Por Juan Boris Ruiz
Núñez
Introducción
En los últimos años, se han estudiado profusamente las acciones aéreas llevadas a cabo por los sublevados y sus aliados en las posiciones de la retaguardia republicana. En cambio, gran parte de la historiografía ha dejado a un lado el análisis de los raids republicanos que fueron poco estudiados durante el tiempo que duró el franquismo, pero también con la llegada de la democracia.
Ante
este contexto y mediante el análisis de una serie de lecturas me planteé la
siguiente hipótesis a partir de unas preguntas: ¿los republicanos bombardearon
las ciudades y pueblos de la retaguardia sublevada? Si lo hicieron, ¿fue con el
objetivo de atacar a la población civil? Si no lo hicieron, ¿fue por falta de
recursos o por la implementación de una serie de principios éticos? Las
respuestas a estas preguntas son la base para el desarrollo de este artículo.
Al ser un espacio reducido he decidido acotar mi estudio a un territorio,
creyendo que la mejor zona para centrarme es el Reino de León y Castilla La
Vieja debido a su lejanía de los frentes, lo que conlleva estudiar casi siempre
bombardeos en ciudades y pueblos de la retaguardia cuando aquellos se producen.
En
este trabajo solo se estudian los bombardeos en ciudades y pueblos que se
encuentren a una cierta distancia del frente de batalla. De este modo, se
analiza el fenómeno de los ataques a la población civil y se eliminan los
núcleos urbanos que al estar tan cerca del frente estarían ocupados casi
completamente por militares. Por otro lado, también se han dejado fuera los
ataques a aeródromos por ser objetivos militares que nada tienen que ver con el
objeto de análisis tratado.
Antecedentes
La
guerra total iniciada durante la Primera Guerra Mundial implicó la completa
mimetización de las estructuras sociales y económicas con el conflicto bélico.
Esto otorgó al Estado una gran capacidad militar y de producción que le supuso
la obtención de un poder destructivo jamás visto hasta entonces. Ello conllevó
un mayor grado de implicación de la población civil, lo que tuvo como principal
consecuencia su transformación en objetivo militar permanente para el enemigo.
Los civiles no fueron respetados como tales, sino que se convirtieron para los
contendientes en piezas de un engranaje que permitió al enemigo continuar con
la guerra. Por tanto, los bloques enfrentados procuraron crear una potente fuerza
aérea que les permitiera atacar una y otra vez en cualquier punto de la
retaguardia enemiga.
Aunque fue solo un mínimo exponente de lo que se iba a desarrollar durante las décadas posteriores, los teóricos especializados en estrategia militar aérea encontraron en la Gran Guerra una base sobre la que desarrollar una forma eficaz de atacar a las retaguardias enemigas. Desde el principio se especuló con cuáles podían ser los efectos de los bombardeos aéreos sobre las masas, pero también qué nación sería la más fuerte, cohesionada y firme para aguantar estas nuevas formas de guerra.
Los
alemanes fueron los primeros en llevar a cabo raids aéreos con el fin de causar
pánico en la población británica. En una primera fase, enviaron zepelines a
Londres con el objetivo de bombardearla, produciendo daños materiales y
consiguiendo que los británicos trasladaran tropas y recursos desde el frente
para defender la retaguardia.
Asimismo,
otra de sus pretensiones fue desmoralizar a la población, tanto para neutralizar
a los trabajadores de las fábricas que estaban suministrando material de guerra
a los frentes, como para poner a la población en contra de su Gobierno de
manera que éste se viera abocado a pedir la paz por miedo a una rebelión. No
obstante, estos ataques no solo produjeron miedo sino también odio hacia el
enemigo, junto con la exigencia de represalias contra las ciudades alemanas. A
partir de mayo de 1917, el II Reich lanzó la siguiente fase de su ofensiva
aérea contra las ciudades inglesas mediante sus nuevos aviones de bombardeo
Gotha y Giant. Con ellos probaron las recientemente desarrolladas bombas
incendiarias, con las que esperaban producir grandes incendios en el centro de
las ciudades que arrasaran el mayor número de estructuras posibles.
Tanto
los bombardeos alemanes como los británicos, realizados durante 1918 en las
zonas industriales alemanas, supusieron un campo de estudio al final de la
guerra para saber los efectos materiales y morales que tuvieron los ataques
aéreos. Los expertos del bando ganador resaltaron la importancia de las
consecuencias morales frente a las materiales debido a la poca destrucción que
produjeron las bombas arrojadas. En este sentido, establecieron el pánico y la
desmoralización como los efectos que lograron mejores resultados, tanto si
tenía lugar el ataque como si solo se producían falsas alarmas. Pero parece que
estos efectos no fueron tan grandes como se creía, y muchas veces se
solucionaron con medidas de defensa pasiva y, en el caso de los trabajadores,
con subidas de salario[1].
Por
lo tanto, los resultados obtenidos a partir de los análisis sobre la
experiencia de la Primera Guerra Mundial no llegaron a conclusiones definitivas
sobre la capacidad o no de los ataques aéreos para provocar la desmoralización
de la población. Asimismo, se comenzó a vislumbrar que no se podían generalizar
los efectos que producían los bombardeos en las sociedades modernas, sino que
aquellos dependían de muchos factores, desde la cantidad y frecuencia de los
ataques aéreos hasta la cohesión social y la fidelidad de la población hacia
sus gobernantes.
A
partir de 1919 empezó a debatirse una doctrina aérea que especificase cuál
sería la forma más eficaz de utilizar los aviones de bombardeo[2].
Esta teoría no solo estuvo influida por la experiencia de la guerra sino
también por la doctrina política predominante y/o por las relaciones exteriores
imperantes en los distintos países. Respecto a aquellas que abogaban por atacar
intensamente la retaguardia enemiga, hay que destacar la teoría de Giulio
Douhet (1869–1930) que preconizaba la utilización masiva de bombarderos contra
las ciudades y pueblos del oponente con el fin de desmoralizar a la población,
eliminando las estructuras mentales que abogaban por la resistencia y
provocando una sublevación que conllevara la rendición del gobierno enemigo. En
relación con los preceptos de la guerra total, Douhet creía que todos los
ciudadanos iban a considerarse combatientes en las próximas guerras, por lo que
la moral de estos, era esencial para la victoria final. En este sentido, las
tesis defendidas por Hugh Trenchard (1873–1956) se acercaban a las de Douhet,
ya que creía que los bombardeos sobre retaguardia podían llegar a paralizar al
enemigo debido a la falta de disciplina de la población civil, cayendo esta en
el terror. Los ataques y las falsas alarmas provocarían un estado de pánico
permanente que llevaría al país a un punto muerto. Una de sus citas más famosas
establece que "The nation that would stand being bombed longest would win
in the end"[3],
donde se percibe su tesis de lo que iba a ser la guerra en el futuro, una lucha
en el aire donde la población que mejor resistiera el sufrimiento, vencería.
Sin
embargo, parece que estas tesis no tuvieron mucha relevancia dentro de los
ejércitos occidentales durante la inmediata posguerra, debido a que la mayoría
se decantó por la especialización de su aviación de bombardeo en combatir en el
contexto colonial, es decir, la utilización de aviones especializados en
misiones tácticas. Y es que tanto los alemanes como los británicos, las partes
que más habían utilizado el bombardeo estratégico[4]
durante la guerra, habían entrado en los años veinte con muchas dudas acerca de
esta forma de ofensiva. Ambos ejércitos se cuestionaban si las grandes
cantidades de dinero invertidas en estas misiones habían merecido la pena en
relación al daño provocado al enemigo.
