En
1936, el joven aristócrata Wernher von Braun asumió la dirección técnica del
centro de investigación de cohetes que el gobierno alemán acababa de instalar
en Peenemünde.
Hijo
del barón Magnus von Braun y su esposa Emmy, que poseían una gran extensión de
tierra en Silesia, el pequeño Wernher quería ser músico, pero después de leer
los libros de Hermann Oberth, sobre viajes espaciales, cambió de opinión y se
aficionó a la cohetería. A los doce años, él y su hermano Magnus, lanzaron un
carro impulsado por cohetes por la calle Tiergarten, en el centro de Berlín,
ante los despavoridos ojos de los viandantes. El ingenio recorrió la vía
siguiendo una quebrada que terminó abruptamente en la fachada del ultramarinos.
Sus
padres les regalaron un telescopio, con la intención de que los chicos
cambiaran de hábitos, pero la contemplación de las estrellas serviría para
acrecentar la pasión de Wernher por el espacio. Con 19 años ingresó en la
Sociedad para Viajar al Espacio y un año después, en 1932, hizo una
demostración a los militares lanzando un cohete que ascendió unos 30 metros. El
Capitán Walter Dornberger, que dirigía el grupo castrense encargado del
desarrollo de cohetes, se fijó en el joven científico y le ofreció que
trabajara en su equipo. Entonces, Von Braun estudiaba en el Instituto
Tecnológico de Berlín ingeniería aeronáutica y colaboraba en el laboratorio de
Hermann Oberth que realizaba experimentos con motores para cohetes. Werner
demostró poseer, además de conocimientos técnicos, un entusiasmo desmedido,
capacidad para contagiarlo a sus colaboradores y dotes de liderazgo. Su primer
cohete militar, el A-1 explotó en vuelo, pero el A-2 voló 1,5 millas. El 27 de
julio de 1934 se doctoró en la universidad berlinesa con una tesis sobre el uso
de combustibles líquidos en motores cohete, cuyo contenido no pudo hacer
público en su totalidad al considerarse material clasificado. Cuando accedió a
la dirección técnica del centro de investigaciones alemán, en Peenemünde, Von
Braun tenía 24 años.
El
joven ingeniero había puesto sus ilusiones en los viajes espaciales, pero el
Ejército quería un cohete capaz de transportar una cabeza explosiva de una
tonelada de peso a 160 millas de distancia. Ese era el mandato que su jefe,
Walter Dornberger, había recibido de sus superiores. El diseño del cohete A-4
del equipo de Wernher se había hecho teniendo en consideración estos
requerimientos. El motor daba un empuje de 25.400 kilos, contaba con aletas
estabilizadores, timones de control, vanos para desviar la salida de gases,
cuerpo con formas que ofrecían la mínima resistencia aerodinámica, un mecanismo
giroscópico de guiado y comunicación de datos vía radio entre el cohete y la
base en tierra. Los hombres de von Braun trabajaban día y noche, pero las
dificultades que planteaba el ambicioso proyecto eran grandes. Se contrataron a
miles de técnicos, científicos e ingenieros. Bajo el mando del joven y
brillante director técnico, los trabajos progresaban con lentitud en
Peenemünde. Sin embargo, los militares tenían una fe ciega en von Braun, hasta
el punto de que —según relataría más tarde el propio científico— fueron los
políticos del círculo más próximo a Hitler quienes insistieron en que se
afiliase al Partido Nazi, en 1937.
A
partir de 1939, tras la invasión de Polonia, el gobierno alemán impulsó los
trabajos de desarrollo en Peenemünde, aportando más fondos. Aún tardaría tres
años más el equipo de von Braun en lograr que un cohete, el A-4, volase. El 3
de octubre de 1942, un prototipo del A-4 recorrió 193 kilómetros a 5.632
kilómetros por hora y se elevó más de 80 kilómetros. Dornberger anunció el
advenimiento de “una nueva era de transporte espacial”, sin saber que los
problemas del A-4 reaparecerían y el Ejército tardaría en disponer de aquel
artefacto casi un par de años más.
La
presión, los nervios y la prisa, en la cúpula del poder nazi, por disponer de
un arma que ya habían rebautizado con el pomposo nombre de Vergeltungswaffe
2 (Arma de la venganza 2) V-2, hicieron
que el jefe de la Gestapo y de las SS, Heinrich Himmler, asumiera la máxima
responsabilidad del proyecto. El General Hans Kammler reemplazó a Dornberger,
amigo personal de von Braun, en la dirección del programa V-2. El nuevo líder,
un experto en la construcción de campos de concentración y el empleo de
esclavos en instalaciones industriales, era un hombre despiadado que, bajo la
apariencia de una persona cultivada, ocultaba un temperamento ególatra y
megalómano.
Las
instalaciones de Peenemünde, aunque estaban bien protegidas, fueron
bombardeadas por los aliados y estos creían haberlas destruido. La realidad era
muy diferente, porque el bombardeo apenas causó daños a la factoría. En busca
de una mayor protección, el mando alemán decidió construir una gran fábrica
subterránea para producir los V-2, en el centro de Alemania, cerca de
Nordhausen bajo las montañas Harz. El nuevo complejo industrial se diseñó con
dos túneles de unas dos millas de largo, uno para ubicar la línea de
fabricación y el otro para albergar el material, unidos por otros túneles
perpendiculares a los principales, que los comunicaban. Para horadar las
montañas se llevaron prisioneros del campo de Buchenwald a los que se les
alimentaba con una dieta de 1.000 calorías diarias. La desnutrición hacía que
tardasen unos seis meses en morir, exhaustos. Cada jornada perecían unos 160
esclavos, víctimas de la gangrena, la disentería y la desnutrición o cualquiera
de las muchas enfermedades que fustigaban a los internos del campo de
concentración Dora, donde se alojaban los trabajadores que construían la nueva
fábrica. Para mantener la disciplina, cada día, los vigilantes colgaban a unos
cuantos desgraciados, en público. No importaban los cargos, ni siquiera que los
tuvieran, y sus cuerpos sin vida quedaban expuestos durante varios días. El
ignominioso y cruel modo con que se levantó y operó aquella fábrica, a la que
se le puso el nombre de Mittelwerk (Trabajos Centrales), es una de las sombras
que siempre ha planeado sobre la figura de Wernher von Braun, pues nunca se
llegó a clarificar hasta qué punto estuvo al corriente de aquellos actos criminales.
En
agosto de 1944, Hans Kammler, pudo informar a sus jefes que ya disponía de un
millar de misiles V-2 y el 8 de septiembre ordenó que se lanzara el primero
sobre Londres. A las 18:44 horas, once casas volaban por los aires en Chiswick,
un barrio situado al oeste de la ciudad. El V-2 llegó sin hacer ruido, ya que
viajaba a una velocidad superior a la del sonido. La explosión causó 27
heridos, 3 de los cuales fallecieron poco después. La onda expansiva que siguió
al desastre fue ensordecedora. El misil tardó siete minutos en recorrer la
distancia que lo separaba desde su plataforma de lanzamiento cerca de La Haya,
en Holanda, hasta el corazón de Chiswick. Fue la obertura del fatídico
concierto originado por un total de 517 misiles que cayeron sobre la capital
del Reino Unido, a lo largo de poco más de seis meses. Quizá, el que mayor
alarma causó a la población fue el que impactó en los grandes almacenes
Woolworths, en New Cross, el 25 de noviembre y en el que perdieron la vida 160
personas. En total, los V-2 mataron a 2.754 londinenses durante toda la guerra.
La
explosión del primer V-2 en Londres reavivó en las potencias aliadas su interés
por la tecnología de los cohetes. Tanto en la Unión Soviética como en los Estados
Unidos los respectivos gobiernos no habían prestado demasiada atención a este
asunto. En América, el científico estadounidense Robert Goddard disponía de un
modesto laboratorio especializado en el desarrollo de cohetes, en Annapolis,
que trabajaba para la Marina desde 1942. Sus prototipos de cohete distaban
mucho del nivel alcanzado por los V-2. En la Unión Soviética el propio Stalin
había descabezado al grupo de científicos que trabajaba en este asunto durante
las purgas de la década de los años 1930. Aun así y todo, el Comisariado Popular
de Asuntos Internos (NKVD), precursor de la KGB, seguía muy de cerca los
movimientos de Wernher von Braun en Alemania. Uno de sus espías, Breitenbach,
informó al NKVD periódicamente sobre las actuaciones del científico alemán
hasta el año 1942, cuando fue descubierto y aniquilado, cruelmente, por la
Gestapo. La noticia de que los misiles alemanes habían llegado al Reino Unido
impresionó profundamente a Stalin, que presionó a sus técnicos y científicos
para que acelerasen el desarrollo de la industria de cohetes soviética.
En
agosto de 1944, Serguei Pavlovich Korolev salió de la cárcel de Kazán, aunque
las autoridades no le dejaban abandonar la ciudad sin un permiso especial. Para
el científico ruso se cerraba un angustioso periodo que había durado más de seis
años. El 27 de junio de 1938, en Moscú, tres oficiales del NKVD entraron en su
casa para registrarla. Horas después se lo llevaron detenido, acusado de “ser
miembro de una organización contrarrevolucionaria y de haber cometido actos de
sabotaje”. Stalin dispuso que en 10 días se resolvieran los juicios de los “enemigos
del pueblo” y a continuación se los deportaba al Gulag si no eran fusilados.
Korolev había sido delatado por sus colegas de oficio — Kleimenov, Langemak y
Glushko— en confesiones bajo los efectos de la tortura. Tuvo suerte y lo
condenaron a 10 años en el Gulag. Al abandonar Moscú, rumbo a su destino
Korolev temió por la suerte que pudieran correr su esposa Ksenia y su hija
Natasha. Al jefe máximo del Instituto de Investigación Científica de Reacción
(RNII), Mikhail Tukhachevsky, lo habían fusilado junto con ocho de sus
colaboradores más cercanos y poco después la madre del científico y sus
hermanos corrieron la misma suerte. Korolev trabajaba en el RNII, con Glushko,
desde la fundación del Instituto, en 1933. En muy poco tiempo, el efecto de las
purgas de Stalin sobre la capacidad para el desarrollo de la tecnología de los
cohetes en Rusia fue devastador.
Sin
embargo, Ksenia y Natasha se libraron del NKVD. Korolev fue internado en el
campo de concentración de Maldyak, al este de Siberia. Trabajaba de las cuatro
de la madrugada hasta las ocho de la noche. Comía sopa de col y algo de pan.
