Casi a punto de finalizar mi biografía sobre Ramón Franco no dejo de hacerme preguntas sobre su complicada personalidad y la importancia que tuvieron en su vida sus dos mujeres. En las cuatro biografías que se han escrito sobre Ramón, hasta la fecha, sus esposas han desempeñado un papel, aparentemente secundario y muy importante a la hora de motivar su escritura o juzgar la conducta de terceras personas, por las muchas críticas de que fueron objeto.
La
primera biografía del aviador Ramón Franco se editó en 1978, cuando ya hacía
tres años que había fallecido su hermano Francisco, el dictador que gobernó
España durante casi cuarenta años. Su existencia, tan peculiar y poco ajustada
a la práctica de los valores espirituales que promocionó el franquismo,
hicieron que ningún escritor se atreviera a publicar un libro sobre Ramón en vida
del general.
En esta
temprana biografía del héroe del Plus Ultra, escrita por Ramón Garriga, la
figura de su primera esposa, Carmen Díaz Guisasola, aparece totalmente
desfigurada por el testimonio de Pilar, la hermana de los Franco. Inspirado en
las declaraciones de la elocuente dama, Garriga narra en la biografía de Ramón
que el joven piloto se trasladó a Biarritz para jugar en el Casino y que de
allí “salió con bastante dinero para prolongar su vida nocturna con otra de sus
diversiones predilectas: el trato con las mujeres fáciles…Ramón apagó su
inagotable sed con buen champaña mientras alternaba, sin abandonarla ni un solo
momento, con una gentil y guapa española, artista de la casa, que se llamaba
Carmen Díaz”. Según Pilar Franco, el primer matrimonio de su hermano pequeño
fue consecuencia de los efectos del alcohol. “Carmenchu tomaba drogas, bebía y,
en las reuniones que Ramón daba en su casa, organizaba unos espectáculos muy
poco edificantes”. Garriga se creyó las maledicencias de la señora. Sin embargo,
nada de todo eso era verdad.
En 1978
Carmen Díaz vivía, y leyó con horror el retrato que le hicieron en la biografía
de su ex marido, escrita por Garriga, inspirado en los trazos de doña Pilar, su
ex cuñada. Educada en el Sagrado Corazón de París, hija de un ingeniero español
que trabajaba en la Règie Renault, recibió una educación esmerada y conoció de
muy jovencita, con apenas 18 años, a Ramón Franco en Madrid mientras él hacía
un curso.
Para
desmentir las historias que sobre ella se habían urdido, sin ningún fundamento,
recurrió al escritor José Antonio Silva y contó en un libro, que se publicó en
1981, las peripecias de su vida con Ramón Franco. El relato ganó el premio
Espejo de España. Aunque la mayor parte de la obra está dedicada a los años que
Carmen y su esposo pasaron juntos, el recopilador —también piloto de profesión—
aprovechó para tratar, sobre todo desde una perspectiva aeronáutica, la vida
del aviador.
La
historia de Ramón Franco, narrada casi cincuenta años después, desde el punto
de vista de una mujer a la que su marido engañó con una hermosa cabaretera,
tampoco podría librarse de las deformaciones propias del olvido y el
resentimiento. Carmen rebajó el elevado tono de sensualidad, excesos, juergas y
consumo de alcohol, con que Garriga había presentado a su biografiado; declaró
que jamás había visto ebrio a su marido y que “tan solo bebía de vez en cuando
un vino en las comidas”.
Se
casaron con prisas, porque Ramón deseaba siempre las cosas de modo urgente, el
22 de julio de 1924 en Hendaya; ella tenía diecinueve años y él veintiocho. La
boda se celebró en Francia porque a Ramón no le dio tiempo de tramitar el
obligatorio permiso que necesitaban del monarca los oficiales para casarse. Se
separaron siete años más tarde, en el mes de julio de 1931. De la lectura del
libro que dictó Carmen parece deducirse que fueron bastante felices, al menos,
hasta mediados de 1929, año en el que a Ramón se le complicó la existencia
después de su frustrado viaje a través del Atlántico Norte.