Al igual que en el resto de países europeos, el Ejército español optó por invertir en una aviación con fines coloniales, como el Breguet XIX. No obstante, las corrientes que optaban por una aviación más moderna y preparada para futuros conflictos se hallaban entre los militares españoles, como se puede ver en las diferentes conferencias de temáticas aéreas celebradas durante los años veinte con el título "Conferencias teóricas: Primer curso para Jefes de unidades tácticas aéreas". Si se profundiza en ellas, se observa cómo militares de la talla de Alfredo Kindelán establecían:
“La
aeronáutica tiene otra cualidad derivada de su universalidad y de su rapidez de
acción, que es su empleo como arma política (…) una aviación bien dotada de
elementos técnicos y animada de gran espíritu ofensivo, puede ejercer acción a
una distancia bien grande en el corazón mismo de los países enemigos, debilitar
la retaguardia, atacar las capitalidades, los centros industriales. Ya se ha
visto en esta guerra, como en alguna otra, que es más fácil hacer flaquear los
elementos que no se baten que quebrantar el frente militar de la guerra"[5].
Parece
que esta corriente comenzó a coger fuerza en España durante los años treinta,
cuando se compraron nuevos aparatos que intentaban superar la reducida visión
colonialista de la aviación. Se estableció la adquisición de los Hawker Spanish
Fury y de los Hawker Osprey, pero solo llegaron unos pocos aparatos antes de
que se produjera el golpe de Estado.
Estalla
la guerra: Las misiones estratégicas de la aviación republicana
Gran parte de la técnica y la táctica que se utilizaron durante la Primera Guerra Mundial seguían vigentes en la Guerra Civil española. A esta experiencia bélica se añadieron nuevos métodos surgidos a partir de la modernización tecnológica desarrollada durante la carrera armamentística de los años treinta. En este sentido, el bombardeo estratégico de ciudades de retaguardia, iniciado en la Gran Guerra, se mantuvo durante todo el conflicto bélico, aunque con un desarrollo tecnológico mayor que se fue incrementando a medida que avanzaba la contienda. En un primer momento, republicanos e insurgentes no poseían los aparatos adecuados para llevar a cabo ataques masivos desde el aire, pero con la ayuda de las potencias extranjeras lograron obtener una aviación capaz de bombardear cualquier punto de la Península. Técnicamente, estas adquisiciones no solo otorgaron un mayor radio de acción a los aviones, sino que incrementaron su capacidad para trasladar una mayor cantidad de explosivos, lo que aumentó considerablemente su poder de destrucción.
Los
republicanos obtuvieron estos nuevos avances en su aviación con la llegada de
los bombarderos soviéticos Tupolev SB-2 Katiuska, desembarcados en España en
octubre de 1936 y puestos en funcionamiento al mes siguiente. Aunque estaban
diseñados para misiones en la retaguardia enemiga, la escasez y precariedad de
aviones hizo que los mandos republicanos los utilizaran también en otras
acciones más cercanas al frente, para las que ni mucho menos estaban
preparados.
La
retaguardia de Castilla La Vieja y el Reino de León fue atacada desde el
principio de la guerra, aunque fue entre finales de 1936 y durante todo el año
de 1937 cuando los ataques alcanzaron una mayor frecuencia. Los bombardeos se
centraron tanto en ciudades importantes (Valladolid, Salamanca o Burgos) como
en localidades más pequeñas (Miranda de Ebro, Aranda de Duero o Alba de
Tormes). Para aproximarnos a la forma mediante la cual se atacaban estos
puntos, se van a establecer algunos ejemplos que pretenden ofrecer una visión
de los distintos procedimientos con los que se llevaron a cabo estos
bombardeos.
El
primer ejemplo que se va a analizar es un bombardeo en Valladolid. Atacada en
varias ocasiones durante 1936, el día 8 de abril de 1937 a las doce de la
mañana la ciudad fue bombardeada por un solo avión que llevaba los distintivos
sublevados. El informe republicano señalaba que el objetivo era la estación y
sus alrededores, pero los documentos insurgentes apuntaban que los daños no
solo se restringieron a estos puntos.
Éstos últimos establecían que se atacó la Academia de Caballería, probablemente lo que los republicanos consideraban "alrededores", cayendo las siete bombas en las casas de las proximidades, lo que provocó 30 muertos, de "ellos la mitad niños que salían de la escuela", y alrededor de 100 heridos. La prensa se hizo eco de este ataque, destacando sobre todo, la muerte de los niños y las bajas provocadas por el hecho de que la gente se quedó mirando al avión, en vez de huir de él, a causa de que llevaba los colores sublevados y no habían sonado las alarmas. Y es que las ingentes bajas se produjeron solo por un avión, de lo que se deduce que las bombas cayeron justo donde había población civil y que ésta no estaba suficientemente resguardada. La utilización de los colores insurgentes parece una clara estratagema para evitar el funcionamiento de las defensas terrestres y aéreas sublevadas contra el avión, lo que supuso que la misión fuera mucho más sencilla y menos peligrosa en un momento en el que el bando republicano no se encontraba en condiciones para desaprovechar material ni personal.
Por
otro lado, los informes militares sublevados destacaban que muchos de los
heridos eran leves y habían sido causados por cristales rotos, por lo que
parece que el documento no exageraba la cifra de víctimas. Al final de sus
comunicados, las autoridades informaban que la "población conservó
serenidad" y es que el miedo a la reacción de los ciudadanos en contra de
las autoridades estuvo siempre presente, por lo que se cuidó mucho que los
habitantes de los núcleos urbanos atacados no se desmoralizasen y/o perdiesen
la confianza en su Gobierno[6].
La noticia del ataque se envió a la Delegación de Prensa y Propaganda para que
el suceso fuera difundido nacional e internacionalmente. Es de destacar que
pocos periódicos republicanos introdujeron la noticia en sus ejemplares, lo que
probablemente denote una cierta preocupación a que esta acción se conociesen[7].
La
práctica de poner los símbolos sublevados en aparatos republicanos para evitar
los ataques de la artillería antiaérea y de la caza enemigas se va a repetir a
lo largo de la contienda. Hay que destacar que las noticias de esta actuación
vienen únicamente a partir de fuentes del bando sublevado, por lo que se deben
tratar con cuidado al no haberse encontrado suficientes fuentes republicanas
con las que contrastarlas. El 24 de junio de 1937, el Boletín de Información de
Aviación del bando sublevado establecía: "A las 12 horas, seis aviones de
bombardeo enemigos tipo Martin-Bomber que llevaban las flandas y círculos de
nuestra Aviación, bombardearon la estación y proximidades de Aranda de Duero
arrojando unas 30 bombas"[8].
