2 de enero de 2020
EL ARGENTINO QUE FALSIFICÓ LA FIRMA DE SU PADRE PARA LUCHAR EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: LA HISTORIA DEL PILOTO LUIS FORTÍN, A 75 AÑOS DEL DÍA D
Por Milton Del Moral
Luis Horacio Fortín en el cockpit de
un Douglas Boston IIIA de la RAF. Su avión bombardero llevaba siete
ametralladoras
El Día D, el Desembarco en Normandía,
el código en clave “Operación Overlord”, fue el operativo logístico-militar más
audaz y cardinal de la historia moderna. Significó el principio del fin de la
Segunda Guerra Mundial, un conflicto bélico que adoptó la condición “mundial”
porque capturó, más allá del desborde de las potencias involucradas, el interés
de miles de voluntarios de países neutrales.
Luis
Horacio Fortín nació en Buenos Aires, Argentina, el 14 de febrero de 1920. Murió en Washington, Estados Unidos, el 19 de
enero de 2010, días antes de cumplir 90 años y después de ser condecorado por el ejército británico con
la distinción Distinguished Flying Cross (DFC: Cruz de Vuelo
Distinguido) y nombrado Officier de la Légion d’Honneur por
la fuerza armada francesa,
de quien también recibió la Croix de Guerre con tres palmas.
La historia Luis Horacio Fortín es el
retazo de una guerra universal. Voló como piloto de bombardero de aviones
Boston IIIA en 50 misiones del escuadrón 342 “Nancy” de las Fuerzas Aéreas
Francesas Libres. Sus condecoraciones, distinciones e imágenes de guerra fueron
entregadas a un museo en Francia por su expreso pedido antes de fallecer. Había nacido en Buenos Aires, había jugado al
rugby en Rosario, había falsificado la firma de su padre para “pelear la guerra”.
Luis Horacio Fortín nació en Buenos
Aires y murió en Washington. Cuando les avisó a sus padres que iba a ir a la
guerra, no recibió aprobación
“Él siempre lo decía así: yo peleé la
guerra”, reveló Julieta Zavalia,
sobrina y ahijada de Fortín, en diálogo con Infobae. Julieta está en Italia visitando a sus nietos. Lamenta no
tener disponibles fotos de ella con él ni conservar los recortes periodísticos
que orgullosa guardaba su abuela, Isabel Browman García Poblet, la madre de
Luis.
Julieta sabe todo lo que sabe de boca
de su tío: “Cuando era joven yo quería que me hablara de todo lo que vivió,
pero él no quería hablar de la
guerra. Después, cuando se fue poniendo viejo, no hablaba de otra cosa”.
En sus relatos, percibió una
sensación de dolor, un esbozo de arrepentimiento que se desprendía de sus
contradicciones. “Sentía mucho orgullo
por lo que había realizado, por las medallas que le dieron, pero a la vez un
poco de culpa con el pueblo alemán que también había sido víctima. Era
una persona muy inteligente: pudo pensar la guerra desde dos ángulos. A mí
decían por dónde volar, dónde tirar, pero después yo veía los diarios…, me
reconoció”.
“Nunca se creyó un héroe, precisó Julieta, por más que a todos
lados donde fuera lo trataran como tal”.
Luis Horacio Fortín quiso pelear la
guerra por amor a la patria de su padre. Louis Alexandre Fortín es la razón de su aventura. Había nacido en
París el 29 de mayo de 1897. Recaló en la Argentina en su juventud y
en 1916 se casó con Isabel Browman García Poblet, con quien tuvo tres hijos:
Luis Horacio, Isabel Roxane (la madre de Julieta) y Carlos Antonio.
En 1923, cuando Luis tenía tres años,
la familia se mudó a Rosario: su padre había sido contratado como contador de
la Compagnie du Port de Rosario, firma perteneciente a
la Hersent et Fils et Schneider et Cie. de París, ganadora del
concurso para la construcción, concesión y explotación del puerto rosarino. Su
padre emprendió una exitosa carrera hasta alcanzar el cargo de subdirector.
Luis se graduó como perito mercantil en el Colegio Superior de Comercio a los quince
años y continuó su educación en la Universidad de Buenos Aires.
Luis
Horacio Fortín y su esposa azafata Blanca Pascual en la recepción de un Comet
4, en los albores de Aerolíneas Argentinas
Estaba estudiando para recibirse de
contador cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Tomó la decisión de
presentarse en la embajada de Francia en Buenos Aires para postularse como voluntario. Deseaba
defender el país donde había nacido su padre.
Marcelo
Miranda, periodista e historiador de la
aviación civil argentina, escribió en la revista especializada Lima
Víctor un artículo sobre Luis. En él detalla su fervor y voluntad por
pelear la guerra: “Concurrió a la Embajada y llegó a ser atendido por el
propio embajador, pero fue rechazado con el argumento de que lo que necesitaban
las fuerzas armadas francesas eran especialistas, tales como ingenieros,
médicos, veterinarios o pilotos de avión”.
