El dirigible L-59 recorrió 6.800 kilómetros en 95 horas en una misión de reabastecimiento contra reloj para salvar la última colonia alemana en África. Pese a que no llegó a su destino, su viaje marcó un hito en la historia de la aviación: era el recorrido sin escalas más largo hasta el momento.
Por Francesc
Cervera
En 1917
la mayoría de posesiones alemanas fuera de Europa habían caído frente a los
aliados. Entre las pocas que todavía resistían se encontraba África Oriental,
la actual Tanzania. Allí un pequeño ejército de solo 3.000 soldados mantenía en
jaque al ejército británico mediante una guerra de guerrillas que ya duraba
tres años. Al dominar el enemigo los mares, el alto mando alemán decidió
enviarles ayuda mediante un zeppelín que cruzaría Turquía, el Mediterráneo,
Egipto y Sudán hasta llegar a la colonia asediada.
Preparativos
antes del viaje
Al ser
la primera vez que se intentaba una misión semejante, el dirigible L-59
(también conocido como LZ 104) fue sometido a una reforma intensiva. Se amplió
su estructura hasta los 226 metros de largo (tres veces un avión 747 actual) y
23,9 de diámetro. Lo que lo convertía en la aeronave más grande del mundo, con
una capacidad de carga de 50 toneladas. Al no poder repostar la nave el
hidrógeno que la mantenía a flote en África, su viaje solo sería de ida. Con
mentalidad típicamente alemana se decidió convertir este problema en una
ventaja: el dirigible sería desmontado en su destino y reconvertido en material
para las tropas.
Con
este fin se sustituyó la capa exterior del globo por algodón que sería
reconvertido en uniformes y tiendas, las pasarelas interiores de cuero
servirían para hacer zapatos. La muselina de las bolsas de gas se cortaría para
hacer vendas y con la misma estructura de aluminio de la nave se construirían
torres de radio y armaduras para tiendas.
Las
provisiones transportadas incluían ametralladoras, munición, personal y equipo
médico, 22 toneladas de combustible, 9 toneladas de agua, medallas como la cruz
de hierro e incluso una caja de vino para celebrar el éxito de la misión.
Camino hacia
África
Una vez
puesto a punto, el L-59 partió de su base en Alemania rumbo al aeródromo de
Yambol al sureste de Bulgaria. La última escala antes del largo recorrido de
5.600 kilómetros hasta el África Oriental.
Al
mando de la tripulación de 21 hombres se encontraba el inexperto Ludwig
Bockholt: como era una misión de resultado incierto, el alto mando se reservaba
sus mejores comandantes para operaciones más seguras en Europa. A causa de la
gran distancia a cubrir sin ninguna escala, Bockholt decidió viajar con solo
cuatro de sus cinco motores en marcha por turnos. Así podría realizar el
mantenimiento del restante. Después de un par de tentativas frustradas por el
mal tiempo, el L-59 inició su viaje el 21 de noviembre de 1917. El vuelo sobre
Turquía transcurrió con normalidad, pero cerca de Creta el dirigible se vio
envuelto en una tormenta. Un fuego azulado recubrió el globo y el vigía dio la
alarma, pensando que un rayo habría incendiado la cubierta: se trataba del
Fuego de San Telmo que se produce en el mar durante las tormentas eléctricas.
El incidente no pasó de un susto y al día siguiente avistaron la costa egipcia
en Marsa Matruh, al oeste de Alejandría.
La
tripulación del L-59
Al mando de la tripulación de 21 hombres se encontraba el inexperto Ludwig Bockholt.
Problemas en el desierto
Ya en
el desierto del Sáhara empezaron los problemas, a las 16:00 uno de los motores
falló y no pudo ser reparado. Bockholt decidió mantener la velocidad restando
potencia de la estación de radio, lo que le permitiría recibir mensajes, pero
no enviarlos. Esto le impidió confirmar las órdenes o comunicarse con las
fuerzas amigas a las que llevaba provisiones. Al anochecer estaban en Asuán,
cerca de la frontera con Sudán, y afrontaron su primera noche en el desierto.
El frío gélido del desierto contrajo el hidrógeno, con lo que la nave descendió
peligrosamente y tuvieron que echar parte de la munición por la borda para
evitar estrellarse.
Al día
siguiente, 23 de noviembre, el calor del desierto provocó que el dirigible se
elevara demasiado al expandirse el hidrógeno de su interior, momento en el que
las válvulas de seguridad soltaron parte del gas para evitar que se rompiera el
globo. Eso era un problema, pues se corría peligro de chocar con el suelo
cuando bajase de nuevo la temperatura. Además, las corrientes de aire caliente
con que se encontraron durante el día hacían difícil mantener la nave estable.
Había que redirigirla hacia abajo con los motores para que no se elevara, cosa
que causaba un constante cabeceo que mareaba a la tripulación.
Al
llegar a la altura de Jartum, capital del Sudán, Bockholt recibió órdenes del
alto mando de abortar la misión. El terreno llano dónde tenía previsto
aterrizar acababa de caer en manos del enemigo y las fuerzas alemanas se
hallaban en un área montañosa donde no podría tocar tierra con seguridad. Pese
a las protestas de su tripulación, el comandante ordenó dar media vuelta, al no
saber con exactitud donde se encontraban los militares alemanes a los que
pretendían auxiliar.
Regreso
a casa
El
viaje de vuelta se vio plagado de incidencias. Al sobrevolar una montaña, el
descenso súbito de la temperatura obligó a aligerar la nave tirando 3 toneladas
de agua. Al perderse gas por efecto del calor, la tripulación echó gran parte
del cargamento, ahora innecesario, por la borda para mantener la nave en el
aire. Finalmente el día 25 de noviembre el -L59 llegó a Yambol, después de
recorrer 6.800 kilómetros en 95 horas, itinerario mucho más largo del
originalmente planeado y que batía el récord del mundo de distancia.
La
cabina del zepelín
Con la estructura de aluminio de la nave se construirían torres de radio y armaduras para tiendas una vez llegaran a África.
El fin
del zeppelín l-59
A su
retorno a la base el dirigible fue reacondicionado para realizar misiones de
bombardeo. El 11 de marzo de 1918 atacó Nápoles, asesinando a 16 civiles e
hiriendo a 40. Se intentó un ataque contra Puerto Said en Egipto y otro contra la
base naval de Creta, pero ambos fueron descartados por la meteorología adversa.
El 7 de abril la nave partió en su última misión, esta vez contra las
instalaciones británicas en Malta, de la que nunca regresó.
Existe
una cierta controversia sobre el destino de la nave: el capitán del submarino
alemán UB53, Robert Sprenger, anotó en el cuaderno de bitácora que había visto
al L-59 volando muy cerca de la superficie a la altura de Otranto, en el sur de
Italia. Pero que después de perderlo de vista, observó en el horizonte fuego
antiaéreo seguido de una gran llamarada, lo que le hizo suponer que el
dirigible habría sido derribado por el enemigo. No obstante los aliados no
reivindicaron su destrucción, lo que hizo sospechar que el dirigible habría
sido tomado por un enemigo por el submarino y derribado, mintiendo Sprenger en
su informe.
Fuente:
https://historia.nationalgeographic.com.es