Parece que no fue un hecho aislado, ya que posteriormente los Servicios de
Información de la Frontera Noroeste de España (SIFNE) alertaron, desde octubre
de 1937, que los republicanos habían situado aviones con los distintivos
insurgentes en los aeródromos catalanes. Señalaban que la información venía de
pilotos republicanos en Francia, tripulantes de un navío de guerra francés y
otros agentes. La última consideración sobre este tema viene por un comentario
realizado por Leocadio Mendiola, piloto bombardero de Katiuska, en el que
señalaba que en enero de 1938:
“Yo
propuse a Hidalgo de Cisneros cargarlo (un bombardero alemán Heinkel-111
capturado al enemigo) de bombas y de combustible y sin cambiarle los emblemas
enemigos, me ofrecí a pilotarlo en un desfile aéreo que se celebraba
próximamente en Salamanca”[9].
Sin
embargo, el proyecto fue rechazado por el Gobierno republicano, lo que podría
mostrar el rechazo de esta práctica por parte de este bando o solo que en ese
momento en concreto no les convenía. La legitimidad de la táctica de False
flag, como se denomina la acción anteriormente descrita, puede ponerse en duda,
pero desde 1947 tiene su validez dentro del derecho internacional gracias a una
sentencia favorable al Coronel Otto Skorzeny, juzgado por haberse infiltrado en
1944, junto con su unidad, en las líneas enemigas del frente occidental con
uniformes estadounidenses.
Desde
su invención, el ferrocarril se convirtió en un elemento esencial en las
guerras, ya que permitía el transporte de tropas y materiales reduciendo
muchísimo su tiempo de traslado. Por ello, el sistema ferroviario fue objetivo
permanente por parte de la aviación de bombardeo republicana, como puede verse
en el caso del ataque a Valladolid. El problema para los contendientes fue que
los daños producidos en las vías eran fácilmente reparables y, mientras se
encontraran inactivas, normalmente había otros itinerarios alternativos para
llegar al destino deseado. Por ello, los objetivos más valiosos para destruir
en relación con el ferrocarril fueron las locomotoras. Los sublevados habían
conseguido conquistar una parte importante del territorio peninsular, pero en
su mayoría eran zonas agrícolas que poseían poco tráfico ferroviario y que, por
lo tanto, gozaban de un reducido parque de locomotoras. Por otro lado, el
mantenimiento de estas máquinas era esencial, ya que de lo contrario no servían
para realizar su función. De este modo, era vital tener talleres donde poder
reparar las locomotoras averiadas o con desperfectos por ataques del enemigo, y
los sublevados tuvieron solamente dos en funcionamiento hasta la caída del
frente norte. En concreto, controlaban los talleres de la Compañía del Norte en
Valladolid y los de la Compañía del Oeste en Salamanca. Los republicanos sabían
que eliminar locomotoras no solo derivaba de su destrucción, sino de bombardear
los talleres donde eran reparadas para evitar que estuvieran a punto para el
transporte. Así, los ataques a ambas Compañías fueron una acción recurrente a
lo largo de la contienda, como se observa en el bombardeo anteriormente
descrito, en el que el objetivo de los “alrededores” de la estación incluye el
taller de Valladolid[10].
Avanzando
un poco en el tiempo con respecto al bombardeo de Valladolid, el 3 de julio la
Aviación republicana llevó a cabo un ataque aéreo sobre el pueblo de Alba de
Tormes (Salamanca) El ataque se realizó por la mañana, siendo una patrulla de
tres aviones la que lanzó nueve bombas, cayendo todas ellas en objetivos
civiles (dos alcanzaron el hospital) Los explosivos provocaron cinco víctimas
mortales, dos mujeres, dos niños y un guardia civil, junto con once heridos.
Parece que la plaza no poseía ningún valor militar relevante, a excepción de un
cuartel de la Guardia Civil con pocos efectivos, ni tampoco baterías
antiaéreas. Desde el frente se dio noticia de la entrada de los aviones por
Talavera de la Reina con la información de que iban en dirección a Salamanca,
lugar que nunca alcanzaron ya que soltaron las bombas en Alba de Tormes,
enclavada a 20 kilómetros de la capital y con 3500 habitantes. Los daños
también afectaron a la vía férrea, situada a 1,5 km del pueblo, aunque solo al
terraplén y no a la obra de fábrica, por lo que pudo ser rápidamente reparada.
Las autoridades locales salmantinas acudieron rápidamente al lugar de los
hechos, junto con técnicos y personal para desescombro y un equipo quirúrgico
para los heridos[11].
La
prensa sublevada se afanó en establecer el bombardeo sobre Alba de Tormes como
un ataque indiscriminado contra la población civil en una ciudad abierta sin
ningún tipo de valor militar. Es importante señalar cómo lo utilizaron también
para subrayar el anticlericalismo del bando republicano, ya que destacaron que
en este pueblo se encontraba la sepultura de Santa Teresa de Jesús, intentando
relacionar ese hecho con el ataque. En los artículos consultados, se añade el
ametrallamiento de las zonas ya bombardeadas, algo que no se ha podido
confirmar en las fuentes militares y que parece una exageración de la
propaganda sublevada para aumentar la gravedad de los hechos[12].
La
realización de este bombardeo pudo deberse a varios factores que entraremos a
dilucidar. En primer lugar, parece que la ciudad de Salamanca, como sede del
Cuartel General del Generalísimo, estaba muy bien defendida por lo que es
posible que los aviones decidieran no atacar este objetivo para evitar grandes
pérdidas. Por otro lado, los incesantes bombardeos que estaban sufriendo los
núcleos poblados de la zona republicana permitían al bando franquista mantener
el miedo a un ataque en cualquier punto de la geografía española. Esta
estrategia también estaba presente en los mandos republicanos, donde se
establecía que si una ciudad era bombardeada incesantemente podía acostumbrarse
a los ataques, perdiéndose todo el efecto moral del bombardeo[13].
Por ello, el ataque a poblaciones que no habían sufrido anteriormente ninguna incursión permitiría a los republicanos mostrar públicamente su capacidad e intención de realizar raids sobre cualquier zona de la retaguardia enemiga, provocando terror entre los habitantes del territorio sublevado. Otra posibilidad es que los aviones se equivocaran y lanzaran las bombas donde no debían, algo que probablemente se sabría si se conociesen los diarios de operaciones de las distintas escuadrillas de bombardeo o del Grupo 24, donde se encuadraban los bombarderos Katiuska[14].
En
esta ocasión, la prensa republicana no ignoró la noticia como hizo
anteriormente, sino que señaló que el bombardeo se había llevado a cabo sobre
el Cuartel General del Generalísimo en Salamanca y que habían caído todas las
bombas en sus objetivos. Los periódicos reprodujeron el parte oficial del
Ejército, por lo que parece que la cúpula militar no quería que se supiese que
se había realizado el bombardeo de Alba de Tormes[15].
Es probable que el ataque tuviera un carácter secreto dentro de la Aviación, ya que el jefe de la 3ª Escuadrilla Leocadio
Mendiola, que luego fue jefe del Grupo 24, señalaba que el bombardeo se realizó
sobre Salamanca y creía "que con buenos resultados para nosotros"[16].
Asimismo, Mendiola establecía que el bombardeo lo realizó la 1ª Escuadrilla, la
denominada Konsomol, formada en su mayoría por tripulación rusa. De este punto
podría desprenderse que, al ser extranjeros, no conocían el terreno y se habían
equivocado de objetivo, pero a estas alturas la escuadrilla contaba con
observadores españoles, mucho más preparados en el reconocimiento del terreno
que los soviéticos. Si se acepta la premisa de que el ataque se produjo para
herir a la población civil con el objetivo de castigarla y desmoralizarla, la
utilización de esta escuadrilla pudo deberse a que los extranjeros tenían menos
consideraciones morales al respecto, ya que era improbable que pudieran estar
relacionados sentimentalmente con algún pueblo de España[17].
