4 de febrero de 2019

EL PRIMER CRUCE DE LOS ANDES EN GLOBO


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Zuloaga y Eduardo Bradley minutos antes de la travesía.

A comienzos de 1915, año trágico para la naciente aviación argentina por el holocausto del precursor Jorge Newbery y del Teniente Alfredo Agneta, Ángel María Zuloaga, Teniente 1º del Ejército, que con el tiempo se convertiría en uno de los grandes propulsores del desarrollo aeronáutico, y Eduardo Bradley, piloto de aviones y aerostatos, acordaron intentar por primera vez el cruce de los Andes en globo.

El 13 de abril de 1915, ambos ascendieron a la altura de 6920 metros con el globo Eduardo Newbery, denominado así en homenaje al infortunado piloto del Pampero, que desapareció en 1908 sobre el Río de la Plata. Partieron desde Bernal y llegaron a Canelones, República Oriental del Uruguay. Animados por el éxito, batieron, a partir del 29 de octubre del mismo año, a las cinco de la mañana, el récord de distancia, 900 kilómetros, entre el barrio de Belgrano, Capital Federal, y Sao Leopoldo, Brasil.

La travesía no fue absolutamente placentera, pues el frágil aerostato sufrió la fuerza de vientos huracanados. Aunque los pilotos comprobaron que estaban en condiciones técnicas de volar mil kilómetros más, continuar hasta la ciudad de Santos y obtener el récord de toda América, la visión del océano, con los peligros que entrañaba para los globos libres, los hizo desistir. El viento comenzó a ceder en intensidad. Dice bellamente Zuloaga que "el viento pampero, como fatigado de su furiosa y larga carrera, parecía buscar un lugar de reposo en las aguas del Atlántico".

El descenso fue brusco aquel 29 de octubre, ya que el Eduardo Newbery, arrastrado por el viento, golpeó con violencia contra el suelo y terminó por quedar recostado entre los árboles. Ambos pilotos resultaron heridos en la cabeza.

Habían aterrizado en una colonia alemana. Al principio nadie se acercó a socorrerlos, pero luego de una explicación durante la cual salieron en tropel las señas y las palabras en portugués y alemán, fueron atendidos y llevados en carreta, con el globo a cuestas, rumbo a Sao Leopoldo, donde el intendente les prodigó atenciones.

En Porto Alegre, fueron presentados por elementos hostiles al gobierno, como "espionautas", pero en cambio recibieron diversas manifestaciones de aplauso, artículos periodísticos elogiosos y finalmente una calurosa despedida en la que el presidente del Estado de Río Grande do Sul, en alusión a las lesiones sufridas al descender el globo, expresó estas palabras que, al decir de Zuloaga, "sintetizan todo un poema de fraternidad americana": Es esa la única forma por la cual la sangre argentina puede derramarse en esta tierra hermana.

Se decide intentar

En marzo de 1916 el gobierno chileno invitó a la Argentina a participar en el Primer Congreso Panamericano de Aviación, organizado por la Asociación Aeronáutica Panamericana con el fin de unificar el pensamiento y la acción aérea en el continente. Asistieron delegaciones de toda América. La de nuestro país estaba constituida por el ingeniero Alberto R. Mascías, Eduardo Bradley y los Tenientes Primeros Pedro Zanni y Ángel María Zuloaga. La personalidad de mayor relieve en el encuentro fue el insigne aviador y científico Alberto Santos Dumont, quien representó al Brasil y a los Estados Unidos, y brindó su experiencia y autoridad para la obtención de soluciones prácticas y de orden técnico en los temas y ponencias allí tratados.

Santos Dumont, al conocer el proyecto del cruce de los Andes, les dijo con la familiaridad no exenta de afecto con que trataba a los jóvenes: "Ustedes son locos y van a una muerte segura". Y agregó que los vientos del cuadrante del oeste rebotaban contra la cordillera para tomar rumbo al Pacífico. En cambio, Bradley y Zuloaga afirmaban que los vientos pasaban por sobre los Andes y se dirigían hacia la Argentina. "Si creen eso, la única manera de probarlo es cruzando", les respondió el gran brasileño.

Concluido el congreso, Bradley y Zuloaga permanecieron en Chile con autorización del gobierno, animados por el propósito de estudiar in situ la concreción de su idea de cruzar los Andes en globo.
"Para dicha travesía, recuerda Zuloaga, tuvimos especialmente en cuenta la elección del material, los antecedentes meteorológicos de América del Sur, y en particular la zona andina, imponiéndonos un plan de estudios que comprendía: dirección e intensidad de las corrientes de aire y sus propiedades físicas a diferentes alturas a partir de 5000 metros, radiación solar, temperatura, humedad y otros fenómenos. Además, ambos tripulantes nos sometimos a esmeradas observaciones psicofísicas".

Los científicos Jorge Wiggins y H.H. Clayton, del Instituto Meteorológico Argentino; el destacado profesor del Instituto Geográfico Militar, doctor Guillermo Shulz; el especialista en medicina de aviación, doctor Agesilao Milano, y el sabio Gualterio Knoche, director del Instituto Meteorológico de Chile, colaboraron en la empresa.

Los pilotos habían considerado conveniente adoptar un globo esférico con capacidad para poder ascender por lo menos 9000 metros, el cual debía ser inflado con gas hidrógeno, cuya fuerza ascensional es, prácticamente, de 1100 gramos por metro cúbico.

En aquel momento ya resultaba indispensable obtener la autorización del gobierno argentino para trasladar los complejos elementos destinados a tornar factible la empresa. Lograda, Bradley y Zuloaga se trasladaron a Santiago de Chile, llevando consigo dos globos, uno para pruebas, de 1600 metros cúbicos de capacidad, y el fiel Eduardo Newbery, de 2200 metros cúbicos, para la realización del vuelo definitivo.

