La
superioridad en el aire del bando nacional fue determinante para que ganara la
guerra y la perdiera la República
Por David Solar
Una de
las claves de que la sublevación militar del 17/18 de julio de 1936 pudiera
afianzarse habiendo perdido los mayores centros humanos y económicos de España
(Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao) fue la actitud de la aviación militar
ante el pronunciamiento: el material, escaso y anticuado, quedó en sus 2/3 con
la República (unos 200 aparatos) y solo 1/3 con Franco (aproximadamente, 100
aviones); más debate hay sobre el personal de la Fuerza Aérea: algunas fuentes
aseguran que se dividió en dos partes similares, otras que el 35% se mantuvo
con la República y se sublevó el resto, idea que comparte el historiador
británico Michel Alpert, especialista acreditado en la Guerra Civil, que acaba
de publicar “La Guerra Civil en el aire” (La Esfera de los Libros), quien, a la
luz de las más modernas investigaciones, sostiene que si bien los oficiales
superiores se repartieron, los de nivel intermedio fueron masivamente
favorables a la sublevación y su actitud determinó que zonas de dudosa
adscripción se decantaran en favor del levantamiento, como fue el caso de
Sevilla, cuyo aeropuerto, Tablada, registró a partir del 20 de julio un puente
aéreo a base de tres pequeños Fokker F.7b, cada uno de los cuales transportaba
diez soldados por viaje y que llegaron a hacer hasta cuatro al día,
transportando –con ayuda de otros pequeños aeroplanos– unos 1.200 hombres que
fueron decisivos para que Queipo de Llano dominara buena parte de Andalucía,
proporcionando la base para que el Ejército de África pudiera organizarse a su
llegada a la Península e iniciar las operaciones que le llevarían hasta Madrid.
Cambio
de iniciativa
Pero
para que todo esto sucediera debieron concurrir dos decisivas intervenciones
internacionales: Franco (además de otras instancias partidarias de la
sublevación) logró el apoyo de Hitler y Mussolini y el envío inmediato de
aviones. Para valorar la trascendencia del papel del apoyo germano/italiano
recordemos que cuando Berlín y Roma optaron por intervenir en España, la
posición sublevada en la Península era muy precaria: tropas republicanas y
milicias tenían la iniciativa en Asturias y Aragón, asediaban Oviedo, Toledo,
el cuartel de Simancas en Gijón, Santa María de la Cabeza en Jaén y amenazaban
la posición de Queipo de Llano en Andalucía, y la sublevación solo controlaba
con seguridad Galicia, Castilla la Vieja y parte de Aragón; su esperanza era
que el ejército de África (34.000 hombres, 90 cañones, morteros, 220
ametralladoras, 530 fusiles ametralladores) pasara a la Península, algo
imposible porque la marina republicana dominaba el Estrecho y los transportes
aéreos, aunque muy útiles, hubieran tardado muchos meses en conseguirlo, y eso
dejando atrás su armamento pesado.
Todo
cambió cuando Berlín y Roma decidieron intervenir, aduciéndose numerosas
razones; una de las que aporta Alpert es que “La Operación Fuego Mágico”, como
inicialmente la denominó Hitler, constituiría un fantástico entrenamiento para
una operación logística a 2.500 kilómetros de distancia, en una tierra con
comunicaciones escasas y una colaboración técnica y humana muy limitada. Y su
éxito fue extraordinario: por mar y aire llegó a Andalucía una cantidad de
material superior a la solicitada. Franco pidió 10 aviones de transporte, 6
cazas y algunos antiaéreos y, en agosto, recibió 26 JU-52 (polivalente
bombardero/transporte), 15 cazas He-51 B (anticuados, pero superiores a cuanto
tenía la aviación republicana), 20 antiaéreos, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles
y centenares de toneladas de material, además de mecánicos, pilotos y
especialistas que, superando el calor del agosto andaluz, la falta de
herramientas, de técnicos y de estructuras organizativas locales, consiguieron
poner en marcha al ejército de Franco. Los aviones de Hitler organizaron entre
el Rif y Andalucía el primer puente aéreo de la historia y realizaron en 10
semanas 868 vuelos que transportaron 14.000 hombres y 270 toneladas de material
y, además, adiestraron pilotos, mecánicos y especialistas en transmisiones.
Dos
meses después, el material alemán había triplicado las referidas cifras y la “Legión
Cóndor”, por la que pasarían unos 18.000 alemanes (con un máximo
simultáneamente de unos 6.500 de todas las especialidades de armas y logística)
comenzó a llegar en noviembre. Hitler comentaría: “Franco tiene que levantar un
monumento a la gloria del Ju.52. A este avión es a quien debe agradecer su
victoria la revolución española. Fue una suerte que nuestro avión pudiera volar
directamente de Stuttgart a España” (“Conversaciones privadas de Hitler”,
Crítica). En el primer trimestre de la guerra, los alemanes ya contaban en
España con 119 aviones y unos 80 antiaéreos (88, 37 y 20 mm.) a las órdenes del
General Hugo Sperle. A lo largo de la guerra y, en gran parte, pilotados por
alemanes, pasaron por España entre 690 y 715 aviones de todo tipo.