Los
ataques a pueblos de la retaguardia sublevada no terminaron con el mencionado
bombardeo de Alba de Tormes. El 17 de julio a las siete de la tarde, un avión
procedente del frente de Segovia atacó el municipio de Cantalejo (Segovia),
causando doce muertos y cuatro heridos. La característica distintiva de este
bombardeo es que, de las ocho bombas arrojadas, dos fueron incendiarias, lo que
provocó la destrucción completa de 16 casas. Las víctimas mortales, entre las
que se encontraban ocho niños (cinco de ellos hermanos), fueron descubiertas
entre los escombros de las viviendas. El incendio no se apagó hasta las dos de
la madrugada, mientras que las tareas de desescombro se extendieron a los días
siguientes[18].
La utilización de bombas incendiarias estaba dispuesta para el ataque a viviendas de poca resistencia y fácilmente combustibles con el objetivo de incendiar la mayor cantidad de estructuras posibles[19]. Teóricamente, estas bombas eran muy efectivas a la hora de destruir estructuras endebles y construidas con madera, donde el fuego se extendería rápidamente y arderían una gran cantidad de edificios. Los republicanos llevaron a cabo ataques con este tipo de bombas desde el principio de la guerra, como se ve en el bombardeo a Navalmoral de la Mata del 18 de agosto de 1936 y el de Huesca producido en los primeros meses de 1937[20]. Además, su producción y adquisición estaban reglamentadas, siendo fabricadas por la Hispano-Suiza, pero también compradas a los soviéticos[21]. Probablemente sean las bombas más perjudiciales para la población civil, ya que no solo sufren las consecuencias personales sino también la destrucción de sus viviendas y de todo lo que hay en ellas.
Para
terminar con los ejemplos de bombardeos, se procederá al análisis del bombardeo
sobre Salamanca del 21 de enero de 1938. A estas alturas de la guerra, los
republicanos habían sufrido numerosos y terribles ataques en toda su
retaguardia. La falta de aviación de caza y de piezas antiaéreas para cubrir al
completo el territorio leal a la República provocaba que las ciudades y pueblos
de esta zona estuvieran indefensos ante los raids sublevados. Esta
insuficiencia de medidas defensivas provocó que el Ministro de Defensa Nacional
realizase las siguientes declaraciones:
"Frente a la aviación, arma terrible, no hay más que un recurso: la aviación, usada con los mismos métodos que emplea el adversario, en mayores proporciones, si es posible. Es decir: el terror contra el terror"[22].
De forma explícita, Indalecio Prieto[23]
señalaba que el objetivo a atacar en la retaguardia enemiga era la población
civil, con el deseo de vengar los bombardeos realizados por los sublevados en
Barcelona, Reus, Tarragona o Valencia.
Este planteamiento teórico fue el que guio a la Aviación republicana a realizar el bombardeo de Salamanca del 21 de enero de 1938. El ataque fue masivo y a gran altura, unos 5000 metros, utilizándose tres escuadrillas de nueve, siete y ocho aviones para su cometido. Se arrojaron entre 15 y 20 bombas, de las cuales cuatro quedaron sin explotar, durante los aproximadamente quince minutos en los que se prolongó el ataque.
Por
los lugares alcanzados, parece que no hubo un objetivo definido, aunque las
bombas se acercaron a la estación y a los depósitos de CAMPSA, pero sin llegar
a hacer blanco sobre ellos. La mayoría de los explosivos cayeron en objetivos
civiles, destruyendo numerosas casas y provocando considerables incendios[24].
Los explosivos que provocaron más daños humanos y materiales fueron aquellos
que cayeron en las calles Padre Cámara y Pérez Pujol[25],
con tres y cuatro muertos respectivamente y con cinco casas destruidas en
total. En esta última calle, las dos bombas que cayeron eran de gran potencia
(en total los republicanos lanzaron tres bombas de 500 kg. durante el
bombardeo), ya que los efectos se notaron a varios cientos de metros,
destruyéndose casas y tabiques interiores, incluso alcanzando a algunos
comercios de la Plaza Mayor.
En
cuanto a las víctimas mortales, hubo un total de ocho durante el mismo día del
bombardeo, aunque el número aumentó a doce tras el fallecimiento de algunos
heridos.
Según
las Actas de Defunción del Registro Civil de Salamanca la mayoría de los
muertos fallecieron por la metralla y por el enterramiento en escombros[26].
La cifra de heridos superó las 30 personas, siendo trasladados los leves a la
Casa de Socorro y los graves a los distintos Hospitales de la capital. Estos
aviones también lanzaron numerosas bombas en las proximidades de distintos
pueblos situados al sureste de Salamanca, además del aeródromo de Matacán,
desconociéndose la causa de éstos, pudiendo lanzarse para aligerar peso y de
esa forma poder alcanzar mayor velocidad en la huida. No obstante, la cantidad
de bombas arrojadas es grande, por lo que no resultaría raro que los aviones
estuvieran buscando algún otro objetivo que actualmente se desconozca.
Las
piezas antiaéreas presentes en el núcleo urbano de Salamanca, una fija de 7,5
mm y otra móvil 8,8 mm Flak, no pudieron defender eficazmente la ciudad debido
a la niebla que la cubría y que les otorgaba visibilidad nula, haciendo solo
fuego de barrera[27]
donde el Puesto Central de Información, que sí tenía visibilidad, les señalaba[28].
Se establecía en el parte escrito por el Gobernador Civil de Salamanca que la
población recuperó rápidamente la normalidad, solamente interrumpida por el
sentimiento de rabia contra los atacantes. Esto retoma el tema de la
preocupación que había en las autoridades a que estos bombardeos provocaran
disturbios o desmoralización[29].
En
el Boletín de Información correspondiente al 21 de enero, los republicanos
señalaban explícitamente que sus escuadrillas habían atacado la estación de
ferrocarril y "la ciudad de Salamanca". Los objetivos fueron
cubiertos, aunque durante la vuelta a territorio propio uno de los bombardeos
fue derribado por un caza enemigo. Como se ha señalado al principio, el ataque
iba dirigido contra la población civil por venganza, por lo que se dispuso
explícitamente el término de "ciudad" en el informe como objetivo del
bombardeo[30].
Interesante es el documento que aparece como copia de una octavilla que
supuestamente lanzaron los bombarderos en el pueblo de Fuenterroble y dice así:
“Por
vuestros criminales bombardeos sobre ciudades abiertas causando víctimas inocentes
en mujeres y niños, nos vemos forzados a efectuar esta réplica que os
demostrará la crueldad de vuestras hazañas"[31].
Con
esta octavilla y las distintas proclamas en la prensa, los republicanos
intentaban demostrar que tenían la fuerza suficiente para bombardear las
ciudades de retaguardia sublevada en cualquier momento. A esto se refiere también
Indalecio Prieto en su nota del 29 de enero de 1938, en la que especifica que
el Gobierno tenía recursos sobrados para llevar a cabo esta estrategia, puntualizando
que no la habían puesto en marcha en el pasado por escrúpulos de conciencia y
porque se consideraban gobernadores de todo el territorio español, por lo que
no querían atacar núcleos que consideraban bajo su autoridad[32].
