27 de agosto de 2020
LAS INCREÍBLES HISTORIAS DE LOS PILOTOS ARGENTINOS QUE PELEARON EN LA II GUERRA MUNDIAL
Robin Houston, uno de los 500 pilotos argentinos
que pelearon en la Segunda Guerra Mundial (Foto: Archivo de Claudio Meunier)
7 de diciembre de 1943. "Una buena noche para
sacudirle las plumas a los japoneses", le dice el Oficial de vuelo Robin
Houston a su copiloto, mientras inicia la puesta en marcha del enorme
bombardero cuatrimotor americano B-24 Liberator Mk III (BZ844), al que ha
bautizado "El Rompeculos". Robin Houston es argentino, y vuela con el
Escuadrón N° 355, en el teatro de operaciones de Burma. Lleva consigo un enorme
revolver personal Smith Wesson calibre 38, listo para usar en caso de ser
derribado, no contra los japoneses sino para volarse la cabeza en caso de que
intenten capturarlo. Es más saludable una muerte de un tiro en la boca que ser
torturado implacablemente por los salvajes japoneses. También porta un pequeño
salvoconducto. El papel contiene en diferentes dialectos de las tribus que
pueblan la selva una frase que informa que será recompensado con dinero aquel
que mantenga con vida al piloto y lo lleve ante las autoridades de las fuerzas
aliadas. También cigarrillos, caramelos, frutas, café y comida para su mascota
Minnie, un pequeño mono macaco que vive en su hombro, aferrado a su cuello
durante los vuelos.
El B-24 está a punto de despegar, los cuatro
motores rugen en la cabecera de pista. En la cabina reina el silencio.
"Frenos fuera", informa el copiloto, la nariz del B 24 se levanta al
comenzar la carrera de despegue. Minnie despreocupado, ha encontrado una
ocupación, se introduce en el bolso de herramientas que se encuentra abierto y
juega con ellas. El Rompeculos se eleva abandonando su base en Salbani, India.
Vuela hacia la espesa alfombra verde que es la selva del sudoeste asiático.
Esta es la segunda misión de combate que realiza Robin, y consiste en destruir
la estación ferroviaria de Mandalay, en poder de los japoneses, y dejarla fuera
de acción, lanzando 3000 kilos de bombas.
La vista de Robin Houston desde su avión (Foto:
Archivo de Claudio Meunier)
La noche sobre Burma se presenta bastante
aceptable, las nubes blanquecinas, separadas como un rebaño perdido, se mueven
brillando con la luz de la luna. Robin guía el Rompeculos hacia el blanco.
Desde decenas de kilómetros, puede observar las luces de Mandalay. A medida que
la formación de bombarderos se acerca, la ciudad se cubre progresivamente de la
más absoluta oscuridad. Es un desconcierto, los japoneses no entienden que tipo
de bombardero tendrá el alcance para llegar a un blanco tan lejano. Los reflectores
se encienden, elevándose hacia lo alto del firmamento. Buscan a los intrusos,
pero poco pueden hacer. El fuego antiaéreo parece realmente alguna mala broma,
cero efectividad, además disperso por debajo de ellos.
-Compuerta de bombas abierta
-Compuerta de bombas abierta, skipper
-Muy bien
-Soltar bombas
-Bombas afuera
-Bombas afuera, skipper
Golpes secos seguidos de chasquidos se suceden
anunciando el desprendimiento de las bombas. Houston apoya sus manos en el
volante del avión, sin ese peso es lógico que el Rompeculos quiera elevarse de
golpe.
-Compuerta de bombas cerrada
-Compuerta de bombas cerrada, skipper
El blanco se ilumina, la oscuridad es interrumpida
por las bombas que explotan en latigazos de luz. A las bombas se suma un convoy
al parecer cargado con municiones o combustible, que también explota. Al estar
ausentes los cazas japoneses, es posible para los bombarderos volar alrededor
del blanco, observando los resultados de su ataque y fotografiando. En el cielo
todo parece etéreo e irreal, no llegan los sonidos de la guerra, ni siquiera el
de la artillería antiaérea que explota mucho más abajo, solo se escucha el
ronroneo de los motores americanos Pratt & Whitney R-1830 Twin Wasp. Así
termina la segunda misión de Houston. La primera casi en desastre cuando lo
enviaron a una misión sobre Francia mientras se encontraba en etapa de
entrenamiento y volvió con su avión destrozado al ser alcanzado por el Flak en
la costa enemiga.
