Las Juventudes Hitlerianas vigilaron el cielo de Alemania en la agonía del III Reich ocupando las baterías antiaéreas de las torres construidas para defender las ciudades alemanas de las tormentas ígneas desatadas por los bombardeos angloamericanos.
Por
Manuel Moncada Lorén
Un Flak 38 de 105 mm y su dotación en la azotea de la torre antiaérea del zoológico de Berlín.
Esta historia forma parte de "Al servicio de Hitler", una serie especial de documentales que revela el papel que desempeñaron las SS y las Juventudes Hitlerianas en el III Reich.
En
agosto de 1940, la Royal Air Force británica (RAF) comenzó los bombardeos
estratégicos sobre Berlín como respuesta a las incursiones aéreas de la
Lufwaffe sobre el Reino Unido que trataban de dañar los principales centros
industriales de Inglaterra.
Hasta
ese momento, Adolf Hitler había confiado en la capacidad de la Luftwaffe para
sostener la superioridad área de los cielos en Alemania, ya que según el mismo
Goering le había prometido, “ningún bombardero aliado atacará Berlín jamás”.
El
ataque británico sobre la capital del Reich puso de manifiesto la debilidad de
las ciudades alemanas ante los ataques aéreos, por lo que se puso en marcha un
programa de construcción de instalaciones defensivas antiaéreas fijas.
La joven dotación de un Flak 88.
A finales de 1941, las fuerzas del III Reich fueron llevadas al límite al verse obligadas a luchar contra las fuerzas combinadas de la URRS, EE.UU y Gran Bretaña. En aquellos momentos, la gran mayoría de los adultos alemanes ya estaban prestando servicio, por lo que las baterías antiaéreas fueron manejadas casi en su totalidad por miembros de las Juventudes Hitlerianas.
La
primera incursión de envergadura sobre Alemania (1.000 aeronaves) tuvo lugar en
mayo de 1942 sobre la ciudad de Colonia. Ese mismo mes, los jóvenes alemanes
con edades comprendidas entre los 16 y 18 años fueron convocados para recibir
adiestramiento militar durante tres semanas bajo la supervisión de la
Wehrmacht.
En
estos campos de entrenamiento, llamados Wehrertüchtigungslager (Campos de
Fortalecimiento de la Defensa), los jóvenes aprendieron a manejar armas
portátiles, ametralladoras pesadas, granadas de mano y Panzerfausts (Puños
antitanque, un lanzagranadas alemán desechable) además de baterías antiaéreas
(Flak).
En
principio se trataba de puestos de defensa instalados cerca de sus casas, pero
conforme la guerra fue arrinconando a Alemania, se ordenó su despliegue en
torno a los centros industriales y en las principales ciudades del país.
Los
muchachos más jóvenes eran los responsables de manejar los reflectores
antiaéreos y cumplían funciones de enlace, normalmente montando bicicletas.
Después
de cada incursión aérea, los miembros de las Juventudes Hitlerianas colaboraban
en la limpieza de escombros y ayudaban a reubicar a las personas que habían
perdido sus casas, además de hacer balance de daños.
Las
Torres Flak o torres antiaéreas, fueron unos complejos de cemento y hormigón
armado de 30 metros de altura que se convirtieron en el último bastión del III
Reich defendido por miembros de las Juventudes Hitlerianas
Construidas
en las ciudades de Berlín, Hamburgo y Viena, estas estructuras estaban dotadas
de cuatro plataformas de armamento antiaéreo de diverso calibre y focos
reflectores para localizar los bombarderos de noche. Estos focos también se
utilizaban para cegar a los pilotos que se aproximaban.
Estas
auténticas fortalezas tenían su propio centro de control de fuego y elevadores
de munición central blindados. Estaban equipados con los famosos cañones Flak
de 88 mm., las piezas de artillería antiaérea que se habían revelado también
muy efectivas contra los carros de combate, tal fue su éxito, que este cañón
pasó a ser el que montaban los blindados pesados alemanes como los Tiger, entre
otros modelos.
Estructuras
similares fueron levantadas en ciudades como Stuttgart, Frankfurt y en otras
localizaciones estratégicas en territorio ocupado; Angers (Francia), Trondheim
(Noruega) y en la isla Helgoland en el mar de Frisia.
Adicionalmente,
cada una de las torres disponía de una antena de radar cuyo plato podía
retraerse bajo una gruesa cúpula de acero y hormigón armado para su protección.
Con
muros de hormigón de hasta tres metros y medio de grosor, los diseñadores
consideraron que las torres antiaéreas eran invulnerables al ataque de los
artefactos convencionales que portaban los bombarderos pesados de la RAF en el
momento de su construcción.
Estos
robustos edificios tenían la capacidad de albergar hasta 10.000 civiles y un
hospital. Las torres, durante la caída de Berlín, eran auténticas ciudades, con
decenas de miles de berlineses refugiándose en su interior durante la batalla.
