Pasaron más de cien años y aún no está claro quién fue el responsable de la muerte de Manfred von Richthofen, conocido como el Barón Rojo, talentosísimo aviador alemán durante la Primera Guerra Mundial. Su derribo, hace ya 105 años, se convirtió en una obsesión de historiadores y especialistas en aviación, quienes aún no lograron ponerse de acuerdo sobre quién disparó el proyectil que terminó con la vida del as de la aviación alemana.
Por Adrián
Pignatelli
En esa mañana del domingo en el aeródromo de Cappy, en el norte de Francia, el piloto miró al cielo y enseguida intuyó que la niebla pronto desaparecería y podría volar. Desde que el 6 de julio de 1917 había sido herido en la cabeza por una bala perdida, había dejado de ser ese muchacho jovial y entusiasta. Era taciturno, distante, aunque temerario e implacable en los combates aéreos.
La
noche anterior se había acostado tarde porque estuvo festejando con otros
pilotos su derribo número 80, una cifra increíble que lo había colocado en el
tope de los héroes de guerra alemanes.
Esa
mañana del 21 de abril de 1918 Manfred von Richthofen, 25 años, quien se había
ganado el apodo de “Barón Rojo”, a bordo de su triplano Fokker Dr. I pintado
completamente de ese color casi a propósito, en una actitud desafiante para que
el enemigo lo reconociese, protagonizaría uno de los misterios más atrapantes
de la Primera Guerra Mundial, el de su propia muerte.
El aviador, en el centro de sus compañeros de escuadrilla. Alcanzó el récord de 80 aviones enemigos derribados
Había
nacido el 2 de mayo de 1892 y desde niño lo atrajo todo lo que significase un
peligro. En su autobiografía que escribió en 1917 mientras se reponía de sus
heridas, destaca que en una oportunidad trepó al campanario de la iglesia de
Wahlstatt y llegó hasta la punta del pararrayos, donde ató un pañuelo que quedó
por años.
Empezó
a combatir en la Primera Guerra en el cuerpo de caballería, pero la modalidad
de enfrentamientos entre trincheras hizo casi inútiles los combates con
animales y él buscaba acción. Luego de cumplir tres meses de instrucción entró
en el cuerpo de aviación, cuando los aviones recién llevaban una década de
vida.
El 1°
de septiembre de 1915 participó del primer combate aéreo, el 10 del mes siguiente
fue su primer vuelo en solitario y el 17 de septiembre de 1916 su primer
derribo. Tal era su letalidad en el combate que los ingleses habían armado un
escuadrón especialmente para darle caza.
Ese día
el 209° Escuadrón británico, acantonado en Bertangles, al mando del canadiense Capitán
Arthur Roy Brown, 25 años y nueve derribos, recibió la orden de patrullar el
sector alemán entre Albert y Amiens. Tres grupos de quince aviones despegaron a
las 10.
A
cierta distancia, en Morlancourt Ridge, vigilaba la zona la 53ª batería
antiaérea australiana. Allí se encontraba Robert Buie, un artillero de
infantería, listo con sus ametralladoras Lewis. Esta acompañado por William
James Evans, 27 años, un hombre muy rubio que se había ganado el apodo de
Snowy.
Cuando el alto mando alemán necesitó un héroe, lo halló en el piloto que parecía invencible
Cuando
los alemanes se enteraron del vuelo de la patrulla enemiga, se dispusieron a
despegar. A Richthofen no le gustó que le tomasen una fotografía saludando a su
perro Moritz. Era de mala suerte hacerlo antes de volar. Varios de sus mejores
amigos habían perdido la vida en misiones en los que les habían tomado fotos.
Estaba por demás sensibilizado porque muchos de sus más cercanos camaradas
habían muerto.
Lo que
ocurrió ese día fue descripto con lujo de detalles en la biografía del aviador
alemán escrita por Eduardo Caamaño. En la patrulla de Richthofen volaría su
primo Wolfram, en lo que sería su primera misión. Despegaron media docena de
Fokker divididos en dos grupos.
Con su perro Moritz. Se negaba a que le sacasen fotos antes de una misión, ya que lo consideraba de mala suerte
Media
hora después tuvieron un encuentro con aviones australianos de reconocimiento,
que lograron escapar del asedio alemán. La patrulla de Richthofen continuó
hacia la línea del Somme. Una batería australiana, al verlos, comenzó a
dispararles. El humo de las ametralladoras llamó la atención de la patrulla
aérea británica y fue hacia la zona.
Las
máquinas de ambos bandos se trenzaron en combate. Las maniobras y los fuertes
vientos fueron llevando a los aviones sobre la tierra de nadie del lado aliado,
lo que era peligroso para los alemanes, que quedarían a merced del fuego de
tierra.
En
medio del combate Wilfrid May, un novato piloto británico que había recibido la
orden de mantenerse al margen de la acción, decidió por su cuenta atacar el
avión del primo de Richthofen. Cuando sus ametralladoras se le trabaron,
decidió regresar a la base.
Su muerte repercutió en todo el mundo, que seguía su desempeño en la guerra
No se
percató de que era perseguido por el triplano del propio Barón Rojo, quien le
disparaba.
