En los primeros años del siglo XX, un boticario alemán revolucionó la fotografía aérea mezclándola con su pasión por las palomas. Su nombre es Julius Neubronner y fue el responsable de que, un siglo antes de que llegaran los drones, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, los ejércitos ya espiaran desde el cielo gracias a las “ratas voladoras”.
Por Álvaro
Hernández
Sin que
nadie repare en él, un pájaro sobrevuela una ciudad cualquiera. Hoy son pocos
los piropos que se llevan él y su familia. Apenas nadie recuerda a sus
antepasados, aquellos que se convirtieron en auténticos héroes de guerra. No
hablamos de la rama más conocida, la de los mensajeros. Los grandes olvidados
son sus ancestros espías: las palomas que fotografiaron la Primera Guerra
Mundial desde el cielo.
Eso de
mezclar espionaje, fotografía y colombofilia suena, en el mejor de los casos, a
película de animación, pero esta es una historia tan real como lo fue la
Batalla de Verdún: un arnés, cámaras diminutas y automáticas y palomas
entrenadas son los protagonistas de esta historia, que deja en buen lugar a las
desprestigiadas "ratas voladoras".
Un
farmacéutico innovador
El
responsable es un boticario alemán nacido a mediados del siglo XIX, de nombre
Julius Neubronner. Desde su negocio familiar situado en Kronberg, revolucionó
la recién nacida fotografía aérea gracias a su afición por las palomas, su
ingenio y la pura casualidad.
Este
farmacéutico usaba a las palomas mensajeras para recibir pedidos de un
sanatorio cercano, y enviaba por la misma vía los medicamentos (de un peso de
hasta 75 gramos). Sus palomas eran sus mejores empleadas a la hora de atender
solicitudes urgentes.
Esa
chispa que precede a todo “¡eureka!” llegó precisamente cuando una de sus
mensajeras se extravió. Tras cuatro semanas en paradero desconocido, la paloma
perdida volvió a casa, con buen aspecto y presumiblemente bien alimentada.
¿Dónde había estado todo ese tiempo? Quizás ya era tarde para saberlo, pero
Neubronner ideó una forma de descubrir, en el futuro, la ruta que seguían sus
palomas para hacer el servicio. La solución no era otra que fotografiar el
vuelo de sus aves.
Hablamos de principios del siglo XX, lo que hace aún más asombrosa la idea de Neubronner. La fotografía no había cumplido ni cien años de vida y su versión aérea iba todavía en pañales. Por no hablar de la dificultad de diseñar un aparato lo suficientemente ligero como para que pudiera sujetarlo una paloma. En nuestra época es la BBC la que hace lo propio con halcones, pero ¿cómo hacerlo en los recién nacidos mil novecientos?
La
clave de todo estaba, básicamente, en el diseño de la cámara. Debía ser lo
suficientemente ligero como para que las palomas soportaran el peso y, además,
tenía que tener un mecanismo automático para que las imágenes se capturasen por
sí mismas desde las alturas (por motivos obvios).
Neubronner
lo consiguió. Hechas de aluminio y con un sistema neumático que controlaba el
intervalo de tiempo que transcurría entre el disparo automático de una
fotografía y el siguiente, la cámara creada por este boticario alemán llegó a
contar con 12 versiones distintas. Así, en 1907, Neubronner solicitó la patente
de este método para tomar fotografías desde el cielo, una petición que fue
rechazada por considerarse imposible - hombres de poca fe - que una paloma
llevara el peso de una cámara.
Tras
aportar las pruebas necesarias, en diciembre de 1908, nuestro boticario
consiguió su patente.
Del
palomar a la guerra
De esta
forma, Neubronner aportó su granito de arena a la fotografía aérea, una
modalidad que se venía practicando desde unas décadas atrás gracias a los
globos aerostáticos. De hecho, tan solo 20 años antes, se había buscado una
vuelta de tuerca gracias a las cometas, que permitieron tomar imágenes sin
necesidad de un aparato tripulado. Fue precisamente este artilugio gobernado
por el viento el que permitió captar esta espectacular panorámica de San
Francisco tras el terremoto que asoló la ciudad en 1906.