Morir en la sopa
Un día antes de la Nochebuena de 1943 llegan tanques
suplementarios, que comienzan a ser instalados en los B-24 Liberator. Nadie
conoce aún el blanco, pero los tanques de combustible permiten adivinar una
extensa misión detrás de las líneas enemigas y bien adentrados en ella. Caer
allí significa la muerte segura en el mejor de los casos, y en el peor la
tortura y la prisión a manos de los bestiales japoneses. Días más tarde, el
rumor corre entre los oficiales y pilotos: el blanco al parecer es la infame
línea ferroviaria de Bangkok, Siam, llevada adelante por la ingeniería japonesa,
pero con mano de obra de prisioneros del Commonwealth, hombres que mueren de a
miles por el maltrato recibido durante la construcción.
Houston despega en el tórrido atardecer de su base
en Salbani, poniendo rumbo a la ciudad de Bangkok. Integra una fuerza combinada
de Liberator americanos y de la RAF. La autonomía del Rompeculos no es
suficiente para tan extenso vuelo, le instalan una bomba de traspase de
combustible y tanques de combustible repartidos dentro del fuselaje para llegar
al blanco. Esto constituye un verdadero peligro. Los gases, recorren el avión,
que cargado de bombas lo convierten en una bomba de alto poder en caso de que
una chispa irrumpa por alguna parte del fuselaje. Minnie, aferrado con sus
pequeñas manos al casco de Robin duerme apoyado sobre su cabeza. Atención a los
cazas nocturnos, advierte Robin a sus artilleros, es muy común que aparezcan
con sus luces de posición encendidas colándose entre los bombarderos, volando
desvergonzadamente en el grupo sin que lo adviertan. Luego de un cambio rápido
de velocidad atacan por única vez, generalmente es suficiente para derribar al
avión, son pocos los aviones nocturnos y sus pilotos son muy buenos en el arte
de combatir en la oscuridad.
Foto: Archivo de Claudio Meunier)
El ingeniero de vuelo se encuentra bastante
preocupado ayudando a bombear el combustible a los tanques en las alas
manteniendo nivelado el peso del B-24. Cualquier ventanilla de que dispone el
avión se encuentra abierta, disipando los gases del combustible que se acumulan
dentro del fuselaje. El apuntador de bombas baja a su puesto en la trompa del
Rompeculos, falta poco para llegar a Bangkok.
Cuando las luces de Bangkok comienzan a
desaparecer, producto seguramente de la alarma antiaérea general. Minnie intuye
algo peligroso, comienza a gritar y aúlla. Robin acaricia la mascota y le dice,
"¡Espero que esta noche el avión no nos rompa el culo a nosotros!"
Una bola de fuego explota delante del Rompeculos,
deflagraciones rojizas se multiplican de repente en el cielo, creando una
alfombra de llamas, un paisaje irreal. Es la artillería antiaérea japonesa que
abre fuego. Los destellos de las granadas, rojizos se vuelven parduzcos al
extinguirse, explotan algunas granadas lumínicas, pero por debajo de los
incursores. Robin deja en manos del apuntador de bombas el control del avión
para la corrida de tiro.
La lluvia de metralla lanzada contra el Rompeculos
alcanza el fuselaje, es un terrible tamborileo que abre pequeños agujeros por
los cuales la luz penetra la oscuridad del fuselaje, parecen mil linternas
encendidas iluminando a cada tripulante. Las esquirlas, muchas de ellas sin
fuerza golpean como piedras de hielo abatiéndose sobre alguna casa con techo de
chapa durante una tormenta veraniega. Los proyectiles que suben, perezosos,
sobrepasando a los bombarderos detonan más arriba. Robin corrige el rumbo del avión
e indica al apuntador de bombas que está listo para realizar la descarga del
armamento. Un gran destello ilumina la cabina detrás de Robin seguido de un
martillazo que lo desconcentra. Minnie aferrado al cuello de Houston grita, sus
uñas le arañan el cuello y lo lastima. Minnie basta, basta, mono hijo de puta,
me estás haciendo mierda; grita Robin. Minnie con su instinto de supervivencia
altamente desarrollado sabe que la muerte los ronda alrededor del avión.