Muy pronto cayó en un estado de absoluta desesperación; víctima del escorbuto,
le sangraban las encías y perdió los dientes. Sin embargo, aún le quedaron
fuerzas para escribir al Fiscal General del Estado y al propio Stalin,
reivindicando su inocencia. Nadie le hizo caso. El brillante y joven científico
que había sido Serguei Korolev se hundió en un estado de profunda depresión. Su
vida, llena de luz y energía, se truncó de un modo imprevisible. Nada en su
existencia hacía prever que aquello pudiese ocurrir. Korolev había nacido en
Kiev un 12 de enero de 1907. A los 6 años, sus abuelos lo llevaron a una exhibición
aeronáutica local. Desde que contempló a Serguei Utochkin surcando el cielo a
bordo de su rudo aeroplano ya no se pudo quitar a los aviones y la exploración
del espacio de su cabeza. Estudió ingeniería aeronáutica en la Politécnica de
Kiev y después en Moscú. Cuando se graduó lo contrataron en el Instituto
Central de Aero-hidrodinámica de Moscú. En 1931 se casó con Ksenia, a quien
conocía desde que tenía 18 años. Su pasión por el espacio y los cohetes empezó
entonces. Entusiasmado con la idea de viajar al espacio, ingresó en una
sociedad creada por los aficionados a los cohetes, en Moscú: el Grupo de
Investigación del Movimiento a Reacción (GIRD), que dirigía Fridikh Tsander.
Alrededor del GIRD se congregó un grupo de intelectuales, todos ellos interesados
en el espacio y en las teorías de Tsiolkovsky, el precursor ruso de la ciencia
de los cohetes. La mente despierta y lúcida de Korolev, su entusiasmo y
capacidad de liderazgo lo llevaron a la dirección del GIRD cuando,
inesperadamente, Tsander falleció enfermo de tifus en 1933. Poco después el
GIRD lanzó al espacio un cohete con un motor de combustible líquido que se
elevó unos 400 metros. El grupo atrajo la atención de Valentín Glushko, que
dirigía un grupo militar especializado también en el desarrollo de motores de
combustible líquido. Fue Mikhail Tukhachevsky, un militar visionario, quien
tuvo la idea de unir a los dos equipos, el de Glushko y el de Korolev en el
RNII. Todo aquel esfuerzo se vendría abajo cuando los hombres de Stalin,
llevados de un celo incomprensible, fusilaron o encarcelaron al núcleo más
valioso de científicos soviéticos que trabajaban en el desarrollo de los
cohetes. Muchos desaparecieron y otros, como Korolev, quedarían sepultados en
el frío glaciar del Gulag, a -50 grados centígrados.
De un
modo inexplicable para Korolev, aunque no tanto para quienes observaban lo que
estaba ocurriendo en Alemania, cuando apenas llevaba un año en el Gulag recibió
la orden de presentarse en Moscú, donde su caso sería revisado. Tras un viaje
repleto de aventuras, porque el Ejército no sufragó el transporte, Korolev
llegó a Moscú, en 1940, un año después de recibir la orden de traslado. Allí,
el tribunal redujo su pena a 8 años y en vez de devolverlo a Siberia lo
mandaron a una prisión especial para trabajadores técnicos en Moscú. Privado de
libertad, al menos Korolev empezó a disfrutar de una alimentación más sana y de
jornadas laborales en centros de investigación, junto con otros colegas, lo que
le ayudaría a recuperar el ánimo. De Moscú fue destinado a Omsk y finalmente a
Kazán.
En
verano de 1944 Korolev obtuvo permiso para salir de la prisión de Kazán, aunque
no podía abandonar la ciudad. Ese mismo año, los soviéticos crearon un grupo de
técnicos para el estudio de los cohetes, dirigido por el General Mikhailovich
Galdukov. Mientras los alemanes hacían estallar sus V-2 en Londres, Korolev
tenía otra preocupación. Quería viajar a Moscú para rencontrarse con su mujer
Ksenia y su hija Natasha. Incluso pensaba que podía rehacer la vida familiar.
Sabía que había otras cuestiones que podrían impedirlo. Fue en noviembre —justo
el mismo mes en que un V-2 causó un pánico atroz en Londres al explotar en
Woolworths— cuando Korolev mantuvo un frío encuentro con Ksenia en Moscú, tras
conseguir el permiso para viajar a la capital desde Kazán. La pareja no rehízo
su vida en común, quizá porque Korolev mantenía relaciones con una mujer que se
llamaba Ivanovna, cuñada de Glushko. A finales de 1944 regresó a Kazán para
enfrentarse a una nueva vida.
A
principios de 1945, en tanto que Serguei Korolev recomponía las hechuras de su
existencia de cara a un futuro, en el que las oscuras sombras del pasado se
desvanecían, Wernher von Braun se enfrentaba a las incertidumbres de un futuro,
en el que sus pretéritas glorias se emborronaban. Sin saberlo, compartían un
destino que los llevaría a luchar por la supremacía en la conquista del
espacio.
En
medio de la confusión que reinaba en Alemania, a principios de 1945, von Braun
recibió dos órdenes contradictorias a finales del mes de enero. Los soviéticos
invadían Alemania y Peenemünde ya no era un lugar seguro. Las SS regionales le
urgían a defender hasta el último bastión y destruir cualquier elemento valioso
antes de que cayera en manos del enemigo. Hans Kammler, el General que mandaba
en el proyecto V-2, quería que los hombres de von Braun y su equipamiento se
trasladaran a la fábrica de Mittlewerk en Nordhausen. El convoy que hizo el
viaje de 400 kilómetros hacia el sur, desde Peenemünde a Nordhausen, que encabezaba
von Braun y Dornberger, consiguió llegar a su destino con muchas dificultades.
Los
soviéticos, británicos y estadounidenses, estaban muy interesados en cuanto
tuviera que ver con el diseño y la producción de misiles V-2, lo que incluía al
personal técnico y sobre todo al principal cerebro del grupo: Wernher von
Braun. Stalin puso a Malenkov al frente de un comité especial cuyo objetivo era
el de extraer de Alemania todo el conocimiento que fuera posible, relacionado
con los V-2. El juego entre los aliados con respecto a esta materia no era
excesivamente limpio. Cuando los británicos solicitaron a los soviéticos
permiso para visitar las bases de lanzamiento de los V-2 que habían tomado en
Blizna (Polonia), Stalin se las ingenió para retrasar la inspección lo
indecible. Mientras tanto vació las plataformas y se llevó a Moscú un motor de
V-2. Los estadounidenses destacaron a un ingenioso Capitán, Robert Staver, que
después de recabar información sobre los V-2 de la inteligencia británica y
francesa, recibió la orden de sustraer de Alemania toda el material que
pudiera, que tuviera que ver con los V-2, y trasladarlo a un centro en los Estados
Unidos en White Sands, Nuevo México. Los americanos tenían la convicción de que
los nazis les llevaban 20 años de ventaja en el desarrollo de misiles. Para
Robert Staver, von Braun, encabezaría muy pronto la lista del personal más
buscado por su país en lo concerniente a aquel asunto. Su nombre figuraba en la
lista de la operación que se conocería con el nombre de Paperclip cuyo objetivo
consistía en trasladar, después de la guerra, a los Estados Unidos a los
científicos y técnicos más relevantes de Alemania. Al tiempo que sus tropas
invadían el territorio alemán, los aliados se preparaban para apoderarse, por
separado, de la tecnología de misiles nazi.
En
Nordhausen von Braun sufrió un accidente de tráfico en el que se rompió un
brazo. Se acomodó en una lujosa mansión, Villa Frank, que había pertenecido a
un judío deportado por los nazis y allí, después de discutirlo con algunos de
sus más allegados llegó a la conclusión de que las 14 toneladas de
documentación, planos e informes de los V-2, que habían traído con ellos desde
Peenemünde, corrían un serio peligro de ser destruidas por los soldados de las
SS para que no cayeran en manos enemigas. Esas eran las instrucciones que
habían recibido del propio Hitler. Incluso ellos también serían aniquilados por
aquellos fieros cumplidores de los mandatos del Fürher, para que los enemigos
de la madre patria no se aprovecharan de sus conocimientos. En la mente de von
Braun, y de muchos de sus colaboradores, se había instalado la convicción de
que su futuro estaba en América. Allí podrían reemprender la tarea de construir
cohetes capaces de hacer realidad su sueño: viajar al espacio. La destrucción
de los documentos supondría años de retraso y decidieron esconderlos. Von Braun
encomendó a Dieter Huzel y Bernhard Tess buscar un lugar seguro en el que
ocultar aquella montaña de papeles y guardarlos allí. Los americanos ya estaban
en las proximidades de Nordhausen cuando los dos colaboradores de von Braun
lograron llevar a una mina abandonada, cuya entrada cegaron después con unas
cuantas toneladas de rocas y tierra, los papeles que contenían valiosísima
información sobre los programas de desarrollo de los A-4, A-9 y A-10.
Dornberger
y von Braun creían que con un poco de suerte caerían en manos de los soldados
estadounidenses en cuestión de días, si es que los hombres de las SS de Kammler
no los mataban antes. Sin embargo, el 1 de abril, el General nazi ordenó a von
Braun, Dornberger y los 500 científicos y técnicos de mayor relevancia del
grupo, que se desplazaran a los Alpes Bávaros, un lugar más seguro, en el que
muchos pensaban que se escondía el Fürher protegido por numerosas y bien
armadas unidades de las SS. El viaje en tren hasta su destino, Oberammergau, un
plácido lugar en las montañas, les llevó algunos días debido a la escasa
velocidad con que avanzaba el convoy. Una vez allí, von Braun y su hermano,
Magnus, se albergaron en el pueblo de Weilheim, al sur de Oberammergau.
Entre
tanto, los americanos entraron en Nordhausen y cuando su posición estuvo
asegurada, el Capitán Robert Staver se desplazó para inspeccionar la fábrica de
los V-2. Fue el primero en recorrer sus instalaciones y pudo contemplar,
horrorizado, los cadáveres de esclavos que se apilaban en las inmediaciones de
la fábrica. Staver empezó a embalar las piezas y el material que encontró en
Mittlewerk con la intención de enviarlos en camión a Amberes y de allí en barco
a White Sands, Nuevo México. Sus colegas esperaban recibir un centenar de V-2.
Al Capitán no le resultó difícil juntarlos.
El 20
de abril Hitler celebró su 56 cumpleaños en el bunker y el 1 de mayo se quitó
la vida. La radio alemana dio la noticia fingiendo que el Fürher había caído en
el frente luchando contra los bolcheviques y que el Almirante Karl Doenitz lo
revelaba en el mando. Sin embargo, la guerra había terminado.
Dornberger
le ofreció al comandante de las SS, que vigilaba a los 500 técnicos de los V-2,
que quemaran los uniformes y pasaran a engrosar las filas de sus soldados
regulares. De esa forma les evitaba la molestia de que, tuvieran que cumplir
las órdenes del desaparecido, como por ensalmo, General Kammler —matar a todos
los científicos antes de que cayeran en poder de los aliados— lo que les podría
acarrear serios problemas cuando los apresaran los americanos: seguramente los
fusilarían. El comandante pactó con Dornberger aquella salida para él y sus
soldados.
Los
hombres de von Braun acordaron enviar a Magnus en bicicleta, con un pañuelo
blanco, en busca de las fuerzas americanas que se encontraban ya en las
proximidades. El 2 de mayo, al amanecer, el hermano de Wernher se topó con una
unidad del Séptimo Ejército de los Estados Unidos que después de tomar Múnich
se dirigió hacia el sur. Ese mismo día von Braun, Dornberger y los líderes
alemanes del programa V-2 se entregaron a las fuerzas estadounidenses.
