Dos semanas
después de que Lindbergh cruzara el Atlántico, el 4 de junio de 1927, Levine y
Chamberlin despegaron de Nueva York y 43 horas más tarde aterrizaron en
Eisleben, Alemania. Los norteamericanos lograron batir el récord de distancia
que durante apenas quince días estuvo en posesión de Lindbergh. En Berlín
fueron recibidos por el presidente alemán Hindenburg mientras la prensa nazi
trataba de ocultar la presencia del judío Levine.
Era la
época de los grandes viajes en avión que en España había inaugurado Ramón
Franco con su vuelo a la Argentina, el 22 de enero de 1926 y los pilotos
Iglesias y Jiménez convencieron al jefe del Servicio del Aire español, Coronel
Kindelán, para que pusiera a su disposición un avión con el que pudieran
superar el récord mundial de distancia de 6.290 kilómetros de Chamberlin y
Levine.
El 30
de abril de 1928, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, bautizó el histórico
avión con el nombre de Jesús del Gran Poder, en Tablada, la base aérea de
Sevilla. Era un Breguet 19 G.R., construido por la empresa Construcciones
Aeronáuticas con un motor Hispano Suiza de 600 caballos. A la ceremonia no
pudieron faltar el arzobispo de Sevilla, monseñor Ilundain, y el mismísimo rey
de España, don Alfonso XIII, muy interesado por las cuestiones aeronáuticas
que, después de que la reina estrellara una botella de vino español de la casa
Domeq contra el buje de la hélice, subió a la cabina a inspeccionar el avión. A
su majestad, todos los asuntos relacionados con la aviación le interesaban
mucho.
Durante
el bautizo del avión Ignacio Jiménez y Francisco Iglesias Brage tuvieron
oportunidad de explicarle al rey las características del avión, aunque quizá no
se extenderían tanto en los detalles de la misión que pensaban llevar a cabo.
Habían tratado de convencer a Kindelán de que su destino debía ser La Habana,
en Cuba.
Los
promotores del vuelo aún tenían en mente la hazaña de Ramón Franco con el Plus
Ultra, que dos años antes había volado de Palos a Buenos Aires. Los lazos
históricos y culturales de España con cualquier país latinoamericano no tenían
nada que ver con los de otros países asiáticos que era el destino favorito de
Kindelán. Al Coronel le parecía una aventura arriesgada, hasta la temeridad, un
vuelo sobre el Atlántico hacia el oeste, con los vientos en contra y un inmenso
océano debajo de sus pilotos, cuya duración excedería las cuarenta horas. El
mando aeronáutico español autorizó la misión de Iglesias y Jiménez, batir el
récord mundial de recorrido, pero con un vuelo hacia el este, cuyo destino final
estuviera en Djash, Charbar, Karachi o Khort, ciudades cuya distancia
ortodrómica a Tablada era suficiente para superar el logro de Chamberlin y
Levine. Sin embargo, Iglesias y Jiménez tenían otros planes que no podían
compartir aquel día con el rey.
Muy
pronto, todo el mundo, con la salvedad del mando en el Servicio del Aire, supo
que, aunque el destino oficial del Jesús del Gran Poder era la India, en
realidad iba a volar a Cuba. El periódico El Excelsior, de la Habana, se
ocupaba con mucha frecuencia del avión y sus tripulantes, el embajador de Cuba
en España, García Coli, seguía muy de cerca los preparativos de la expedición.
El padre Gutiérrez, director del Observatorio Astronómico del Colegio de Belén
en la Habana, envió a los pilotos cartas de navegación y el Capitán Gaspar de
la empresa Construcciones Aeronáuticas S.A. se trasladó a la Habana “por
razones familiares” para preparar la logística de la llegada de los españoles.