En la radio interna del avión, el artillero trasero
grita alterado; “nos dieron, nos dieron”. Robin observa el ala izquierda, el
motor interno larga pequeñas llamas azuladas por los deflectores, el motor, se
encuentra en problemas. El ingeniero de vuelo informa que los indicadores de
presión de aceite y de nafta caen, no hay más opción, debe seguir el
procedimiento de emergencia, cortar la potencia, cerrar el paso de combustible,
lanzar el matafuego y detener la hélice en bandera. Robin escucha al apuntador
de bombas diciendo; bombs gone (bombas fuera), el B-24 se eleva ganando altura
liberado de las bombas. Robin retoma el control del avión dejando al ingeniero
a cargo del motor averiado. El Rompeculos escapa del blanco y del fuego
antiaéreo soltando una columna de humo blanco de su motor averiado.
Las bombas lanzadas por el Rompeculos explotan
sobre el blanco, iluminando a la ciudad como si estuviera en un día soleado,
una cámara fotográfica a bordo registra los momentos en que las bombas
explotan. El B-24 sobrevive, las demás tripulaciones en diferentes aviones se
llaman entre sí, comienzan el conteo a ver quién falta. Es una noche con
suerte, parece que todos, vuelven. Bangkok en llamas puede ser vista desde el
aire a distantes cien millas de distancia.
El raid continua y los problemas también, desde la
base informan que en Salbani la lluvia es torrencial, el aeródromo se ha
cerrado. Deben encontrar otro aeródromo alternativo y descender en él. La
opción más segura es el aeródromo de Dohazari, otro aeródromo de la RAF. En las
alturas, Robin, divisa la pista inmersa en una capa de niebla muy parecida a
las de Gran Bretaña, utiliza a bordo la lámpara de señales para marcar la
posición en el aire. Robin solicita que enciendan las luces de la pista. Una
franja iluminada, aparece recortada entre la niebla. El ingeniero de vuelo le
informa a Robin: “Jefe no tenemos más combustible”. El preciado líquido alcanza
solo para atravesar la espesa niebla, encontrar la pista y aterrizar, es la
única opción, tampoco existe la oportunidad de arrojarse en paracaídas debido a
la baja altura. Robin prepara el descenso, baja el tren de aterrizaje, los
flaps caen, el Rompeculos cruza unas montañas bajas apuntando el morro del
bombardero hacia la pista. El navegador y Robin cometen un error en el que no
han reparado. Verificar la altura con respecto al mar del aeródromo, que se
encuentra por encima del nivel del mar. Al no corregir la altura del altímetro,
la lectura sobre la altura es errónea, el indicador, cuando marca 600 metros de
altitud, en realidad se encuentra a la mitad, 300 metros.
Robin perfora la niebla, es una sopa espesa,
blanca, que parece no tener fin. No quiero morir en esta sopa; le dice Robin al
copiloto mientras sigue con el descenso, las luces de la pista se extinguen,
habrá que descender un poco más…..
Al salir por debajo del enorme banco de niebla,
distingue fugazmente algo brillante delante suyo, es un arrozal, Robin alcanza
a gritar; “Dios mío”, tira el comando hacia atrás, pero es demasiado tarde. Una
tremenda explosión desgaja al Rompeculos en varias partes, la fuerza del golpe
es tan brutal que le arranca el comando de sus manos, a pesar del arnés que lo
amarra muy bien al asiento, su rostro golpea contra el tablero de instrumentos,
el latigazo lo nockea. Minnie vuela dentro de la cabina gritando de terror.
Robin despierta, siente calor en su rostro, algo viscoso rueda sobre sus
mejillas, se toca con sus manos enfundadas en guantes y descubre que es sangre.
No termina de entender que ocurre, pero su instinto de supervivencia le dice
que debe escapar de ese montón de chapas aprisionadas y dobladas en el arrozal.