Para
concluir con los ejemplos descritos, cabe una pequeña síntesis que permita
aclarar las características más importantes de estos bombardeos. En el
bombardeo de Valladolid se observa uno de los rasgos recurrentes de los ataques
republicanos: la utilización de un único avión. Cerca de un 50% de los
bombardeos analizados fue de este tipo, lo que deriva de una estrategia
impuesta por el mando republicano y de la que luego se verán las causas. Por
otro lado, los objetivos dispuestos por los boletines de información de la
Aviación republicana, eran en su mayoría las estaciones de ferrocarril, como en
la incursión a Valladolid. En el caso de Alba de Tormes, se ha querido mostrar
el bombardeo de posiciones de poco valor estratégico y que probablemente fuesen
ataques aéreos deliberados contra la población civil, aun siendo posible que
los tripulantes se equivocaran de objetivo. En cuanto a Cantalejo, su
disposición en el artículo se debe a la utilización de explosivos incendiarios
durante su bombardeo. Este tipo de bombas eran las más perniciosas para la
población civil, pero no por ello ningún contendiente dejó de utilizarlas. Por
último, el ataque a Salamanca del 21 de enero se caracterizó por el envío
masivo de aviones, casi todos los bombarderos estratégicos que tenía la
Aviación de la República, lo que no había ocurrido hasta el momento. Asimismo,
públicamente se dispuso que se iba a atacar a la población civil y que se
realizaba por venganza a los bombardeos sublevados de los años anteriores. Es
una tipología que solo se encuentra en los ataques de Valladolid del 25 de
enero de 1938 y en el intento de bombardeo de Salamanca del 28 de enero de
1938, aparte del anteriormente analizado. Por otra parte, tanto en Valladolid
como en Salamanca, se ve cómo la preocupación de las autoridades por el estado
anímico de sus ciudadanos es alta, extensible a otros bombardeos no dispuestos
en el texto, por lo que estaban muy al tanto de las posibles consecuencias
desmoralizantes que podían tener los ataques aéreos sobre la población civil.
Los
planes de las altas autoridades republicanas
Los altos cargos del Gobierno republicano tuvieron un papel destacable en relación a la estrategia que siguió la Aviación leal, aunque en otras ocasiones era esta rama del Ejército Popular la que tomaba sus propias decisiones sin tener en cuenta al Ejecutivo.
En
este ambiente de tensión entre distintas esferas de poder de la República, se
señalarán algunos de los planes o decisiones más importantes que se tomaron con
respecto a la aviación. En mayo de 1937, el Ministerio de Marina y Aire
manifestó en unas declaraciones su intención de no renunciar a la utilización
de la aviación, porque ello significaría ser incapaces de bombardear, tanto
para atacar objetivos militares como de otro tipo, así como de defenderse de los
ataques sublevados. Esta aclaración responde a algunas peticiones
internacionales que abogaban por la no utilización de la Aviación militar para
evitar las graves consecuencias que suponían los bombardeos en centros urbanos.
Eso sí, los republicanos aceptarían establecer una serie de reglas para limitar
los bombardeos aéreos en ciudades abiertas, acción que en su opinión nunca
habían realizado mientras que los sublevados recurrían constantemente a este
tipo de ataques. No obstante, dejaba la puerta abierta a realizar estos
bombardeos cuando señalaba:
"Voluntariamente
el Gobierno de la República de la República se ha impuesto el compromiso de no
bombardear ciudades abiertas, aun sabiendo que no cabe otra represalia al
bárbaro proceder de los facciosos y de sus colaboradores facciosos (…)"[33].
Al igual que los sublevados, Prieto establecía que ninguno de los bombardeos realizados por la Aviación republicana tenía como objetivo a la población civil. Sin embargo, es interesante que dejara la puerta abierta a futuras represalias, algo que se confirmó tanto durante 1937 como al año siguiente, cuando estableció que la única solución para detener los bombardeos sublevados era llevar a cabo la misma estrategia. Zugazagoitia, ministro de la Gobernación desde mayo de 1937 y hombre de confianza de Prieto, señalaba a este último como responsable de las siguientes palabras durante un Consejo de Ministros de 1937:
“No oculto a ustedes mi decidido propósito, una vez que disponga de medios, de corresponder a cada agresión de los aviadores alemanes con otra agresión nuestra de mayor dureza, preferentemente sobre las capitales rebeldes. La orden, que por mi voluntad será de destrucción sistemática, la consultaré con ustedes, no para compartir la responsabilidad, alivio que no necesito, sino para que no se me pueda reprochar que tomo por mi sola iniciativa una resolución tan grave. Cada uno asumirá ante su conciencia la responsabilidad de autorizarme a dar un mandato que, ante el mundo, será sólo mío. En su momento les haré la consulta, adelantándoles que, por lo que hace a mi conciencia, la tranquilidad será perfecta. Las protestas del mundo, que deja a los aviadores alemanes que destruyan a España, no influirán para nada en mi ánimo”[34].
Es un claro alegato al bombardeo sistemático de las ciudades de retaguardia rebeldes, en este caso en contestación por los ataques aéreos que estaba sufriendo la República en puntos análogos. Se observa que Prieto sabe perfectamente las consideraciones éticas que conllevan estos ataques, pero superpone a ello la voluntad de venganza y de castigo, plasmando que como individuo no sufrirá ningún mal de conciencia por esta ofensiva. Dicho discurso demuestra la adopción de esta estrategia como una forma más de hacer la guerra, es decir, una acción legítima dentro del conflicto bélico que será criticada internacionalmente pero que no conlleva ninguna consecuencia moral para el ejecutor. Las acciones con las que amenazaba en este discurso fueron llevadas a cabo en enero de 1938, con ataques a Salamanca, Valladolid y Sevilla.
Por
otro lado, se contemplaron incursiones que podrían haber acabado con la vida de
multitud de civiles, aunque no fueran estos su principal objetivo. Tras la
muerte de Mola, Prieto concibió el plan de atacar Pamplona en el momento en el
que se estuvieran realizando los actos públicos durante su sepelio,
bombardeando los lugares donde estuvieran reunidos las autoridades asistentes,
entre ellas Franco. Destacar que esto hubiera provocado probablemente una
auténtica matanza entre los asistentes, incluyendo muchos civiles. No obstante,
el Ministro desistió de sus intenciones debido a un último escrúpulo de
conciencia o a la inoperatividad de la acción. En este último sentido, la
operación contemplaba el paso de los bombarderos por territorio francés para
aumentar el factor sorpresa, pero este itinerario ya se había seguido en un
bombardeo anterior y los franceses, que habían protestado intensamente ante
esta acción, no iban a permitir que se repitiese[35].
El
porqué de los bombardeos estratégicos republicanos
Entonces, ¿con qué fin se llevaron los escasos aviones y personal republicanos a cientos de kilómetros de la línea de frente para bombardear las ciudades y pueblos castellanos y leoneses? Como en todo, no existe una única causa, sino que la Aviación republicana pensaba obtener una serie de "beneficios" a partir de estas acciones.
