24 de enero de 2019
LA BONITA HISTORIA DEL CAZA Y EL BOMBARDERO
Un día de las Navidades de 1943 el as alemán Franz
Stigler decidió no derribar el maltrecho B-17 de Charlie Brown
Por Jacinto ANTÓN
Reconstrucción del encuentro del caza y el
bombardero por John D. Shaw.
Cuando me preguntan cuál es mi historia favorita de
la II Guerra Mundial, lo que no sucede tan a menudo como desearía, no tengo
dudas. Al menos desde que descubrí, gracias a Arturo Pérez Reverte, quién sino
cuando se trata de amistad, honor y redaños, una absolutamente imbatible. La
del piloto de caza alemán que, un día de Navidades, decidió no derribar al
bombardero estadounidense que tenía indefenso a su merced e incluso lo ayudó a
volver a casa. Una historia tan buena que parece que no pueda ser verdad, pero
lo es.
Resulta curioso que la sanguinaria segunda
contienda tenga episodios edificantes, y más aún que transcurran durante la
terrible campaña de bombardeo aliado que laminó las ciudades de Alemania y
desató un odio indecible en los cielos, donde la aviación alemana luchaba por
evitar la destrucción de sus casas y sus familias y las jóvenes tripulaciones
británicas y estadounidenses peleaban rabiosamente por sus vidas. En esos días
mirabas al cielo y veías caer continuamente aviones y pilotos como ícaros y
meteoros envueltos en llamas, miedo y coraje.
El piloto alemán Franz Stigler y el estadounidense
Charles Brown
La bonita historia del caza Messerschmitt Bf-109 G
y el bombardero B-17 la cuenta un libro que es además de los mejores, si no el
mejor, que he leído sobre la aviación de la II Guerra Mundial, A higher call,
de Adam Makos con Larry Alexander, Atlantic Books, 2014, y que va a convertirse
en película, con guion de Tom Stoppard. Makos, periodista, historiador y editor
de una revista de aeronáutica militar había entrevistado a numerosos veteranos
estadounidenses, jamás pilotos alemanes, a los que categorizaba invariablemente
como “nazis”, cuando el ex piloto de bombardero Charlie Brown (¡) le contó la
historia y le puso en la pista del otro protagonista de la misma, “el verdadero
héroe”, le recalcó, el as de caza alemán Franz Stigler. El renuente Makos
descubrió, como deberíamos hacer más a menudo todos, que mantener opiniones
inflexibles sobre los demás es una majadería.
Stigler resultó ser una gran persona, aparte de que
su carrera de aviador, que A higher call sigue como si estuvieras presente, es
apasionante y espectacular. Descubres cosas como que nunca hay que atacar un
P-38 de frente o que todos los pilotos se orinan encima en el primer combate.
El piloto alemán, 487 misiones de combate, 28 victorias confirmadas, 30
probables, dejó de contar hacia el final de la guerra y una herida de bala en
la cabeza, combatió en África, donde conoció a Marseille, y aprendió de sus
mayores un código moral impecable. Luego peleó en Sicilia, su aeródromo estaba
el pie del monte Erice, y acabó defendiendo el cielo de Alemania. Amigo, entre
otros nombres famosos, de Galland y Steinhoff, del que describe su terrible
accidente, terminó la guerra nada menos que en la JV-44, la inigualable
escuadrilla de ases, los Experten, donde pilotó los siniestramente tan bellos
reactores Me-262.
Toda la trayectoria anterior y posterior de
Stigler, militar y humana, se concentra en ese 20 de diciembre de 1943 en que
apareció a la cola del devastado B-17 de Brown. El bombardero, bautizado The
pub, había sufrido lo indecible atacado poco antes por un enjambre de cazas
alemanes y se arrastraba maltrecho de vuelta a casa, agujereado como un queso gruyere,
con el artillero de cola decapitado y el resto de la tripulación manando
sangre, como una bestia herida, apenas capaz de mantenerse en el cielo. Stigler
puso el dedo sobre el disparador de sus cañones para rematar al avión enemigo,
pero no hizo fuego. Voló junto al bombardero observando sus heridas y cruzó la
mirada con sus tripulantes a través del fuselaje abierto. Decidió que no
abatiría el avión. Una decisión absolutamente fuera de lugar y que podría
costarle a Stigler el pelotón de fusilamiento, de entrada, le supuso no ganar
la preciada Cruz de Caballero que le hubiera correspondido automáticamente de
apuntarse esa victoria. Pero no solo no derribó al bombardero, sino que ¡lo
acompañó por encima de las líneas de sus propios antiaéreos para evitar que le
disparasen! Luego incluso les recomendó por señas a los perplejos y maltrechos
estadounidenses que se dirigieran hacia Suecia. A los mandos de su avión
arruinado, Brown acabó entendiendo una cosa: fuera lo que fuera que se
propusiera aquel aviador enemigo, que se despidió con un saludo, era un buen
hombre.
La historia tiene un final; tras la guerra, a la
que ambos sobrevivieron, Stigler milagrosamente dado el índice de supervivencia
de los ases alemanes, los dos aviadores se encontraron. Fue en 1990 y desde
entonces hasta su muerte, que se produjo, curiosamente, la de los dos, el mismo
año 2008, Brown y Stigler fueron grandes amigos.
¿En qué pensó el piloto alemán aquel día en el
cielo sobre Alemania? Él dijo que en su hermano, también aviador y opositor a
los nazis, que había muerto en acción. Y en su mentor, el as Gustav Roedel, que
le advirtió que jamás disparara a un enemigo indefenso. En todo caso su código
establecía que había que celebrar victorias, no muertes, y saber cuándo era el
momento de escuchar, allá arriba, una llamada más alta, la de la caballerosidad
y la compasión.
Fuente: https://elpais.com