Hace
53 quedó formalmente inaugurada la base Vicecomodoro Marambio, uno de los
establecimientos más importantes que posee nuestro país en la Antártida. Su
nombre evoca a un aviador que hizo historia en la epopeya de conquista del
continente blanco
Por Adrián
Pignatelli
La
palabra “Antártida” la crearon los geógrafos griegos cuando estudiaron la
Tierra a partir del siglo V a.C. Al polo norte lo denominaron “ártico” porque
sobre él se encuentra la estrella polar que pertenece a la constelación de la
Osa Menor (“arktos”, que significa “oso”); y al polo opuesto, el Sur, lo
llamaron “antiártico” o antártico.
Los primeros intentos por explorar este mundo de hielo se habían iniciado, en nuestro país, en 1880 cuando el presidente Julio A. Roca patrocinó una expedición austral encabezada por el marino italiano Giácomo Bove, pero llegó solo a explorar las costas patagónicas. Sin embargo, este apoyo revelaba el interés por conocer qué había más allá al sur de la Tierra del Fuego.
Un
hito fundamental en la conquista del continente blanco lo constituyó la
Operación Enlace, un proyecto de la Fuerza Aérea de exploración de la
Antártida, hasta entonces una inmensidad prácticamente desconocida.
Eran tiempos en que los aviones poseían un instrumental más primitivo. La brújula que incluía no era exacta, producto del movimiento del avión o por un viraje no muy pronunciado. Los campos magnéticos también conspiraban contra su precisión.
Además,
había que cuidarse de los vientos del oeste y los del sudoeste, los que solían
traer ventisca que disminuía la visibilidad. Los pilotos solían echar mano de
la navegación astronómica, usando el sol o la luna para guiarse.
Era
necesario tomar todas las precauciones posibles, y especialmente contar con la
autonomía suficiente para ir y volver.
A
las 9 y 20 del 1 de diciembre de 1951 despegó de Río Gallegos el Avro 694 Lincoln,
al que bautizaron con el nombre de “Cruz del Sud”. Era un cuatrimotor que fue
modificado para cumplir la misión de volar y explorar.
Lo
piloteaba Gustavo Argentino Marambio Catán, pero él, con el tiempo y con la
intención de hacer las cosas más simples, eliminó el Catán, un apellido
conocido en el ambiente tanguero, ya que un tío suyo, Juan Carlos Marambio
Catán fue cantante y compositor.
Nacido
en Río Cuarto el 19 de septiembre de 1918, era de una familia de militares, su
papá fue el Teniente Coronel Argentino Marambio Catán.
Egresado
como Subteniente en 1937, dos años después logró ser aviador militar y a partir
de 1944 pasó a Aeronáutica. Fue piloto en Líneas Aéreas del Estado, profesor de
meteorología y desde 1950, con el grado de Vicecomodoro, fue destinado a la
Base Aérea Militar de Tandil.
El
carácter de Marambio lo llevó siempre a emprender sus trabajos bajo la
imposición de volar “a todo o nada”.
A
Marambio lo acompañaban el Capitán Jorge Naveiro como primer piloto; el Teniente
Facundo López, segundo piloto; el Capitán Jorge Alberdi, observador; el Teniente
Enrique Zambrano y el Alférez Ricardo Baluarte, navegadores; los
radiooperadores el Suboficial Principal Rodolfo Cascallares y el Suboficial Auxiliar
Armando Bacinello; el mecánico Suboficial Auxiliar Juan Viola y el Suboficial Auxiliar
Enrique Nadal como fotógrafo.
Luego
de dejar atrás el Pasaje Drake, pasó primero por Decepción, una isla volcánica
situada entre las Shetland y la península antártica. Su nombre se lo puso el
cazador de focas norteamericano Nathaniel Palmer en 1820 que, como tantos
otros, masacraban a estos animales ya que el aceite que le extraían se
destinaba, principalmente, a iluminación.
Luego
fue el turno de Melchior, una isla que recuerda a un almirante francés. De ahí,
Marambio cruzó por el sur el Círculo Polar Antártico hasta el paralelo 70° Sur
y sobrevoló la bahía Margarita. Cuando pasó por la base San Martín, ubicada en
el islote Barry, arrojaron provisiones.
