Por
Hugo A Cañete
Recogemos hoy una de esas historias épicas del combate aéreo contenidas en el libro DOGFIGHT de Alfred Price editado por Ediciones Salamina (antes Platea). Se trata de la trágica historia del 82º escuadrón de bombarderos de la RAF durante la Campaña de Francia de 1940.
El
10 de mayo de 1940, cuando dio inicio la ofensiva alemana en el Oeste, el 82º
Escuadrón estaba basado en Watton, Norfolk y contaba con 22 bombarderos
Blenheim IV. La unidad pasó los dos días siguientes en estado de alerta
esperando la orden de entrar en acción, que no tardó en llegar, efectuando su
primera misión con el bombardeo de las carreteras de Bélgica para frenar el
ataque alemán.
En
los días sucesivos siguió desempeñando misiones en Holanda sin encontrar
oposición de importancia por parte de los cazas enemigos. El día 14 la RAF
llevó a cabo un ataque general sobre los puentes del Mosa en los alrededores de
Sedán, por los que estaban cruzando tropas alemanas, provisiones y equipo. El
área estaba patrullada por un gran número de Me-109, infligiendo fuertes
pérdidas a los británicos: de los 71 aviones que partieron fueron derribados
40.
Esto
suponía una seria advertencia respecto a la debilidad de las formaciones de
bombarderos sin escolta, y después de la guerra la RAF admitió que se había
tratado de la misión de efectivos similares con mayor número de aviones
perdidos de toda la guerra.
A
las 2 de la madrugada del día 17 de mayo recibió órdenes el jefe del escuadrón
Miles Delap de despertar a sus hombres para una misión de bombardeo sobre
tropas enemigas que avanzaban entre las poblaciones de Namur y Gembloux en
Bélgica. El ataque debía comenzar al amanecer. El escuadrón despegó a las 04:50
horas y permaneció volando en círculos con las luces encendidas hasta que todos
los aviones estuvieron en el aire y en formación.
La
formación estaba compuesta de dos secciones de seis bombarderos cada una. Cada
avión transportaba cuatro bombas de 113 kilos. Durante el trayecto debían
reunirse con un escuadrón de cazas Hurricane que los escoltarían hasta el
objetivo, pero debido a un error de planificación no se presentaron.
Los
aviones británicos se aproximaron a su objetivo a 2.700 metros de altura en lo
que se presentaba como una mañana despejada de primavera cuando se vieron
rodeados de repente de explosiones de proyectiles antiaéreos. La formación se
separó y los aviones comenzaron a dar bandazos para dificultar el fuego de la
antiaérea. Uno de los bombarderos resultó derribado en este primer encuentro.
Antes
de que los bombarderos tuvieran tiempo de recomponer su formación cerrada se
vieron sometidos al ataque de unos 15 cazas Me-109 de la Jagdgeschwader 3, que
lanzándose en picado con el sol a la espalda abrieron fuego con cañones y
ametralladoras. Los ametralladores de los Blenheim respondieron con prolongadas
ráfagas para intentar repeler a los cazas, pero el ligero armamento defensivo
de los bombarderos no era rival para los cazas alemanes.
Delap
recordaría más tarde: Algunos de los bombarderos se lanzaron en picado, otros
volaron en diagonal intentado acciones evasivas. Mi propio avión quedó con las
alas agujereadas y el motor de babor se incendió. Lo único que me salvó fue la
plancha de blindaje del respaldo de mi asiento. Entonces un proyectil estalló
en el interior de la cabina, provocando un incendio que causó tanto humo que ya
no podía ver el panel de instrumentos.
Esto
era la gota que colmaba el vaso, así que ordené a la tripulación saltar del
avión. Con todo aquel humo no iba a poder alcanzar la escotilla de escape del
suelo así que abrí la escotilla situada sobre mi cabeza y me alcé sobre mi
asiento, mirando hacia la cola, y me dispuse a saltar del avión. La siguiente
cosa que recuerdo es que estaba fuera, en el frío aire. Después del calor y del
humo de la carlinga, aquello era de gran alivio. Por suerte iba bien tapado así
que solo me quemé las pestañas. Cuando estaba fuera del avión pensé que había
llegado el momento de tirar de la anilla. Tanteé buscándola, pero no lo
encontré. No hubo pánico, pero recuerdo que pensé: ¡Esto es muy raro! Entonces
miré hacia arriba y vi que el paracaídas ya estaba abierto. Había perdido el
sentido y sabía que yo no había tirado de la anilla. Sin duda, fue algo muy
raro.
Los
Me-109 fueron derribando a un bombardero detrás de otro. El pilotado por el Sargento
Morrison fue alcanzado varias veces, un motor quedó averiado y el avión entró
en pérdida. Probablemente el piloto alemán pensó que acabaría del mismo modo
que los otros y cesó el ataque. Morrison retomó el control de su destrozado
aparato, lo estabilizó cerca ya del suelo y puso rumbo a Watton con el motor
restante. Fue el único bombardero que sobrevivió al ataque.
Cuando
Delap llegó al suelo fue recogido por soldados franceses y ya de vuelta a
Inglaterra pudo aclarar el misterio de la anilla del paracaídas. Cuando éste
estaba de pie en la cabina preparándose para saltar del avión en llamas,
Wyness, su navegador, pensó que se había quedado inconsciente, por lo que
agarró la anilla de Delap con una mano y le dio un buen empujón con la otra. A continuación,
saltó éste también.
De
los 36 aviadores que componían las tripulaciones de los 12 bombarderos casi
todos habían resultado muertos o hechos prisioneros, era una clara advertencia
del terrible destino que aguardaba a aquellos que volaban aparatos obsoletos
contra un enemigo que poseía superioridad aérea.
Fuente: https://www.gehm.es