Robert
Staver sabía que el tiempo jugaba en su contra. En febrero de 1945 los aliados
ya se habían repartido la Alemania que quedase una vez acabada la guerra.
Nordhausen quedaba en zona soviética. El 1 de junio era la fecha prevista para
que se hiciera el cambio de mando y además del material y un centenar de V-2,
Staver quería enviar a los Estados Unidos el alijo documental que mandó
esconder von Braun y que había descubierto por casualidad. Aún más, también
había recibido órdenes de sacar en un tren de aquel lugar, y trasladarlos a la
zona americana, tantos científicos y técnicos relacionados con los V-2 como
pudiese. Cuando supo que von Braun estaba en manos de su Ejército fue a por él
y lo escoltó hasta Nordhausen. Como Wernher tenía intención de trasladarse a
trabajar a los Estados Unidos, no le fue difícil que lo ayudara a convencer a
muchos técnicos para que salieran de Nordhausen en el tren de Staver y se
moviesen a la zona de influencia americana. Todos querían saber qué les
ofrecían los americanos para compararlo con lo que prometían los soviéticos.
Malenkov había enviado un grupo de expertos soviéticos a Alemania para que se
hiciera cargo de las instalaciones de los V2 y ofreciera trabajo, un buen
salario y la seguridad de que continuarían desarrollando su labor de
investigación en el campo de los cohetes a todos los técnicos y científicos
alemanes que hubieran trabajado en aquel programa. La oferta soviética la
publicitaban en la radio.
Material
de la fábrica de Nordhausen, cien V-2 y un tren con mil expertos del equipo de
von Braun, abandonaron Nordhausen antes de que los soviéticos asumieran el
mando en la zona. El Capitán Robert Staver cumplió las órdenes recibidas,
gracias a su astucia y atrevimiento burló a los servicios secretos aliados y
cuando los soviéticos entraron en Mittlewerk, se encontraron con una fábrica
vacía. El Capitán tuvo suerte, porque al final la fecha del cambio de mando de los
Estados Unidos a la Unión Soviética, en aquel territorio, se pospuso del 1 al
21 de junio.
El
Ejército de los Estados Unidos envió al representante de General Electric en
Paris para que interrogase a los expertos alemanes, que apenas eran capaces de
entender las preguntas de sus interlocutores. El 15 de mayo, von Braun escribió
un documento de ocho páginas en el que expuso su particular visión sobre el
futuro de la exploración espacial: aviones cohete, telescopios espaciales,
espejos gigantes capaces de alargar la duración del día en algunos puntos de la
tierra, satélites y viajes interplanetarios.
Los
estadounidenses tenían algunas dudas con respecto a la conveniencia de que von
Braun se trasladase a su país y en el Gobierno coexistían las dos opiniones
contrarias. Los soviéticos le ofrecieron 5.000 marcos de recompensa si se
pasaba a su bando. Stalin estaba furioso porque los americanos le habían
vaciado Nordhausen, Peenemünde lo destruyeron los alemanes y muchos
trabajadores de los V-2 se habían pasado a las zonas de influencia
estadounidense. La explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, a
principios de agosto, pusieron de manifiesto la trascendencia bélica que
tendría en el futuro el dominio de las tecnologías nuclear y de misiles de
forma simultánea. El asunto de adquirir la tecnología de los V2 se convirtió en
algo apremiante para el dictador soviético.
Y en
medio de aquella algarabía y confusión, en septiembre de 1945, Serguei
Pavlovich Korolev recibió la orden de trasladarse desde Moscú a Viena y de allí
a Berlín. Con el grado de Teniente Coronel, rehabilitado tras una penosa
estancia en el Gulag, el joven ingeniero portaba la orden de adquirir todo el
conocimiento desarrollado por los hombres de von Braun. Su misión consistía en
hacer que la Unión Soviética se posicionara a la cabeza del desarrollo
tecnológico en aquella materia. Ese mismo día, von Braun salía de Alemania
hacia los Estados Unidos.
A lo
largo de 1945, incluso antes de que finalizara la guerra, llegaron a Alemania
varios grupos de especialistas soviéticos interesados en la tecnología de los
V-2. Tan pronto Peenemünde, Nordhausen y Lehesten cayeron en manos de la URSS
los militares destacaron expertos para inspeccionar las instalaciones y hacerse
cargo de ellas; a Bleicherode, el último reducto donde se refugió von Braun,
también llegaron algunos de los técnicos soviéticos. Korolev aterrizó en Berlín
en septiembre de 1945 y el mayor especialista de motores cohete de la URSS,
Valentín Glushko, se había incorporado al centro alemán de Lehesten el mes
anterior.
La
mayor parte de los técnicos del entorno de von Braun quedaron en poder de los
americanos, pero miles de expertos seguían en territorios pertenecientes a la
zona controlada por la URSS. Los soviéticos trataron de captar a todos los
especialistas que pudieron para que se incorporasen a los centros de
investigación, desarrollo y producción de misiles A-4, bajo su control. Muchos
de los que se presentaron no habían trabajado nunca en el programa de misiles
alemán, pero eran excelentes profesionales.
Helmut
Gröttrup, un ingeniero de primer nivel, que había trabajado codo a codo con von
Braun, decidió quedarse en Alemania y colaborar con los soviéticos. En realidad
fue su esposa, Inmgardt, quien negoció, en septiembre de 1945, las condiciones
para que su esposo aceptara la oferta de los soviéticos. Dos vacas para que no
les faltara leche a los niños, caballos, un chófer, servicio doméstico, una
buena casa y alimentos de la despensa del Ejército Rojo, fueron algunas de las
exigencias que los nuevos patrones de Gröttrup tuvieron que admitir para contar
con sus servicios. A cambio, Helmut no escatimó esfuerzos por lo que no
tardaría mucho en ser promocionado: un año después, de él dependían unos 500
empleados en la planta de fabricación de prototipos y había conseguido montar
algunos misiles A-4.
Al cabo
de algunos meses, las actividades que dirigían los soviéticos relacionadas con
la tecnología de misiles, en Alemania, se convertiría en un pequeño caos al que
las autoridades trataron de poner remedio. En febrero de 1946 el General
Mickhailovich Gaidukov asumió la responsabilidad de coordinar todos los
esfuerzos de la Unión Soviética en Alemania para absorber la tecnología de los
A-4. La nueva organización se denominó Instituto Nordhausen. El General
necesitaba un hombre con el empuje y liderazgo de Korolev para reorganizar los
trabajos de investigación y fabricación, en una Alemania que estaba en ruinas,
recién terminada la guerra. La mayoría de los científicos e ingenieros de
primer nivel, que habían trabajado en los V-2, ya estaban en los Estados
Unidos, pero los soviéticos habían conseguido reunir a millares de técnicos y
obreros especializados alemanes en distintos centros operativos. De Gaidukov
pasaron a depender la planta de motores en Lehesten, que dirigía Glushko, y la
de lanzamiento, guiado, balística, diseño técnico y fabricación. Gaidukov
designó a Korolev como jefe de ingeniería con autoridad sobre toda su
organización. Este nombramiento le produjo cierta intranquilidad a Glushko, ya
que los dos ingenieros se acusaban mutuamente de traición y haber efectuado
falsas declaraciones cuyas consecuencias los llevaron a la cárcel, pero no tuvo
más remedio que aceptarlo. A Serguei le había llamado la atención un joven
ingeniero, imaginativo y apasionado, recién salido de la universidad que se
llamaba Vasili Pavlovich Mishin y lo convenció para que se convirtiese en su
ayudante.
El plan
del entramado de laboratorios y centros alemanes que trabajaba bajo la
supervisión de Serguei Korolev tenía como objetivo fabricar y lanzar, primero,
un V-2 y posteriormente construir una versión mejorada de este misil: el R-1.
Korolev había descubierto en el V-2 de von Braun bastantes elementos que podían
mejorarse. A veces pensaba que el diseño tenía muchas deficiencias y que estaba
obsoleto. Una de las mejoras que se le ocurrió fue la de utilizar la superficie
externa del misil como parte de los depósitos de combustible, en vez de colocar
en el interior un tanque. De este modo se podía reducir el peso y aumentar el
alcance.
Winston
Churchill fue el primero en acuñar el término “telón de acero”. Finalizada la
guerra, las relaciones entre la Unión Soviética y las potencias occidentales
empezarían a deteriorarse. A los Estados Unidos y a Gran Bretaña les preocupaba
el control que Stalin ejercía sobre todos los países del bloque comunista, así
como la expansión de este sistema político cuyos principios y valores eran
incompatibles con el mundo capitalista. Preocupados por las actividades que los
soviéticos ejercían en Alemania, los aliados acordaron prohibir los desarrollos
de misiles en el territorio alemán. Gaidukov continuó con sus trabajos, aunque
con mayor discreción, pero era imposible ocultar a sus aliados, tan próximos,
una industria que movilizaba a miles de personas.
El 13
de mayo de 1946 Stalin creó la industria de misiles soviética y sus oficinas
principales se establecieron en Podlipki, en las afueras de Moscú. Al mismo
tiempo se instituyó el NII-88, el laboratorio nacional responsable del
desarrollo de estas tecnologías.
Aquél
verano de 1946, en agosto, Serguei envió a su colaborador Mishin a Moscú para
que fuese preparando las instalaciones de Podlipki en previsión de los
acontecimientos que sabía que no tardarían en ocurrir. A nivel personal, trató
de recomponer, al menos por segunda vez, su vida familiar con su esposa Ksenia
y su hija Natasha. Pasó con ellas las vacaciones de verano en Alemania, pero en
septiembre, cuando Natasha tuvo que regresar al colegio en Moscú, su esposa y
él comprendieron que su matrimonio tenía difícil arreglo.
Gröttrup
trabajaba con sus paisanos alemanes en la línea de fabricación de los A-4. En
verano le solicitaron una lista de posibles mejoras del misil y, tras el
análisis del asunto con sus técnicos, elaboró una respuesta con 150 puntos.
Después de presentarla, en septiembre, le pidieron que esbozara cómo debía
construirse un misil más avanzado. En pocos días formuló una respuesta
inspirada en los diseños alemanes que el equipo de von Braun había concebido
para los cohetes A-9 y A-10, que nunca llegaron a salir del tablero de dibujo.
Iván Serov, el delegado de Beria en Alemania y jefe de la policía secreta, vigilaba todos los movimientos de Gaidukov y sus hombres. Tal y como era su costumbre informaba puntualmente de los fracasos y elaboraba listas de sospechosos. Pero, quizá el mayor de todos los despropósitos que protagonizó durante aquellos años fue la deportación masiva de millares de alemanes al corazón de Rusia.
El 21 de octubre de 1946 Gaidukov organizó una convención a la que invitó a unos 200 ingenieros alemanes. Después de la jornada de trabajo, en la que se discutieron los asuntos técnicos, invitó a todos sus huéspedes a un espléndido banquete. Junto con manjares que, en la Alemania de la posguerra la gente pensaba que habían desaparecido para siempre de la faz de la tierra, hizo que los platos se regaran con magníficos vinos y después de la cena corrió el champán y el vodka. Gaidukov alzó su copa para brindar en numerosas ocasiones y los alemanes le respondieron con otros brindis, hasta bien entrada la noche.
