Una misión topográfica en 1933 y 549 aviones estrellados allí durante la segunda guerra mundial dejaron enseñanzas. Hoy los aviones pueden superar el desafío, pero sigue siendo mejor bordear que atravesar esa parte del mundo
Por Tomás
Peiró
La
cordillera del Himalaya, hogar del Everest, el punto más alto del planeta, y de
otros de los picos más elevados, como los montes Kanchenjunga y K2, es una zona
temida por los pilotos de aviones del mundo. No porque las aeronaves no puedan
sobrevolar los picos: la altitud de vuelo crucero es entre los 10.500 y 12.000
metros de altura.
Hay
otras razones que explican por qué actualmente ninguna aerolínea cruza
directamente la cadena montañosa. Prefieren elegir rutas que la rodeen.
Para
entenderlo se debe retroceder muchos años en la historia, hasta la primavera de
1933, cuando dos biplanos, un Westland Wallace y un Westland PV3, traquetearon
a través de las nubes y lograron sobrevolar el Everest. Era una delegación de
topógrafos y científicos británicos encabezada por Sir Douglas Hamilton, duque
de Escocia, tal como relata Calcalist.
El
objetivo no era batir un récord, sino simplemente obtener más información sobre
el Everest. En aquellos años no se conocía su verdadera altura y jamás había
sido escalado hasta su cima.
El
grupo encabezado por Hamilton estaba diseñado para mapear el área y tomar
fotografías aéreas de cercanía de la montaña por primera vez en la historia. De
más está decir que una vez que se sobrevuela el Himalaya, ningún aterrizaje en
avión es posible. Sí o sí hay que lograr salir.
Fuertes
vientos comenzaron a golpear los aviones del grupo. En un momento, una
corriente aire arrastró una de las aeronaves a 1.500 pies hacia el suelo y
luego otra ráfaga la movió de lado con violencia. Hamilton y sus acompañantes
tuvieron suerte y regresaron sanos y salvos, pero con una conclusión: no se
debía sobrevolar el Himalaya. Cuanto menos, no era recomendable hacerlo.
Fotografía tomada en la expedición de Sir Hamilton, en el centro, el monte Everest. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Hubo
otros vuelos científicos que buscaron lo mismo, mapear la zona y especialmente
al Everest. El Himalaya solo era visitado por algunos pocos aviones de
topógrafos y aventureros, entre los cuales hubo algunos accidente mortales,
hasta que 9 años después de la aventura de Hamilton cientos y cientos de
aviones empezaron a verse entre los picos más altos de la tierra. La Segunda
Guerra Mundial había comenzado.
Para
1941, el Japón imperial, aliado de Alemania en El Eje, dominaba el sudeste
asiático, compuesto principalmente por pequeñas islas, y lo disputaba con
China. La zona era muy vigilada por submarinos y aviones japoneses que
custodiaban todos los canales y pasajes de acceso. A los Estados Unidos le era
imposible enviar tropas y equipos por mar.
Los EEUU
sabía muy bien que si no mantenía a Japón ocupado luchando en el sudeste
asiático, tendría muchas más tropas disponibles para ubicar en las islas del
Pacífico y realizar ataques a mayor escala.
Así fue
como los Aliados idearon un plan complejo: debían armar a las fuerzas del
Ejercito Libre Chino para lograr expulsar a las fuerzas japonesas de esa región
y así obtener ese territorio como base de despegue de operaciones de largo
alcance. Así podrían bombardear Japón directamente.
Para
hacerlo sólo podían enviar tropas y equipamiento a través del cielo. El punto
de partida fue en la India, que estaba bajo control británico, el destino era
Kunming, al suroeste de China. Ambos puntos estaban separados nada más ni nada
menos que por 2.300 kilómetros del Himalaya.