Auténticas
fortalezas
Al
igual que las fortalezas medievales, las torres fueron un lugar relativamente
seguro en una ciudad en ruinas y fueron los últimos lugares en rendirse al
Ejército Rojo.
En
medio del bombardeo aliado, la torre del zoológico del Berlín se convirtió en
la caja fuerte de tesoros arqueológicos recopilados por Alemania a lo largo de
los siglos, como en busto de Nefertiti, el altar de Zeus de Pérgamo e incluso
la colección de monedas del Kaiser Wilhelm.
Además
de estas valiosas reliquias, la torre del zoo acogió el cuartel general del
ministro de propaganda del Reich y plenipotenciario para la guerra total,
Joseph Goebbels, aunque más tarde se trasladó al búnker de la Cancillería para
asistir al final del “Reich de los mil años”, donde se suicidó junto con su
mujer después de envenenar a sus seis hijos mientras dormían.
Armamento
Las
torres fueron capaces de mantener una cadencia de fuego de 8.000 disparos por
minuto gracias a sus cañones de diversos calibres (como el Flak 40 de 128 mm o
el Flak 38 de 105 mm), con un alcance de hasta 14 kilómetros y un campo de
fuego de 360 grados.
Sin
embargo, sólo los cañones más pesados de 128 mm tenían la capacidad para
defenderse de los bombarderos cuatrimotores de la RAF y la Fuerza Aérea
de los Estados Unidos (USAAF). A pesar de la incontestable superioridad aérea
de los aliados, las tres torres antiaéreas de Berlín
crearon un triángulo de fuego que cubría el distrito
gubernamental.
Las
largas formaciones de bombarderos aliados, trataban de evitar entrar en el
rango de tiro de las torres para no resultar alcanzados por su alta potencia de
fuego. Las alas de caza de la Luftwaffe trataban de empujar a las columnas de
bombarderos aliados a las zonas inferiores de fuego antiaéreo.
Desde
el aire, las torres eran casi invulnerables, ya que sobrevolar una de estas
estructuras significaba exponer la zona ventral de las aeronaves al devastador
fuego de las torres antiaéreas.
Incluso
desde tierra eran un obstáculo formidable. Las torres Flak resultaron un
obstáculo molesto para el Ejército Rojo durante su asalto a Berlín, ya que
encontraron difícil infligir un daño significativo a estas superestructuras
incluso con artillería rusa de grueso calibre, como los obuses M1931 (B-4) de
203 mm.
En
consecuencia, las fuerzas soviéticas generalmente maniobraron en torno a las
torres para rodearlas hasta que la guarnición se rindiese.
Las
torres Flak tenían la ventaja de estar completamente abastecidas con municiones
y suministros, y los defensores pudieron usar los devastadores cañones
contracarro ligeros del calibre 20 contra la infantería soviética que atacaba
la base de las torres.
Para
muchos soldados del Volkssturm (la milicia nacional alemana) y de las
Juventudes Hitlerianas que sirvieron desde el principio, las torres antiaéreas
y el búnker del Führer fueron el último bastión del III Reich.
Estas
torres de hormigón son de construcción tan robusta que algunas no han podido
ser demolidas tras el conflicto y siguen en pie hoy en día. Fue muy difícil
dinamitar las torres, porque se encontraban en medio de zonas residenciales.
Dado el grosor de las paredes, fue casi imposible desmantelarlas de forma
tradicional y hoy en día están catalogadas como monumento histórico.
El
bombardeo de Alemania
El
bombardeo angloamericano de Berlín alcanzó su apogeo de noviembre de 1943 hasta
marzo de 1944. El máximo responsable de esta campaña de destrucción de áreas
urbanas alemanas fue el Comandante en Jefe del Comando de Bombarderos de la
Royal Air Force, Sir Arthur “Bomber” Harris, apodado “butcher” (carnicero) por
sus propios colegas.
En
octubre de 1943, una dotación de focos reflectores recibió el impacto directo
de una bomba británica, destruyendo la posición y matando a toda la dotación,
compuesta por niños de 14 años.
Más
allá de acabar con la industria bélica alemana, Harris creía que el bombardeo
indiscriminado de la población civil podría ser el golpe definitivo para el
ardor combativo alemán: "podemos destruir Berlín de extremo a extremo si llega
la USAAF con nosotros. Nos costará entre 400 y 500 aviones, pero a Alemania le
costará la guerra".
Las
incursiones de los bombarderos pesados Avro Lancaster británicos
y de las fortalezas volantes B-17 estadounidenses orquestadas por Harris, no solo
desplegaron su lluvia de azufre sobre Berlín.
En
1945, con Alemania acorralada y sin ninguna capacidad de respuesta, los Aliados
no se detuvieron en su propósito de reducir las ciudades alemanas a escombros.
