16 de mayo de 2019
¿QUIÉN BOMBARDEA?
Berlín, 25 de agosto de 1940. La aviación británica
ataca la capital del Reich como respuesta al bombardeo de la Luftwaffe sobre
Londres.
Los alemanes no lograron ni siquiera localizar un
avión inglés con sus reflectores antiaéreos. Foto: Getty Images
Von Ribbentrop: “Los ingleses están en la últimas”.
Molotov: “¿Entonces por qué estamos en este refugio? ¿Quién nos está
bombardeando?”.
La reunión nocturna entre los ministros de
Exteriores de Hitler y Stalin se había interrumpido a las 00:20 horas del 25 de
agosto de 1940. Faltaban diez meses para que Alemania invadiese Rusia a
traición, rompiendo la alianza llamada precisamente Pacto Molotov-Ribbentrop,
pero mientras tanto Hitler quería que los soviéticos, que le surtían de
materias primas, estuviesen confiados y satisfechos por su alianza con el
vencedor.
Joachim von Ribbentrop era el hombre ideal para
eso, al fin y al cabo, era un comerciante de vinos que “vende el champán alemán
al mismo precio que otros venden el champán francés”, como le dijeron a Hitler
cuando se lo presentaron. El Führer lo puso al frente de la diplomacia nazi
porque sabía idiomas, había viajado y tenía eso que los esnobs llaman “mundo”.
En realidad, era un caradura, se había apropiado del “Von” del apellido de una
tía lejana para aparentar nobleza de cuna, y cuando estuvo de embajador en
Londres se acostó regularmente con la amante del rey Eduardo VIII, ese que
abdicó por el amor a la mujer que le ponía los cuernos.
Pero toda la labia de Ribbentrop se estrellaba
contra la pregunta de Molotov: “¿Quién nos está bombardeando?”. Realmente el
ministro nazi no podía explicar lo que estaba pasando porque ni él mismo lo
comprendía. La Luftwaffe era la dueña de los cielos de Europa, eso no era propaganda,
era una realidad palpable. Sus demoledores ataques aéreos habían aterrorizado a
Francia, Bélgica y Holanda, que se rindieron sin casi combatir. Ahora estaba
bombardeando a placer a Inglaterra desde hacía un mes y medio, los ingleses
bastante tenían con intentar defenderse, y Göring había asegurado que, si a la
RAF se le ocurriera atacar Berlín, nunca traspasaría el formidable círculo de
defensa antiaérea de la capital del Reich.
Y sin embargo aquí estaban, 70 bombarderos
británicos lo habían burlado precisamente el día de llegada de Molotov. “La
concentración de fuego antiaéreo era la mayor que he visto jamás, un
espectáculo terrible y magnífico, radió desde Berlín el corresponsal de la
cadena CBS, el veterano periodista estadounidense William Shirer, Y era
extrañamente inútil, ni un solo avión fue derribado, ni siquiera fue localizado
por los reflectores que danzaban frenéticamente de un lado a otro de los
cielos, a través de la noche”.
Efectivamente, ningún aparato británico fue
derribado, aunque las bombas que lanzaron sobre el aeropuerto de Tempelhoff y
la fábrica Siemens tampoco causaron ninguna víctima. En un conflicto como la II
Guerra Mundial, preñado de masacres, fue una insólita batalla incruenta.
La razón de ello era que los aparatos ingleses
volaban muy alto. Eso hacía inútil la artillería antiaérea, pero impedía tener
precisión en el bombardeo, aunque esto no les preocupaba a los ingleses. No
iban a Berlín a provocar daños, sino a desafiar a los alemanes; lo que se
estaba librando allí no era un combate bélico, era política de hondo calado,
una jugada maestra de Winston Churchill para conjurar el peligro de invasión
nazi de Inglaterra.
El Blitz
La Luftwaffe había comenzado el ataque a Gran
Bretaña en julio con un designio: asegurar la total supremacía aérea alemana en
el cielo inglés, requisito indispensable que ponía la Kriegsmarine para
realizar la invasión de la isla. Sus objetivos eran derribar el mayor número
posible de cazas británicos y destruir los aeródromos, puestos de mando e
infraestructuras de la RAF, así como las industrias que permitían fabricar
aviones a los ingleses. En esa primera fase, según los alemanes, no se
pretendía atacar las ciudades, pero el 24 de agosto se produjo el bombardeo del
centro de Londres. Siempre según la propaganda nazi, había sido un error y se
pidieron disculpas, pero Churchill ordenó una acción de represalia inmediata.
La RAF envió a sus bombarderos contra Berlín.
La revancha inglesa enfureció a Hitler, lo que era
su propósito. “Por cada 3000 o 4000 kilos de bombas que arrojen los aviones
británicos, nosotros haremos caer 300000 o 400000 kilos, dijo en un exaltado
discurso el 4 de septiembre. Si atacan nuestras ciudades, nosotros destruiremos
las suyas”, prometió el Führer. Y efectivamente hubo un cambio de estrategia, a
partir del 7 de septiembre comenzó lo que llamaron el Blitz, el ataque
sistemático sobre Londres, bombardeado durante 57 noches seguidas, pasando una
guadaña que se llevaría 43000 muertos civiles.
Era una nueva e infame forma de guerra que ya se
había ensayado en la Guerra Civil española, pero ahora llevada a su máximo
voltaje, el ataque a la población no combatiente, a objetivos sin ninguna
relevancia militar, a monumentos históricos y barrios residenciales. Los
alemanes mantendrían esa estrategia hasta casi el final, mandando “bombas
volantes” V-1 y V-2 cuando ya no tenían aviones. Los aliados también la
utilizarían según iba cambiando la relación de fuerzas a su favor, con famosas
destrucciones de ciudades como Dresde.
Pero en 1940 los únicos que podían poner en marcha
ese plan infernal eran los alemanes. Hitler pensaba que los ingleses se
vendrían abajo ante tanta matanza y destrucción, pero “Londres puede
soportarlo”, como Humphrey Jennings tituló desafiante un documental muy popular
que rodó esos días.
En realidad, los ataques a Londres “nos dieron un
respiro que nos vino muy bien”, como reconoció crudamente Churchill. Al cambiar
la Luftwaffe de objetivo, la RAF, que estaba a punto de ser aniquilada, pudo
rehacerse, y los alemanes tuvieron que abandonar los planes de invadir
Inglaterra. El sacrificio de Londres salvó a Inglaterra, o, dicho de otra
manera, el bombardeo simbólico de Berlín aquella noche en que Molotov se vio
encerrado en un sótano, decidió que Hitler no ganase la II Guerra Mundial en
1940.
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