Escapa de la cabina con su ropa cortada, tiene cortes en su piel, camina
mareado, cae en el arrozal. Minnie encima de la cabina disfruta de unas bayas
mirando hacia el bosque, añorando su libertad. Los tripulantes comienzan a
salir, parecen un grupo de amigos saliendo de un bar nocturno en estado de
ebriedad que se arrastran en las calles. Un motor se encuentra en llamas con su
hélice girando a bajas revoluciones, pero que importa, el avión no tiene más
combustible para unas pocas vueltas más, alguien lanza una bengala para que los
vayan a rescatar, el lugar es un caos. La tripulación completa sobrevive, hay
un solo herido, el navegador que ha quedado en su puesto atrapado con ambas
piernas quebradas.
Cinco argentinos para Wingate
Robin vuelve a las operaciones de bombardeo junto
el Escuadrón N° 355 luego de su accidente, su paso por la unidad se reduce a
dos operaciones más. Un casual descubrimiento lo induce a solicitar su pase al Escuadrón
N° 194, ellos vuelan los bimotores de transporte C 47 Dakota. La unidad tiene
un comandante cordobés, el Wing Commander Alec Pearson DFC, el segundo
comandante también es argentino, el Squadron Leader Frankie Bell DFC y además
cuentan con dos navegadores porteños, los Flight Lieutenant Kenneth Hale y Mickey
Forrester. Su pase es aprobado y Robin es enviado a volar detrás de las líneas
enemigas, arrojando suministros y tropas en paracaídas para los Chindits del
famoso Order Wingate. Se siente a gusto, los comandos del C-47 Dakota son
infinitamente más maniobrables que en el Liberator.
Durante la planificación de una misión, Robin toma
contacto con un jefe Gurkha al cual debe lanzar con sus hombres detrás de las
líneas japonesas. La reunión desemboca en una discusión con el oficial Gurkha
que nunca ha saltado en paracaídas, desconoce la altura mínima para saltar. El
Gurkha insiste en que Robin vuele rasante pegados al suelo y los tiren. Houston
le informa que no va a volar por debajo de la altura mínima prevista para el
salto. El oficial Gurkha, grita, insiste. Robin esboza una sonrisa y le dice,
"¿Ustedes saben que van a saltar en paracaídas, no?" "¿Ah, es
con paracaídas?"; contesta el Gurkha, y agrega: "Yo pensé que
saltamos directo sobre la maleza".
Establos voladores
Debido a la escasez de caminos en Burma, al
Ejército británico no le quedó otro recurso que apelar a las mulas para el
transporte de cargas. Era el medio más adecuado para llevar pertrechos por
senderos angostos y absolutamente irregulares como los que debían transitar
aquellas fuerzas que operaban de manera no convencional. Pero llevar las mulas
en los Dakota, hasta los sitios donde serían empleadas, esa era otra cosa. Lo
común era cargar cuatro mulas y nueve hombres, o cinco mulas y cinco hombres.
Cada animal tenía su propia personalidad que los diferenciaba entre sí. Se las
hacía subir al compartimiento de carga y se les ataba las patas a unas
primitivas jaulas de madera, pero generalmente se soltaban, empezaban a patear
y sus cascos tenían la fuerza suficiente para agujerear los fuselajes o cuanto
menos deformarlo. Robin transportó mulas para las tropas, debía asegurarse de
que en los compartimientos de carga se las asegurara con gruesas varas de bambú
a los costados, las que a su vez eran aferradas a los largueros laterales del
fuselaje. A bordo, en más de una ocasión, los cuidadores se encerraban en el
baño temiendo ser pisados o pateados por los animales. Cuando se cargaban las
mulas en Halikandi, hacía demasiado calor para esperar sentado en la cabina
hasta que finalizara el trabajo. Eso implicaba que los tripulantes, para llegar
a su puesto, tenían que deslizarse por el lomo de ellas.
Robin volvió a Buenos Aires luego de pelear en la
Segunda Guerra (Foto: Archivo de Claudio Meunier)
Robin aprendió a cuidarse de las tremendas patadas
que eran capaces de descargar y no pasar cerca de sus hocicos, las más ariscas,
tenían la costumbre de morder a los tripulantes cuando trataban de alcanzar sus
puestos. Las mulas podían ser más peligrosas aun, los pilotos tenían siempre a
mano el revólver reglamentario a raíz de un grave incidente con una de ellas.