Con el
tiempo, Neubronner utilizó el sistema no ya para conocer la ruta de sus
palomas, sino para poder obtener fotografías desde el cielo por placer. El
boticario llevaba a las aves a unos 100 kilómetros de distancia de su palomar,
las soltaba y ellas volvían a casa haciendo lo que ahora hace un satélite para
Google Maps.
De
hecho, a día de hoy, podemos compararlas con cualquiera de las no pocas
tecnologías que hacen algo semejante. Por ejemplo, podemos decir que Neubronner
descubrió cien años antes (salvando las distancias, claro) los omnipresentes
drones. O, mejor dicho, su antecesor animal: estas palomas llegaron a realizar
una de las funciones más habituales de estas pequeñas: espiar desde las
alturas.
El
invento de este alemán tenía claras aplicaciones militares y, además, dio pie a
otra herramienta útil durante la Primera Guerra Mundial: el palomar móvil.
La idea
de fotografiar el campo de batalla o el territorio enemigo desde una paloma, en
teoría, era perfecta. Las aves con la cámara volaban a una altura de entre 50 y
100 metros y eran mucho más discretas que un globo o un avión.
Neubronner
ofreció el sistema al Ministerio de Guerra prusiano, cuyos responsables
recibieron el invento con escepticismo. Además de lo increíble que pudiera
sonar eso de unas palomas fotografiándolo todo en pleno vuelo, había un
problema: los pájaros entrenados por el boticario volvían siempre a un palomar determinado,
pero en una hipotética (y cercana) guerra, el sistema de espionaje no podía
depender de un palomar concreto y fijo.
El
ingenio del inventor dio pie a otra creación que venía a solventar la
deficiencia: un palomar móvil. Algo tan sencillo como un remolque de dos
alturas, con un cuarto oscuro en la parte inferior para revelar las fotos y el
palomar en sí en la parte superior.
El
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hizo que las palomas de
Neubronner se estrenaran en el campo de batalla, algo que les valió un
reconocimiento peculiar: una sala en el Museo Internacional del Espionaje en
Washington DC.
Las
ahora maltratadas “ratas voladoras” se utilizaron para obtener imágenes de las
tropas enemigas y conocer su posición. Su arnés, su ligera cámara (Neubronner
llegó a diseñar una de tan solo 40 gramos de peso) y algo de entrenamiento las
convirtieron en auténticas espías.
A
partir de ahí, llegó la oscuridad para las palomas fotógrafas o, al menos, poco
más se sabe de ellas. No existe la certeza de que estas espías aladas
repitieran su rol en la Segunda Guerra Mundial, aunque sí hay indicios de que
eran transportadas por perros amaestrados en el interior de cestas hasta cruzar
las líneas enemigas. Una vez allí, eran liberadas para volver al palomar móvil,
fotografiándolo todo por el camino.
Lo que
sí se sabe con certeza, aunque no sin su halo de misterio, es que años más
tarde la mismísima CIA desarrolló una de estas microcámaras para palomas, tal y
como puede verse en su museo. No obstante, se desconoce qué misiones llevaron a
cabo estas espías aladas defendiendo la bandera estadounidense porque los
detalles están aún clasificados.
Pero
que tanto espía no nos desvía de lo realmente importante: gracias a este
sistema revolucionario de fotografía que se adelantó un siglo a los drones, el
boticario pudo saber qué fue de aquella paloma que estuvo cuatro semanas en
paradero desconocido. Si volvió bien alimentada es porque, tal y como pudo
comprobar Neubronner con las fotos de sus siguientes vuelos, la muy sagaz hacía
escala en casa del chef de un restaurante.
Las
imágenes de este artículo son propiedad de Wikimedia Commons y la CIA
Fuente:
https://www.eldiario.es