26 de noviembre de 2018
EL BOMBARDEO AÉREO QUE DESTRUYÓ POMPEYA POR SEGUNDA VEZ
Plinio el Joven describe en sus cartas a Tácito
como fue aquella fatídica jornada del siglo I en la que falleció su tío Plinio
el Viejo a causa de las emanaciones gaseosas cuando observaba el fenómeno:
“Mientras
tanto en el Vesubio relucían, en diversos lugares, anchísimas llamas y elevados
incendios, cuyo fulgor y cuya claridad se destacaban en las tinieblas de la
noche. Mi tío, para excusar el miedo, decía que se trataba de hogueras hechas
por campesinos fugitivos o villas abandonadas que ardían. Entonces se fue a
dormir y en verdad que durmió con un sueño profundo, pues sus ronquidos eran
oídos por los que estaban de guardia en la puerta. Pero el patio por el que se
llegaba a la habitación empezó a llenarse de tal modo de ceniza y de pedruscos que,
si hubiesen permanecido ahí, no hubieran podido salir. Se despertó y se reunió
con Pomponiano y los demás que habían estado velando. Deliberaron si se
quedarían bajo cubierto si saldrían al raso, ya que el edificio vacilaba debido
a frecuentes y largos temblores y parecía que sus cimientos se corrían de un
lado para otro. No obstante, si salían a la intemperie, eran de temer las
lluvias de pedruscos, aunque más soportables. Cotejados ambos peligros, se optó
por la segunda solución: en mi tío ello constituyó el triunfo de la razón sobre
la razón, en los demás, el miedo sobre el miedo. Se pusieron almohadas en la
cabeza, sujetas con trapos, única protección contra lo que caía. En otras
partes había amanecido ya; allí seguía una noche más negra y más densa que
todas las noches, sólo rota por antorchas y luces variadas.
Pareció
oportuno ir a la playa y ver qué posibilidades existían en el mar, que estaba
desierto y adverso. Allí se echó sobre un lienzo y pidió agua fresca, y la
bebió dos veces. A él le despertó y a los demás les hizo huir el olor del
azufre, precursor de las llamas y estas llegaron luego. Se levantó apoyándose
en dos siervos, pero cayó en seguida debido, a lo que creo, a que el vaho
caliginoso le tapó la respiración y le cerró el estómago, que tenía muy
delicado y propenso al vómito. Cuando nuevamente se hizo de día -y era el
tercero desde que había dejado de ver- su cuerpo fue hallado intacto y tal como
iba vestido; pero más tenía el aspecto de dormir que de estar muerto.”
En efecto, tras la típica lluvia de piedras
volcánicas llegó el flujo piroclástico, una mortífera nube ardiente que primero
ascendió hacia el cielo desde el cráter para luego descender violentamente y
extenderse por los alrededores, matando cuanto encontraba a su paso.
Curiosamente, hubiera sido una sensación parecida si los pompeyanos de entonces
hubieran estado presentes dos milenios después, cuando lo que cayó desde el
aire no fueron piedras sino bombas y al efecto de la nube sustituyeron las
brutales explosiones producto esta vez no del enfado de Vulcano sino de la mano
del Hombre.
Desde marzo de 1943 los aviones de la RAF salían
periódicamente en misiones por el continente para interrumpir las vías de
comunicación y transportes alemanas. En mayo cayó el Afrika Korps dejando el
norte de África en manos de los Aliados, que el 10 de julio iniciaron el
desembarco en Sicilia completándolo en apenas un mes y precipitando la
destitución de Mussolini el día 25 y su sustitución por el Mariscal Badoglio.
El siguiente paso era el asalto a la península
italiana y ello implicaba una serie de bombardeos previos que resultaron
disuasorios para que el rey Vittorio Emmanuel III capitulase el 8 de
septiembre, cinco jornadas después de que las primeras tropas cruzaran el
estrecho de Messina y desembarcaran en Calabria, iniciando su avance hacia el
norte, apoyadas al poco por otro desembarco en Salerno. Pero antes de que
Italia cambiara de trinchera, salvo en el norte, donde los alemanes se
adueñaron de la situación y rescataron a Mussolini, Pompeya habría de sufrir
una segunda oleada de devastación.
Los citados raids aéreos empezaron el 24 de agosto,
por siniestra coincidencia, la misma fecha de la erupción del Vesubio, siendo
Nápoles y su importante puerto marítimo el objetivo, y se prolongaron durante
ocho días seguidos con un curioso interés extra: determinar si producía mejores
resultados atacar en horario nocturno o a plena luz. Según un estudio del
español Laurentino García, las escuadrillas británicas y estadounidenses
lanzaron casi dos centenares de bombas de cuatrocientos kilos cada una y, como
suele pasar en las guerras, provocaron daños colaterales inesperados al caer
varias de ellas en el recinto de la antigua ciudad romana.
