17 de abril de 2019
EL TRÁGICO FINAL DEL "CÓNDOR" BENJAMÍN MATIENZO
Se cumplen 90 años de la muerte del aviador más
recordado del país. La historia completa de una aventura que terminó de la peor
manera y los misterios que aún hoy esconde el accidente. Sus últimas horas de
terror en la cordillera.
Dentro de unos días se cumplirán 90 años de un
hecho que conmovió a Mendoza y a nuestro país. Se trata de la muerte del
aviador Benjamín Matienzo quien, junto a sus compañeros, emprendió la intrépida
travesía de cruzar la cordillera de los Andes.
Un loco y su máquina voladora
El Teniente Benjamín Matienzo se radicó en Mendoza
poco después de graduarse en la escuela de Aviación Militar, pero a fines del
año 1918 pasó a prestar servicios en el Batallón N° 5 de Ingenieros.
Desde hacía algún tiempo, Matienzo y sus camaradas,
el Capitán Pedro Zanni, uno de los primeros en intentarlo, y el Teniente
Antonio Parodi, se habían propuesto cruzar la Cordillera de los Andes, un sueño
para muchos pilotos en aquellos tiempos. Luego de los estudios preliminares
todo estaba listo para realizar la hazaña.
Un sueño que duró poco
Fue en aquel mes de mayo de 1919 que los tres
aviadores estaban ante un reto muy importante: cruzar los Andes a una altura de
6000 metros.
A las 6.40 de la madrugada, los pilotos con sus
máquinas levantaron vuelo desde el campo de aviación de Los Tamarindos. Poco
después regresaba el Capitán Pedro Zanni, por agotársele el combustible,
haciéndolo más tarde el Teniente Parodi, que sufrió un desperfecto en el motor.
Pasaron algunas horas sin que se tuvieran noticias
del vuelo de Matienzo, pero la lentitud de las comunicaciones de esa época
justificaba el silencio. No obstante, ya se empezaba a insinuar cierto temor
con respecto a la suerte que pudiera haberle tocado al bravo piloto, a pesar de
la ilimitada confianza que se tenía respecto de su destreza, experiencia y
serenidad.
La ansiedad pública fue creciendo con el correr de
las horas y se hizo más evidente al día siguiente.
El accidente y el operativo
Ante la perspectiva de un accidente, las
autoridades militares destacaron comisiones especiales que recorrieron Las
Cuevas, Zanjón Amarillo y Tupungato, porque los últimos datos que se tenían del
vuelo situaban el aparato desplazándose en dirección noroeste a Las Cuevas.
La solidaridad chilena, siempre presente en sucesos
como estos, no se hizo esperar y nutridas comisiones militares iniciaron el
reconocimiento en la parte transcordillerana del Juncal, Río Blanco, Caracoles
y Los Andes. La acción terrestre fue completada por aire cumpliendo minuciosos
vuelos de exploración por ambos lados del macizo andino. La afanosa búsqueda no
arrojó el menor indicio.
Los intensos temporales de nieve, que habían
azotado la zona, dificultaban las operaciones y hacían peligrar la seguridad
humana.
Mendoza expectante
Las versiones más dispares empezaron a correr en
las calles. Cada día que pasaba daba pie a la inventiva popular que circulaba
de boca en boca y que atribuían tal o cual resultado a las investigaciones;
pero invariablemente las fuentes informativas responsables se encargaban de
desvirtuarlas. Poco a poco, los diarios desplazaron sus titulares de las
noticias sobre el asunto.
Al final, se hizo silencio en torno del suceso,
fatalmente impuesto por el devenir de los nuevos acontecimientos.
Sin embargo, no había olvido, pues casi a diario se
filtraba en la calle o en la tertulia familiar una frase que avivaba el
recuerdo.
A buscarlo otra vez
Pasó el invierno y la cordillera se desprendió de
su manto de nieve por acción de los deshielos.
A mediados de noviembre de 1919, el subcomisario de
Las Cuevas tuvo la idea de intentar la búsqueda del desaparecido piloto.
El 17 de noviembre partió la modesta expedición al
mando del subcomisario Pujadas. Ésta, sin encontrar nada, regresó.
Al día siguiente prosiguió la búsqueda, pero sin
resultados positivos. En la madrugada del miércoles 18 de noviembre de 1919, el
grupo prosiguió con la búsqueda. Encabezaba aquella patrulla el subcomisario
Pujadas, el guarda hilos de la Compañía Telegráfica Sud América Juan Hernández,
el cabo Teófilo Morales y el agente Segundo Zelayes.
Eran las 9 de la mañana cuando llegaron a una
casucha en la primera serie de minas, propiedad de un chileno llamado Lobos, en
el valle de Las Cuevas a unos 14 kilómetros de aquel lugar.
Allí los expedicionarios hicieron un alto para
descansar y comer. Sentados, comenzaron a plantearse algunas hipótesis sobre
dónde habría caído el infortunado aviador.
Media hora después, el grupo partió hacia el norte.
A menos de sesenta metros de allí, el chileno Juan Hernández gritó a sus
compañeros: "Ahí está Matienzo". En efecto el cadáver de Matienzo
apareció como reclinado en una saliente de roca. Todos habían quedado
sorprendidos.
¡Encontramos a Matienzo!
Al escuchar el grito de Hernández, Pujadas observó
el cadáver que yacía en el suelo recostado sobre una gran piedra, con las
piernas ligeramente encogidas y los brazos extendidos a ambos lados.
El cuerpo vestía un traje color caqui oscuro y
encima una tricota de color blanco. Esta prenda, desgarrada por las aves de
rapiña, había dejado al descubierto la caja torácica. Se podía ver que sobre
los breches llevaba un pantalón y calzaba botas negras; tenía ropa interior de
lana.
El panorama era bastante ingrato. A pesar de haber
nieve se podía sentir el hedor del cuerpo en descomposición. Inmediatamente se
pudo observar que la cara estaba descarnada. Sus dientes, firmemente apretados,
y el cuello y las vísceras comidos por los cóndores.
Sus manos quemadas por la nieve se veían de un
color negro en el reverso y sus dedos. Con una extraña sensación de tristeza,
el grupo siguió observando que en el deteriorado dedo anular izquierdo se
encontraba un anillo de oro con las iniciales BM que resaltaban de un fondo
rojo.
En el costado izquierdo del cuerpo se encontró un
lápiz de color negro. El estado de las botas llamó mucho la atención a Pujadas
y varios del grupo porque estaban peladas. Se supone que Matienzo había
caminado un gran tramo desde la caída de su avión.
A unos veinte metros del cadáver se encontró el
casco, un pasamontañas y restos de vestimenta arrastrada por el viento.
Un hallazgo importante realizó Joaquín Pujadas al
encontrar el revólver. De las seis balas faltaban dos. Esto desconcertó a los
investigadores.
Pudieron conjeturar que podría haberse suicidado
por la situación insoportable que Matienzo enfrentó, pero esta hipótesis quedó
totalmente descartada.
La noticia corrió rápidamente por Mendoza y tuvo
resonante eco en todo el país y en el extranjero. El comentario público se
inflamó nuevamente y constituyó el tema obligado en todos lados.
Treinta años después, la expedición militar del
suboficial Svars y Bringa fue la que encontró el avión de Matienzo y así se
cerró aquella trágica historia.
Fuente: http://www.earlyaviators.com