La
tercera biografía de Ramón Franco la escribieron Joaquín Leguina y Asunción
Núñez y se publicó en el año 2002. Los autores reconocen que su libro es deudor
de los dos anteriores y quizá su principal aportación a las fuentes es la
pormenorizada descripción del marco político en el que se desenvolvió la vida
del protagonista. Fue una época convulsa de la historia de España, llena de
acontecimientos.
La
cuarta biografía data de 2009. José María Zavala descubrió en la Fundación
Franco un informe de la policía del año 1939, que se conservaba en formato digital
y sobre el que ya se tenía noticia, pero que nadie había hecho público. La obra
de Zavala, arranca en el capítulo I con ese texto en el que se describe con
minuciosidad la vida privada de Engracia Moreno, la segunda esposa de Ramón
Franco. El lenguaje chusco y descarnado del informante narra con crudeza la
vida miserable de la madre de Engracia, viuda, y sus tres hijas, que se vieron
obligadas a huir de su pueblo, Alcubilla de Avellaneda, a Burgo de Osma dada la
inmoralidad de la señora “que hacía contacto carnal con hombres de la localidad”.
En
Burgo de Osma, Engracia ofició de niñera y una hermana suya, Petra que lo hacía
de sirvienta, fue deshonrada por El Soguero. Por esto y por la vida licenciosa
de la madre se desplazaron a Madrid donde la viuda entraría a servir en un
convento. Engracia se hizo novia de un artista, Leoncio, conocido más tarde
como Kanisca, que en los circos ambulantes de Barcelona y el sur de Francia,
actuaba de tragasables y adquirió fama por ingerir bombillas eléctricas encendidas
que le iluminaban las interioridades. Engracia ayudaba al artista en sus
actuaciones, pero cansada de seguirlo se volvió de Francia con 6000 francos que
aprovecharía en Barcelona para tomar clases de canto y música, y comprarse
ropas. Empezó a actuar en algunos cabarets, al tiempo “que hacía vida
licenciosa sin limitación”. En Barcelona volvió a reunirse con su madre y sus
hermanas, una de ellas se emparejó con un militar y la otra con un ayudante de
minas y Kanisca regresó de Francia para dejar preñada a Engracia y marcharse
antes de que naciera la niña.
La
madre y la hija embarazada alquilaron una vivienda, en la calle Pi y Molist
número 2 y “a ese domicilio vino Engracia solamente a salir de su cuidado”. En
abril de 1927 nació la niña que le pusieron de nombre Ángeles Leoncia y las
tres se mudaron a la calle Cabanes a donde fue también a residir Kanisca, por
poco tiempo. Estuvieron dos años en ese domicilio durante los que Engracia tuvo
relaciones con un marino y se mudaron a la calle Floridablanca 27. “Ya aparece
en ese domicilio de Floridablanca don Ramón. Con él hacía tiempo que se
relacionaba Engracia y por su causa tenía frecuentes discusiones Engracia con
su madre, porque ésta decía que no hiciera caso a don Ramón, que era muy
alocado, y sí al marino que era más formal y daba más dinero”.
Por
esta época (1929), el informante deja constancia de que Engracia se aparta de
otros hombres, abandona el trabajo en los cabarets y vive a costa del aviador.
De allí se trasladaron a otra casa en la Bonanova en donde conviviría con Ramón
y en enero de 1935 fueron a vivir a la calle Cerdeña 332. El 24 de julio, don
Ramón se casó con Engracia y el 29 compareció ante notario para reconocer como
hija suya a Ángeles.
Para
José María Zavala este informe es una invención de la policía, en la que se
mezclan datos ciertos con mentiras, y asevera que “Engracia Moreno no era una
mujer de vida fácil, ni mucho menos Ángeles era hija de aquel ridículo
tragasables circense” y señala a Francisco Franco como instigador de la falsa
historia. Sin embargo, tampoco hay pruebas de que las cosas fueran tal y como
el escritor sugiere.