Aterrizaron
en Río Gallegos a las 21:40.
Durante
el año siguiente hizo diversos vuelos a fin de determinar posibles lugares para
instalar una pista de aterrizaje.
Marambio
había marcado el camino. El 28 de octubre de 1965 con un Avro Lincoln, el Primer
Teniente Jorge Francisco Martínez efectuó un vuelo de 22 horas sin escalas.
Distintas expediciones recogieron muestras del suelo para determinar el lugar
donde construir una pista, como la realizada en noviembre de 1968 cuando un
grupo, llevado en helicóptero desde el rompehielos General San Martín, comprobó
que era el lugar indicado.
Era
la isla Seymour, que llevaba el nombre de un marino inglés que había navegado
en esas aguas en el siglo anterior. Está a 200 metros sobre el nivel del mar.
Su suelo es tierra arcillosa, con piedras y rocas. Vieron la ventaja que los
fuertes vientos impedían la acumulación de nieve. El peligro era que esa suerte
de limo, especialmente duro por el intenso frío, cuando las temperaturas subían
el hielo se derretía y convertía en barro a varios sectores de la pista, y se
corría el riesgo de que las ruedas del avión se hundiesen.
Llegar a la Antártida supuso mucho esfuerzo y sacrificio, en el que el hombre debió luchar contra un clima hostil.
El
grupo que desembarcó del rompehielos a fines en 1968 serían los integrantes de
la Patrulla Soberanía. Se alojaron en la Estación Aeronaval Petrel y en la Base
Aérea Teniente Matienzo. Luego de diversos estudios, se decidió instalar la
pista sobre la meseta de la isla.
Prepararon
carpas, picos, palas y víveres y un grupo electrógeno. En un monomotor Beaver
se dirigieron al lugar elegido. El avión, que pudo aterrizar ya que se le
habían adaptado esquíes, hizo varios viajes llevando implementos y más hombres.
Instalaron
un precario campamento y pusieron manos a la obra. Cuando el estado del tiempo
así lo permitía, había que hacer una pista, mejorar el terreno, despejarlo de
rocas y de hielo. Al mediodía del 25 de septiembre de 1969 el Beaver aterrizó
en la pista original, de 300 metros. Lo hizo usando el doble sistema de esquí y
rueda. Era piloteado por el Teniente Oscar Pose Ortiz de Rozas, acompañado por
el Suboficial Principal Ramón Velázquez; llevaban al jefe del Grupo Aéreo de
Tareas Antárticas Vicecomodoro Mario Olezza. Mientras tanto, la pista, a golpes
de pico y pala, fue creciendo en longitud, llegando a los 900 metros.
El
miércoles 29 de octubre de 1969 aterrizó el biturbohélice Fokker F 27,
matrícula TC 77 que llevó a autoridades del gobierno nacional para la
inauguración formal de la base. Lo hizo usando el tren de aterrizaje
convencional.
Se
había construido la primera pista de aterrizaje de tierra en la Antártida. Y se
convirtió en el punto de partida de las misiones científicas que se desarrollan
durante el verano. La base fue bautizada con el nombre de Vicecomodoro
Marambio.
El
jueves 12 de noviembre de 1953, a unos doce kilómetros del pueblo santafecino
de Villa Mugueta, dos aviones se rozaron. El bimotor de Havilland Dove, que
había despegado de la base aérea de El Palomar se cruzó a dos mil metros de
altura con un trimotor Junkers, que venía de la Escuela de Aviación Militar de
Córdoba.
Por
unos instantes el bimotor, luego de perder un ala, mantuvo la estabilidad pero
terminó precipitándose a tierra en tirabuzón. El Junkers intentó un planeo pero
un kilómetro más adelante se estrelló y se incendió. Murieron en total 20
personas.
El
piloto del de Havilland Dove era el vicecomodoro Marambio, aquel que encaraba
sus misiones a todo o nada.
Fuente:
https://www.infobae.com