Ya había sucedido el primero de
septiembre de 1939 y la invasión alemana a Polonia como detonante del
conflicto. Ya Francia y Gran Bretaña habían formalizado su declaración de
guerra contra Alemania. Ya el General
Charles De Gaulle había emitido un llamamiento a la resistencia por
radio desde Londres. Ya habían germinado por el mundo los “Comités de la
Francia Libre” como consecuencia de la convocatoria al alzamiento de De Gaulle. Luis se enroló en su propósito: se
asoció al Centro Universitario de Aviación de Buenos Aires y comenzó a tomar
lecciones de pilotaje en los biplanos Fleet 5 y Fw44J.
Obtuvo su licencia de piloto civil
con la capitulación de Francia ante la ofensiva nazi ya consumada. Luis le
contó a su sobrina la historia detrás de su postulación. Su padre se
sabía petainista, militante del Mariscal Philippe Pétain, aquel
soldado, diplomático, político, estadista y líder militar en la Primera Guerra
Mundial que fuera sentenciado a muerte por colaborar con el régimen nazi
durante el segundo gran conflicto bélico.
“El papá no lo hubiese autorizado jamás a postularse para ir a la guerra, reveló
Julieta. Por eso, le pidió a un
peón del club de rugby Plaza Jewell que firmara como si fuese su padre.
No sé cómo hizo para convencerlo, no sé si lo sobornó. Pero él me lo contaba
muerto de risa. Él quería ir como piloto, sino hubiese terminado yendo como
soldado”.
El piloto argentino al comando de un
DC-6 de Aerolíneas Argentinas. Se retiró de la aviación antes de cumplir 50
años por problemas en el corazón
Tenía apenas cinco horas de
vuelo civil cuando decidió presentarse en un “Comité De Gaulle” porteño para luchar contra la ocupación alemana.
El 4 de julio de 1941 partió de Buenos Aires a bordo del SS Trojan Star con
destino a Gran Bretaña. Viajaron voluntarios argentinos y brasileños.
“Cuando llegaron, se pusieron a
festejar, narró Julieta. Tomamos mucho e hicimos mucho ruido, me contó mi tío.
Por eso, los militares ordenaron que a estos salvajes los enviaran al norte de
África. Pero él se acordó que llevaba una carta para una persona en Londres”.
La señora Middleton era una socia del club que tenía un pariente en la capital
británica. Luis la llamó para coordinar un encuentro con el remitente y para
rogarle que motorice sus influencias. Los reclutas sudamericanos emigraron al
continente africano; él fue
reclutado por la Royal Air Force (RAF).
Bastó un solo vuelo para ser aprobado
por la RAF en la base aérea de Cambridge. Lo enviaron a Canadá para recibir
entrenamiento avanzado: llegó a New Brunswick el 28 de junio de 1942. Fue capacitado para convertirse en
piloto de bombardero. Regresó el 13 de febrero del año siguiente al
Reino Unido para perfeccionar su técnica de vuelo que incluía el combate
nocturno. Acumuló 300 horas de vuelo antes de pilotar un Douglas Boston IIIA, la denominación
británica del bombardero mediano Douglas A-20C fabricado en los Estados Unidos,
y de asignarle su tripulación inicial. Eran todos soldados franceses,
integrantes de las Forces Aériennes Françaises Libres (FAFL:
Fuerzas Aéreas Francesas Libres).
El relato de Miranda es una
transcripción del recuerdo indeleble de Fortín: “El 26 de enero de 1944 pasó a
formar parte del Grupo de Bombardeo 1 denominado Lorraine de
las FAFL que operaba encuadrado en la RAF como Escuadrón Nº 342 del Ala Nº 137,
y el 9 de febrero de 1944, con el grado de Teniente de las FAFL voló su primera
misión de guerra sobre Francia”.
El código de escuadrón fue OA-P y el
objetivo del ataque fue Febvin-Palfart. “Intenso, pesado y preciso”, describió Fortín de su primera
misión. Su Boston IIIA
transportaba 900 kilos en bombas y siete ametralladoras: cuatro en la trompa,
dos en la cabina trasera tripuladas por un operador inalámbrico y una séptima
opcional. La primera vez que las armas montadas en la parte delantera abrieron
fuego sintió cómo su bombardero sufría un “ataque al corazón”.
A
75 años del Desembarco en Normandía,
la maniobra bélica del 6 de junio de 1944 ejecutada por las fuerzas aliadas
para comenzar a vencer al régimen nazi
A las 6:30 de la mañana del 6 de
junio de 1944 empezaron a desplegarse las rampas de las primeras embarcaciones
que inundaron las costas de Normandía, al norte de Francia. La “Operación Overlord” fue un hito
histórico: el Día D, la maniobra
bélica crucial de la Segunda Guerra Mundial, propinó el golpe de efecto para la
caída del Tercer Reich.