En esta
última biografía de Ramón Franco, su autor dedica bastantes páginas a las
relaciones de Engracia y su hija Ángeles, después de haber fallecido Ramón, y
sus relaciones con la familia del doctor Antonio Puigvert que el eminente
urólogo dejó por escrito en su libro “Mi vida… y otras más”. También, en el
último capítulo especula con la posibilidad de que el dictador Francisco Franco
fuera monórquido (la palabra, al parecer, se emplea para designar a una persona
con un solo testículo) y que su única hija no fuese en realidad suya sino de
Ramón y una cabaretera. No deja de constituir este capítulo un cúmulo de
conjeturas, tan bien hiladas como indemostrables.
En mi
biografía del aviador, la quinta, he tratado de que discurriese en un marco
frío y ecuánime con escasos juicios de valor, procurando seguir día a día la
vida de Ramón Franco, lo que me ha permitido aclarar algunas dudas y descubrir
errores que aparecen en otras biografías. Con respecto al escenario en el que
se desarrolló su vida he dedicado bastantes páginas a describir qué ocurría en
el Marruecos español durante el primer cuarto del siglo pasado, el desarrollo
de la aviación en el mundo y en España en aquella época, y los acontecimientos
políticos en España desde la caída de Primo de Rivera hasta el comienzo de la
Guerra Civil española.
De las
mujeres, en la vida de Ramón, tengo que decir que hubo cuatro que para él
fueron importantes: su madre, Pilar, su primera esposa Carmen o Carmenchu que
es como la llamaba él, su segunda esposa Engracia y su hija Ángeles.
Ramón
adoraba a su madre Pilar y ella debió sentir siempre cierta predilección por su
hijo pequeño, el más travieso. Sus dos esposas fueron el móvil principal de la
mitad de lo que se ha escrito hasta la fecha sobre el aviador y fue la segunda
quien más influiría en su vida. Quizá la primera tuviese razón cuando en 1931,
antes de separarse, echó en cara a su marido que ella había sido poco más que
un capricho para él, pero su esposo no la trató tan mal como parece deducirse
de otros pasajes de su relato. Sorprende hasta qué punto la hermana del
aviador, Pilar, contó historias increíbles de ella, aún más cuando reconoció
que tan solo la vio una vez en toda su vida, en casa de su madre, en Ferrol.
En
realidad importa poco cómo fue la vida de Engracia Moreno antes de conocer a
Ramón y lo único que sabemos de la mujer es lo que relata ese informe que, con
casi toda seguridad, encargó Francisco Franco a la policía un año después de
que falleciera su hermano. Tampoco veo ninguna razón para que los
investigadores falsearan los datos por mandato de sus superiores y me parece
impensable que lo hicieran por iniciativa propia. Parecería más lógico que la
falsificación se inclinase a borrar los episodios más truculentos para
reconstruir un historial acorde con los valores morales del mandamás de la
familia Franco. Por otra parte, las leyes del franquismo anularon los
matrimonios celebrados bajo la Ley del Divorcio republicana y consideraron a
los hijos nacidos o adoptados en ellos como ilegítimos. La estricta aplicación
de estas leyes, a Engracia la hubiera privado de la pensión que le correspondió
como viuda de militar. Sin embargo, la oficina del propio Francisco Franco, a
finales de 1939, dio las órdenes para que se tramitase una pensión a favor de
Engracia. Al margen de este gesto, el trato que tuvieron Engracia y su hija
Ángeles, después de la muerte de Ramón, con la familia Franco, fue
prácticamente ninguno. Engracia logró situarse económicamente y disfrutar de
una posición cómoda que le permitiría, gracias a una serie de negocios, dar una
excelente educación a su hija Ángeles que murió prematuramente en 1976. Poco
después, Engracia desapareció para siempre.
