Los
científicos sabían que la enviaban a un sacrificio seguro, pero pusieron en
órbita al animal de tres años dentro del satélite artificial Sputnik 2 para
probar que un ser viviente podía navegar el espacio exterior. Las autoridades
soviéticas -y después rusas- faltaron a la verdad cuando dijeron que permaneció
viva durante seis días y que le practicaron una eutanasia. La historia de la
perrita y las causas reales de su muerte
Por Alberto
Amato
Laika en su cápsula, momentos antes del despegue el 3 de noviembre de 1957 (AFP)
El 3 de
noviembre de 1957, Laika fue lanzada al espacio en el satélite artificial
Sputnik 2 y se convirtió en el primer ser viviente en cursar el espacio
exterior. Murió en el vuelo, pocas horas después de despegar, y también fue el
primer ser viviente en morir en órbita terrestre. Le causó la muerte el
sobrecalentamiento de la nave espacial. Durante cuarenta y cinco años, hasta
2002, las autoridades soviéticas primero, y rusas después, mantuvieron en
secreto las verdaderas causas de la muerte de la perrita. Mintieron cuando
informaron que había sobrevivido seis días en órbita y luego se había quedado
sin oxígeno y mintieron luego cuando informaron que la habían sometido a
eutanasia antes de que se quedara sin oxígeno.
La
verdad es más cruel todavía: en aquella URSS de la Guerra Fría, todos sabían
que Laika no iba a sobrevivir al vuelo espacial. La enviaron a la muerte para
averiguar si era posible que un ser vivo superara la puesta en órbita y el
enigma de la gravedad; para saber, en definitiva, si un hombre podía tripular
alguna vez una nave espacial, y cuáles serían sus reacciones ante un vuelo de
esas características. El despiadado sacrificio de Laika tendría así un valor
científico, contribuiría al progreso de la humanidad. Miren la carita de Laika
y pónganla en el otro plato de la balanza.
La simpática carita de Laika, una perra que tenía tres años cuando fue enviada a la muerte (AFP)
Laika
tuvo la desgracia de nacer y crecer, poco, en aquel paraíso comunista que
Nikita Khruschev manejaba con mano de hierro, un guante blanco al lado de la de
su antecesor, José Stalin.
Y
además, digamos todo: Laika no era comunista. Los perretes están siempre encima
de las tan transitorias pasiones humanas. Un perrito busca agua fresca, comida
y caricias. Con tan poco se conforma. Así fue desde aquel martes de las
cavernas, cuando el primer lobo pensó yo me quedo aquí, en esta cueva y junto a
esta gente.
Para
contar la historia de Laika y del Sputnik 2, hay que contar la historia del
Sputnik 1. Algo breve. La conquista espacial, la Luna y las estrellas como
aspiración y símbolo del progreso humano, eran todas mentiras. La URSS quería
espiar a los Estados Unidos de la misma forma que los Estados Unidos espiaba a
la URSS desde sus bases, instaladas en Turquía y en Afganistán al término de la
Segunda Guerra. Desde allí partían los aviones U-2, equipados con poderosas
cámaras fotográficas, que regresaban con datos vitales sobre instalaciones
soviéticas, clima, hidrografía, cosechas, despliegue militar y otras
paparruchadas.
El
ingeniero Andrei Nikolaievich Tupolev, un poco el padre de la aviación
soviética, convenció a Khruschev para que desarrollara una industria espacial
que permitiera espiar a los Estados Unidos por satélite, dado que la URSS no
tenía posibilidad de instalar una base militar vecina a los Estados Unidos. Lo
intentaría en 1962, en Cuba. Y aquello terminó como terminó.
Fue el
espionaje la cuna de la carrera espacial, y no la romántica visión de una
conquista estelar, que es la que se vendió al mundo. Así lo reveló Serguei
Khruschev, el hijo de Nikita, en su libro, un tanto apologético: “Nikita
Khruschev y la creación de una súper potencia”. Serguei, él mismo un ingeniero
especializado en el desarrollo de naves y vehículos espaciales, emigró a los Estados
Unidos en 1991. Murió en Rhode Island, el 18 de junio de 2020, a los 84 años.
El 4 de
octubre de 1957, la URSS lanzó el Sputnik 1, el primer satélite artificial de
la Tierra. Era un artefacto del tamaño de una pelota playera, cincuenta y ocho
centímetros de diámetro, que pesaba ochenta y tres kilos y llevaba encima dos
transmisores de radio, cuatro antenas exteriores y una serie de instrumentos
capaces de medir temperaturas dentro y fuera de la esfera. Fue un golpe
sensacional que paralizó de asombro al mundo. En Washington, para orgullo de
los científicos soviéticos y el fiasco de los americanos, la noticia llegó de
inmediato a la celebración del Año Geofísico Internacional establecido por la
ONU. Cuando le preguntaron a un científico americano qué esperaba hallar los Estados
Unidos en la Luna, en caso de conquistarla, el tipo, decepcionado, contestó:
“Rusos”. Además, Sputnik 1 emitía cada tanto un sonoro, acaso humillante,
“bip-bip”¸ audible en equipos de radio, y su luz podía seguirse en el cielo
nocturnal de las noches humanas, súbitamente empequeñecidas.