Aviones
de carga medianos como el legendario Douglas C-47 Skytrain o “Dakota”, el
Curtiss Commando y el Beechcraft C-45 Expeditor comenzaron a volar en línea
recta entre la India y la China desde la primavera de 1942 hasta finales de
1945. Cualquier percance que ocurriese en vuelo era una muerte asegurada. No
había forma de realizar un aterrizaje de emergencia; los pilotos rezaban para
que sus aviones no fueran alcanzados por remolinos o ráfagas de viento fuertes
y repentinas, que aparecían de la nada. Los comandantes de aquellos vuelos
bromeaban con que cruzar el Himalaya era poner a dieta a los aviones, pues
despegaban enteros y aterrizaban con varias piezas menos.
Más
allá de las bromas que se hacían ante la posible vecindad de la muerte, muchos
aviones se estrellaron en estas misiones. Algunos por su peso, pues iban
cargados al máximo y eran succionados por ráfagas de las que no podían salir,
terminando estrellados en las laderas. Otros realizaban vuelos a baja altura, para
evitar los remolinos y vientos más fuertes, pero no maniobraban lo
suficientemente rápido para evitar convertirse en una parte eterna del paisaje.
Un C-47 Douglas como los que se usaban en las misiones. (Photo by © CORBIS/Corbis via Getty Images)
Prácticamente
todos los accidentes terminaron en muerte. Incluso si algún soldado lograba
sobrevivir al impacto, era imposible encontrarlos y rescatarlos a tiempo en el
corazón del Himalaya, con temperaturas que pueden llegar fácilmente a los 15
grados bajo cero.
Los
pilotos le dieron un nuevo apodo a la ruta. “El Sendero Luminoso”, porque en el
camino podían verse pequeños destellos en la montaña a medida que los aviones
avanzaban. Eran las aeronaves estrelladas de sus compañeros.
En
cerca de tres años, 549 aviones se perdieron en esta operación y 1.659 personas
murieron. Pero se transfirieron a China unas 660.000 toneladas de armamento,
equipos y medicinas. Los japoneses fueron obligados a seguir peleando en ese
frente, hasta la derrota en 1945.
Un Beechcraft C-45 expeditor, otro de los modelos que fueron ampliamente utilizados para llevar equipamiento desde la India hacia China. (Grosby)
Estos
problemas fueron ampliamente superados por la aeronáutica. Hoy en día los
aviones a reacción avanzados pueden navegar a una altura desde la que apenas se
ven las montañas, el GPS evita errores de navegación, las mejoras en la
formación de los pilotos permiten una excelente operación de emergencias y la
presurización del fuselaje permite respirar a esas alturas sin problemas.
¿Por
qué entonces los aviones comerciales circundan el Himalaya y no lo atraviesan
en línea recta? La respuesta es: por razones de seguridad de los pasajeros y la
tripulación. Si bien los aviones modernos son capaces de sobrevolar cualquier
montaña, incluido el Everest, los vuelos se trazan en rutas donde el avión
pueda descender a los 3.000, altura en la cual el ser humano puede respirar sin
la necesidad de la compresión artificial.
A los
3.000 metros en esa parte del planeta no hay más que cientos de montañas. La
altura de seguridad mínima necesaria es mucho más baja que un buen número de
los picos del Himalaya. Además, un vuelo sobre la cadena montañosa es más
costoso para las compañías. Ya que es normal que las ráfagas desprendan alguna
parte del avión, lo que implica costos de reparaciones y tiempo en que un avión
está en el taller. Lo cual repercutiría también en el valor de los pasajes.
Por
esas razones, sobrevolar el Himalaya no sólo es arriesgado, sino también más
caro que bordearlo. Pero existen empresas turísticas que ofrecen vuelos
cercanos al Everest en áreas donde los vórtices de viento no son fatales. No
son nada baratos: un pasaje por un recorrido de una hora cuesta unos USD 300
por persona. Y un paseo en helicóptero, cerca de mil dólares. Y una cierta
dosis de coraje, aunque no tanta como la que en 1933 tuvieron Hamilton y sus
acompañantes, y en la guerra centenares y centenares de pilotos.
Fuente:
https://www.infobae.com