Ésta, que permaneció tanto tiempo preservada bajo
tierra, había salido a la luz en 1550, cuando el arquitecto Domenico Fontana
hacía un canal para desviar agua del río Sarno hacia la localidad de Torre del
Greco. Sin embargo, se dice que encontró los frescos eróticos y, escandalizado,
mandó enterrarlos de nuevo, por lo que no se empezó a excavar hasta 1738, en
una serie de trabajos arqueológicos patrocinados por el rey napolitano Carlos
VII, el mismo que luego reinaría en España como Carlos III.
Así se recuperó la memoria pompeyana y desde
entonces continuó la labor hasta aquel fatídico estío de 1943. Conviene tener
en cuenta que los daños registrados en Pompeya obedecen a tres etapas
distintas. La primera, un terremoto que la sacudió en el año 62 provocando el
pánico y haciendo que buena parte de sus veinte mil habitantes huyeran temiendo
que se tratase de una erupción del Vesubio. El seísmo tuvo varias réplicas, de
ahí que diecisiete años más tarde, cuando el volcán erupcionó realmente,
todavía se estuvieran haciendo obras de reconstrucción.
La segunda fue la descrita acción volcánica, que no
sólo sepultó la ciudad en cenizas, sino que destruyó estructuras
arquitectónicas con los temblores previos que hubo a lo largo de días antes,
según atestigua Plinio el Joven, y luego con la lluvia de piedras, que hundió
bastantes tejados. Desde 1924, ya bajo el gobierno mussoliniano, se acometieron
una serie de trabajos de restauración dirigidos por el arqueólogo Amedeo
Maiuri; la Segunda Guerra Mundial cambió las cosas.
Las bombas aliadas constituyeron una tercera etapa
en esa secuencia de destrucción, al hacer desaparecer la vía de la Abundancia, que
era la calle más animada de Pompeya, la Porta Marina, los arcos que flanqueaban
el Foro, el Teatro Grande, la Schola Armaturarum, el edificio donde se exhibían
trofeos capturados al enemigo, que el régimen fascista reconstruyó por su
potencial propagandístico y del que se perdieron los frescos que lo decoraban,
la Casa de Triptólemo, la Casa de Rómulo y Remo, una parte de la Casa de Diana
Arcaizante, el atrio de la Casa de Epidio Rufo y las pinturas de la Casa de
Salustio.
Incluso estructuras modernas terminaron
pulverizadas con todo su valioso contenido, caso de dos de las salas del Museo
Pompeyano, entre cuyos escombros quedaron miles de piezas rescatadas en el
siglo XVIII. Al respecto se dio una curiosa situación y es que las piezas más
valiosas del museo (estatuas, joyas…) habían sido evacuadas al ver que los
combates se aproximaban, pero el lugar a donde se llevaron fue nada menos que
la Abadía de Montecassino, que entre enero y mayo de 1944 sería escenario de
otra durísima batalla y quedaría derruida; por suerte, justo antes el general
Frido von Senger las había enviado al Vaticano.
Además, el bombardeo produjo unos efectos
secundarios cuyos resultados todavía se notan hoy en día: las explosiones,
incluso las que no alcanzaron ningún sitio concreto (que por suerte fueron la
mayoría), removieron la tierra de tal forma que desde entonces las lluvias
penetran fácilmente en el subsuelo, ablandándolo y volviéndolo inestable. La
Ley de Murphy hizo que en 1980 se produjera un nuevo terremoto que dio la
puntilla a muchos rincones. Consecuencia de ello es el desplome periódico de
algunos edificios como el mencionado de la Schola Armaturarum en 2010, que
encima se había reconstruido con cemento armado, un material bastante endeble.
De aquella Pompeya pre-bélica se conservan una
veintena de fotografías en placa de vidrio que muestran el aspecto que tenía
entonces. Actualmente se ha podido reconstruir alguno de los edificios, como el
Anticuario, usado como museo, y está protegida desde 1997 por la UNESCO dentro de
su Patrimonio de la Humanidad. Pese a ser uno de los principales motores
económicos de Nápoles, se ha decretado una reducción de acceso al público, exhibiendo
sólo un tercio de la urbe, y una suspensión de las excavaciones arqueológicas
para centrarse en salvar lo que hay ahora.
Así que de momento tampoco volverán a aparecer
bombas sin explotar, como la de 2006, que hoy está expuesta como una parte más
de la turbulenta historia del sitio.
Fuente: https://www.labrujulaverde.com