Laika era una perra dócil y simpática. Muchos años después, quienes la enviaron al espacio mostraron arrepentimiento
Arrebatado
por el éxito, Khruschev ordenó el lanzamiento de un segundo satélite, Sputnik
2, para que estuviese en órbita el 7 de noviembre de ese año, aniversario de la
revolución bolchevique de octubre, calendario adaptado. Para cumplir las
órdenes del Kremlin, que ni siquiera se discutían, tuvo que construirse una
nueva nave porque la que estaba en preparación, no iba a estar lista para el 7
de noviembre. Todo empezó a oler a chambonada. Los ingenieros soviéticos
agregaron un nuevo desafío para engrandecer el éxito inicial: enviar un perro
al espacio exterior.
Ya
habían usado animales en una especie de órbita canina, previa al intento de
vuelos espaciales tripulados por humanos. Desde 1951 la URSS había lanzado doce
perros al espacio suborbital en vuelos balísticos de estudio: pensaban
experimentar con un astronauta en 1958. Pero ahora Khruschev había decidido explotar
el éxito del Sputnik 1 con el Sputnik 2. La decisión oficial del nuevo
lanzamiento fue pública el 10 de octubre y le dio a los científicos e
ingenieros un exiguo plazo de sólo cuatro semanas para diseñar y construir una
nueva nave, con capacidad para un único tripulante: un perro.
Entonces
llegó Laika. Era una perra callejera mestiza, algo así entre husky, u otra raza
nórdica, y terrier o, como diría Alejandro Casona, “hija de padre desconocido y
madre demasiado conocida”. Los soviéticos buscaban perros callejeros, y a Laika
la encontraron vagando por Moscú, porque asumían que esos perretes habían
aprendido a soportar las condiciones extremas de frío y hambre a las que podían
estar sometidos en el espacio. Laika pesaba cinco kilos, tenía cerca de tres años
y un nombre previo, “Kudryavka”, que significaba “Rulitos”. Una revista rusa la
describió como de un temperamento flemático, porque no se peleaba con otros
perros. Menos soviético en su definición fue Vladimir Yazdovsky, que dirigía el
programa de perros de prueba para vuelos espaciales que, años después, admitió:
“Laika era tranquila y encantadora”.
Una réplica del Sputnik 2, la cápsula que se desintegró en el aire con el cuerpo de Laika adentro el 14 de abril de 1958 (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Era más
que eso. Tenía una expresión pícara y sagaz, una especie de sonrisa permanente
en el hocico oscuro de punta blanca, una nariz negra siempre húmeda y una
especie de certeza de que sus días en las calles moscovitas y en la nieve
habían terminado para siempre: ahora estaba en buenas manos.
Junto a
Laika fueron entrenados otros dos perros, “Algina” y “Mushka”. Había que
adaptarlos al pequeño espacio que les había sido destinado en Sputnik 2. El
confinamiento les provocó inquietud, dejaron de orinar y defecar, y los
científicos decidieron que lo único que podía mejorarlos era intensificar el
entrenamiento. Fueron colocados en centrifugadoras, que simulaban la
aceleración del cohete en el momento de su lanzamiento, y se usaron máquinas
para simular los ruidos que oirían al inicio de su aventura. Detectaron un
aumento en los impulsos cardíacos, se duplicaron, y un alza en la presión
arterial. El entrenamiento incluyó la alimentación con un gel de alto valor
proteico: su única comida en el espacio. El drama del que no se hablaba, era la
certeza de los técnicos y científicos de que el animal elegido no iba a
sobrevivir.
Cuando
seleccionaron a Laika, Yazdovsky la llevó a su casa para que la perrita jugara
con sus hijos. Lo reveló años después, en un libro que relata la historia de la
medicina espacial soviética y tal vez para aliviar su conciencia: “Quería hacer
algo bueno por ella. Le quedaba tan poco tiempo de vida…”
Laika
tuvo su traje espacial. Un arnés que se exhibe hoy en el Museo Memorial de la
Cosmonáutica de Moscú. Antes de partir para el cosmódromo de Baikonur, una
pequeña cirugía sirvió para conectar los cables que medirían el pulso y la
presión arterial de la perrita, ya en el espacio. La colocaron en Sputnik 2 el
31 de octubre de 1957, tres días antes del inicio de la misión espacial. En
Baikonur y en esa época, el frío era intenso, así que usaron una manguera
conectada a un ventilador para mantener caliente el contenedor del satélite.