Tampoco
creo que tenga demasiada importancia si Ángeles fue hija natural de Ramón o
simplemente la adoptó como hija suya en 1935, días después de que se celebrara
su matrimonio con Engracia. Con toda seguridad, Ramón, un hombre
extraordinariamente generoso, no habría tenido ningún problema en reconocer a
Ángeles como hija suya aun sabiendo que no fuese su padre natural. Teniendo en
cuenta la fecha del nacimiento de Ángeles (1 de abril de 1928) y los
movimientos de Ramón en verano de 1927, cuando aparentemente llevaba una vida
feliz con Carmenchu, no parece probable que el aviador mantuviera entonces
relaciones con Engracia. Todo apunta a que la relación entre Engracia y el
aviador empezó a tomar cierta relevancia, en 1929, aunque no hay pruebas definitivas
que demuestren nada.
En
cualquier caso me parece irrelevante cómo fue la vida de Engracia, antes de
conocer a Ramón, y si Ángeles era o no hija natural del aviador y la que fue su
segunda esposa, para constatar la gran importancia que tuvo en la vida del
pequeño de los Franco su segunda mujer.
En 1926
el vuelo a través del Atlántico Sur, con el Plus Ultra, convirtió a Ramón
Franco en uno de los hombres más famosos de toda la historia española. A su
regreso, entusiasmado con la celebridad de su hazaña Ramón no se resignaría a
convertirse en un ciudadano normal y quiso realizar otra gran gesta. Primero
sería la vuelta al mundo, incluso volando con su mujer, después, cuando las
cosas se complicaron en gran medida por su desacertada elección de la aeronave,
se conformaría con un viaje a través del Atlántico Norte, en 1929. La aventura
fracasó y fue un milagro que no perdiera en ella la vida. Además, Ramón cometió
un acto de desobediencia a sus mandos porque hizo el vuelo con un avión con el
que no estaba autorizado, para lo que tuvo que manipular las matrículas y la
documentación de los aparatos. Aquella falta era muy grave y su jefe, Kindelán,
lo separó de la Aviación. También fue acusado, en los corrillos que
frecuentaban sus compañeros, de haber cobrado una importante cantidad de dinero
de una empresa extranjera y la acusación tuvo su origen, al parecer, en fuentes
próximas a la casa del monarca, Alfonso XIII.
Según
su sobrina, Pilar Jaraiz, Ramón no era un hombre de convicciones sino de
acción. No tenía ideología alguna. La mayor parte de los políticos y militares
de alta graduación que lo conocieron pensaban que Ramón era un botarate; otra
forma menos piadosa de reconocer que carecía de convicciones salvo las más
elementales.
En
1929, tras su frustrado viaje a través del Atlántico Norte, Ramón inició una
batalla, para justificar su fracaso, contra el rey, su primer ministro, Primo
de Rivera, Kindelán, el director del Observatorio Meteorológico, los
fabricantes de material aeronáutico españoles y los técnicos de la Aviación
Militar y su organización, a los que haría responsables del lamentable
resultado de su última expedición a ninguna parte.
Para
soslayar la censura de la prensa, que con férrea vigilancia ejercía Primo de
Rivera, escribió un libro en el que consignó con mucho detalle sus cuitas y
reclamaciones (Águilas y Garras). El libro también cayó en manos de la censura
y no vio la luz, tal y como Ramón había previsto. El aviador perdió el control
de aquella batalla que fue agrandándose hasta alcanzar proporciones
gigantescas. Demonizó las figuras del rey, la monarquía, sus primeros ministros
y sus jefes. Al cabo de unos meses, se encontró solo y su primer matrimonio
entró en una profunda crisis. Su esposa, Carmenchu, no lo entendía y la única
persona cercana capaz de seguirlo era Pablo Rada, el mecánico del Plus Ultra.
Tampoco es que fuera nada fácil de entender la postura que adoptó Ramón Franco.
En
aquella pelea, de forma instintiva, buscó la alianza de la gente que lo había
aplaudido en todos los rincones de España y en muchos de América del Sur: el
pueblo.