Retrocediendo
al inicio de la contienda y al embotellamiento de las tropas africanas en el
Rif, debe abordarse la participación italiana. Mussolini dudó mucho en
implicarse y, finalmente, accedió a proporcionar a Franco 12 bombarderos SM.81
(que pagó por adelantado Juan March), superiores a cuantos operaban en la
contienda. Aunque tres no lograron alcanzar el Protectorado, los restantes se
emplearían para borrar aquella “vergüenza” amedrentando a la marina republicana
y jugando un papel determinante en las operaciones de paso del Estrecho de las
tropas africanas. A lo largo de la contienda, Mussolini fue mucho más
espléndido con Franco que el propio Hitler: le envió 764 aviones con 1.435
pilotos y 4.500 mecánicos, especialistas en comunicaciones, sanitarios etc. y,
además, en sucesivos relevos, 70.000 soldados en el Corpo de Truppe Volontarie
(CTV), con sus blindados y bien provistos de artillería y armas automáticas.
Sus primeros contingentes, al mando del General Mario Roatta, comenzaron a
llegar en octubre.
La
ruina republicana
Con los
aviones de Hitler y Mussolini, unidos a lo poco que quedaba de la aviación
original, los sublevados lograron aquel otoño el dominio del aire aunque su
presencia no fuera abrumadora porque en total apenas pudieron contar
simultáneamente con dos centenares de aparatos útiles. Pero la aviación
republicana estaba en ruinas: lo poco que tenía al comienzo era muy inferior en
número y calidad a lo que volaba para Franco y sus esfuerzos por conseguir
suministros exteriores fueron baldíos. Gran Bretaña se negó a venderles aviones
y Francia, pese a tener al Frente Popular en el Gobierno, temía enfrentarse a
Italia y a Alemania, sobre todo, porque Londres se mostró contraria a tales
ventas. Finalmente, envió a la República 26 aviones (P. 540, De. 372 y MB-210)
bajo la cobertura de operaciones comerciales civiles, que llegaron desarmados y
cortos de equipos, de modo que su contribución fue escasa. La República recorrió
los mercados comprando, a veces con poco acierto, cuanto le vendían sin
conseguir resultados positivos.
Con
todo, al finalizar el primer año de guerra la situación cambió cuando
comenzaron a llegar los aviones comprados en la URSS con el oro del Banco de
España (el llamado “Oro de Moscú”). Los envíos de Stalin no solo fueron
importantes en número (648, según Alpert), sino en calidad, ya que aparte de
otros modelos menos notables, el bombardero ligero Tu.SB “Katiuska” fue
eficacísimo hasta su agotamiento en 1938; los P.I. 15 “Chato”, un peligroso
competidor para los Fiat CR. 32 “Chirri” italianos, el grueso de la caza de
Franco, y los P. I. 16 “Mosca” aún combatieron en la II Guerra Mundial y aquí
no se arrugaron ante los Me. Bf. 109 alemanes. Esos aviones sostuvieron a las
armas republicanas en 1937 y su agotamiento fue una de las causas de su rápido
declive en 1938 y de la derrota, en 1939. Un libro interesante, al día, bien
escrito, alejado de los tecnicismos que en este ámbito suelen ser engorrosos y
lleno de un rico anecdotario que le confiere amenidad dentro de que se trata de
una historia especializada.
Stalin reaccionó
tarde para “La Gloriosa”
"Capítulo
muy interesante del libro son las “Conclusiones”. Una es que, tras unos meses
de superioridad de los cazas soviéticos en el segundo semestre de la guerra,
fueron igualados por la calidad de los nuevos cazas alemanes, los Me. BF.109, y
superados por los suministros italianos de cazas “Chirri” pero tan numerosos
(unos 400) que dominaban los cielos peninsulares. Los republicanos llamaban a
su aviación “La Gloriosa” y a la enemiga, “La Numerosa”. En el verano de 1937,
los republicanos pedían a Moscú entre 200 y 250 aviones para imponerse pero no
los tuvieron. Escribe Alpert: “Stalin no reaccionó ante las calamitosas
condiciones de la Fuerza Aérea republicana, algo que probablemente ya sabía
hasta finales de 1938, cuando faltaban pocos meses para el final de la
contienda, cuando respondió generosamente al mensaje que le transmitió Negrín a
través de Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana. Ya era
demasiado tarde, pues los aviones alemanes e italianos que prestaban servicio
en el bando franquista eran, aproximadamente, el doble que los aparatos
soviéticos...”.
Fuente:
https://www.larazon.es