El 24
de octubre de 1960, exactamente hace seis décadas, en una prueba a cargo de un
héroe soviético de la Segunda Guerra Mundial, Mitrofán Nedelin, graves fallas
de seguridad ocasionaron la voladura del R-16, un cohete cargado de combustible
y diseñado para la exploración cósmica y la guerra nuclear. Recién con la caída
del régimen se conoció aquel horror,
Por Hugo
Martin
En medio del fuego, técnicos y militares soviéticos intentan escapar envueltos en llamas (Youtube)
El 24
de octubre de 1960, un espantoso olor a carne quemada y a combustible tiñó el
aire de un sitio de la estepa soviética llamado Baikonur, donde actualmente se
encuentra Kazajistán. Esparcidos alrededor del lugar donde había una rampa de
lanzamiento, restos humanos -dientes, huesos calcinados- y objetos como
medallas y llaves eran lo único que quedaba. Una bola de fuego que alcanzó los
3.000 grados de temperatura había evaporado en un chasquido de dedos el mayor
orgullo de la carrera espacial de la antigua URSS: el misil R-16. En la
explosión se desintegró -literalmente- uno de los más grandes héroes soviéticos
de la Segunda Guerra Mundial y comandante de las Tropas de Misiles
Estratégicos, el Mariscal Mitrofán Ivanovich Nedelin. Y junto a él, la plana
mayor de los ingenieros espaciales que estaban a su cargo. Ironía del destino,
uno de los pocos que se salvó de morir quemado fue Mijaíl Kuzmovich Yangel, el
que había creado el misil que explotó. El motivo fue trivial, y para él
milagroso: estaba nervioso y se alejó para fumar un cigarrillo. Muchos de los
que huyeron en llamas fallecieron días después, en los hospitales. En total
-según las distintas fuentes- hubo entre 74 y 120 fallecidos.
El misil R-16 antes de su primera prueba
Un
segundo antes de la deflagración, el orgulloso militar estaba sentado en una
silla a 15 metros del misil, mientras un ejército de técnicos trabajaba para
solucionar los serios problemas que impedían su correcto despegue. Nedelin
podría haber estado a salvo, a 800 metros del lugar, en el lugar destinado a
los observadores. Pero acudió al sitio del frustrado lanzamiento porque quienes
lo secundaban estaban temerosos: sabían que podía ocurrir lo que finalmente
sucedió. No era sensato trabajar junto a un cohete preparado para el despegue y
cargado con 130 toneladas de combustible hipergólico. ¿Qué significa esto? Que
su contenido podía hacer combustión en forma espontánea. El Mariscal los trató
de cobardes, y caminó hasta el que sería su hoguera. No les quedó otra opción
que seguirlo. Lo contrario, la desobediencia, se pagaba con el destierro, el
gulag. Siberia. A Nedelin le urgían las llamadas que recibía del Kremlin y la
cercanía con el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución bolchevique, en el
que se haría el anuncio de la nueva arma.
El Mariscal Mitrofán Ivanovich Nedelin (Wikipedia)
Apenas
tres años antes, el 4 de octubre de 1957, desde ese mismo lugar había sido
lanzado el satélite Sputnik, el primer objeto creado por el hombre que orbitó
en el espacio. Pero en 1960, la Guerra Fría estaba en su punto máximo. Y esa
catástrofe significó un duro golpe para el más ambicioso proyecto soviético:
ganarle en la carrera espacial a los Estados Unidos y poner un hombre en la
luna antes que ellos. Y, por qué no, utilizar esos misiles de largo alcance
para destruir a su nación rival desde las bases ubicadas a decenas de miles de
kilómetros.
La
primera decisión del Kremlin, por entonces en manos de Nikita Kruschev, fue
silenciar el episodio. La agencia gubernamental de noticias emitió un
comunicado dos días después, diciendo que Nedelin había muerto en un accidente
aéreo. Pero los servicios de inteligencia occidentales no se quedarían quietos.
Desde el primer momento habían tomado conocimiento de una explosión en el
cosmódromo de Baikonur, aunque sin mayores precisiones. Hubo que esperar 29
años para conocer la verdad.
La
llegada de Mijail Gorbachov y la glasnost soviética -la transparencia
informativa, básicamente-, hicieron que el expediente de la explosión fuera
desclasificado. La catástrofe fue bautizada con el nombre del principal
fallecido y responsable. Se la llamó “el desastre de Nedelin”. Y se supo qué
había ocurrido.
