6 de febrero de 2019

EL AVIADOR QUE ARDIÓ


 Por Jacinto Antón


La gran tragedia de la II Guerra Mundial, hace 60 años, produjo una asombrosa cosecha de héroes desgraciados. Entre esos personajes se encuentra el valiente piloto Johannes Steinhoff, que, considerado el hombre más guapo de la Luftwaffe, resultó espantosamente quemado a bordo de su avión.

Un ángel llevó a Steinhoff al infierno. Experimentado piloto de caza alemán con un rotundo saldo de 176 victorias en el aire, el aviador se encaramó aquel 18 de abril de 1945 a su flamante Messerschmitt 262, un aparato maravilloso, el primer reactor de combate operacional del mundo, para lanzarse a su misión número 900. El hombre que subía al rutilante aeroplano, una máquina sensacional que parecía un tiburón y volaba "como un ángel", según la descripción del as de caza Adolf Galland, encarnaba como un hermoso halcón todo lo de arrojado, fiero y salvaje que representa la aviación de caza.
El as de la aviación de combate alemana Johannes Steinhoff, antes del accidente que sufrió a bordo de un reactor Me-262 en 1945.
Considerado oficiosamente "el hombre más guapo de la Luftwaffe" y un tipo bastante decente que abogaba por hacer la guerra en los cielos de la manera más caballerosa y justa posible y hasta tuvo los arrestos de enfrentarse a su corrupto jefe, el Mariscal Goering, Steinhoff acabó la jornada convertido físicamente en un monstruo.

Al despegar junto a otros miembros de su escuadrilla de jets, la selecta Jagdverband 44, la mejor agrupación de pilotos que ha conocido la historia, incluyendo al circo del Barón Rojo, el tren de aterrizaje del avión de Steinhoff se hundió en el cráter de una bomba mal tapado. El reactor, encabritado, se elevó de un salto un metro en el aire y se estrelló. Empezó a incendiarse y mientras el aviador trataba de abrir la cabina una enorme explosión sacudió el aparato al estallar los 24 cohetes R4M de armamento que portaba bajo las alas. En medio del combustible ardiente, Steinhoff se abrazaba vivo.

Consiguió salir entre las llamas, rodar y alejarse a rastras del aparato, que se disolvió en una ensordecedora deflagración final. Aullaba de dolor. Su rostro se había fundido como cera en un horno. Le llevaron a un hospital donde los médicos decretaron que no sobreviviría, y allí quedó dos años, como el protagonista de El paciente inglés, convertido en una gran llaga sufriente que soñaba cielos azules y grandes desiertos amarillos, los que había sobrevolado en África. En sus sueños aparecían también el Etna, sobre cuya caldera había combatido en Sicilia y que le devolvía a aquel instante espantoso de fuego que le desfiguró, y los paisajes nevados de Rusia, cuyo helado recuerdo mitigaba su ardiente dolor.

Al revés que el aviador cinematográfico que interpretaba Ralph Fiennes, Steinhoff se salvó. Pero durante años hubo de someterse a penosas operaciones, como otros pilotos de la II Guerra Mundial arrojados del cielo, véase el conmovedor libro The reconstruction of warriors, de E. R. Mayhew, Greenhill, 2004. En 1969, un cirujano plástico le rehízo los párpados con piel del brazo y pudo quitarse por fin las gafas oscuras que protegían sus ojos condenados hasta entonces a permanecer siempre abiertos.

Sus primeros combates
Johannes Steinhoff, Mäcki, nacido en Bottendorf, Turingia, en 1913, era hijo de un agricultor y estudió para ser maestro antes de que la recesión en Alemania tras la I Guerra Mundial y el paro le llevaran a alistarse en la marina. De allí pasó a la aviación naval y luego a la Luftwaffe. Steinhoff empezó a volar en 1935 junto a muchos de los que serían también grandes ases. Su primer combate fue contra bombarderos británicos sobre Holanda en 1939: derribó uno. Participó en la Batalla de Inglaterra y en sus letales dogfights, donde aprendió a valorar la pericia, el coraje y la "deportividad" de los pilotos de la RAF. Luego luchó en Rusia y desde el aire vio morir un ejército en Stalingrado para después pasar al Norte de África, a Italia, a Rumanía y a defender los cielos de Berlín.