Sin embargo, los soviéticos que participaron del banquete apenas probaron el alcohol; habían recibido instrucciones de mantenerse especialmente sobrios. Mientras Gaidukov alzaba una y otra vez su copa, el Ejército Rojo, dirigido por los hombres de Iván Serov, entró en las viviendas de las familias de los ingenieros alemanes, para conminarles a que reunieran sus pertenencias e hiciesen las maletas porque en una hora saldrían de viaje a Moscú, en donde estaba previsto que permanecerían durante cinco años.
En la calle les esperaban coches y furgonetas que los transportaron a la estación de Klein Bodungen. Allí les aguardaba un tren con sesenta vagones. Tardaron tres semanas en llegar a su destino. A la deportación de los ingenieros y mandos alemanes siguió el de centenares de técnicos, con lo que en total unas seis o siete mil personas fueron desplazadas a la fuerza desde Alemania a Rusia. Si bien los más cualificados se alojaron en Moscú, en viviendas poco lujosas, el hospedaje de los técnicos en Gorodomlya, una isla en el lago Seliger, a unos 200 kilómetros de Moscú, dejaba bastante que desear.
Inmgardt Gröttrup organizó una inútil escandalera antes de viajar a
la capital rusa que no sirvió para mucho. También serviría de poco la carta de
protesta que Gröttrup escribió en el tren, mientras viajaban a Moscú. A
principio de diciembre recibió una respuesta de las autoridades soviéticas en
las que se esgrimía el derecho legal de su país a la reconstrucción después de
la guerra y que, en el supuesto de que se negara a cooperar, podrían enviarlo a
los Urales. Cuando Inmgardt llegó a Moscú, pudo constatar que las condiciones
laborales que pactó para emplear a su marido, su patrono las había degradado
considerablemente.
En
Moscú Helmut Gröttrup se encontró con más problemas de los que esperaba.
Acostumbrarse a la vida en aquella ciudad en la que los inviernos eran largos y
fríos, con temperaturas de -30 grados centígrados, y en la que existía carencia
de casi todo y la gente hacía múltiples colas para conseguir un poco de comida,
no le resultó nada fácil. Pero lo peor ocurría en el trabajo, porque las
instalaciones eran deficientes, muchos materiales y documentos se extraviaron
en el largo viaje, desde Alemania, y resultaba muy difícil contar con
herramientas e instrumental adecuado.
La
deportación masiva de unos 2.000 trabajadores alemanes a Rusia, aunque los
soviéticos trataron de llevarla a cabo con celeridad para evitar fugas, tuvo
que paralizar durante varios meses todas las actividades relacionadas con el
desarrollo de misiles en la Unión Soviética.
En
febrero de 1947 Korolev se instaló de nuevo en Moscú y al mes siguiente se
cerró el Instituto Nordhausen. A Serguei se le nombró responsable de la
división de diseño de misiles balísticos de largo alcance (SKB-3) del NII-88.
Glushko asumió el mando de otra división, la encargada de desarrollar los
motores cohete. Los dos estaban al mismo nivel.
Gröttrup
permaneció en la URSS durante cinco años, hasta el 28 de noviembre de 1953. Su
estancia fue la historia de una frustración.
Nada más llegar, los soviéticos pidieron a los técnicos alemanes que presentaran el diseño de un nuevo misil, basado en el A-4, pero que lo superase ampliamente, al que bautizarían con el nombre de G-1. El diseño preliminar de este misil se aprobó por el NII-88 a finales de septiembre de 1947, aunque antes de empezar la construcción el equipo de Gröttrup tendría que aportar información más detallada.
Poco después, durante los meses de octubre y noviembre se efectuaron lanzamientos de misiles A-4, algunos construidos en Alemania y otros ensamblados en la URSS, en la plataforma de lanzamiento de Kapustin Yar. Durante el primer lanzamiento, en la cuenta atrás, cuando descontaban el número cinco (siete, seis, cinco…), el cohete cayó a un lado. Interrumpieron la cuenta, lo levantaron y prosiguieron (cuatro, tres, dos, cero…), salió de la plataforma, pero cayó a 20 millas del blanco.
El ministro de Armamento. Dimitri
Ustinov y el adjunto de Beria, Iván Serov, seguían los acontecimientos en la
base. Serov no desaprovechó la ocasión para informar negativamente a sus
superiores. Por fin, los A-4 empezaron a volar bien y la campaña se cerró con
éxito. Tras los lanzamientos en Kapustin Yar muchos técnicos alemanes fueron
transferidos de Moscú a la isla Gorodomlya y
Gröttrup, enseguida, se unió a ellos. Allí, en 1948, se formó un grupo
de técnicos alemanes liderado por Gröttrup, dotado de instrumentación y
laboratorios, aislado del resto de los equipos del NII-88, que durante ese
primer año siguió trabajando en el diseño del G-1.
Korolev
había recibido el encargo de producir un misil similar al A-4, el R-1, y otro
que lo superase ampliamente, al que le pondrían el nombre de R-2. Serguei
hubiera preferido ignorar el primer encargo, para concentrarse en el segundo,
pero sus jefes querían ir paso a paso. En otoño de 1948 comenzaron las pruebas
del R-1, también en Kapustin Yar. Sin embargo, los alemanes no fueron invitados
a los ensayos. Tras un par de fracasos, el R-1 consiguió volar el 10 de octubre
de 1948, aunque el sistema de control de guiado no funcionó satisfactoriamente.
Serov sí estuvo allí y tomó buena nota de lo ocurrido.
El R-1
fue un triunfo porque se había construido por completo en la URSS, con
materiales propios, lo que demostraba que la nación podía abordar con garantías
de éxito el programa de misiles. Paso a paso, esa era la consigna. El alcance
de 190 millas y el buen comportamiento del motor, RD-100, desarrollado por
Glushko, resultaron muy alentadores. Sin embargo, Korolev recibió un severo
castigo emocional en el que el papel de verdugo lo asumiría Iván Serov. En
Moscú tuvo que presentarse ante Beria, que lo recibió con estudiada
displicencia y le preguntó por qué los del “otro equipo” obtenían mejores
resultados que él. No había “otro equipo” y Korolev lo sabía, pero al gran
policía del Estado le entusiasmaban aquellas extrañas intimidaciones. La
historia no terminó con la zafia bronca de Beria, sino que durante un tiempo
recibió numerosas llamadas telefónicas nocturnas y una voz, que se parecía a la
de Beria, le siguió haciendo las mismas preguntas.
A
finales de 1948 Korolev se preguntaba que por qué los alemanes de Gröttrup
tenían el encargo de sacar adelante un misil, el G-1, que era igual que su R-2.
No tardó en comprender cuál era la respuesta.
También,
a finales de 1948 el equipo de Gorodomlya fue llamado a la segunda revisión de
diseño del G-1. Después de felicitaciones, aplausos y otros comentarios, los
técnicos de Gröttrup no conseguirían que el NII-88 les aprobase el proyecto.
Ellos sabían que Korolev disponía de luz verde para seguir adelante con el R-2,
del que no poseían casi ningún detalle, y sin embargo el líder soviético
conocía a la perfección el diseño del G-1. Para el desarrollo del motor cohete
RD-100, que equipó el misil R-1, Glushko contó con el apoyo de algunos técnicos
alemanes; cuando inició el diseño del RD-101, que impulsaría al R-2, todos los
colaboradores alemanes de Glushko fueron recluidos en Gorodomlya. La isla se
había convertido en un lugar en el que los asesores aportaban conocimiento a
los soviéticos, mientras que estos no los hacían partícipes de sus planes ni de
sus desarrollos. Estaban allí para aportar su ciencia al equipo de Korolev.
Serguei, que se había opuesto al plan de deportación de Beria, comprendió que
aquel forzoso exilio había sido el primer acto de un plan de mayor alcance.
Gröttrup también empezó a darse cuenta de que el aislamiento y la reclusión de
sus actividades, al campo de la especulación y el asesoramiento, se debía a que
de ellos tan solo se esperaba que transfiriesen sus conocimientos.
A partir de 1949 el equipo de Gröttrup empezó a sentir los efectos de la frustración. El 9 de abril, el ministro de Armamento, Dimitri Ustinov, hizo una visita al grupo alemán, en la isla, que tuvo la oportunidad de exponerle sus preocupaciones. En la entrevista, que se alargó hasta la noche, el ministro les ofreció la oportunidad de trabajar en el diseño de un nuevo misil, distinto a los que se habían fabricado hasta entonces, capaz de transportar tres toneladas de carga de pago a tres mil kilómetros de distancia.
La historia volvió a
repetirse y, al igual que el G-1, el G-4 fue objeto de tres revisiones durante
un año, sin que sus diseñadores obtuvieran permiso para iniciar los trabajos de
construcción. A Gröttrup no se le otorgó autorización para participar en Moscú
en ninguna de las reuniones que hubo para analizar las propuestas de sus
ingenieros. A los alemanes jamás les permitirían fabricar su diseño, ni el del
G-4 ni los de los proyectos que le siguieron. A partir de 1950 a su grupo se
incorporarían jóvenes ingenieros soviéticos recién titulados, que después de
permanecer con ellos algún tiempo eran transferidos a otras unidades del
NII-88. El desánimo hundió la moral de Gröttrup y la de muchos de sus colaboradores
alemanes, cada vez más desinteresados por el trabajo. Helmut pasó temporadas
enfermo, alejado de sus ocupaciones, y otras en las que buscó alivio en el
alcohol. Las autoridades soviéticas se mostraron comprensivas con su actitud y
no tomaron represalias, aunque se le redujo el salario y tuvo que abandonar su
cómoda residencia para irse a vivir a un apartamento. El ministro Ustinov había
tomado la decisión de repatriar de forma progresiva a todos los colaboradores
alemanes. A partir de junio de 1951 empezaron las devoluciones a su país de
origen, en pequeños grupos. Helmut Gröttrup y su familia cruzaron la frontera
polaca a finales de noviembre de 1953. Con su marcha, la URSS dio por concluido
el proceso de extracción de conocimientos de la tecnología de los V-2 alemanes.
