Es
posible que muchos ni siquiera sepan quién fue Diego Marín Aguilera. Este mes
de mayo se cumplen 228 años de su primer, último y frustrado vuelo, con una
máquina de volar que también fue la primera en surcar los cielos españoles y
quizás los de todo el mundo.
Construyó
un ingenio, con partes metálicas, pernos y cubierto de plumas, con la intención
de realizar con él un largo vuelo, que apenas alcanzó unos centenares de
metros. Y yo me he preguntado muchas veces: ¿cómo se le ocurriría a este
individuo semejante dislate?
Desde
una perspectiva aeronáutica, en la última década del siglo XVIII, en Europa se
extendió la fiebre aerostera que se propagó por todo el continente a partir de
1783, cuando los hermanos Montgolfier demostraron la posibilidad de volar en
barquillas suspendidas de globos de aire. En España, el químico francés Proust
construyó globos con los que se harían demostraciones a finales de 1792, una de
ellas en El Escorial ante el monarca Carlos IV.
Diego
Marín vivía en Coruña del Conde, un pueblo burgalés que entonces contaba con
unos 200 habitantes, adonde tuvieron que llegar noticias de los globos de aire
caliente. Entonces Diego rondaría los 33 años y era un hombre con habilidades
para la mecánica que, en vez de apuntarse a la corriente de la época dominada
por los globos de aire caliente, decidió construir una máquina, más pesada que
el aire, con algunas partes móviles, para volar. Casi nadie lo había hecho
antes. Y digo casi nadie, porque con la salvedad del francés Blanchard, no creo
que Diego pudiera tener noticia de ningún otro experimento similar.
En
1781, Blanchard construyó una máquina con dos grandes alas, y cuatro más
pequeñas, que podía mover con los pies y las manos merced a un complejo
mecanismo con poleas y articulaciones. La probó en París, suspendida de una
cuerda, y la sujetó con un contrapeso que aligeraba en la medida que generaba
algo de sustentación con su artilugio. Como cabe imaginar nunca voló y la
equipó con un paracaídas y después con un globo, o al menos eso es lo que puede
verse en las grabaciones de la época.
Al
menos que yo sepa, esta máquina de Blanchard es el único artilugio
contemporáneo de Diego Marín, más pesado que el aire, en el que pudo inspirarse
para construir su aparato volador. De lo que conocemos del vuelo de Marín
Aguilera puede deducirse que su invento no estaba diseñado para que la
sustentación se generase batiendo las alas, lo que se conoce como un
ornitóptero, como en la máquina de Blanchard. Si hubiese sido así, Diego jamás
habría llegado a la orilla del río, para lo que hacía falta planear.
Así
pues, más de doscientos años después de su fallecimiento, el enigma de Marín
Aguilera sigue vivo. Intentó volar con un aparato cuyo diseño se apartaba de lo
que en su época estaba de moda: la aerostación. No es probable que se inspirase
en otras máquinas contemporáneas, como la de Blanchard. Todo apunta a que su
mente concibiera la necesidad de que estos artilugios se apoyaran en el aire
como hacen las grandes aves planeadoras.
Es
lamentable que no nos haya dejado algún escrito, un plano, un dibujo. Tan solo
un año antes de la muerte de Diego, el inglés sir George Cayley grabó en una
moneda de plata la composición de fuerzas en el ala de un aeroplano, con lo que
se convirtió en el inventor de este ingenio volador. Si el castellano se
hubiese tomado la molestia de garabatear sus ideas en un trozo de papel, quizá
hoy podríamos cuestionarle al británico la invención del aeroplano.
El vuelo de Diego Marín Aguilera: El primer hombre que voló sobre España
Fuente:
https://elsecretodelospajaros.net