15 de febrero de 2019

LAS DUEÑAS DEL CIELO: LAS PRIMERAS AVIADORAS ARGENTINAS



Por Eduardo LAZZARI

La conquista del cielo fue uno de los logros más extraordinarios de la humanidad durante el siglo XX. Desde el origen de la cultura, el hombre ambicionó volar, tal como observaba desde los principios a los pájaros. Desde los inventos de la antigüedad, tales como las catapultas para lanzar hombres, pasando por los diseños de Leonardo Da Vinci, y llegando a los globos aerostáticos, que lograron el ascenso hacia los cielos, pero sin poder controlar el destino, el hombre intentó dominar el transporte propio por el aire y el invento de los hermanos Wright, aquel aeroplano que voló por sí solo durante unos segundos el 17 de diciembre de 1903, cambió la historia con el desarrollo de la aviación y la popularización de los viajes aéreos alrededor del globo terrestre.

La Argentina, en esos años en que disputaba el podio de los países avanzados del mundo, no quedó afuera de la carrera aeronáutica, y se recuerdan los nombres de los pioneros como Jorge Newbery, Aarón de Anchorena, Teodoro Fels y Benjamín Matienzo, entre muchos que fundaron la historia de nuestra aviación. Pero el relato histórico ha sido poco generoso con las mujeres que iniciaron el camino del aire y que fueron pioneras en el continente. Vamos a dedicarnos hoy a algunas de las primeras aviadoras argentinas. Amalia Figueredo de Pietra, pionera entre las pioneras en el continente. Vamos a dedicarnos hoy a algunas de las primeras aviadoras argentinas.

La primera mujer en pilotear un avión en la América del Sur, Amalia Celia Figueredo, nació en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, el 18 de febrero de 1895, en el seno de la familia formada por Honoria Pereyra y Faustino Figueredo. Eran tiempos de prosperidad económica y de ascenso social, por lo que los padres de Amalia, una vez que se trasladan a Buenos Aires, se esmeran en brindarle una buena educación, que le permitió estudiar obstetricia en la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Al cumplir 19 años se mudó al barrio de Villa Lugano, donde se encontraba el primer aeródromo de la ciudad, y allí cambió su destino cuando conoció a Jorge Newbery, quien se convirtió en su primer instructor luego de ser el piloto del vuelo de bautismo de Amalia.

Fue la vigésima cuarta mujer en volar en avión en el mundo. Pocos días después el “padre de la patria en el aire”, Newbery, murió en Mendoza. El francés Paul Castaibert y el tandilense Eduardo Olivero fueron sus instructores y rindió el primer examen de una mujer para aspirar a ser piloto de avión en setiembre de 1914, pero un accidente postergó el asunto para más adelante.

El 1° de octubre de 1914 rindió su segundo examen frente a los examinadores del Aeroclub Argentino y recibió el brevet de piloto N° 58 de la Federación Aeronáutica Internacional, a sólo cuatro años de que fuera otorgado el primer certificado a una mujer en el mundo, en Francia donde voló sola en un avión Raymonde de Laroche.

Vale aclarar que el brevet es el carné habilitante para vuelos. Eran tiempos de investigación en el aire, y los pilotos solían practicar acrobacias que reunían multitudes, en espacios abiertos como el hipódromo Nacional o en Lugano. Amalia efectuó viajes y exhibiciones en muchos lugares de la Argentina, y realizó el primer vuelo entre Casilda. San Nicolás y Buenos Aires. Se casó con Alejandro Pietra y fue abandonando la aviación, aunque nunca dejó de tener relación con el mundo de los aviadores y de vez en cuando, practicaba vuelos.

Su vida cambió rotundamente cuando en 1928 murió su esposo y debió ocuparse de sus dos hijos Blanca y Rodolfo. Fue empleada del Registro Civil y se jubiló allí. Si bien nunca estuvo alejada de la actividad aeronáutica, los homenajes le llegaron tarde.

Fue nombrada presidenta del Aeroclub Femenino de la Argentina, socia honoraria del Círculo Militar de Aeronáutica, aviadora civil uruguaya. Fue condecorada con la Orden del Mérito con el grado de Gran Oficial del Brasil, Medalla de Plata por la Asociación Aeronáutica Argentina y finalmente recibió el grado de Capitán de reserva de la Fuerza Aérea Argentina, a los ochenta y ocho años.

Al cumplirse cincuenta años de su brevet de piloto, fue nombrada aviadora militar “honoris causa” por la Fuerza Aérea Argentina, volando ese día un avión a reacción en Aeroparque. En 1970, una ley la reconoció como precursora de la aeronáutica argentina. Al año siguiente fue condecorada con la Gran Medalla de Oro de la Asociación Vieilles Tiges, siendo la primera nacida en estas tierras que la recibió en Francia.

Falleció en Buenos Aires el 8 de octubre de 1985, a los noventa años, y fue sepultada en el Panteón Militar del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires. Sin duda, no ha recibido aún los homenajes que merece esta pionera de la aviación argentina. Pero en homenaje a la verdad, el aeródromo de Casquín lleva su nombre y varias calles de ciudades argentinas la recuerdan.

Fuente: https://www.elliberal.com.ar