10 de abril de 2019
ZEPELINES, UNA EFÍMERA ARMA DE GUERRA
El 19 de enero de 1915 dos dirigibles alemanes
bombardearon por primera vez ciudades costeras del sureste de Inglaterra, con
un saldo de 4 muertos y pocos daños significativos.
Considerados como arma estratégica al inicio de la
Gran Guerra, su vulnerabilidad frente a los aeroplanos y la artillería los
relegaron a tareas de observación. Cuatro meses más tarde el objetivo principal
fue Londres.
Un zepelín alemán, descubierto por los reflectores
durante un bombardeo sobre Inglaterra
En su novela La guerra en el aire, publicada en 1908,
el escritor británico HG Wells, uno de los precursores de la novela de ciencia
ficción, describió como dirigibles
alemanes destruían edificios y puentes en la lejana Nueva York. A diferencia de
tantas otras de sus predicciones, que se cumplieron décadas más tarde, el
bombardeo de grandes metrópolis por dirigibles sólo tuvo que esperar un puñado
de años.
Ocho años antes, el 2 de julio de 1900, centenares
de espectadores se reunieron en la ciudad alemana de Friedrichshafen, a orillas
del lago Constanza, para ver como una aeronave de 128 metros de largo, diseñada
por el conde Ferdinand von Zeppelin (1838-1917), se levantaba del suelo. El
zepelín ascendió y permaneció en el aire cerca de 18 minutos, moviéndose a una
velocidad de 32 kilómetros por hora, antes de realizar un comprometido
aterrizaje.
El estallar la I Guerra Mundial, tanto la naciente
fuerza aérea como la marina alemana tenían varias unidades de zepelines. Las
primeras misiones de estos gigantescos aeróstatos fue la observación de los
movimientos del enemigo, especialmente en el mar del Norte y el Báltico donde
controlaban rutas y descubrían los campos de minas que los ingleses colocaban
contra sus submarinos. Pero pronto fueron utilizados como una nueva arma de
guerra. Pocas semanas después del comienzo de las hostilidades, uno de ellos
dejó caer varias bombas sobre la ciudad de Amberes, Bélgica, causando seis
muertos. Y durante el otoño de 1914, varias ciudades belgas y francesas, especialmente
París, fueron visitadas, casi siempre de noche, por aquellas alargadas y
silenciosas aeronaves que lanzaban bombas de todo tipo.
Inglaterra, el objetivo
A principios de 1915, el káiser Guillermo II aprobó
realizar una campaña aérea contra objetivos estratégicos ingleses, excluyendo
zonas residenciales y edificios civiles sin valor militar como palacios reales
o museos. Heredero de las tradiciones caballerescas de sus antepasados, en un
primer momento también prohibió bombardear Londres. Tras un par de tentativas
infructuosas por las adversas condiciones meteorológicas, el 19 de enero dos
zeppelines, el L3 y L4, lanzaron 50 kilos de explosivos y unos 3 kilogramos de
bombas incendiarias en Great Yarmouth, Sheringham, y otras poblaciones vecinas,
con tanta imprecisión que los 4 muertos y los 16 heridos fueron civiles.
A partir de entonces, siempre que la niebla y el
viento lo permitían, los dirigibles con base en la costa belga bombardearon industrias
y poblaciones. La táctica era sencilla, amparados por la noche, ascender hasta
diez mil pies, algo que ningún avión de la época podía hacer, dejarse llevar
por el viento, aprovechando la capa de nubes que cubre el canal de la Mancha
para no ser detectados y descender por sorpresa para bombardear el objetivo. La
inexistencia de radar acababa de facilitar la navegación, ya de por sí bastante
silenciosa, de los zepelines. Aun así, los británicos no dudaron en emplear a
personas ciegas, seleccionadas por la agudeza de su oído, como vigías a lo
largo de la costa sur de Inglaterra.
Tras unos meses de incursiones sobre diferentes
ciudades del sur de Inglaterra, la implacable lógica militar se impuso y el
káiser autorizó el bombardeo de Londres, que paso a convertirse en el objetivo
preferente de los alemanes. El 31 de mayo un zepelín bombardeó por primera vez
la capital británica causando siete muertos. Las incursiones más destructoras
de la flota de zepelines se realizaron durante el año 1915. La más mortífera,
en la noche del 13 al 14 de octubre cuando cinco dirigibles mataron a 71
londinenses. Después fueron sustituidos progresivamente por los aviones Gotha,
bombarderos de largo alcance con mayor capacidad para sembrar el terror, el 13
de junio de 1917 mataron a 162 civiles, el más letal ataque aéreo en Gran
Bretaña durante la I Guerra Mundial.
Lo cierto es que los alemanes durante los primeros
meses de la guerra se obstinaron en convertir los dirigibles en un arma
estratégica, confiados en los modelos cada vez más sofisticados y blindados que
les proporcionaba la fábrica del conde Zeppelin. Pero las naves eran lentas,
pesadas, fáciles de detectar y muy vulnerables en cotas bajas, el hidrógeno que
los mantenía en el aire era altamente inflamable. Los ingleses aprendieron que
podían derribarlos poco después de que despegaran de sus bases en Bélgica o de
los navíos alemanes que navegaban en el canal de la Mancha. También la mejora
tecnológica de los nuevos aviones y el desarrollo de la artillería antiaérea,
desconocida hasta entonces, marcó el ocaso de los zepelines. Los pilotos
ingleses se atrevieron a entablar combates a mayores altitudes, conscientes de
que sus balas incendiarias podían hacer explotar el gas encerrado en la bolsa
del dirigible.
Aunque, de acuerdo con las fuentes oficiales, el
número de víctimas civiles británicas por los raids aéreos fue relativamente
pequeño: 1413 muertos, de ellos, cerca de 530 imputables a los zepelines, la
extensión de la guerra en el aire y el comienzo del bombardeo de poblaciones
tuvo consecuencias reveladoras. El enemigo era capaz de atacar ciudades muy
alejadas de las zonas de conflicto, de destruir recursos vitales para la
industria de guerra y de convertir a los civiles en objetivo militar para quebrantar
su moral. También sirvió para desarrollar nuevas formas de defensa:
restricciones de iluminación, alarmas para la población, refugios subterráneos,
reflectores de búsqueda o desarrollo de la artillería antiaérea. Aspectos que
durante la II Guerra Mundial se convirtieron en determinantes para resistir con
éxito los blitz de la Luftwaffe nazi.
Tras su fracaso como arma estratégica de guerra,
los zepelines volvieron a ser utilizados para lo que había sido inventados: un
medio de transporte civil, que en sus inicios se creía desplazaría al avión.
Pero pese a la expectación que levantaban en todas las ciudades donde
aterrizaban, particularmente el Graf Zeppelin, un gran dirigible de larga
distancia que inició sus viajes en 1928, sobrevoló en varias ocasiones
Barcelona, donde aterrizó en octubre de 1932, la explosión del Hindenburg en
Nueva Jersey el 6 de mayo de 1937, provocando la muerte de 36 de sus 97
ocupantes, significó el fin de la efímera era de los zepelines.
Fuente: https://www.lavanguardia.com