Incluso en la base aérea de Tablada, en el estudio de los tripulantes, siempre
había mapas de la ruta cubana y uno de la travesía a la India que se
desplegaba, en contadas ocasiones, para ocultar el otro. Todo el mundo sabía
que el Jesús del Gran Poder volaría a la Habana, todo el mundo, menos el Coronel
Kindelán y el mando del Servicio Aéreo.
El 9 de
mayo las condiciones meteorológicas resultaban favorables para dirigirse a
cualquiera de los dos destinos. Iglesias y Jiménez eran muy tradicionales y
fueron a despedirse del arzobispo, también oyeron misa en Nuestra Señora de la
Antigua, la misma iglesia en que lo hizo Cristóbal Colón antes de zarpar rumbo
a América. Creían en la medicina moderna y a la hora de cenar no se olvidaron
del bismuto y el tanino para beneficiarse de sus efectos astringentes, muy
convenientes en un vuelo de más de cuarenta horas, sin váter a bordo.
El 10
de mayo la niebla impidió que los pilotos despegaran, pero el día 11 a las seis
de la madrugada el Jesús del Gran Poder inició la rodadura de un vuelo que
algunos pensaban que se dirigía a la India y otros a Cuba. La visibilidad de
unos 200 metros no impidió que acudieran curiosos y que muchos coches aparcaran
flanqueando la pista de despegue. Durante la rodadura el avión se desvió
ligeramente a la derecha y con el ala rozó una camioneta. Jiménez, para evitar
un desastre mayor, cortó gases y logró detener al avión que sufrió ligeros
desperfectos que habría que reparar antes de iniciar el vuelo.
La
aeronave estaba siendo revisada en el hangar cuando el Teniente Coronel
Brakembury, jefe de la base, se acercó para supervisar el trabajo de los
mecánicos. Pudo comprobar que en la cabina solamente había mapas del Atlántico
y de las Antillas y que en los cuadernos de a bordo la navegación astronómica
únicamente se había preparado para la ruta de Sevilla a la Habana. Quizá pensó
que debería fusilar a los pilotos allí mismo, pero obró con prudencia y el Teniente
Coronel puso al corriente a Kindelán de sus hallazgos.
Cuando
el Jefe de la Aeronáutica tuvo noticia de lo que había ocurrido hizo que
Iglesias y Jiménez se presentaran ante el Capitán General de Sevilla, don
Carlos de Borbón. Recibieron una fuerte reprimenda y en presencia de sus
superiores tuvieron que hacer la promesa firme de que cuando el avión se
reparase y la misión se pudiera restablecer tomarían el rumbo que se les había
ordenado: la India.
El 29
de mayo de 1928, a las once y media de la mañana, el Jesús del Gran Poder
despegó de Tablada rumbo hacia Gibraltar dando un rodeo para salir por el
Mediterráneo ya que no podía remontar la cordillera Penibética, luego se
dirigieron hacia el cabo de Gata. De allí enfilaron a su destino que era
Nassiryha, una población en Mesopotamia cerca del Éufrates.
No
tuvieron suerte porque cuando entraron en Asia Menor, por Alepo, les esperaba
una tormenta de arena que los acompañó unos 1.000 kilómetros. Al cabo de varias
horas de vuelo, el motor acusó la ingesta del árido y las válvulas del bloque
izquierdo se averiaron. Jiménez e Iglesias se vieron obligados a improvisar un
aterrizaje forzoso después de veintiocho horas de vuelo y recorrer una
distancia de 5.100 kilómetros.
La
repatriación del Jesús del Gran Poder se hizo más larga de lo previsible. Los
españoles y el avión fueron apresados por un grupo de beduinos. Pilotos y
soldados de la Royal Air Force (RAF) del Reino Unido los rescataron. Entonces,
la Hispano Suiza, por error, envió las piezas de repuesto a Japón. Todas estas
incidencias hicieron que la estancia de Iglesias y Jiménez en el desierto, como
huéspedes del Imperio Británico de Ultramar, se prolongara durante más de tres
meses.