May se
desesperó por el acoso y maniobró enloquecidamente en zigzag, rozando las copas
de los árboles. El jefe de la escuadrilla británica trató de captar la atención
del piloto alemán para que May pudiese escapar.
Vio
cuando la máquina de Richthofen giraba sorpresivamente a la derecha y empezó a
caer casi en forma vertical. El inglés dedujo que el avión había sido alcanzado
por disparos o que el piloto estaba herido, se desentendió y volvió al combate.
Pero el
alemán pudo dominar el avión y continuar la persecución, ya que contaba con un
avión mucho más veloz. Estaba tan enceguecido por lograr su derribo 81 que no
tomó en cuenta de que surcaba territorio enemigo.
En
tierra, las baterías aliadas seguían atentamente la persecución y esperaban el
momento oportuno para dispararle al alemán. Buie y Evans con sus ametralladoras
dieron en la cola del Fokker rojo.
Intentó
virar para huir del lugar y recibió una segunda ráfaga. Su avión se volcó hacia
la derecha y empezó a descender casi en picado. Richthofen estaba seriamente
herido. Se quitó las gafas, apagó el motor para evitar un incendio y se aferró
con sus dos manos a la palanca de dirección para lograr aterrizar de la mejor
manera posible. Se estrelló en un campo de remolachas.
El lugar donde cayó Richthofen aquel 21 de abril de 1918. A pocos kilómetros un memorial lo recuerda (Google Maps)
Cuando
una media docena de soldados australianos llegaron, lo vieron volcado hacia el
panel de instrumentos. Le salía sangre por la boca, estaba herido en el rostro,
tenía los ojos abiertos y sus dos manos aún se mantenían sobre la palanca de
dirección. El primero en llegar para arrestarlo, lo escuchó murmurar algo y
falleció.
Tres
soldados lo sacaron del habitáculo y lo depositaron en tierra. En su bolsillo
izquierdo guardaba un libro, que tenía un impacto de bala y que impidió que
diera en su corazón.
“¿Saben
quién es?”, preguntó el Capitán Donald Fraser. “Este hombre es Richthofen, el
famoso aviador alemán”. Le encontraron un reloj de plata, una cadena de oro y
un par de guantes de piel. Les llamó la atención de que llevase un pijama
debajo de su uniforme.
En
cuestión de minutos el avión fue literalmente saqueado por los soldados que
buscaban souvenirs o elementos para vender, a tal punto que muchas de sus
partes se exhiben en diversos museos del mundo.
Su
cadáver fue llevado al aeródromo de Poulainville, donde fue examinado por
médicos y se le tomaron fotografías. A las 5 de la tarde del día siguiente se
realizó el funeral con todos los honores militares. El ataúd, hecho con restos
de maderas de aviones, fue llevado en un vehículo y en la entrada del
cementerio de Bertangles, a unos 25 kilómetros de Vaux-sur-Somme, dos filas de
soldados australianos permanecían formados, con sus fusiles en funerala, en
señal de respeto.
El
reverendo Capitán George Marshall encabezó el cortejo hacia la fosa y rezó un
responso. Detrás seis oficiales británicos condecorados llevaron sobre sus
hombros el ataúd. Cuando lo depositaron en la fosa, los australianos dispararon
al aire. Dejaron varias ofrendas florales.
Momento en que el ataúd es llevado por oficiales británicos. Está cubierto por ofrendas florales
Colocaron
una cruz hecha con las aspas de la hélice de un avión. En su centro tenía una
chapa con la leyenda en inglés y alemán el nombre, la edad del fallecido y la
fecha.
En dos
semanas el muerto hubiera cumplido 26 años.
El 23
de abril aviones británicos arrojaron sobre las líneas alemanas fotografías del
cadáver del piloto y de su sepultura.
Su
muerte disparó una controversia: ¿quién lo había matado? ¿Fue el piloto Roy
Brown quien había tratado de llamar su atención cuando el alemán perseguía a
May? Tenía un disparo con orificio de salida en su torso, cerca de su axila
derecha con salida por debajo de su tetilla izquierda. Por su ubicación, los
médicos descartaron que los disparos hayan sido hechos desde tierra, como
también se adjudicaron los australianos.
Sin
embargo, esa polémica entablada por historiadores y especialistas en aviación
lleva más de un siglo.
En 1920
sus restos fueron trasladados al cementerio alemán de Fricourt. Cinco años
después el gobierno alemán los reclamó para llevarlos a Berlín para que
descansaran junto a otros héroes de guerra. Y desde 1975 están junto a los
restos de su madre, hermanos y sobrina en la ciudad de Wiesbaden.
De cada
uno de sus derribos Richthofen guardaba recuerdos que conservaba en la
habitación de su casa familiar. Luego de su muerte se transformó en una suerte
de museo de ese joven as alemán que fue el terror de los aviadores aliados,
cuya marca quedó por años en el tope del pararrayos de la iglesia, demostrando
que podía llegar más alto que cualquier otro.
Fuente:
https://www.infobae.com