los
primeros en acoplar un mecanismo sincronizador de ametralladora, en un caza
monoplano Fokker a mediados de 1915, de tal forma que podía disparar a través
del arco de la hélice en movimiento sin que las balas impactaran en las palas.
Los
aliados se hicieron con esta innovadora tecnología tras capturar un caza alemán
con el mecanismo sincronizador intacto, lo copiaron e instalaron en sus
aparatos. Comenzaban los combates aéreos tal como los conocemos hoy en día,
bueno, como casi los conocemos en la actualidad. Sin tácticas, sin reglas, todo
estaba por descubrirse y los combates aéreos se conocían popularmente como “dogfight”
(pelea de perros).
Será el
as de la aviación el alemán Oswald Boelcke que con su propia experiencia (y
éxitos) creara el Dictado de Boelcke, con las ocho reglas de los combates que
permanecerán vigentes en los años sucesivos. Durante la contienda los más
importantes acontecimientos aéreos se sucederían en el frente occidental entre
alemanes y franceses e ingleses.
La
batalla de Verdún
En el
año 1916 la batalla de Verdún, en el nordeste de Francia, se convirtió en la
más larga de la Primera Guerra Mundial y la segunda más sangrienta. En ella
murieron un cuarto de millón de hombres y alrededor de medio millón quedaron
heridos entre ambos bandos. Pero será en ella que se adquiere verdadera
conciencia de la importancia del avión como arma de guerra. Las misiones, las
técnicas de lucha, el uso de los cazas y los bombardeos, la captura de
fotografías aéreas … todo ello hizo avanzar la industria aeronáutica tras la
batalla.
Aparecerían
los aviones de caza con una velocidad de crucero de 220 km/h, alcanzando los
5000 metros de altura y con una autonomía de 2 horas, era el año 1918, y al
final de la guerra, Alemania disponía de unos 2600 aviones en servicio
(producción mensual de 1580 aparatos), Francia alrededor de 3600 aviones
(producción mensual de 2912 aparatos), Inglaterra 1799 aviones (producción
mensual de 3500 aparatos), los Estados Unidos entró muy tarde en la guerra pero
al finalizar contaba ya con 740 aviones.
El
piloto Joseph Frantz sería condecorado con la Cruz de Caballería de la Legión
de Honor por ese valiente y épico primer derribo. Su carrera acumularía 8000
horas de vuelo y 62 años de servicio, muriendo en 1979. Siete años después, se
colocaría una placa con el texto en alemán y francés en el pueblo francés de
Jonchery-sur-Vesle que recuerda ese primer combate. Un placa que quiere
recordar la memoria de todos esos héroes, de ambos lados, que lucharon con
honor al igual que caballeros medievales.
Un
video:
Fuente:
https://franciscojaviertostado.com