El Zwinger Museum y la catedral Frauenkirche eran dos de los edificios más emblemáticos de Dresde, una ciudad que, hasta aquellos días de hace ya 73 años, no fue considerada un punto estratégico para ninguna las partes beligerantes.
Para
los aliados no representaba un obstáculo en su avance a Berlín y por este
motivo los alemanes trasladaron sus baterías antiaéreas a otros centros
industriales.
Víctimas
de la misma estrategia de desmoralización, numerosas ciudades germanas fueron
reducidas a escombros por los bombardeos de estadounidenses e ingleses: los
primeros atacaban de día; los segundos, de noche.
A
las 21:51 del martes de carnaval, 13 de febrero de 1945, el rumor de los
cuatrimotores de la RAF activó la alarma antiaérea en la ciudad que soportó una
lluvia de fuego que descargó casi 4.000 toneladas de bombas –muchas de ellas
incendiarias, de fósforo blanco- en menos de 48 horas.
La
noche se vio interrumpida por la incursión de ocho bombarderos Mosquito, que se
encargaron de señalar con bengalas de humo rojo los objetivos para los 244
bombarderos estratégicos que los seguían.
A
las 22:14, los bombarderos aliados dejaron caer 525 toneladas de explosivos y
350 toneladas de bombas incendiarias en menos de 20 minutos. Esa fue la primera
oleada de un ataque que por su naturaleza no obedece a ningún criterio
estratégico, sino más bien era una aplicación de manual del denominado
bombardeo en alfombra, un ataque que busca la destrucción total de un área en
concreto.
Bombarderos
norteamericanos
Una formación de B-24 del General de División Nathan F. Twining de la 15ª Fuerza Aérea de Estados Unidos ataca las líneas férreas cerca de Salzburgo, Austria.
El
bombardeo en alfombra más conocido, tanto por el número de víctimas civiles
causadas como por sus consecuencias, es el que ejecutaron la RAF y USAAF sobre
la ciudad de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial.
El
ataque se produjo un martes de carnaval, con las calles abarrotadas por cientos
de miles refugiados civiles y soldados heridos que en pleno invierno huían del
avance ruso hacia el oeste, y se prolongó hasta el mediodía del 15 de febrero,
cuando el último B-17 estadounidense lanzó su carga incendiaria sobre una
ciudad en ruinas.
Tormentas
ígneas
Cuando
un incendio alcanza la magnitud necesaria, se convierte en una tormenta ígnea.
Dada la magnitud del bombardeo de fuego y del número de dispositivos
inflamables que cayeron sobre la ciudad, el incendio resultante se convirtió en
un infierno que mantuvo su propio sistema de ventilación, con vientos que
alcanzaron temperaturas superiores a los 2000 grados centígrados.
Las
ciudades de Dresde (Alemania) y Tokio (Japón), fueron las principales víctimas
de estos fenómenos. Se dice que, en el bombardeo de Dresde, las personas se
derretían e incendiaban en las condiciones de horno resultantes, mientras que
Tokio unas 60000 personas ardieron vivas.
El
informe que la RAF distribuyó a sus pilotos la noche del ataque decía lo
siguiente:
“Las
intenciones del ataque son golpear al enemigo donde más lo sienta, en la
retaguardia de un frente a punto de desmoronarse [...] y enseñar a los rusos
cuando lleguen de lo que es capaz el Comando de Bombarderos de la RAF.”
Sin
embargo, las principales zonas industriales de la periferia, que tenían una
extensión considerable, no fueron bombardeadas.
El
bombardeo de Dresde y sus consecuencias llegaron rápidamente al Reino Unido,
donde los periodistas se preguntaron cuál era el objetivo principal del ataque,
e incluso la agencia norteamericana Associated Press lanzó un teletipo que
informaba de cómo los Aliados habían recurrido a los bombardeos para
aterrorizar a la población.
Churchill,
en un telegrama dirigido a los jefes del estado mayor británico que no llegó a
enviar, dijo que “ha llegado el momento de replantearse la cuestión de
bombardear las ciudades alemanas con el mero propósito de propagar el terror o
bajo otros pretextos [...] La destrucción de Dresde pone seriamente en
entredicho la conducta de los Aliados en lo referente a bombardeos”.
Dresde,
Londres, Guernica o Hiroshima, fueron víctimas de los bombardeos
indiscriminados contra sus habitantes y constituyen un ejemplo de que las
bombas de uno y otro bando causan el mismo dolor cuando explotan.
Al
servicio de Hitler
Las
Juventudes Hitlerianas constituyen un ejemplo del proceso que radicalizó a toda
una generación de jóvenes alemanes. Para adentrarte más en uno de los episodios
más oscuros de la historia, no te pierdas la serie documental “Al servicio de
Hitler”, que desvela la historia de las SS y las juventudes hitlerianas.
Fuente:
https://www.nationalgeographic.es