Con sus
propias ideas y todas las que pudo extraer del equipo alemán, Korolev fabricó
el misil R-2. El principal apoyo al desarrollo de misiles de largo recorrido
tenía su origen en el mismo Stalin, cuyas ambiciones militares pasaban por disponer,
lo antes posible, de bombas atómicas y misiles capaces de transportarlas hasta
cualquier lugar del mundo. Un mes antes de que Igor Kurchatov hiciera explotar
la primera bomba atómica de la URSS, en agosto de 1949, Stalin convocó a los
responsables de los programas, nuclear y de misiles, para efectuar una revisión
en profundidad del estado de ambos desarrollos. Durante la reunión, a la que
asistió la plana mayor del dictador soviético, un militar de alta graduación se
extendió en una serie de comentarios poco favorables a Korolev: ¿qué valor
militar tenían misiles incapaces de acertar un blanco con un error inferior a
tres millas? ¿por qué gastar tanto dinero en semejantes armas? Ustinov soportó
las críticas en posición de firmes. Tras la perorata del detractor de los
misiles, Stalin preguntó si alguien quería añadir algo. Korolev no pudo
contenerse y con firmeza y contundencia defendió sus actividades de desarrollo
que exigían asumir riesgos y se comprometió a resolver los problemas, en no
mucho tiempo. Stalin concluyó la disputa ofreciéndole a Korolev un margen de
confianza para que continuara trabajando en sus misiles. Las palabras del
máximo dirigente soviético le otorgarían a Serguei Korolev el aval que
necesitaba para seguir adelante. Sin embargo, con toda seguridad, el dictador
comprendió que los misiles no podían ser una solución, a corto plazo, para el
transporte de cabezas nucleares a lugares remotos.
Las
pruebas del R-2, en 1949 y 1950, demostraron que el misil tenía un alcance de
unos 600 kilómetros, podía transportar 1,5 toneladas de carga de pago y su
motor (RD-101), desarrollado por Glushko, daba un empuje de 32 toneladas. El
misil se había construido íntegramente sin la colaboración directa de los
alemanes y, aunque mejoraba las prestaciones del R-1, estaba aún muy lejos de
cumplir los requisitos exigibles a un misil balístico intercontinental. Ustinov
le había pasado a los alemanes, en la reunión que tuvo con ellos en abril de
1949, en la isla Gorodomlya, las mismas especificaciones que ya obraban en
poder de Korolev para el desarrollo del R-3. Los militares soviéticos querían
un misil cuyo alcance fuera del orden de miles de kilómetros, capaz de
transportar una carga de pago de no menos de tres toneladas. Las prestaciones
del R-2 se encontraban muy lejos de satisfacer aquellos requerimientos y el
R-3, suponía por tanto, un salto hacia adelante extraordinario.
A pesar
de todos los peligros que encerraba la heterodoxa idea de la navegación
espacial en la URSS de la posguerra, Korolev mantenía su amistad y relaciones
con Mikhail Klavdilevich Tikhonravov a quién conocía de su época del Grupo de
Investigación del Movimiento a Reacción, anterior al tiempo que estuvo
encarcelado. El científico ruso, que trabajaba en el NII-4, era un defensor a ultranza
de la exploración espacial y consideraba que la URSS debía poner en órbita un
satélite artificial. Sin embargo, las ideas de Tikhonravov no tenían una
acogida muy entusiasta por parte de los militares soviéticos que consideraban
aquellos devaneos espaciales un desperdicio de tiempo y dinero que desviaría a
sus científicos y técnicos de la labor principal: fabricar un misil de largo
alcance capaz de transportar una bomba atómica. Aun así y todo, Korolev se
presentó en la reunión con Stalin, previa al lanzamiento de la primera bomba
atómica rusa, con la idea de plantearle al jefe del Estado la idea hacer que la
URSS fuese la primera nación que pusiese en órbita un satélite. Dado el cariz
que tomó dicha reunión en la que se vio forzado a defender su propio trabajo
frente a las críticas de algunos militares, Korolev no planteó el asunto; sin
embargo, a la salida de la reunión con Stalin en el Kremlin, se aproximó al General
Nedelin, que era el jefe de la Dirección de Artillería, para preguntarle su
parecer sobre el lanzamiento de un satélite. El militar le respondió que no
hiciera mucho caso a Tikhonravov porque era un “soñador peligroso”. Con
discreción, Korolev no dejó de relacionarse con Tikhonravov y meditar sobre sus
ideas de cómo deberían ser los cohetes para transportar satélites y naves
espaciales.
A
Serguei le interesaba conocer qué ocurría fuera de la URSS en todo lo que
estuviera relacionado con los misiles y coleccionaba artículos de revistas
extranjeras. Sus conocimientos de inglés no eran muy buenos y decidió contratar
un traductor para leerlos en ruso. Nina Ivanovna Kotenkova, que trabajaba en el
NII-88, con la ayuda de un ingeniero, se encargó de aquella labor. Korolev se
enamoró de la muchacha y muy pronto descubrieron que se alojaban en el mismo
bloque de apartamentos. Decidieron vivir juntos. Cuando se quisieron casar,
Ksenia, la esposa de Korolev, muy dolida, se opuso al divorcio. Las tensiones
entre ambos cónyuges las sufriría inútilmente la hija de los dos, Natasha, que
durante muchos años se negó a ver a su padre haciendo causa común con su
progenitora en contra del ingeniero. Korolev logró vencer la resistencia de
Ksenia y el 1 de septiembre de 1949 se casó con su traductora.
A
finales de diciembre de 1949 el comité científico del RII-88 aprobó el diseño
del misil R-3, casi a la vez que se realizaban los primeros lanzamientos del
R-2 en Kapustin Yar. El equipo alemán en Gorodomlya no participó en las pruebas
del R-2 ni tuvo acceso al diseño del R-3, aunque los soviéticos trataron de aprovechar
sus ideas a través del ejercicio que les impusieron con el diseño del G-4. El
futuro R-3 precisaba un motor con una única tobera y 120-140 toneladas de
empuje, lo que excedía en mucho las 32 toneladas del motor RD-101 que
propulsaba, con éxito, al R-2. Al incrementarse el tamaño de la cámara de
combustión se creaban bolsas en las que el combustible no ardía de forma
uniforme, lo que inducía explosiones y ondas de choque que alteraban el flujo
de gases en la tobera. Los expertos de Glushko se enfrentaban a un problema
realmente complicado de resolver. Para simplificar el desarrollo, se planteó la
posibilidad de un misil de menor alcance, como etapa previa, al que se designó
R-3A. El R-3A se modificó y los técnicos desarrollaron otro concepto similar al
que denominaron R-5.
A lo
largo de 1950 y 1951 el R-3 no logró encontrar ninguna forma definitiva en el
tablero de dibujo y, en 1952, Korolev empezó a plantearse seriamente cancelar
el programa, para introducir otro diseño, radicalmente distinto. Justo en aquel
año, su traductora y esposa le haría entrega de la serie de ocho artículos
sobre el espacio, de von Braun, publicados en la revista Collier’s. Fue un
éxito de divulgación científica ya que se vendieron tres millones de copias con
las que, el ingeniero alemán, logró popularizar la idea de la exploración
espacial. Korolev y Nina leyeron con interés las cavilaciones de Braun, según
las cuales un “despiadado enemigo”, a bordo de una nave espacial que orbitase
alrededor de la tierra a una velocidad de 24.000 kilómetros por hora, a 1.700
kilómetros de altura, “podría someter al mundo”. En sus artículos, describía
las estaciones espaciales, las lanzaderas, la vida en un mundo sin gravedad,
los trajes espaciales y la forma de recorrer los 384.000 kilómetros, en cinco
días, que nos separaban de la Luna, a bordo de un cohete con tres etapas;
Wernher von Braun, predijo que aquel épico viaje ocurriría en 1977.
En
1952, Korolev estaba convencido de que el alemán había conseguido en los Estados
Unidos, los fondos necesarios para llevar a la práctica el cúmulo de sueños que
desvelaba en sus escritos. Impulsado por el deseo de encaminar su nuevo cohete
hacia el espacio y por la necesidad de resolver el cálculo de trayectorias
balísticas para alcances de miles de kilómetros, Korolev pidió ayuda a su amigo
Tikhonravov. Necesitaba conocer la trayectoria exacta del cohete, en función de
la carga de pago, el impulso específico, la masa, y la velocidad de reentrada
en la atmósfera, para un misil cuyo motor proporcionase un empuje de 120
toneladas.
En mayo
de 1952 Korolev se llevó una gran desilusión cuando un subordinado suyo fue
promocionado para dirigir el NII-88; quizá las autoridades soviéticas no habían
olvidado su pasado en el Gulag y Beria no le había quitado el ojo de encima.
Fue un año que también finalizó con malas noticias para la URSS. En la carrera
por el armamento nuclear, los estadounidenses borraron del mapa una pequeña
isla (Elugelab) en un atolón del Pacífico, el 1 de noviembre de 1952, al hacer
estallar la primera bomba atómica de fusión de hidrógeno. Sin embargo, a
Korolev las dificultades jamás lo amedrantaron y en 1953 lograría desquitarse y
renacer de sus propias cenizas como un auténtico ave Fénix.
A pesar
de las suposiciones de Korolev, von Braun se hallaba aún muy lejos de abordar
en la práctica sus proyectos espaciales. Sus artículos sobre el espacio en la
revista Collier’s, de 1952, lo convirtieron en un personaje muy popular en los Estados
Unidos, pero aquellos sueños no contaban con el apoyo del Gobierno.
El
gobierno estadounidense ofreció un contrato de trabajo inicial de seis meses a
Wernher von Braun y 120 de sus colaboradores. Tras algunos interrogatorios
fueron trasladados a las instalaciones del ejército del Ejército en Fort Bliss,
al norte de El Paso, en Texas, cuando llegaron a los Estados Unidos en otoño de
1945. No disponían de pasaportes. Se alojaban en barracones, con pocas
comodidades y aunque las instalaciones no estaban valladas tenían prohibido
salir del campamento. Una vez al mes, en pequeños grupos, visitaban la ciudad
de El Paso.
La
posición de las autoridades estadounidenses con respecto a los técnicos
alemanes recluidos en Fort Bliss estaba llena de contradicciones. En primer
lugar, no querían que cayeran en manos de los soviéticos, quizá este era el
punto en el que existía un acuerdo absoluto. De otra parte, el desarrollo de la
tecnología de misiles no figuraba entre las prioridades de la cúpula militar.
El país contaba con bombas atómicas y aviones para transportarlas, lo que le
proporcionaba una gran ventaja con respecto a cualquier enemigo potencial. Y
por último, la posible implicación de los técnicos alemanes con las atrocidades
cometidas por los nazis, preocupaba a los políticos.
El
primer trabajo que se les asignó fue que participasen activamente en el
lanzamiento de los misiles A-4 (V-2) que el Capitán Staver había enviado desde
Nordhausen. A partir de abril de 1946 se empezaron a efectuar pruebas en White
Sands con los A-4. Estos misiles se utilizaron para explorar la atmósfera. En
vez de cabezas explosivas se equiparon con instrumentos para tomar medidas por
encima de los 56 kilómetros y hasta los 120 kilómetros que solían alcanzar los
misiles durante estos vuelos. Uno de los primeros lanzamientos estuvo a punto
de causar un importante incidente diplomático porque el misil cayó cerca de
Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua.
Además
de los lanzamientos de las sondas atmosféricas, el Coronel Toftoy del Ejército
había puesto en marcha otro proyecto (Bumper) en el que se utilizaba un A-4 que
transportaba una segunda etapa, con varios cohetes, que se encendían poco
después de que el motor del A-4 dejara de funcionar. En febrero de 1949 este
cohete se elevó 393 kilómetros. Los estadounidenses efectuaron 8 ensayos con
los Bumper, los dos últimos lanzamientos desde Cabo Cañaveral, a finales de
julio de 1950, en disparos con poco ángulo y volando a través de la atmósfera,
alcanzaron 320 kilómetros.
