La
Gran Guerra. Así es como se conoció durante años a la Primera Guerra Mundial,
que tuvo lugar entre julio de 1914 y noviembre de 1918, y que entre otras cosas
le costó la vida a 9 millones de combatientes de los 65,8 millones que
participaron en los conflictos armados.
Esos
trágicos enfrentamientos estuvieron acompañados, eso sí, de una enorme
actividad tecnológica: la batalla no solo se libraba en los campos de batalla,
sino en los centros de investigación que trataban de crear nuevas armas y
nuevas defensas con las que poder obtener una ventaja en una guerra que vería
avances notables en diversos ámbitos.
Trazadoras
y la guerra aérea
Las
ametralladoras eran ya un elemento clásico de las batallas a esas alturas, pero
su efectividad sobre todo en ataques nocturnos era muy limitado ya que era casi
imposible ver dónde se disparaba. Las cosas mejoraron con la invención de las
balas trazadoras, que emitían un material inflamable que dejaba un reguero
fosforescente.
Aunque
las primeras pruebas fueron un pequeño fracaso -las balas solo mostraban una
trayectoria errática de 100 metros- en 1916 aparecería la munición .303 SPG
Mark VIIG, una trazadora que además de cumplir esa función era perfecta para
derribar a los zepelines alemanes que asolaban (o trataban de hacerlo, aquellos
ataques no tuvieron demasiadas consecuencias) Inglaterra.
La
artillería fue desde luego la causa del mayor número de bajas de la Primera
Guerra Mundial, y aunque hubo avances relevantes -la necesidad hizo que se
diseñaran las primeras armas antiaéreas- la revolución en este tipo de
armamento fue inferior al que se vio en otros terrenos. Eso sí: las
ametralladores, pesadas y grandes, evolucionaron para convertirse en armas de
menor tamaño. La ametralladora Lewis o el rifle automático Browning M1918 -que
sería mucho más popular en la Segunda Guerra Mundial- hicieron su aparición en
este conflicto y pusieron fin a las tácticas de oleadas de ataque de gran
tamaño: los ataques en pequeños grupos comenzaron a ser mucho más relevantes.
La
utilización de los aviones también comenzó a ser vital en la Primera Guerra
Mundial, pero el uso de ametralladoras se limitaba a las alas y hacía poco
eficiente este tipo de combate. Situar la ametralladora en el morro era
imposible ya que al dispararla las balas impactaban en las palas de la hélice,
pero los alemanes idearon mecanismos sincronizadores que permitían utilizar
ametralladoras en el morro que disparaban de forma sincronizada con el paso de
la hélice. Desde 1918 hasta 1930, de hecho, el armamento estándar en los
aviones fueron dos ametralladoras sincronizadas que disparaban a través del
círculo de la hélice.
¿Cómo
lograron los alemanes idear ese mecanismo? Aquí toca curiosidad histórica: el
piloto francés Roland Garros y el fabricante Raymond Saulnier idearon una serie
de placas deflectoras en las palas de la hélice que permitían utilizar una
ametralladora directamente de frente ya que blindaban esas palas.
El
1 de abril de 1915 Garros se cobró su primera víctima: un Albatros B II alemán
quedó perplejo ya que tradicionalmente los pilotos se disparaban con un rifle o
revólver que llevaban encima. Cosechó dos victorias aéreas más antes de que
apenas unos días después, el 18 de abril, su avión cayera en líneas enemigas.
El problema: los alemanes no solo le atraparon a él, sino que capturaron ese
aeroplano y copiaron aquella técnica. El mítico Anthony Fokker sería el
encargado de desarrollar el sistema de sincronización definitivo, y según la
leyenda la idea fue una mejora (importante, sí) de la idea que Garros y
Saulnier habían tenido.
Otro
avance sería importante para los inicios de esas batallas aéreas: la
instalación de radios en los aviones para la comunicación con otros pilotos o
con bases en tierra. En 1916 se instalaron los primeros sistemas que permitían
enviar radiotelégrafos a 225 km de distancia, mientras que en 1917 se logró por
primera vez la comunicación por voz vía radio entre un operador en tierra y un
piloto de un avión. La torre de control había nacido.
Los
aviones demostraron ser otro de los elementos clave en estas guerras no solo en
combates o bombardeos, sino también en misiones de inteligencia en las que se
recababa información sobre posiciones enemigas o sobre líneas de suministro.
Los zepelines alemanes también tuvieron impacto en este sentido y se
convirtieron en bombarderos estratégicos de largo alcance, aunque tras la
guerra su popularidad se diluyó enormemente.
Este
fue también el primer conflicto en el que entraron en acción -de forma muy
limitada- los portaaviones. El primer aeroplano que despegó de un barco en
movimiento lo hizo en 1912 (aunque tendría que aterrizar en tierra), pero el
primer portaaviones real fue el HMS Furious, en el que se produciría el primer
aterrizaje de un Sopwith Pup el 2 de agosto de 1917.
También
encontramos un antecesor de los modernos drones: la primera aeronave no tripulada
que intervino en la Primera Guerra Mundial fue desarrollada por la Marina de
los Estados Unidos entre 1916 y 1917. Creada por Elmer Sperry y Peter Hewitt
-que la concibieron como una bomba aérea teledirigida-. Aquel ingenio que se
basaba en el uso de giroscopios y un barómetro para determinar la altitud
acabaría siendo demasiado impreciso para ser utilizado de forma masiva, y de
hecho el proyecto acabaría siendo abandonado años más tarde, en 1925. Los
drones, como sabemos, no habían dicho su última palabra.
Fuente:
https://www.xataka.com