18 de octubre de 2021

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL - EL HUNDIMIENTO DEL YAMATO, EL ACORAZADO QUE NUNCA DEBIÓ CONSTRUIRSE

 

El Yamato durante sus pruebas de mar en el año 1941. Dominio público
 

"El 7 de abril de 1945, el Yamato sucumbía al ataque de 386 aviones estadounidenses. Fue el fin de la era de los acorazados y el inicio de la de los portaaviones". 

 

Por Xavier Vilaltella 

 

A mediados del siglo XIX, la aplicación de la propulsión a vapor en buques de guerra posibilitó el nacimiento de un “rey de los mares”. La potencia añadida permitía a las naves cargar con más blindaje y capacidad de fuego. Había nacido el acorazado, y los viejos navíos de línea, con sus cascos de madera, ya no eran rival.

 

Durante la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y la Primera Guerra Mundial (1914-1918) era ya el arma central de todas las flotas. De esas contiendas surgiría el aprendizaje para sucesivas innovaciones, siempre para obtener mayor velocidad, resistencia y capacidad de destrucción.


 

Los oficiales en jefe del Yamato, fotografiados el 5 de abril de 1945. Dominio público

 

Tras el fin de la Gran Guerra, los vencedores intentaron frenar esta carrera armamentística. La firma del Tratado Naval de Washington en 1922 limitaba la cantidad de “fortalezas flotantes” de que podía disponer cada nación. No era extraño, dado que entonces el poderío naval de una armada se medía por sus acorazados.

 

Pero en poco tiempo Japón y Alemania se retiraron de los acuerdos. Por segunda vez, el mundo se acercaba a un conflicto a gran escala, y los beligerantes debían preparar sus flotas. Sobre todo, el Japón y los Estados Unidos, que pronto se reconocieron como rivales por el dominio del Pacífico y sabían que el mar sería el escenario de esa lucha. Por última vez, los acorazados eran llamados a filas.

 

Un nuevo rival en el aire

 

Los nipones no podían superar en número a la flota norteamericana. Por ello, optaron por la calidad frente a la cantidad. En mayo de 1935 ya habían finalizado el diseño de dos gemelos gigantes, el Yamato y el Musashi, pensados para ser los más grandes de la historia. Por si ello fuera poco, el plan incluía que su construcción se llevara a cabo en total secreto. Para evitar el espionaje aéreo, incluso se cubrieron parcialmente los astilleros. La jugada fue un éxito, y la inteligencia enemiga no se enteró de su existencia hasta después del inicio de la guerra.

 

El Yamato y su gemelo, el Musashi, anclados en aguas de las islas Truk en 1943. Dominio público

 

A pesar de todo, seguía existiendo el problema de la inferioridad numérica. El Imperio del Sol Naciente necesitaba un ataque sorpresa para debilitar a su enemigo, antes de que este se decidiera a movilizar sus ingentes recursos. Así se gestó el ataque a Pearl Harbor (Hawái), una acción en la que, paradójicamente, después del esfuerzo destinado a su construcción, los nuevos superacorazados no tendrían ninguna relevancia.

 

El 7 de diciembre de 1941, 350 aviones despegaron de seis portaviones, sorprendiendo a la marina estadounidense en puerto. El éxito de la operación confirmó al almirantazgo nipón algo que ya sospechaba, que el portaviones era el nuevo protagonista en el conflicto naval. Estos podían atacar objetivos muy alejados, sin arriesgarse a un combate cuerpo a cuerpo.

 

Un bombardero estadounidense comienza su ataque al Yamato. Dominio público

 

Cualquier nave, por grande que fuera, era objetivo fácil de los ataques aéreos y de los torpedos de los submarinos. ¿Por qué se construyeron entonces los dos superacorazados? En parte por la concepción demasiado anticuada que la oficialidad todavía tenía de la guerra en el mar, una mentalidad proacorazado heredada de las guerras de principios de siglo.

 

Sin embargo, también hubo voces discordantes. El director del Departamento de Aeronáutica de la Armada, el Almirante Yamamoto Isoroku, razonó sin éxito en contra de llevar a cabo los dos “gemelos gigantes” cuando todavía estaban sobre plano. Años más tarde, el destino que corrió el Musashi acabaría dando la razón a Yamamoto, pues fue hundido en 1944 por el impacto de 17 bombas y 20 torpedos, sin que este hubiese logrado efectuar un solo disparo sobre sus enemigos.

 

Una operación suicida

 

¿Qué destino le podía esperar entonces al Yamato? Después de pasarse buena parte de la guerra en la retaguardia, solo fue recuperado cuando la situación de Japón se volvió desesperada. El 1 de abril de 1945 había comenzado la invasión estadounidense de Okinawa, última parada antes de alcanzar el corazón del archipiélago japonés.


 

El acorazado Yamato en el ataque que acabó hundiéndolo. Dominio público

 

El mando ordenó entonces al Yamato una misión casi suicida. El buque debía partir hacia la isla junto a un crucero ligero y ocho destructores, pero sin ninguna cobertura aérea. Su misión: distraer a la flota de invasión estadounidense y, como último recurso, encallar en la costa para ejercer de artillería de defensa.

 

El 7 de abril, el grupo no había realizado ni la mitad del trayecto cuando fue interceptado por la aviación norteamericana. Lo que siguió fue un bombardeo llevado a cabo por cerca de 400 aeronaves, que golpearon despiadadamente a su blanco hasta lograr escorarlo.

 

Explosión de los almacenes de munición del Yamato. Dominio público

 

A bordo, el Vicealmirante Ito Seiichi ordenó sellar los compartimentos estancos para evitar el hundimiento, ahogando a un centenar de hombres atrapados en las cubiertas inferiores. En llamas e incapaz de maniobrar, navegaba en círculos bajo el incesante fuego enemigo. Entonces, Ito tomó su última decisión. Ordenó a los supervivientes que abandonaran el barco. Él permaneció a bordo, ligando su destino al de su nave.

 

El final del Yamato simboliza al mismo tiempo el cenit y el ocaso de las “fortalezas flotantes”. Fue un hito en poderío naval, pero, cuando nació, la guerra en el mar ya había cambiado para siempre.

 

Fuente: https://www.lavanguardia.com