En
primer lugar, lanzar las bombas sobre objetivos militares dentro de núcleos
urbanos podía interrumpir la producción armamentística, la llegada de recursos
o tropas al frente o la construcción de material esencial para la guerra. Sin
embargo, en la investigación parece que los únicos objetivos militares de gran
importancia que atacaban los republicanos eran los talleres ferroviarios de
Valladolid y Salamanca, aquellos que poseían los instrumentos para reparar las
locomotoras averiadas en territorio sublevado y que eran esenciales para el
mantenimiento de todo el entramado militar y económico de la zona insurgente.
Los bombardeos sobre estaciones, el objetivo más atacado en todas las ciudades,
normalmente no causaba un daño permanente por lo que no se tardaba mucho en
reactivar el servicio. Pero es que, aunque el tráfico de una determinada línea
se detuviese, había vías férreas alternativas que podían utilizarse en caso de
estar fuera de servicio algunas estaciones. Por ello, diversos autores y
militares debatieron sobre la efectividad de los daños materiales de los
bombardeos, acabando muchos por justificar estos ataques a partir de los
efectos desmoralizadores que tenían sobre la población.
Los
bombardeos sobre el territorio estudiado no tuvieron un carácter masivo, es
decir, no se enviaron grandes cantidades de aviones, salvo algunas excepciones[36].
La falta de materiales y personal era una de las razones por la que el número
de aviones enviados fue reducido, porque hay que resaltar que estas misiones de
tanta profundidad conllevaban un gran riesgo por la cantidad de tiempo que se
pasaba en territorio enemigo y la República no estaba en condiciones de desperdiciar
sus escasos recursos.
Por
ello, enviar un avión o varios implicaba que, si el enemigo conseguía averiguar
la ruta y poner en el aire cazas para su derribo, las pérdidas serían mínimas.
Pero con esta cantidad de aviones los efectos materiales también eran
reducidos, ya que las bombas lanzadas provocaban una parálisis momentánea del
objetivo, pero no conseguían inmovilizarlo a medio o largo plazo. Asimismo, los
bombardeos utilizados por los republicanos tenían una capacidad de carga de
explosivos de unos 600 kg, por lo que su poder destructivo no era tan alto en
comparación con los aparatos de los sublevados, cuya capacidad se acercaba y
superaba la tonelada en gran parte de sus efectivos.
Por otro lado, ambos contendientes conocían que la precisión en sus ataques iba a ser muy reducida por la escasa tecnología que sus aparatos tenían para este cometido. Por consiguiente, los oficiales, pilotos y demás involucrados en los ataques, sabían que, aunque fueran a atacar un objetivo militar, si este se encontraba en una ciudad o pueblo con población civil, era muy probable que esta fuera una de las perjudicadas por el bombardeo. No obstante, y aunque las bajas civiles iban aumentando y los objetivos militares no eran realmente dañados, los ataques no se detuvieron.
Pero si los efectos materiales no eran muy grandes aquellos relacionados con la población podían serlo, justificando todo ataque contra la retaguardia. Por un lado, dejar incapacitados a obreros especializados, por ejemplo, de los talleres ferroviarios que se ha comentado, suponía un éxito para las intenciones republicanas, ya que probablemente estas víctimas fueran unas de las pocas personas que conociesen su oficio dentro del territorio sublevado. Por otro lado, el daño producido a las víctimas civiles no suponía algo espeluznante para los contendientes, como señalaban continuamente sus respectivas propagandas, sino que incrementaba el terror[37] en la retaguardia enemiga, estado mental que ambos ejércitos buscaban imponer a su adversario. El miedo puede favorecer al atacante en tanto en cuanto desmoraliza a la población y la hace vulnerable, reduciendo su capacidad de trabajo y provocando que pierda la fe en unas autoridades que no pueden evitar los bombardeos que tanto daño provocan. Así mismo el odio, consecuencia del miedo, provocaba que en distintas ocasiones la población fuera en masa hacia las cárceles para asesinar a todos aquellos que consideraban enemigos, es decir, cómplices de la muerte que cae del cielo. No obstante, ese miedo también puede ser utilizado por las autoridades como una baza contra el atacante, que no tiene escrúpulos en lanzar bombas sobre la población indefensa, lo que a la postre puede conseguir individuos mucho más entregados a la causa y con más odio hacia el enemigo. Por lo tanto, los bombardeos no significaban siempre la desmoralización de la población, sino que dependía en muchos casos de otros factores que influyen en la sociedad civil, tales como aprovisionamiento, ideologización, combustibilidad de las viviendas, etc.
En este sentido, puede que un bombardeo continuado y masivo sobre una población no siempre tienda a provocar desmoralización, sino que pueda causar una habituación de las víctimas a los ataques, lo que elimina o reduce el efecto deseado. Los republicanos normalmente sabían de la importancia de un bombardeo masivo y concentrado en un punto para reducir las posibilidades de reacción, pero también que el abusivo ataque contra una misma población podría provocar que sus habitantes se acostumbraran a los mismos[38]. Es posible que esta estrategia fuera la utilizada en el territorio de Castilla La Vieja y el Reino de León, ya que normalmente se atacaban las ciudades en lapsos de tiempos amplios.
El odio presente en las víctimas de los ataques no estaría provocado solo por los bombardeos, sino que las ideas extendidas por el aparato propagandístico permitían asentar ese sentimiento y dirigirlo hacia el enemigo. Pero el odio no estaba asentado solo en las víctimas, sino que también se había desarrollado en los que desencadenaban la acción aérea. La deshumanización del enemigo era un factor clave a la hora de realizar los bombardeos, es decir, eliminar de la persona situada en el otro bando todos aquellos rasgos que la pudieran definir como un semejante más, como un igual, para facilitar su destrucción.
En este sentido, el "otro" no era sólo el militar del frente, sino que era también el civil de la ciudad o el pueblo, porque la lucha no era solo entre ejércitos sino entre naciones, lo que implicaba a toda la población en el conflicto. Por ello era beneficioso su desmoralización, porque si los civiles no trabajaban, no apoyaban al Gobierno, huían de las ciudades, la derrota de su nación sería más sencilla. Los bombardeos aéreos republicanos también tenían como objetivo el engaño de la población del bando insurgente, ya que tendían a dar la impresión de que se podían realizar cuantos bombardeos quisiesen y en cualquier momento. A partir de este engaño, blandido por la propaganda republicana[39] y que no representaba para nada la situación militar de los leales, intentaban facilitar el camino hacia la derrota del enemigo. Querían hacer creer al adversario que los costes de seguir luchando irían aumentando cuanto más tiempo resistieran, produciéndose bombardeos periódicamente para recordárselo.
Asimismo, los bombardeos también se utilizaron para dar una imagen exterior de fortaleza. Los republicanos no querían que las potencias europeas pensaran que estaban derrotados y que no podían responder a las acciones enemigas, por ello debían llevar a cabo ataques que demostraran su potencial militar. Señalaba Indalecio Prieto en una conversación telegráfica con Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación militar republicana, sobre una serie de bombardeos en Aragón:
“Entre
los efectos morales a lograr figura la repercusión de nuestra actividad en el
extranjero y eso no se logra tan tierra adentro (…) Ese motivo era el destruir
cierto ambiente que se va formando fronteras afuera respecto a una supuesta
incapacidad defensiva de nuestra parte antes los grandes preparativos del
enemigo. He ahí entre otras cosas porque pretendía la mayor proximidad al
Pirineo de nuestras ofensivas aéreas”[40].
