Fue uno de los más asombrosos inventos del hombre, en tiempos que quería desafiar los límites y poder volar. Su catastrófico final
Por Alfredo
Serra
Un
niño, en la plaza o en la calle, deja escapar un globo. El globo se eleva hasta
más allá de su vista, y lo da por perdido… Sin saberlo, acaba de contar en un
par de minutos el nacimiento, el apogeo y el final de uno de los más audaces,
discutidos y fallidos inventos humanos: el dirigible.
En
esencia, y según lo definen los libros, es "un aerostato autopropulsado y
con capacidad de maniobra para ser manejado como una aeronave". Y también,
"el primer artefacto volador capaz de ser controlado en un vuelo de larga
duración".
Ante la
vista (y en su forma más tradicional: hay otras; algunas, delirantes…) aparece
como un gigantesco cigarro oblongo –es decir, más largo que ancho– de múltiples
usos: transporte de grandes cargas, pasajeros, armas… En especial, bombas
listas para ser arrojadas contra un enemigo potencial.
En
realidad, su peor versión…
Porque
quedó largamente probado que los dirigibles, o los zeppelines, nombre en honor
del conde Ferdinand von Zeppelin (Alemania, 1838–1917), que creó los primeros
en 1890: una enorme cáscara rígida de una aleación de aluminio con otros
metales, fueron armas poderosas y temibles… pero altamente inexactas.
Los dirigibles, antes usados por los ejércitos del Reino Unido y los Estados Unidos, se convirtieron en símbolo de la Alemania nazi poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial (Getty Images)
La esvástica surcando el aire. La era de los dirigibles duró poco y terminó de forma trágica (Getty Images)
Según
sus artilleros, la navegación, la elección de blancos y el bombardeo "son
difíciles aunque haya buen tiempo, y casi imposibles en la oscuridad, la altura
muy elevada y la mala visibilidad".
Además,
en el balance general, fue mucho menor el beneficio que el costo: en la Segunda
Guerra Mundial mataron a unas mil almas –en la estadística, casi cero–, pero la
contracara fue trágica: se estrelló o fue derribado más del 50 por ciento de la
flota…
Quien
haya leído Robinson Crusoe, la novela más famosa del inglés Daniel Defoe,
recordará que el náufrago, antes de entregarse a la desesperación y a la
muerte, hace un frío y racional balance: lo que tenía y lo que no tenía.
Del
mismo modo, los técnicos y pilotos de los dirigibles llegaron a estas
conclusiones:
A
favor:
- Transporte más económico en la relación tonelaje–autonomía, sólo superado por el barco de carga.
- Capacidad para transportar grandes cargas.
- Las fallas de los motores son menos críticas que en los aviones convencionales.
- Capacidad de aterrizar casi en cualquier lugar sin necesidad de una infraestructura importante.
- Mayor autonomía, vuelo silencioso, menor contaminación.
En
contra:
- Riesgo de sobrecarga por acumulación de nieve o escarcha en su exterior.
- Relación volumen total–volumen de carga útil muy desfavorable.
- Escasa capacidad de maniobra.
- Más vulnerable ante los vientos y otras condiciones meteorológicas hostiles.
- Poca altitud de vuelo.
Otra
larga discusión: el gas de sustento. ¿Hidrógeno o helio? Europa usó hidrógeno.
Estados Unidos, helio.
Argumento:
"El hidrógeno es más barato que el helio". Pero el hidrógeno, más
inflamable, fue la causa de grandes catástrofes. El viejo refrán: lo barato
sale caro… En adelante, triunfo universal del helio. Variantes: neón y vapor de
agua.
Aunque
a priori el dirigible recordaba cierta definición de la jirafa ("un
caballo hecho por una comisión"), fue sin embargo una antigua obsesión de
muchas banderas.