Finalmente, llegó el día del lanzamiento. Años después, todo se dijo años
después, uno de los técnicos que preparó la cápsula para el despegue reveló:
“Después que pusimos a Laika en el contenedor, y antes de cerrar la escotilla,
le besamos la nariz y le deseamos buen viaje, aunque sabíamos que no iba a
sobrevivir”.
Las
últimas fotos de Laika viva la muestran en su arnés, de pie, las orejitas
alzadas, alerta, segura de su destino; o ya acostada con esa especie de sonrisa
ladina y tierna. Ya van a ver cuando vuelva.
Sputnik
2 despegó a las 7:22, hora de Moscú, el 3 de noviembre de 1957. Al alcanzar la
máxima aceleración de despegue, el ritmo respiratorio de Laika aumentó entre
tres y cuatro veces, y su frecuencia cardíaca pasó de 103 a 240 latidos por
minuto. Ya en órbita, la punta cónica de la nave se desprendió con éxito, pero
la otra sección de la nave, el “Blok A” no se desprendió por lo que el sistema
de control térmico empezó a funcionar mal, o dejó de funcionar. La temperatura
interior de Sputnik 2 llegó a cuarenta grados. Después de tres horas de
gravedad, el pulso de Laika había descendido a los habituales 102 latidos por
minuto: pero el descenso en la frecuencia cardíaca había tomado tres veces más
tiempo que durante los entrenamientos, lo que indicaba el nivel de estrés de la
perrita.
Cigarrillos soviéticos Laika. La perra, inútilmente sacrificada, era parte del orgullo de la URSS, que había anticipado a los Estados Unidos en enviar un ser viviente al espacio (Photo by Fox Photos/Getty Images)
Recién
en octubre de 2002, el científico Dimitri Malashenkov, que había participado
del proyecto de Sputnik 2, reveló que Laika había muerto entre cinco y siete
horas después del lanzamiento por estrés y sobrecalentamiento. En un artículo
que presentó en el Congreso Mundial del Espacio, en Houston, afirmó: “Resultó
prácticamente imposible crear un control de temperatura fiable en tan poco
tiempo”. Por eso sabían todos que enviaban a Laika a una muerte segura.
Sputnik
2 orbitó la Tierra dos mil quinientas setenta veces en ciento sesenta y tres
días. Se desintegró al entrar en contacto con la atmósfera el 14 de abril de
1958. Fue un gran éxito para Khruschev y para la carrera espacial de la URSS.
Pero Laika, perrita astuta, parece haber pesado en la conciencia de quienes la
habían tratado y sellado su destino. En 1998, Oleg Gazenko, uno de los
científicos responsable de su envío al espacio dijo: “Cuanto más tiempo pasa,
más lamento lo sucedido. No debimos haberlo hecho… Ni siquiera aprendimos lo
suficiente en esa misión como para justificar la pérdida del animal”.
A la
controversia mundial que despertó la muerte de Laika, aún la muerte inventada
por la URSS, se sumaron los homenajes que le hicieron en todo el mundo. La
consagraron estampillas, canciones, poemas, marcas de chocolate y de
cigarrillos. Con el tiempo, y con la caída de la URSS en 1991, los homenajes la
recordaron también en la ahora Federación Rusa. En 1997, en la Ciudad de las
Estrellas, fue descubierta una placa en homenaje a los cosmonautas caídos. Son
figuras anónimas grabadas en el bronce. La única reconocible es Laika, que
asoma entre las piernas de uno de los cosmonautas.
El monumento a Laika en Moscú, al que nunca le faltan flores (AP Photo/RIA-Novosti, Alexei Nikolsky)
El 9 de
marzo de 2005, un área del planeta Marte fue llamada Laika, aunque no de manera
oficial, por los controladores de la misión Mars Exploration Rover. Está cerca
del cráter Vostok, en Meridiani Planum, para los entendidos.
Por
fin, el 11 de abril de 2008 se inauguró en el centro de Moscú, un monumento en
honor de la perrita. Está cerca de un centro comercial vecino al Instituto de
Medicina Militar, donde hace sesenta y cuatro años empezaron los primeros
experimentos científicos con perros de los que Laika tomó parte. Es una figura
de bronce de dos metros de alto que representa uno de los segmentos de un
cohete espacial, que toma la apariencia de una mano humana. En el centro de la
palma de esa mano de bronce, está Laika alerta, las orejitas alzadas, el hocico
desafiante, grácil, valiente, bella.
Nunca
le faltan flores.
Fuente:
https://www.infobae.com