Ciento ochenta mil soldados participaron
de la invasión aliada que socavó la integridad del régimen nazi. Adolf Hitler dormía esa mañana y nadie se
animó a despertarlo. Era la batalla por la que se había alistado el argentino
Luis Horacio Fortín. Sin embargo, permaneció todo el día sentado en la
butaca de su avión. A las 2:20 de la madrugada del día siguiente, recibió la
orden de despegar en una misión nocturna para bombardear la estación de
ferrocarril de Folligny y, según las palabras que le admitió al periodista
y escritor Jon Guttman, “atacar a las
tropas del General Erwin Rommel”. Rommel, general y estratega militar
alemán conocido como el Zorro del Desierto, el mismo que en la frontera del 6 y
el 7 de junio de 1944 exclamó sin gracia y sin esperanza “la guerra está perdida”.
Guy Napier
Westley fue un inglés adoptado por una
Argentina próspera. Su padre William Westley, un ingeniero civil, había sido
contratado por el Ferrocarril Central Argentino cuando su hijo tenía apenas dos
años. Guy murió joven, a sus 25 años, asesinado por la resistencia alemana
antes de conquistar con su escuadrón la Gold Beach, una playa ubicada entre
Omaha y Juno. Es uno, otro, de los
argentinos protagonistas del Desembarco en Normandía. El piloto Federico
Arturo Greene, el Teniente Henry Albert Venn, el Capitán Thomas Dawson
Sanderson, el paracaidista Raúl Casares, el soldado Kenneth Charney, el
conductor John Gordon Davis son algunas historias recuperadas por el escritor
bahiense Claudio Gustavo Meunier en su libro Alas de trueno.
También desmenuza las hazañas de
Fortín, quien diez días después de la epopeya aliada completó su primer ciclo
de 30 operaciones militares. Cumpliría su vuelo de combate número 50
el 3 de octubre de 1944 en una misión abortada por mala visibilidad sobre Nijmegen,
Holanda.
Su carrera
de piloto se venció: acumulaba en su haber 771 horas de vuelo. No había sido atacado nunca por cazas alemanes,
pero sí encontraba su bombardero con decenas de hoyos al regreso de cada
misión. Su navegante en la mayoría de sus operaciones, el Capitán Niel, llevaba
un nombre falso. Era una práctica común para evitar que los nazis hallaran a
sus familias. Luis Horacio Fortín
no utilizaba un seudónimo: sus únicos familiares estaban en la Argentina,
un país relegado del mapa bélico mundial.
Luis Horacio Fortín, de traje oscuro
y una pipa en la mano derecha, delante de un Avro York de la Flota Aérea
Mercante Argentina (FAMA)
Culminada la Segunda Guerra Mundial,
fue desmovilizado a la Embajada de Francia en la Argentina. A comienzos de
1946, el Gerente General de FAMA (Flota Aérea Mercante Argentina), Pierre Colin
Jeannel, lo visitó en su departamento de Buenos Aires: quería invitarlo al
plantel de tripulación de su nueva aerolínea.
Fortín
ingresó a la incipiente línea aérea nacional con el grado de comandante. Allí conoció a su esposa Blanca Pascual, quien
fuera una de sus primeras azafatas. Se casaron al año siguiente.
Julieta
Zavalia susurró que Blanca fue azafata en el viaje de Evita a Europa en 1947 y
que la Primera Dama argentina le copió el peinado luego de halagarle el rodete. “¡Blanquita, ¡qué lindo peinado tenés!”,
parafraseó la nieta y sobrina del héroe de guerra argentino.
FAMA y otras aerolíneas locales se
fusionaron para ofrecer un único servicio nacional. Fortín era el director
de operaciones de Aerolíneas
Argentinas cuando trajo el primer avión de pasajeros Havilland
Comet. Fue, también, uno de los
primeros pilotos de la aerolínea de bandera y uno de los primeros en realizar
vuelos transatlánticos.
Tenía tan solo 49 años cuando en 1962
debió abandonar la aviación por problemas cardíacos. Había vivido intensamente.
Era recibido con honores en Buenos Aires, en Rosario, en Francia y en los
Estados Unidos. No se detuvo: regresó a la UBA para obtener un doctorado en
estudios económicos, recibió una beca para asistir a la Universidad de
Columbia en Nueva York, donde cursó una maestría en administración de empresas.
Trabajó como oficial de Inversiones Senior de la International Finance
Corporation (World Bank) hasta que se jubiló en 1985.
El
General del ejército francés Jean-Pierre Kelche le otorgó la medalla de la
Legión de Honor al Mérito Nacional el 30 de marzo de 2005 en el World War II
Memorial de Washington
No volvió a
vivir al país, pero siempre se asumió argentino.
Sentía agradecimiento por el pueblo inglés y veneración por la patria francesa.
Julieta rememoró una de sus recuerdos más sensibles: “Cuando ya era muy
viejito, se emocionó hablando de las mujeres inglesas. Dijo que habían sido muy
amables, porque ellas sabían que al día siguiente nosotros íbamos a volar y tal
vez no volveríamos nunca”.
Su nieta dijo que valoró de él
que nunca adoptara la actitud de “héroe” y que los años le fueron curando sus
memorias de guerra. “Me recuerdan como
un héroe porque ganamos, si hubiésemos perdido sería un guerrillero”,
repetía pícaro el argentino que quería pelearle a la guerra.
Fuente:
https://www.infobae.com