El momento exacto en que explotó el zeppelin Hinderburg, uno de los más grandes de la historia. Fue el 6 de mayo de 1937 en la Estación Naval Aérea de Lakehurst En Nueva Jersey (AP)
Los restos del Hinderburg, una vez apagadas las llamas que lo destruyeron y se llevaron la vida de decenas de personas
1784:
el francés Jean Pierre Blanchard crea el primero, le agrega un propulsor manual
(alas batientes), un timón con forma de cola de pájaro… ¡y un año después cruza
el Canal de la Mancha… sin una salpicadura! Pero recién al mediar el siglo XIX
alcanza su factor clave: el motor. Inaugurado en 1825 por Henri Giffard: voló
27 kilómetros en un dirigible impulsado por una máquina de vapor.
Y se
desató la fiebre. No menos de veinte pioneros, entre 1872 y 1900, prueban
dirigibles de todo tipo, hacen demostraciones públicas, algunos se estrellan,
otros baten récords de tamaño (el La France de Renard y Krebs, 1884, casi 55
metros de largo), nace la envoltura mecánica, y empieza la Edad de Oro: los
Zeppelin, en honor del conde homónimo, que a pesar de los primeros fracasos
creó, sobre la estructura cilíndrica de aleación de aluminio y otros metales,
un casco cobertor de tela con celdas separadas para el gas… a la manera de un
panal de abejas.
Llega
1914, llega la Primera Gran Guerra, y con ella los dirigibles como arma. Italia
los usa contra las indefensas tribus etíopes. Alemania los construye en serie
para abastecer a sus tropas y bombardear objetivos. La Marina Real Británica
produce dirigibles más pequeños para defenderse de los ataques submarinos
contra sus costas… y hacer negocio: en plena guerra fabricaron 225, y varios
los vendieron a Rusia, Francia, Italia y los Estados Unidos.
Una imagen irrepetible: la esvástica surcando los cielos de Nueva York en 1937. La Alemania nazi comenzaba a ser una amenaza para el mundo, pero la Segunda Guerra Mundial todavía no había estallado (Getty Images)
Terminada
la guerra y en julio de 1919, el dirigible norteamericano R34 logra el doble
cruce del Océano Atlántico en 108 horas de vuelo. Asombro y resurrección y más
aerostatos y cada vez más grandes… hasta los grandes desastres.
Los
Estados Unidos y Gran Bretaña, en una década (1925 a 1935), pierden entre
llamas cinco gigantes y más de cien vidas, hasta que llega el final del Gran
Sueño…
Fecha:
6 de mayo de 1937. El orgulloso LZ 129 Hindenburg se incendia en vuelo. Mueren
36 de sus 97 pasajeros. Causa: para aumentar la resistencia de la lona
cobertora la pintaron con un barniz que contenía polvo de aluminio. Una mezcla
híper inflamable.
La moda
de los dirigibles languidece. En los años siguientes se usan algunos durante la
Segunda Gran Guerra, con más pérdidas que victorias, a pesar de su eficacia
como protectores de buques asediados por submarinos.
Las
grandes potencias dejan de construirlos.
La
llamada Teoría catastrófica ha vencido a la Teoría victoriosa.
Hoy,
los ojos del mundo sólo los recuerdan –o los conocen– gracias al dirigible que
promociona marcas de neumáticos, y que suele volar sobre los grandes
espectáculos deportivos.
Mejor
así…
(Post
scriptum: el 30 de junio de 1934, el mayor y más famoso de los dirigibles
alemanes, el Graf Zeppelin, un monstruo aéreo de 240 metros de largo y 30
metros de diámetro, voló en América Latina: Buenos Aires fue la ciudad.
Aterrizó en el campo militar de Campo de Mayo, en las afueras de la capital.
Fue una visita de cortesía no ajena a la simpatía del gobierno de Agustín P.
Justo y del mundo castrense hacia el canciller de Alemania, Adolf Hitler, que
ya preparaba su asalto al mundo. En el viaje de retorno se embarcaron dos
argentinos: los únicos nativos que volaron en dirigible. Uno fue el escritor
Manuel Mujica Láinez; el otro, un crítico de cine que firmaba con el seudónimo
de Néstor, y que durante la dictadura militar 1976–1983 ofició de Gran Censor
del Ente de Calificación Cinematográfica. Sus tan activas como prejuiciosas
tijeras privaron al público argentino de obras maestras que sólo podían verse
en el Uruguay, o en algunas salas locales clandestinas).
Fuente:
https://www.infobae.com