El 11
de septiembre el Jesús del Gran Poder emprendió el vuelo desde Basora a
Constantinopla donde hizo escala y de allí se trasladó a Barcelona. Pero,
mientras tanto, dos italianos, Ferrarin y del Petre consiguieron volar de
Montecelio, una ciudad que hoy forma parte de la metrópoli romana, a una playa
de Touros en Brasil, con lo que acreditaron un recorrido ante la Fédération
Aéronautique Internationale (FAI) de 7.188 kilómetros. Su avión, un Savoia
Marchetti S-74, se dañó al aterrizar en
la playa y tuvo que ser trasladado a Río de Janeiro en barco donde fue donado
al Estado brasileño. Las celebraciones en Río duraron semanas y en un vuelo de
demostración, el 11 de agosto, Ferrarin y del Petre tuvieron un accidente. Del
Petre murió a consecuencia de las heridas, cinco días después.
Cuando
Jiménez e Iglesias llegaron a España, trataron por todos los medios de
convencer a Kindelán de que el próximo vuelo se hiciera en dirección oeste.
Kindelán mantuvo con firmeza su oposición a un vuelo a Cuba. La alternativa
sería una trayectoria similar a la que habían seguido Ferrarin y del Petre, por
el Atlántico Sur, lo cual disminuía considerablemente el tiempo de vuelo sobre
el océano y contaba con la ventaja de que los vientos podían ser favorables
durante gran parte del trayecto.
Poco a
poco, los pilotos y el Servicio Aéreo definirían una misión con un recorrido de
más de 20.000 kilómetros en el que se visitarían unos dieciocho países
latinoamericanos. La idea de conseguir batir el récord de distancia recorrida
se desvanecería en favor de una operación de contenido político.
El
domingo 24 de marzo de 1929, a las 17 horas y 35 minutos el Jesús del Gran
Poder volvía a despegar de Tablada. Esta vez, todos sabían que se dirigiría
hacia el oeste. Era domingo de Ramos y cuando sobrevoló Sevilla dio una pasada
sobre la iglesia de San Lorenzo, donde se venera al Jesús que le había dado su
nombre.
Después
de cuarenta y tres horas y cincuenta minutos de vuelo aterrizó en el aeropuerto
de Cassamary en Brasil, a unos 50 kilómetros de Bahía. Había recorrido una
distancia, medida por la ortodrómica, de 6.550 kilómetros. No batieron ningún
récord, pero ese ya no era el objetivo principal de la gira. Les esperaban
fiestas, agasajos, recepciones, discursos, telegramas de felicitación y muchas
horas de vuelo.
Hicieron
una larga gira hasta llegar a La Habana donde El Excelsior, el periódico de don
Manuel Aznar, los recibió con una tirada de 100.000 ejemplares. Querían seguir
a Washington y Nueva York, pero Kindelán pensó que era suficiente y el buque de
la Armada Almirante Cervera se trajo a los tripulantes y al avión a Cádiz,
donde llegaron el 7 de junio de 1929. La fiesta terminó en Madrid, el 8 de
junio, con la presencia del presidente del Gobierno, General Primo de Rivera,
los infantes de España y el jefe del Servicio Aéreo: el Coronel Alfredo
Kindelán.
Aún tendrían que pasar cuatro años para otros pilotos españoles, Mariano Barberán y Joaquín Collar, batieran el récord mundial de distancia con otro avión Breguet, el Cuatro Vientos; fue el vuelo con el que tantas veces habían soñado Iglesias y Jiménez: de Sevilla a Camagüey, en Cuba. Dio la casualidad de que Francisco Iglesias recibió a sus compatriotas en la ciudad caribeña donde se hallaba de paso por razones profesionales. Y tuvo la oportunidad de despedirse de ellos cuando despegaron de La Habana rumbo a la Ciudad de México, un destino que jamás alcanzaron.
Fuente:
https://elsecretodelospajaros.net