Los
soviéticos ya tenían un misil intercontinental, el R-7. Lo había diseñado un
prestigioso ingeniero, Serguei Korolyov. Había un problema. La propulsión se
lograba mediante dos elementos muy seguros: gasoil y oxígeno líquido. Pero este
último elemento se evapora muy pronto a temperatura ambiente, y los jerarcas de
la URSS necesitaban misiles que estuvieran listos para entrar en acción las 24
horas. El problema es que Korolyov se negaba sistemáticamente a utilizar
combustibles hipergólicos, que llamaba “veneno del diablo” a esas mezclas de
hidracina y tetróxido de nitrógeno. El que no tuvo problema fue Yangel, que ya
había diseñado dos misiles de alcance medio, luego usados en la crisis entre
Cuba y los Estados Unidos.
Finalmente,
se decidió que las pruebas del R-16 se hicieran el 23 de octubre. El R-7 era
claramente más confiable: tenía 2 etapas que se encendían en forma simultánea.
El misil de Yangel necesitaba, en cambio, una precisión tecnológica que aún no
había sido dominada en su totalidad.
El horror en medio de las llamas de la tragedia de Nedelin (Youtube)
El día
señalado, el misil designado como LD1-3T, de 30 metros de longitud, fue llevado
a la rampa en el sector 41 y elevado a posición vertical. Le cargaron el
combustible hipergólico y sólo quedaba aguardar la cuenta regresiva. Pero
comenzaron los problemas. Las válvulas que controlaban el pase del combustible
a la cámara de combustión se dispararon en forma anticipada. Parte del líquido
-que además de inestable era corrosivo- ingresó a los motores. Definieron, tras
una discusión, que cambiarían las válvulas. Para colmo de males, el sistema de
control de vuelo presentaba fallas. Aplazaron la partida para el día siguiente.
¡Pero no más!
La
ansiedad por llegar con el misil probado antes del 7 de noviembre fue fatal. Lo
recomendable hubiera sido regresarlo desde la rampa de lanzamiento al edificio
donde fue montado, quitarle el combustible, desarmarlo y repararlo
correctamente. Pero eso significaba un retraso inaceptable para Nedelin. Se
decidió que los técnicos trabajarían directamente en la rampa, con el cohete
cargado.
Restos del accidente
No sólo
la negligencia de Nedelin en observar las medidas de seguridad fueron
responsables de la trágica explosión. El día anterior, un error de programación
había pasado inadvertido. El distribuidor eléctrico encargado de la acción de
las válvulas que inyectaban el combustible y la separación de las dos etapas
del cohete debía ser puesto en posición de despegue. Cuando el día 24 de
octubre un técnico se dio cuenta del error faltaba apenas media hora para el
despegue. Eran las 18:45 cuando comenzó a corregir la configuración.
A esa
altura, con la plana mayor y el propio Nedelin sentados a escasa distancia,
todo era febril y caótico alrededor del poderoso misil. Cuando el técnico
comenzó la operación, no desconectó las baterías del cohete. Y como el despegue
tendría lugar instantes después, los sistemas de seguridad se habían
desactivado. No fue más que cambiar la configuración del distribuidor
eléctrico, que las válvulas que daban paso al combustible para la segunda etapa
comenzaron a funcionar. El motor se encendió, y la chispa de la ignición derivó
en un incendio. La primera etapa del cohete, cargada de combustible, no soportó
la temperatura y todo voló por los aires.
Monumento a las víctimas de la catástrofe de Nedelin, en 1960, cuando el prototipo de misil explotó durante los preparativos para un vuelo de prueba. (Maxim Babenko/The New York Times)
Enseguida,
además de ordenar el encubrimiento mediático del incidente, el Kremlin designó
una comisión para investigar el asunto. Al mando de la misma pusieron a
Leónidas Brezhnev, luego Secretario general del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética, que presidió el país desde 1964 hasta su
muerte en 1982. Con Nedelin y Borís Konoplyov (quien diseñó el fallido sistema
de control) muertos, no es difícil imaginar a quien echaron la culpa. Sin
embargo, el pasado de Nedelin -que combatió desde la propia revolución
bolchevique de 1917 hasta la Segunda Guerra Mundial, pasando por la Guerra
Civil Española-, hizo que las acusaciones en su contra fueran leves.
Oficialmente, el caso fue cerrado ahí. En cuanto al número de muertos hay
discrepancias. El monumento ubicado en que los recuerda señala a 74 víctimas.
Otras fuentes sostienen que hubo más, ya que muchos murieron después, por las
heridas recibidas. Algunos arriesgan hasta 120.
La
explosión del misil R-16 fue un alerta sobre el uso de combustibles
hipergólicos. Pero a pesar de todo, los soviéticos continuaron usándolo. Un año
después, el R-16 entró en servicio. Y el mundo se volvió un lugar un poco más
peligroso.
Fuente: https://www.infobae.com