Por
último, destacar los bombardeos realizados explícitamente por venganza. Los
ataques aéreos producidos en 1938 sobre Salamanca y Valladolid fueron
publicitados como actos de represalia en respuesta a los que habían llevado a
cabo los sublevados anteriormente. Aparte de una llamada de atención para
señalar que aún eran capaces de realizar este tipo de bombardeos, la propaganda
que se le dio a los ataques en la prensa republicana hace pensar que también
iban dirigidos a la propia población de la zona leal con el objetivo de
incrementar su moral. El ansia de venganza que tenía la población del territorio
republicano por los bombardeos insurgentes, que al principio de la guerra
desembocó en sacas, tendrían en estos ataques un mínimo de revancha por el
sufrimiento provocado por los aviones enemigos.
Una
reflexión final
Al bombardear los republicanos las ciudades enemigas de retaguardia, ¿se puede señalar que realizaban lo mismo que la Aviación sublevada? En mi opinión, los sublevados, sobre todo los italianos y alemanes, trataron de desmoralizar a la población y destruir elementos claves de los centros urbanos a través de ataques masivos que intentaban paralizar totalmente las ciudades y pueblos del territorio republicano. Esto conllevó el envío de cientos de misiones con cientos de toneladas de explosivos que intentaban acelerar la rendición del Gobierno leal o, al menos, la paralización de su territorio. Los republicanos no podían llevar a cabo esta estrategia por su carencia de material y personal, algo que los insurgentes sí poseían, por ello llevaban a cabo periódicas misiones con pocos aviones para intentar mantener el miedo en la población y mostrar a sus enemigos que su capacidad ofensiva no estaba tan mermada como parecía. No obstante, no podían pretender la paralización de las ciudades, es decir, la destrucción de elementos industriales y políticos con tan pocos efectivos. En este sentido señalaba Zugazagoitia, ministro de Gobernación[41] entre mayo de 1937 y abril de 1938, lo siguiente:
“En
ningún momento dispusimos de material suficiente para desafiar al adversario
con ataques a su retaguardia que, por ignorarlos, le causaban una
desmoralización colectiva, al punto de que, con sólo un bombardeo, fueron
muchas las personas que en Pamplona se pusieron a suspirar por la paz,
temerosas de que la aviación republicana continuase aleccionándolas en un dolor
al que la retaguardia leal había necesitado acostumbrarse. Teníamos poco
material y, por lo común, desequilibrado; esto es, que cuando disponíamos de
cazas, carecíamos de aparatos de bombardeo y, si éstos existían, no poseíamos
cazas que los protegieran. El caso de Franco era distinto: Alemania e Italia le
proveían en abundancia. Le reponían con una generosidad rayana en la
prodigalidad. El material alemán era magnífico y sus pilotos, francamente
buenos”[42].
En ningún momento, la Aviación republicana alcanzó la cantidad de muertes que causaron los insurgentes y sus aliados. Pero no se debe olvidar que los bombardeos a poblaciones civiles fueron una estrategia utilizada por todos aquellos contendientes que tuvieron materiales y personal para ello, siendo este el caso de la República. Esta práctica se convirtió en una acción militar más en los conflictos bélicos, aspecto que incrementó exponencialmente las bajas civiles en los mismos. Ciudadanos que generalmente trabajaban para mantener en funcionamiento la maquinaria bélica, pero que en ningún caso habían elegido estar inmiscuidos en ella. De este modo, las guerras han ido progresivamente masacrando a civiles, incorporados cada vez en mayor grado en los conflictos bélicos. Actualmente, este proceso continúa y no hay ninguna señal de que pueda remitir a corto o medio plazo, como demuestran los conflictos de Siria o Palestina.
Fuente:
https://www.academia.edu
[1]
Davis Biddle, Tami, (2002): Rhetoric and reality in air
warfare. The evolution of british and american ideas about strategic bombing,
Woodstock, Princeton University Press, pp. 57-65.
[2] A esto se le añaden
los numerosos artículos surgidos sobre el combate aéreo, la utilización del
caza, de las piezas antiaéreas y de la construcción de aviones.
[3] "La nación que
más resistiera siendo bombardeada ganaría la guerra". PAPE, Robert Anthony (1996), Bombing to win. Air Power and Coercion in
War, Nueva York, Cornell University Press, p. 61.
[4] Con este concepto se
hará referencia a partir de ahora a los ataques aéreos que se producían en las
zonas de la retaguardia enemiga.
[5] KINDELÁN, Alfredo:
"Doctrina de la guerra aérea, características y modo de empleo". En
A. Kindelán, Conferencias Teóricas: Primer curso para Jefes de unidades
tácticas aéreas, Madrid, Talleres Tipográficas Stampa, ¿192x?, p. 34.
[6]
El Coronel Jefe
de Estado Mayor de la 7ª División Orgánica, "Telegrama Oficial al General
Cuerpo de Ejército de Madrid" (19 de febrero de 1937), Archivo General
Militar Ávila (AGMAV), C. 1634, 97 / 1; "Boletín de información de
aviación sublevado" (21 de febrero de 1937), Archivo Histórico del
Ejército del Aíre (AHEA) A-012946 / 30; y "Víctima", La Prensa, 28 de
febrero de 1937.
[7] Jefatura de Fuerzas
Aéreas, "Boletín de operaciones N° 371" (Albacete, 8 de abril de
1937), AGMAV, C. 255, 5, 4 / 25; Estado Mayor del Cuartel del Generalísimo,
"Bombardeos por la aviación enemiga de Valladolid" (9 de abril de
1937), AGMAV, C. 2543, 329, 34 / 1 y 2; 3ª Sección del Estado Mayor de la
Jefatura del Aire, "Resumen de las noticias del día 8 de abril de
1937" (8 de abril de 1937), AHEA A9144 / 891; y "El criminal
bombardeo de Valladolid", Heraldo de Zamora, 10 de abril de 1937.
[8] "Boletín de
información del 24 de junio de 1937", AHEA A-012946 /170.
[9] GARCÍA DOLZ, Vicente,
“Leocadio Mendiola”. En Aeroplano, 17 (1999), p. 103.
[10] https://es.wikipedia.org/wiki/Usuario_discusi%C3%B3n:Pulako#Re:Bombardeos_Salamanca_.28Usuario_Manuel_J._Marcos_Montero.29.
Consultado por última vez el 23-12-2014.
[11] Sección Operaciones
del Estado Mayor del Cuartel General del Generalísimo, "Bombardeo de
aviación enemiga sobre Alba de Tormes" (3 de julio de 1937), AGMAV, C.
2543, 329, 74; Estado Mayor de la Jefatura del Aire, "Información sobre la
Actividad Aérea Enemiga" (3 de julio de 1937), AHEA A012946 / 177; y 3ª
Sección del Estado Mayor de la Jefatura del Aire, "Resumen de las
operaciones del día 3 de julio" (3 de julio de 1937), AHEA A-9144 / 1029.
[12] Ángel María CASTELL,
"ABC en Alba de Tormes. Del bombardeo rojo", ABC Sevilla, 8 de julio
de 1937; "Los criminales bombardeos a ciudades abiertas. Bombardeo de Alba
de Tormes", La Prensa, 4 de julio de 1937; y "También los rojos
bombardearon Alba de Tormes", Heraldo de Zamora, 3 de julio de 1937.