Durante un vuelo se soltó una mula atada a una larga vara de bambú, camino
hacia la cabina introduciendo su cabeza entre el piloto y copiloto. Ambos
aviadores realizaron frustrados intentos para regresarla a su posición, el
forcejeo fue en aumento causando un gran disturbio en el interior de la cabina.
Cuando lograron echarla, la mula empezó a lanzar patadas por doquier, siendo el
fuselaje y el mecánico sus principales objetivos, con el animal salido de
control hubo que dispararle en su cabeza por razones de seguridad. Debido a
esta clase de cargas se comprende porque los Dakota del 194 olían como establos.
En beneficio de la higiene del lugar de trabajo, la tripulación, con el
comandante del vuelo a la cabeza, tenía que barrer la cabina y compartimiento
de carga después de cada salida. Esa era una tarea para la cual no habían
recibido instrucción específica en ninguna escuela de vuelo de la RAF.
Vivir en la jungla
Robin, nacido en Buenos Aires el 19 noviembre de
1918, vivió en el barrio de Belgrano, asistió al English High School. De
pequeño demostró tener un gran carácter, no dudaba en trabarse a golpes de puño
cuando un amigo o compañero era presa de algún acto de maldad o injusticia. Era
común para el agarrarse a trompadas en las calles, casi como una especie de
justiciero ambulante. Su pasión por los deportes lo llevó a practicar lucha
greco romana convirtiéndose en campeón argentino. El rugby ingresó en su vida,
demostró ser un aguerrido rugbier del club Hindú. Incursionó por principios a
favor de los movimientos aliados en el box callejero, como miembro de la
agrupación democrática Acción Argentina: pertenecía a su fuerza de choque, que
enfrentaba en las calles a las juventudes nazis constituidas alrededor de la
Alianza Libertadora Nacionalista que pululaban por Buenos Aires. Participó en
varias refriegas, terminó preso en tres ocasiones en la Comisaría 15 de calle
Suipacha. La situación, lo cansa. Decide que la mejor manera de combatir no es
la calle con sus puños, sino con un enorme bombardero americano de cuatro
motores, defendido con ametralladoras y provisto de gran cantidad de bombas.
Viajó en buque a Canadá y se enroló en su Fuerza Aérea, luego de salir primero
entre los pilotos de su promoción, tuvo el derecho a elegir qué clase de avión
quería volar, no lo dudó, vuelo en bombarderos. Entrenó en Gran Bretaña a bordo
de bimotores Wellington incluyendo una misión. Al culminar el curso de piloto,
fue seleccionado para viajar al sudoeste asiático y unirse a la RAF en su lucha
contra los japoneses. Robin sobrevivió a la guerra, dejó atrás los días del
combate y retornó a Buenos Aires.
Retomó sus hobbies, tocar clarinete y rodearse de
animales domésticos, también de la compañía femenina. Con su hermano Douglas
emprendieron dos negocios exitosos en la Argentina, en los ferrocarriles y la
industria del petróleo, nada menos que la perforación de mil pozos en el flanco
sur de Comodoro Rivadavia, para la estatal YPF. Su interés con la aviación fue
más breve, adquirió un Ryan Navion y luego un Sea Bee. Jubilado, vivió en la
Recoleta, se dedicó a los automóviles sport y el rugby siguió siendo otra de
sus pasiones, fiel a sus clubes Hindú y Esgrima. Le gustaba mucho mirar tranquilamente
la televisión y era fanático del humorista Tato Bores, con quien llegó a
conocerse y entablar una fuerte amistad.
Falleció en Buenos Aires mientras corría el año
2002. Hasta sus últimos días recordó a Minnie, el pequeño macaco voluntario que
lo acompañó en sus peligrosos vuelos. A pesar de vivir en libertad permaneció
con Robin como compañero de batalla. Al concluir el conflicto, Minnie junto a
otros macacos, mascotas en el escuadrón, sin razón de vivir más peligros, se
juntaron y se perdieron en la selva de Burma, como Robin, que volvió a la
tranquilidad de su antigua selva la ciudad de Buenos Aires, liberados ambos de
los momentos más tensos que puede atravesar un ser vivo, la guerra.
El texto forma parte del próximo libro de Claudio
Meunier, "Volaron para vivir"
Fuente: https://www.infobae.com