Ramón
estaba acostumbrado a suscitar el interés de la gente y a congregar masas de
individuos anónimos que lo aplaudían, lo jaleaban, se deshacían en vivas a su
persona, allá donde fuese. Y en la lucha que mantenía contra todos, Ramón
estableció una alianza con el pueblo para derrocar a sus enemigos. En su
cabeza, ellos, la gente, el pueblo, eran los únicos aliados y amigos con que
contaba en la pelea que había emprendido contra los poderosos.
Yo creo
que de un modo sutil y sin que él mismo se diera cuenta, esa situación lo
llevaría a considerar enemigos suyos a quienes lo fuesen de sus amigos. Y si su
aliado era el pueblo quiénes eran los enemigos del pueblo? La respuesta estaba
en la calle: los curas, los nobles, los terratenientes y los burgueses. Eso
explica cómo, en 1930 y conforme la pelea de Ramón con el régimen monárquico se
embroncó hasta unos límites impensables, cambió el sombrero por la gorra, los
zapatos por zapatillas y se mezcló con la gente que rondaba los grupos más
marginales y revolucionarios del país hasta el extremo de participar en la toma
del aeródromo de Cuatro Vientos que lo llevaría al exilio en París.
Cuando
cayó la monarquía y llegaron los republicanos al poder las cosas no cambiaron y
Ramón siguió la pelea junto a los que deseaban transformarlo todo, construir un
mundo nuevo porque la República no les había dado la oportunidad de acabar con
las lacras que continuaban oprimiendo a su aliado: el pueblo.
En la
guerra personal de Ramón Franco, que empezó a solas contra el rey y sus
acólitos, y a la que incorporó a un aliado único, el pueblo, y también sus
enemigos, ya habían sido derrotados los primeros pero no los segundos: los
opresores del pueblo.
En
1931, con la República establecida en el país, Ramón aún continuaría peleando
una año más, hasta finales de 1932. Justo en esas fechas Ramón Franco perdió
las elecciones en Cataluña y comprendió que el pueblo lo había abandonado. Sus
aliados habían elegido otros líderes y a él no le cabía seguir otro camino que
retirarse de la batalla, porque no era un hombre de ideas sino de acción.
Ramón
nunca fue comunista, ni anarquista, ni socialista, ni conservador, ni fascista,
quizá tan solo republicano, aunque se viera enrolado en peleas donde se
enfrentaran facciones políticas, más bien como mercenario sin saberlo.
A
finales de 1932, sus únicos aliados eran Engracia y también la pequeña Ángeles
y su objetivo proporcionarles seguridad y un lugar feliz donde vivir en este
mundo. Y para eso necesitaba regresar a la Aviación y disfrutar de un buen
trabajo. No le resultaría fácil, porque Azaña estuvo en contra suya. Luchó por
ello y tardó un año en conseguir que lo admitieran en la Aviación, gracias al
cambio de Gobierno en el que Lerroux asumió la presidencia. A partir de ese
momento alternó periodos en el extranjero con estancias en España, pero Ramón
continuó luchando por lo que le interesaba, un destino fijo en Washington,
hasta conseguirlo en 1935, casarse con Engracia y llevarse a su familia a los Estados
Unidos.
Engracia
se convirtió en el centro de su existencia durante los últimos siete años de su
vida y alrededor de ella organizó todo cuanto hizo ¿Qué importancia tenía quién
hubiera sido en el pasado aquella mujer? Lo importante es lo que era, en ese
instante.
Los
prejuicios de uno u otro signo y la ideología tenían un valor muy relativo en
la mente de un hombre consagrado a la lucha por alcanzar metas concretas en
cada momento. Muchos de los que lo conocieron lo definirían como un botarate,
la mayoría como una persona generosa de gran corazón, casi todos como un gran aviador
y yo me atrevería a decir que fue un hombre de acción marcado por tres
batallas: alcanzar la fama, derrocar un monarca y conservar a Engracia.
Fuente:
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