Mientras las pruebas realizadas en la nación trasandina no arrojaban los resultados previstos por la escasa calidad de los combustibles, los viajeros debieron soportar con creces el deporte argentino de la crítica dura y malsana. Pero no se arredraron. Mezclaron una gran parte proporcional de hidrógeno con gas de alumbrado obtenido con condiciones especiales gracias al estímulo y la cooperación del gobierno y el pueblo chilenos, y lograron la fórmula deseada.

El vuelo

Las burlas de algunos órganos de prensa, y la propia presión moral que soportaban, los decidieron a intentar el cruce el 24 de junio de 1916, convencidos de que, si conseguían elevarse rápidamente a seis o siete mil metros, serían arrastrados por las corrientes aéreas hacia la Argentina. A las 8.30, todo estaba listo. Una atmósfera despejada y un sol radiante, luego de varios días de tempestad, les otorgaban confianza. Liberado, el Eduardo Newbery, que era sostenido por varios ayudantes, se elevó majestuosamente. Desde la canastilla, Bradley y Zuloaga recibieron el afectuoso saludo de "¡Adiós, cabezas duras!".

Luego de quince minutos el globo había alcanzado gran altura, y a los 6500 metros, los pilotos recurrieron al uso de oxígeno, mediante el empleo de caretas especiales. Otros 500 metros, y entraron en una corriente huracanada, en dirección a la Argentina. Se hallaban en plena cordillera. "Sentimos la emoción indecible de ver deslizarse a nuestros pies la parte más alta de la cordillera, con su inmaculado manto de armiño y sus dos gigantescos vigías: el Aconcagua y el Tupungato".

Poco después, ya sobre las nieves perpetuas, con la sola perspectiva del triunfo o la muerte, se vieron obligados a lanzar todo el lastre, y luego las provisiones de boca, el revólver, las municiones y el instrumental científico, con la sola excepción del barógrafo registrador de altura y temperatura, que había sido sellado por las autoridades chilenas y colocado sobre sus cabezas en el aro del globo: "Navegábamos en las regiones silenciosas de la alta atmósfera, carente de polvo, sin luz reflejada. Recibíamos la luz directa y viva de un cielo azul y opaco. El espectáculo exaltaba nuestras almas. En presencia del espacio infinito, teníamos la sensación de acercarnos a Dios, y suspendidos allí entre el cielo y las nieves eternas, pensábamos en la tierra con vida y con la animación del hombre y nos parecía ahora otro mundo".

Mientras alcanzaban los 8100 metros y soportaban una temperatura de 33º bajo cero, dejaban atrás los dos picos colosales y contemplaban el acogedor valle de Uspallata, con sus arboledas y su río.

A pesar de la pérdida de los elementos indispensables para un descenso normal, lograron aterrizar a las 12, hora chilena, al borde de un abismo, peligrosa situación de la que los sacaron algunos valerosos criollos llegados en mula desde Uspallata con el ingeniero Sorkin, del Ministerio de Obras Públicas, a la cabeza.

La apoteosis

En Buenos Aires, en lapso de pocas horas, las críticas directas o veladas se convirtieron en unánimes aplausos, sobre todo cuando se supo la excepcional recepción brindada por el pueblo mendocino, que se volcó a las calles para tributarles una triunfal bienvenida.

Al llegar el tren especial que los conducía a la estación Retiro, los esperaba una multitud. Fueron conducidos en andas por la calle Florida, rumbo al Club Gimnasia y Esgrima, pero se detuvieron en el Círculo Militar, ubicado entonces en esa arteria, por especial pedido de su presidente, el General Pablo Riccheri.

Durante dos meses recibieron agasajos y honores de instituciones y establecimientos educativos. La Cámara de Diputados de la Nación les otorgó medallas de oro; el Ministerio de Guerra les concedió las insignias de aviadores en el mismo metal, y la comisión nacional de homenaje presidida por el doctor Jorge A. Mitre mandó colocar una placa recordatoria en Uspallata y les entregó diplomas y medallas. Por todo el país circuló una postal con una representación del globo en el momento de cruzar los Andes, los retratos de Bradley y de Zuloaga, y un breve fragmento del discurso del "pico de oro" de aquel entonces, Belisario Roldán, en el que expresaba: "Yo tengo una cosa aguda que decirles a los astros: ya no son ellos los únicos que han visto a los Andes desde arriba".

En un reportaje publicado en los días posteriores al cruce, por La Nación, Zuloaga, tras señalar los inconvenientes técnicos sufridos, expresó con tono severo: "Moralmente, hemos tenido que soportar desde las sátiras más burdas hasta las dudas de los que más confianza nos mostraban; y las sociedades que tenían la obligación moral de fomentar esta empresa, han tratado en todo momento de hacernos el vacío y hasta obstaculizarnos materialmente. Por fortuna, nos hemos colocado en un plano superior a todas esas pequeñeces, dedicando todos nuestros afanes y desvelos al ideal que perseguíamos".

Poco más tarde, los Andes fueron sobrepasados una y otra vez por los aeronautas argentinos, pero la proeza de Bradley y de Zuloaga quedó registrada, por sus características, entre las más notables de su época. La bandera celeste y blanca, con un sol pintado en la franja del medio, que los acompañó, preside la sala "Ángel María Zuloaga", de la Academia Nacional de la Historia, donde se conservan su extraordinaria biblioteca especializada y otros objetos que evocan sus esfuerzos y hazañas.

Fuente: https://www.lagaceta.com.ar