Patriota pero no nazi, Hitler le hizo callar en un par de célebres ocasiones en que expresó arriesgadamente ante el führer su opinión sobre la equivocación de la guerra en el Este y el absurdo uso del Me-262 como bombardero, Steinhoff fue uno de los protagonistas del célebre motín de los pilotos de caza contra Goering a causa de la demencial manera de éste de conducir la guerra aérea y de su malévola obsesión por culpabilizar de las derrotas a los pilotos. Estuvo a punto de terminar ante una corte marcial pero finalmente se le reclutó para la JV 44, la desesperada escuadrilla final de ases en reactores, donde sufrió el accidente, y ardió.

La historia de Steinhoff, que supo sobreponerse a sus quemaduras y su deformidad y regresó al mundo de la aviación para convertirse en uno de los Generales responsables de la nueva fuerza aérea alemana en la OTAN, murió, retirado, en 1994; su hija Úrsula se casó con un senador de EE UU, no atrae sólo por sus ecos mitológicos de Ícaro guerrero caído y abrasado, y posterior Fénix de la Luftwaffe.

Escribió un bello libro de memorias, Messerschmitts over Sicilly (Pen & Sword, 2004), que, convertido ya en un clásico de la aviación, relata las peripecias de Steinhoff y su grupo de caza en el verano de 1943, desde su llegada a Sicilia tras el desastre del Afrika Korps hasta su retirada de la isla por la invasión aliada.

El aviador narra experiencias de vuelo y frenéticos combates aéreos, entre el staccato de las ametralladoras y los mortales dedos luminosos de las trazadoras- con una emoción y un lirismo dignos de James Salter. Inferiores en número, volando en los ya obsoletos Me-109 desde sus bases junto al durrelliano monte Erice, Steinhoff, "Odiseo Uno", y sus hombres se enfrentan día tras día, sin ninguna esperanza, a las oleadas de bombarderos y enjambres de cazas enemigos. Goering les acusa de cobardía, pero Steinhoff y sus aviadores siguen luchando y cayendo, sobre el mar y los campos de olivos, envueltos en el embriagante vértigo de la velocidad y en el olor a sudor, fuel y cordita. En un pasaje, Steinhoff sobrevuela el templo de Segesta y mientras la aurora tiñe las columnas dóricas, la cabina se inunda de un brillo cegador, envolviendo al piloto en un resplandeciente y terrible augurio.

Un encuentro con el reactor de Hitler

Fue complicado llegar hasta él, pero valió la pena. Durante años había soñado con ver un Messerschmitt 262, uno de los aparatos legendarios de la historia de la aviación, véase Hitler's jet plane, de Mani Ziegler, Greenhill, 2004, y ahora estaba por fin ante el temido reactor, capaz de volar a casi 900 kilómetros por hora para espanto de los aviones de hélice y pistón. Con su aspecto de escualo, reposaba en el museo del antiguo campo de aviación de Kbely, en las afueras de Praga. Puse la mano sobre su morro prominente y cerré los ojos para conjurar los sueños de la bestia dormida. Vi arder a Steinhoff y caer al gran Nowotny gritando: "¡Mierda, mi turbina!". El mejor piloto del jet fue, sin embargo, Kurt Welter, que volaba en él de día y de noche, despegando desde las autobahn, y, lo que son las cosas, fue a morir en 1949 cuando el coche se le caló en un paso a nivel sin barrera. La historia de los Me-262, aunque lucharon en el bando de los malos, es muy emocionante. Tremendamente vulnerables en tierra, como los albatros, el reactor recibió precisamente dos nombres de ave: Schwalbe, golondrina, y Sturmvogel, petrel, los pilotos enemigos los cazaban al despegar y aterrizar, convirtiéndolos en fugaces pájaros de fuego.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 7 de agosto de 2005

Fuente: https://elpais.com