[13] "Telegrama del
Ministro de Defensa Nacional al Jefe de la Aviación militar" (12 de noviembre
de 1937), Archivo Fundación Indalecio Prieto (AFIP) C. 15, L. 1502.
[14] Según Leocadio
Mendiola, los diarios de operaciones del Grupo 24 fueron destruidos en 1939 por
los franceses. (GARCÍA DOLZ, Vicente (1999), op. cit., p. 101).
[15] "Ha sido bombardeado
el cuartel general faccioso en Salamanca", La Vanguardia, 4 de julio de
1937; y "Una escuadrilla de gran bombardeo ataca el cuartel general
faccioso de Salamanca", El Sol, 4 de julio de 1937.
[16] GARCÍA DOLZ, Vicente,
1999, op. cit., p. 102.
[17] NOTHOMB, Paul,
(2001), Malraux en España, Barcelona, Edhasa, p.18.
[18] "Informe sobre
la actividad aérea enemiga" (17 de julio de 1937), AHEA A-012946 / 197;
Aeronáutica – 7ª Sección del Estado Mayor del Aire, "Ampliación del parte
del día 17 de julio sobre el bombardeo de Cantalejo" (18 de julio de
1937), AHEA A-000102 / 22; y 3ª Sección del Estado Mayor de la Jefatura del
Aire, "Resumen de las operaciones del día 18 de julio de 1937" (18 de
julio de 1937), AHEA A-9144 / 1061.
[19] AYMAT MARECA, José y
WARLETA, Ismael, "Bombardeo Aéreo". En A. Kindelán, Conferencias
Teóricas: Primer curso para Jefes de unidades tácticas aéreas, Tomo II, Madrid,
Talleres Tipográficas Stampa, ¿192x?, pp. 232-233.
[20] "Bombardeo de
Navalmoral de la Mata con bombas incendiarias" (18 de agosto de 1936),
AGMAV, C. 2534, 316, 66 / 1; y "Telegrama oficial del Aeródromo Lérida al
Ministerio de Marina y Aire" (principios de 1937), AGMAV, C. 2216, 2, 7 /
77.
[21] MANRIQUE GARCÍA, José
María y MOLINA FRANCO, Lucas, (2006), Las armas de la Guerra Civil española,
Madrid, La Esfera de los Libros, pp. 472-473.
[22] Ministerio de Defensa
Nacional (28 de enero de 1938), AFIP C. 15, L. 1504.
[23] Indalecio Prieto
Tuero fue Ministro de Marina y Aire entre el 4 de septiembre de 1936 y el 17 de
mayo de 1937 y Ministro de Defensa Nacional desde el 17 de mayo de 1937 al 5 de
abril de 1938.
[24] En un informe
sublevado se señala que algunas bombas eran incendiarias, aunque esta
información solo aparece en uno de ellos, por lo que es posible que se
confundieran. (Gobierno Civil de Salamanca, 22 de enero de 1938, AGMAV, C.
2482, 22 / 8).
[25] Actual calle del
Concejo.
[26]
http://salamancamemoriayjusticia.org/vic.asp. Consultado por última vez el
04-11-2014.
[27] Fuego de artillería
que forma una línea defensiva sobre un objetivo y que constituye una especie de
cortina de protección sobre aquel.
[28] GARCÍA DOLZ, Vicente
(1999), op. cit., p. 103; Comandante Peral del Estado Mayor, "Parte a
Términus" (Burgos, 21 de enero de 1938), AGMAV, C. 2543, 329, 106; General
Jefe de Estado Mayor, "General Jefe de Estado Mayor a Generalísimo"
(21 de enero de 1938), AGMAV, C. 2543, 329, 106; Gobernador General de
Valladolid, "Telegrama a Términus" (21 de enero de 1938), AGMAV, C.
2543, 329, 106; "Morgado dice por teléfono" (21 de enero de 1938),
AGMAV, C. 2543, 329, 106; Gobernador Civil de Salamanca (22 de enero de 1938),
AGMAV, C. 2482, 22 / 8 y 9; Gobernador Civil de Salamanca, "Relación
nominal de las víctimas ocasionadas con motivo del bombardeo contra esta
Capital llevado a cabo por la aviación roja el día 21 del actual" (22 de
enero de 1938), AGMAV, C. 2482, 22 / 10 y 11; El General Jefe del Ejército del
Centro, "Telegrama al Generalísimo" (24 de enero de 1938), AGMAV, C.
2543, 329, 106; El General Jefe del Ejército del Centro, "Telegrama al
Generalísimo" (25 de enero de 1938), AGMAV, C. 2543, 329, 106; y
Gobernador Civil de Salamanca (26 de enero de 1938), AGMAV, C. 2543, 329, 106.
[29] Gobernador Civil de
Salamanca (22 de enero de 1938), AGMAV, C. 2482, 22 / 9.
[30] 2ª Sección del Estado
Mayor de las Fuerzas Aéreas, "Boletín correspondiente al día 21 de Enero
de 1938" (21 de enero de 1938), AGAMAV, C. 255, 2, 1 / 26.
[31] Gobernador Civil,
"Copia de una octavilla impresa arrojada por los aviones que bombardearon
Salamanca" (22 de enero de 1938), AGMAV, C. 2482, 22 / 12.
[32] Ministerio de Defensa
Nacional (28 de enero de 1938), AFIP C. 15, L. 1504.
[33] (10 de mayo de 1937),
AFIP C. 15, L.1504.
[34] ZUGAZAGOITIA, Julián
(1977), Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Editorial Crítica, p.
308.
[35] Ibídem.
[36] Se hace referencia a
los ataques a Salamanca y Valladolid de 1938, donde los republicanos utilizaron
más de una decena de aparatos para bombardear estas ciudades.
[37]
Para entender
este fenómeno se puede utilizar la definición que realiza Eduardo González
Calleja: "El miedo se describe en general como un sentimiento de malestar
suscitado por la presencia y conocimiento de un peligro al que se atribuye una
influencia perjudicial a nuestros intereses". Ver GONZÁLEZ CALLEJA,
Eduardo: "El poder del miedo". En N. Berthier y V. Sánchez-Biosca
(coords.), Retóricas del miedo: imágenes de la Guerra Civil Española, Madrid,
Casa de Velázquez, 2012, p. 14.
[38]
PRIETO,
Indalecio e HIDALGO DE CISNEROS, Ignacio, "Telegrama" (12 de
noviembre de 1937), AFIP C. 15, L. 1502 y FRACKER, Mayor Martín L.,
"Efectos psicológicos del bombardeo aéreo". En Air & Space Power
Journal, Alabama, (Otoño 1993).
[39] "El Gobierno
tiene recursos sobrados para adoptar el sistema de los facciosos [bombardeo
sistemático de ciudades de retaguardia] (...)". (Ministerio de Defensa
Nacional [28 de enero de 1938], AFIP C. 15, L. 1504).
[40] PRIETO, Indalecio e
HIDALGO DE CISNEROS, Ignacio, op.cit.
[41] A partir de entonces
se ocuparía de la secretaría general del Ministerio de Defensa.
[42] ZUGAZAGOITIA, Julián,
1977, op. cit., p. 309