Von Braun
interrumpió sus actividades en White Sands para regresar a Alemania en marzo de
1947; allí contrajo matrimonio con su prima de 18 años, María von Quistorp. De
algún modo se habían comprometido antes de que el ingeniero abandonara
Alemania; desde los Estados Unidos, Wernher encargó a su padre que le
preguntase a María si quería casarse con él. El ingeniero ya había tenido que
abortar un primer matrimonio al no contar con la aprobación materna y aquella
vez no quería volver a equivocarse. A pesar de que Wernher había mantenido
relaciones con otras novias y tenía mucho éxito con las mujeres, en lo
relacionado con su boda se ajustó a la tradición más conservadora de la
aristocracia alemana. La muchacha contestó que “nunca había pensado en casarse
con otra persona” y la boda se organizó discretamente, bajo la estrecha
vigilancia del personal de seguridad estadounidense, temeroso de que los
soviéticos secuestraran al novio. Cuando regresaron de Alemania, los recién
casados se instalaron en White Sands.
Las
autoridades estadounidenses recomendaron al grupo de alemanes, refugiado en su
país, que pasaran lo más desapercibidos que pudieran mientras en Núremberg la
opinión pública estaba pendiente de los juicios de los nazis. En junio de 1947,
una delegación de militares que juzgaba en Dachau a prisioneros nazis acusados
de haber cometido crímenes de guerra, se trasladó a White Sands. Georg Rickhey
y Arthur Rudolph habían desempeñado en Mittlewerk el cargo de director de
producción y ayudante al director, respectivamente. Unos sesenta mil
prisioneros trabajaron en la construcción y en la operación de la fábrica, en
Nordhausen, y más de veinte mil perdieron la vida. Georg y Rudolph afirmaron
que desconocían las ejecuciones y condiciones deplorables que padecieron los esclavos
de Mittlewerk. Rudolph llegó a declarar que las “condiciones de trabajo eran
buenas”. Los militares estadounidenses no consintieron en que von Braun se
desplazara a Alemania para declarar. A cambio, escribió una declaración en la
que afirmó que nunca había trabajado en Mittlewerk y que las 15 o 20 veces que
lo había visitado lo hizo para atender a reuniones de trabajo. Fue consciente
de que en un principio las condiciones laborales allí fueron malas, pero
después mejoraron. Según Von Braun el máximo y único responsable de la gestión
de los obreros en Mittlewerk fue Albin Sawatzki, un hombre rudo y cruel, que
actuaba directamente bajos las órdenes del General Hammler. Von Braun no
mencionó a Rickhey, ni a Rudolph, que llegó a Nordhausen con 60.000 esclavos de
Buchenwald para construir la fábrica, ni a su hermano Magnus, a quien él mismo
envió a Mittlewerk, desde Peenemünde, para dirigir la producción de giróscopos.
Von
Braun justificó su pertenencia al partido nazi y a las SS, por las presiones
que había recibido de las autoridades alemanas y, en particular, del propio
Himmler que llegó a ordenar su detención.
Georg
Rickhey fue absuelto y von Braun y el resto de sus colegas que permanecían en los
Estados Unidos, no llegarían a ser investigados. En un informe de la Oficina
Militar del Gobierno, de septiembre de 1947, se afirmaba que von Braun no era
un criminal de guerra y que, aunque perteneció al partido y a las SS, nunca fue
un “ardiente nazi”.
Wernher
y sus compatriotas alemanes deseaban, por encima de todo, continuar con sus
investigaciones sobre cohetes, misiles de largo recorrido y exploración
espacial. Los lanzamientos de A-4 distaban mucho de satisfacer el deseo que los
devoraba por reemprender algo más parecido al trabajo que habían realizado en
Alemania. Las actividades relacionadas con el espacio que pudo realizar von
Braun, durante aquellos primeros años, se limitarían a la elaboración de un
libro, “Proyecto Marte”, cuya edición rechazaron diecisiete editoriales.
La
explosión, en agosto de 1949, de la primera bomba atómica soviética, hizo sonar
todas las alarmas en los círculos militares estadounidenses y británicos. La
sospecha de que el espionaje soviético, en el Reino Unido, había contribuido de
una forma decisiva al desarrollo del armamento nuclear en la URSS, provocó un
auténtico terremoto en los servicios de inteligencia occidentales. La victoria
comunista en China, a finales del mismo año, y el inicio de la guerra de Corea,
en 1950, contribuyeron a calentar el escenario de lo que se conoció como guerra
fría. Estos acontecimientos influyeron en la decisión del ejército
estadounidense de enviar a los técnicos alemanes al Redstone Arsenal, en
Huntsville, Alabama, con el encargo de que desarrollaran un nuevo misil,
inspirado en los A-4. Para Wernher von Braun y sus colaboradores, se trataba de
un modesto ejercicio.
También,
por aquellas fechas, el senador Joseph McCarthy impulsó su famosa caza de
brujas cuyo principal objetivo fue el desenmascarar a todos los empleados del
Gobierno que tuvieran algún tipo de exposición a la inteligencia soviética, o
que simpatizaran con el comunismo. Von Braun y sus colegas alemanes no se
libraron de ser interrogados. En concreto, Wernher tuvo que declarar sobre sus
relaciones con el padre de su esposa, Alexander von Quistorp. Su suegro, un
banquero, había sido secuestrado por los soviéticos en una conferencia sobre
finanzas que se celebró en Berlín. Durante un par de años lo mantuvieron en
paradero desconocido y después reapareció en Waldheim, un campo de Alemania del
Este. De otra parte, muchos de los técnicos de Peenemünde y Nordhausen que
fueron deportados a Rusia, empezaron a regresar a la Alemania del Oeste y
establecieron contacto con sus antiguos colegas. Todo ello constituía motivo de
extrema preocupación para la inteligencia estadounidense, obsesionada con el
comunismo.
En
Hunstville, von Braun y sus colaboradores desarrollaron un misil que se
inspiraba en el A-4 y que se asemejaba al R-2 de Korolev. El misil recibió el
nombre de Redstone y, los primeros, medían 19,2 metros de longitud, con un
diámetro de 1,78 metros. Su motor, A-7, le suministraba un empuje de 34
toneladas y empleaba como combustible una mezcla de etanol y agua y como
oxidante oxígeno líquido. Lo controlaba un sistema de guiado inercial, con
giróscopos, y disponía de vanos móviles de grafito para cambiar la dirección de
los gases de la tobera, y timones en los bordes de salida de las cuatro aletas
estabilizadoras colocadas en la base del cohete. En la cabeza podía transportar
una carga explosiva de 3,1 toneladas a 240 kilómetros de distancia con una
precisión de 140 metros. En el primer vuelo de prueba, que tuvo lugar el 20 de
agosto de 1953 en Cabo Cañaveral, falló y el misil cayó en el océano a ocho
kilómetros de la plataforma de lanzamiento; aún quedaban por depurar bastantes
detalles. A final de año, el misil realizó un vuelo aceptable. Tuvieron que
transcurrir cinco años más para que el Ejército dispusiera de los primeros
misiles de serie, operativos, pero mucho antes, los prototipos y sus derivados
prestarían valiosos servicios a los Estados Unidos en su carrera contra la URSS
por la conquista del espacio.
Para
von Braun, el Redstone estaba muy lejos de satisfacer sus ambiciones y deseaba
embarcarse en proyectos más avanzados y complejos. Quizá, para llamar la
atención del público y ganarlo a favor de aquella causa imposible de la
conquista del espacio, se puso a escribir los ocho artículos que publicó
Collier’s en la serie El hombre conquistará el espacio pronto y que captaron la
atención de Korolev.
En 1953
hacía ya cuatro años que el equipo de Korolev había probado con éxito una
versión muy avanzada del misil alemán A-4: el R-2; ese año salían las primeras
unidades del R-2 de las fábricas de armamento soviéticas, para equipar al
Ejército Rojo con misiles balísticos. Los estadounidenses, con la ayuda de
Wernher von Braun y su equipo, disponían de un misil de características algo
más avanzadas, también era una copia mejorada del A-4, pero se encontraba en
una fase de desarrollo todavía preliminar. El sistema de guiado del R-2 era
bastante más impreciso que el del Redstone. A pesar de todo, en 1953 los
soviéticos llevaban cinco años de ventaja a los estadounidenses, en el
desarrollo práctico de misiles balísticos de uso militar.
En 1953
Korolev dio un giro definitivo al programa de desarrollo de misiles balísticos
soviético. Una serie de acontecimientos políticos le permitieron realizar aquel
cambio radical que, desde hacía ya algún tiempo, consideraba imprescindible
para que sus misiles fueran capaces de lograr las prestaciones que los
militares deseaban. Ese año, en marzo, murió Stalin. La lucha por la sucesión,
entre Malenkov, Beria, Bulgarin y Khrushchev se decantaría al final a favor de
este último, pero durante un corto periodo de tiempo Malenkov estuvo al frente
del Gobierno. El 12 de agosto Andrei Sajárov consiguió hacer explotar la
primera bomba atómica de fusión soviética, en el polígono de Semipalátinsk, en
Kazajistán. En aquellos momentos de lucha por el poder y bajo el mandato de
Malenkov, Vyacheslav Malyshev, uno de sus ministros, desempeñaba un papel
importante en la industria armamentística de la URSS. El ministro fue a ver a
Sajárov para preguntarle cuál sería el peso exacto de una cabeza termonuclear
de la siguiente generación. El científico no lo sabía exactamente, pero
aventuró una cifra: cinco toneladas. En octubre, Malyshev se presentó en el
despacho de Korolev. Quería que los nuevos misiles balísticos fueran capaces de
transportar una carga de pago de cinco toneladas, a miles de kilómetros de
distancia.
El
estado del arte de los misiles de la URSS, en aquel momento, permitía mover una
carga de pago de una tonelada; Korolev y sus colaboradores aún no sabían cómo
levantar tres toneladas; y Malyshev pretendía que fueran cinco. Korolev llegó a
la conclusión de que el único modo de lograrlo sería mediante un cohete de
varias etapas, tal y como había sugerido Tikhonravov para los vuelos
espaciales. Para conseguir el empuje necesario, que podría alcanzar las 390
toneladas, Korolev pensó que sería necesario colocar varios cohetes en la base.
Estos cohetes, que serían cinco, en vez de contar con una única tobera de
salida de gases, para disminuir el tamaño, llevarían cuatro toberas cada uno.
Controlar la dirección de salida de los gases con vanos de grafito, tal y como
se hacía en los R-2, le pareció algo imposible y decidió incorporar otros
pequeños cohetes, vernier, de control. Glushko aceptó el nuevo diseño, con la
salvedad de los vernier. Dijo que aquello no funcionaría y que no podía
responsabilizarse de un desarrollo en el que no tenía ninguna fe. Korolev
encargó a Mishin que se hiciera cargo del diseño de estos cohetes de control. A
este nuevo misil le llamaron R-7. Korolev consiguió que le aprobaran la idea y
el proyecto R-3 se canceló.
Con el
R-7 en marcha, Korolev intentó convencer al Partido y a los militares de que
había llegado el momento de lanzar un programa para situar en órbita, alrededor
de la Tierra, un satélite artificial. Sin embargo, su idea no contó con el
apoyo de las autoridades obcecadas exclusivamente en la carrera armamentística.
En 1954
el equipo alemán de von Braun se había empezado a disgregar. Su hermano Magnum
trabajaba para la Chrysler y el propio Wernher había pedido, en secreto, la
dimisión al Ejército. La falta de ambiciosos proyectos que motivaran a los
ingenieros alemanes era la causa principal de su desánimo. Sin embargo, aquel
año la situación cambiaría por completo. Von Braun recibió una llamada de la
Marina. El responsable de la unidad de cohetes, Milton Rosen, había criticado a
von Braun abiertamente porque en sus artículos sobre el espacio simplificaba
los problemas. A pesar de todo, su jefe, el responsable la Oficina de
Investigación Naval, George Hoover, se entrevistó con von Braun en Washington
para conocer su opinión sobre el posible lanzamiento de un satélite. En 1957 se
celebraba el Año Internacional Geofísico y la Marina acariciaba la idea de
celebrarlo con el lanzamiento de un satélite con instrumental científico, de
carácter civil, para conmemorar el evento. Von Braun dijo que el misil
Redstone, al que se le podían añadir algunas etapas con cohetes de combustible
sólido, sería capaz de poner en órbita un satélite de unos 5 kilogramos de
peso; era una configuración que ya se había probado con anterioridad y no
ofrecía demasiado riesgo. A Hoover le pareció bien la posibilidad de que el
Ejército y la Marina trabajaran juntos en el proyecto. El programa de
investigación científica lo lideraría el profesor James van Allen de la
universidad de Iowa y von Braun desarrollaría el cohete en Huntsville.
Los
planes de Hoover se truncaron cuando intervino Eisenhower. El presidente había
sido advertido por la CIA de que los soviéticos tenían planes para lanzar un
satélite espía. No parece que fuera cierto, pero Eisenhower decidió que los EEUU
tendría que adelantarse. Sin embargo, antes de construir un satélite militar
parecía razonable estrenarse con otro civil. El Gobierno decidió seguir aquella
estrategia y designó una comisión, liderada por el doctor Homer, del Instituto
de California, para que la pusiera en práctica. La Comisión decidió que la
competencia entre distintas unidades daría mejores resultados que la
colaboración exclusiva entre la Marina y el Ejército, tal y como había planeado
Hoover. Así fue como la Comisión solicitó propuestas independientes a la Marina,
el Ejército y la Fuerza Aérea. Milton Rosen, de la Marina, propuso una solución
(con el cohete Vanguard), que se apoyaba en el misil Viking al que habría que
añadir dos etapas. La Fuerza Aérea propuso otro proyecto, el Atlas, también en
fase de desarrollo. El Ejército presentó la solución del Redstone auxiliado con
cohetes de impulso (boosters) que actuarían en tres etapas adicionales. El
único concepto probado, con garantías plenas de éxito, era el Redstone del
Ejército, que lideraba von Braun. Pero el Comité se dejó influenciar por otras
cuestiones. El Ejército había adquirido una posición de supremacía en materia
de misiles y la excesiva participación alemana, en aquellos proyectos, no era
del agrado de muchos nacionalistas. La decisión fue muy política y se inclinó a
favor de la propuesta de Milton Rosen. De nada sirvieron las protestas de von
Braun y las advertencias de que hacer funcionar las etapas y el cohete
Vanguard, en dos años, era una tarea muy poco viable. El alemán ofreció ponerse
a trabajar y permanecer en la sombra, para que dispusieran de la opción del
Ejército, en caso necesario, de repuesto. Al Departamento de Defensa le pareció
inaceptable la oferta de von Braun.
A fin
de paliar la terrible frustración del equipo que hasta hacía muy poco
conservaba la nacionalidad alemana —pero que había solicitado, en bloque, la
ciudadanía de los Estados Unidos mientras se decidía la opción ganadora— el
Ejército les encargó el diseño de un nuevo misil que pudiera desarrollar una
velocidad de 25.750 kilómetros por hora y su alcance fuese de 2.400 kilómetros;
quizá pretendía así mantener el interés de von Braun y lo que restaba de su
equipo por la tecnología de los cohetes. El nuevo misil se llamó Júpiter C y
consistía en una versión alargada del Redstone, con dos etapas adicionales. La
segunda llevaba once pequeños cohetes de aceleración (boosters) y la tercera
tres cohetes iguales a los anteriores. Estos pequeños cohetes empleaban
combustible de estado sólido y eran un modelo reducido del cohete Sergeant. En
realidad se trataba del cohete que von Braun había propuesto para el
lanzamiento del satélite en el proyecto conjunto entre la Marina y el Ejército.
Ahora, la autorización la recibían, principalmente, para efectuar pruebas de
reentrada de una cápsula en la atmósfera.
Del
Júpiter C se efectuarían tres pruebas, la primera el 20 de septiembre de 1956.
En este vuelo la carga de pago era un falso satélite de 14 kilogramos. Von
Braun, el Ejército y el Departamento de Defensa sabían que si montaban una cuarta
etapa con el satélite, el Júpiter C podía ponerlo en órbita. A Wernher y su
equipo se le advirtió, desde el Departamento de Defensa, que bajo ningún
concepto estaban dispuestos a tolerar que esto ocurriera. Antes del lanzamiento
se realizaron inspecciones para verificar que nadie había tenido la ocurrencia
de montar una cuarta etapa de forma casual. En la prueba, la carga que simulaba
el satélite ascendió hasta 1.100 kilómetros y alcanzó una velocidad de 25.750
kilómetros hora. En mayo de 1957, otro Júpiter C levantó una cápsula de forma
cónica a una altura de 560 kilómetros y efectuó una reentrada en la atmósfera,
con éxito. El sistema de protección térmico diseñado por von Braun y sus
colaboradores funcionó perfectamente. El último lanzamiento del Júpiter C, se
efectuó el 8 de agosto de 1957 y el misil demostró ser capaz de alcanzar los
2140 kilómetros.
En
septiembre de 1957, Milton Rosen, aún no había logrado efectuar ningún vuelo
con el misil Vanguard de la Marina, del que se esperaba que fuera capaz de
poner en órbita alrededor de la Tierra el primer satélite artificial de la
historia. Dada la situación del programa el Ejército solicitó permiso para
lanzar un Júpiter C con otra etapa más y el satélite, pero el Departamento de
Defensa negó la autorización.
El
equipo de Korolev, en la URSS, estaba ya muy cerca de conseguir lo que a Milton
Rosen le resultaba imposible y a von Braun le habían prohibido.
La
noticia de que los Estados Unidos estaba preparando el lanzamiento de un
satélite artificial la hizo pública el presidente Eisenhower en julio de 1955.
Para Korolev, la navegación espacial seguía siendo el reto de su vida y aquella
era su gran oportunidad. En enero de 1956 el Comité Central de la URSS aprobó
el lanzamiento de un Objeto D de 1.300 kilos de peso; fue el extraño nombre que
le dieron al satélite para enmascarar la decisión. Todo cuanto se relacionara
con el programa de misiles, el espacio y el armamento nuclear, en la URSS se
protegía con un histérico secretismo. La nueva base de lanzamiento de los R-7,
Baikonur, se encontraba en realidad a más de 200 kilómetros de distancia de
aquella ciudad; el nombre simplemente pretendía desorientar al público.
Khrushchev
visitó las instalaciones del NII-88 donde le mostraron una maqueta, a escala
real, del R-7. Los más de 30 metros de altura del cohete, impresionaron al
mandatario y sus acompañantes. El gobernante le preguntó directamente a Korolev
si el lanzamiento del satélite entorpecería el desarrollo principal, que era el
del misil. Serguei le contestó que de ninguna manera y Khrushchev le dijo que
entonces podía seguir con el proyecto. La bendición del primer ministro lo
protegería.
En 1956
Korolev contaba con el máximo apoyo para convertir en realidad las ilusiones
que lo habían motivado desde la década de los años 1930. Tikhonravov y su
equipo trabajaban con él en el complejo cálculo de las trayectorias del cohete.
Seguía muy de cerca lo que ocurría fuera de la URSS, en las revistas
especializadas y la prensa en general. En septiembre, cuando von Braun lanzó el
primer Júpiter C desde Cabo Cañaveral, Korolev lo interpretó como un intento
fracasado de poner un satélite en órbita, por parte de los americanos. Nunca
pudo imaginar que aquél vuelo se hizo con otra intención y que hasta se tomaron
medidas para evitar que llevase un satélite artificial al espacio.
Las
pruebas del R-7 que se habían programado para principios de 1957 se pospusieron
al mes de marzo. Glushko tenía que resolver algunos problemas con los motores.
Otro asunto que se había convertido en un auténtico dolor de cabeza para
Korolev era el Objeto D. Los científicos soviéticos habían diseñado un paquete
instrumental que equiparía el satélite para analizar la radiación cósmica y
ultravioleta, la atmósfera y el campo electromagnético terrestre. Sin embargo
los distintos organismos e institutos que trabajaban en el satélite no estaban
bien coordinados y el conjunto no terminaba de encajar unas veces por peso,
otras por volumen. Tikhonravov recomendó simplificar el problema y prescindir
de todas las complejidades en aquel primer satélite. Sugirió que una carcasa
esférica plateada (hecha con una aleación de aluminio), de unos 83 kilogramos,
con antenas y un transmisor en su interior, que emitiera señales de radio,
serviría para anunciar al mundo la presencia del primer satélite artificial; no
pasaría desapercibido, y sería suficiente. La idea contó con el beneplácito del
Gobierno.
Las
pruebas del R-7 se demoraron hasta mayo, justo un mes después de que Korolev
recibiera la buena noticia de su rehabilitación plena. Los jueces reconocieron
que los crímenes que lo habían llevado al Gulag, jamás existieron y que Serguei
siempre fue inocente.
En
mayo, en la plataforma de Baikonur, el R-7 se había ensamblado por completo, en
posición horizontal, y después se levantó para fijarlo con un dispositivo
ingeniado por Mishin: cuatro sujeciones en forma de pétalos de tulipán que se
abrían en el momento en que despegaba el cohete.
El 15
de mayo el lanzamiento fracasó. El cohete se incendió poco después de abandonar
la plataforma. Las pruebas se suspendieron hasta el mes de junio. Otros tres
fracasos consecutivos, el 9, 10 y 11 de junio pusieron a prueba los nervios de
Korolev y consiguieron desquiciar a Glushko y al General Nedelin que amenazó
seriamente a Korolev con ordenar su regreso a Moscú para que revisara el
proyecto entero. Serguei había anticipado a Nina, en una carta, que los
lanzamientos podrían ir mal: “Probablemente no será un éxito…la verdad es que
nuestro objetivo nunca se ha alcanzado antes en toda la historia de la
tecnología”. El 11 de julio lo volvieron a intentar. El cohete despegó bien,
pero empezó a moverse de forma errática y explotó. Después de aquella colección
de fracasos quizá lo más prudente hubiera sido estudiar con más detalle las
causas y buscar remedios poderosos; las causas eran siempre pequeños fallos. Si
regresaban a Moscú el proyecto se retrasaría demasiado y eso lo sabían todos,
incluyendo a los más furiosos como Nedelin y Glushko. En la plataforma tan solo
quedaba un cohete y decidieron lanzarlo el 21 de agosto. Esa vez, el vuelo fue
un éxito.
La
agencia soviética TASS dio la noticia del lanzamiento del R-7; un cohete que
marcó un hito muy singular en la carrera espacial.
En
aquel momento von Braun tuvo la seguridad de que los soviéticos estaban ya muy
cerca de colocar un satélite en el espacio. Hubo un último intento desesperado
del Ejército para que el Departamento de Defensa autorizase el lanzamiento de
un satélite a bordo del cohete Júpiter C que von Braun tenía listo en Cabo
Cañaveral. La respuesta fue la misma de siempre: no.
El 3 de
octubre Korolev y los mandos que se habían congregado en la plataforma de Baikonur
para el lanzamiento del Objeto D
simplificado, acompañaron, como era costumbre, al R-7 desde el hangar al lugar
en que lo levantaban para sujetarlo con los pétalos de Mishin. El cohete había
pasado todas las pruebas y en su cabeza llevaba la bola de plata con el
transmisor, ideados por Tikhonravov. Korolev avisó a su equipo de que el
lanzamiento se produciría a las 22:28 horas. Serguei había visto con sus ojos
cómo casi todos los anteriores ensayos habían fracasado. Ahora el R-7
transportaba un satélite y el fallo sería mucho más doloroso para todos.
A la
hora prevista, en punto, el cohete se encendió y una persistente luz,
acompañada de un ruido ensordecedor y una nube de humo, rasgaron el silencio de
la fría noche en la base de Baikonur. Desde su refugio, Korolev, su equipo y
las autoridades que habían acudido a presenciar el lanzamiento, contemplaron
atónitos el espectáculo. El cohete remontó el vuelo y se perdió de vista. Al
cabo de unas dos horas, todos estaban pendientes de lo que sucedía en una
pequeña estación de radio. Cuando escucharon una débil señal, beep- beep,
supieron que el Sputnik 1, o bola de plata de Tikhonravov, se encontraba sobre
sus cabezas después de haber dado una vuelta al mundo.
Al día
siguiente, satisfecho, Serguéi Korolev tomó un avión de vuelta a casa, en
Moscú, mientras el mundo entero hablaba del Sputnik 1. Ese mismo día, 4 de
octubre, von Braun, en Huntsville se hallaba de casualidad con el nuevo
secretario de Estado de Defensa, Neil McElroy, en una reunión en la que celebraban
su nombramiento, cuando se enteraron de que sobre los Estados Unidos, cada dos
horas, volaba un satélite de la URSS. Furioso, von Braun le advirtió al
mandatario: “Todo el mundo cuenta con el Vanguard. Yo le digo a usted ahora,
que el Vanguard nunca lo conseguirá”.
El 7 de
noviembre de 1957 se conmemoraba el 40 aniversario de la Revolución de Octubre
en la URSS. Khrushchev le preguntó a Korolev si era posible celebrar la fiesta
con algún gran evento. Serguei, sabía que el siguiente paso importante en la
aventura espacial consistía en colocar a un hombre en una órbita terrestre.
Antes de hacerlo con un ser humano tendría que probar con animales. La
respuesta al jefe del Gobierno fue que lo podrían celebrar enviando al espacio
a un perro. En realidad sería una perra que recogieron en las calles de Moscú:
Laika.
Korolev
tuvo que reunir otra vez a sus colaboradores, a toda prisa, para que preparasen
un cohete R-7 y una cápsula espacial que esta vez llevaría a bordo un ser vivo.
El 3 de noviembre Laika viajó al espacio, aunque apenas sobrevivió unas horas
debido a un fallo en el sistema de regulación de temperatura en la nave
espacial. En cualquier caso hubiera muerto en el espacio porque la cápsula no
podía devolverla con vida a la Tierra.
Después
de este segundo esfuerzo, la salud de Korolev se resintió seriamente y su
corazón acusó el terrible estrés a que había estado sometido durante los
últimos meses. Korolev tuvo que recluirse durante un tiempo en un sanatorio.
Dada la
crisis que produjo en los Estados Unidos el lanzamiento del Sputnik 1 y, casi a
continuación, el del Sputnik 2 con Laika a bordo, von Braun consiguió
autorización para preparar uno de sus cohetes para un eventual lanzamiento,
aunque el Vanguard de la Marina lo intentaría en primer lugar. El 6 de
diciembre de 1957, con las televisiones de todo el mundo en Cabo Cañaveral, el
cohete de Milton Rosen fracasó en su intento por colocar en órbita un pequeño
satélite. Fue una página que muchos políticos de aquel país nunca quisieran
haber leído; aunque el Huntsville los hombres de von Braun no pudiesen ocultar
su alegría al leer en la prensa el título con que bautizaron al cohete de la
Marina: Kaputnik.
Por
fin, el 31 de enero de 1958, el Explorer 1—el primer satélite artificial
estadounidense, de 13,97 kilogramos de peso, lanzado por la Army Ballistic
Missile Agency (ABMA) — consiguió orbitar alrededor de la Tierra a 2.550
kilómetros de altura. Von Braun siguió el lanzamiento en Cabo Cañaveral desde
Washington, debido a que la extraordinaria expectación del evento hizo que los
políticos requiriesen su presencia allí para atender a los medios. Durante
algunos minutos, Wernher creyó que la misión había fracasado porque las
estaciones de escucha terrestres no detectaron las señales del satélite. El
Explorer 1 se situó en una órbita más alta de lo previsto. El cohete que lo
impulsó, Juno 1, era una versión del Júpiter-C al que se le incorporó una
cuarta etapa, sin sistema de guiado; era la solución más sencilla, aunque tenía
un grave inconveniente: la órbita no podía determinarse con exactitud.
Los Estados
Unidos celebró el éxito de von Braun con un júbilo hasta cierto punto
desmedido. El peso de la carga útil del Sputnik 2 (508 kilogramos) casi
multiplicaba por 50 la del Explorer 1; los cohetes de Korolev le llevaban una
ventaja muy considerable a los de Wernher von Braun. Sin embargo, el Explorer
1, con un contador de Geiger a bordo, detectó la existencia de los cinturones
de radiación que se denominarían de Van Allen, en honor al científico que los
había estudiado, mediante globos, y que ideó el experimento en el satélite.
El 15
de mayo de 1958, Korolev puso en órbita el Sputnik 3, que llevó a bordo el
Objeto D, con tonelada y media de instrumental científico. Serguei ya se había
entregado por completo, en estrecha colaboración con Tikhonravov, al diseño de
un programa espacial de gran alcance para la URSS. En aquel espléndido proyecto
figuraba la puesta en órbita de una nave tripulada, el viaje a la Luna, la
construcción de una estación espacial y la exploración de Marte.
El
primer problema a resolver con las naves tripuladas era el del regreso a la
Tierra. La cápsula espacial debía contar con unos retrocohetes que la frenaran
hasta el punto de que, al perder velocidad, se precipitara sobre la Tierra. Sin
embargo, la reentrada debía hacerse con un ángulo, dentro de una estrecha
ventana, porque si era pequeño al entrar en la atmósfera rebotaría para
regresar a una órbita superior, y si era demasiado grande descendería a gran
velocidad y el calentamiento la destruiría. En cualquier caso, el problema del
exceso de temperatura debido a la fricción con el aire de la atmósfera, también
habría que resolverlo. Tikhonravov diseñó una cápsula con el frontal
semiesférico, que ofreciera resistencia al avance, para frenar la nave, y sobre
todo para que se formara una onda de choque frontal que la mantuviera, hasta
cierto punto, aislada del aire que incidía a gran velocidad. El tiempo de
encendido de los retrocohetes era crítico para lograr un ángulo correcto de
reentrada. Por tanto, para que la cápsula regresara a la Tierra después de un
viaje espacial habría que tener en cuenta su forma, el control del tiempo de
actuación de los retrocohetes y el material de que estuviera hecha.
El
principal problema del proyecto espacial soviético, era que los planes de
Korolev y Tikhonravov no coincidían, en sus prioridades, con los del estamento
militar ni con los de muchos políticos de su país. Del espacio, lo urgente para
ellos, era la estación espía de observación. Y con respecto a los misiles
balísticos de muy largo recorrido, les preocupaba: en primer lugar, que las
estaciones de lanzamiento eran muy voluminosas, fácilmente detectables por la
inteligencia enemiga, y, en segundo lugar que, con anterioridad al lanzamiento
del misil, debía efectuarse la carga del comburente líquido, oxígeno
criogénico, en la que se tardaba, al menos, un día entero.
Khrushchev mantuvo una reunión con Korolev para tratar de las cuestiones que le preocupaban con respecto a sus misiles balísticos y le preguntó qué pensaba sobre la utilización de otros comburentes y combustibles, de los que, el propio jefe de Estado ya había sido informado por los que apoyaban las ideas de otro ingeniero, Mikhail Kuzmich Yangel, que trabajaba en el desarrollo de misiles de corto y medio recorrido, que empleaban combinaciones combustible-comburente, hipergólicas. Estas mezclas tienen la propiedad de que arden cuando los dos elementos (combustible y comburente) se ponen en contacto.
El combustible de los misiles de Korolev era queroseno, y el comburente, oxígeno líquido. La mezcla había que encenderla para que se produjera la combustión. En sus diseños y experimentos, Yangel utilizaba como combustible dimetilhidracina asimétrica y como comburente tetróxido de nitrógeno; son líquidos extremadamente corrosivos y de muy difícil manejo. Korolev estaba al corriente de estos desarrollos, pero consideraba que aportaban poco a su proyecto de misiles de gran empuje que pudieran transportar naves espaciales, al margen de la disponibilidad inmediata para la acción y la posibilidad de almacenarlos en silos, asunto que no le preocupaba demasiado.
Khrushchev le pidió que estudiara el problema. En una
segunda reunión fue más directo y le dijo que el camarada Yangel se haría cargo
de otra línea de trabajo en la que emplearía los nuevos combustibles para
desarrollar misiles balísticos de largo recorrido. Korolev protestó, sin que
sirviera de nada. Conocía a Yangel, que había trabajado para su organización
durante algún tiempo y también era consciente de que su antiguo subordinado
había buscado apoyos en Ustinov y otros Generales para llevar adelante sus
proyectos. Hasta Glushko y el hijo de Khrushchev, que trabajaba en su grupo,
habían contribuido a que los ambiciosos proyectos de Yangel prosperasen. El General
Ustinov, que ocupaba el cargo de responsable del Comité Central sobre aquellos
asuntos, asumió la responsabilidad de apoyar a Yangel. Desgraciadamente, aquel
apoyo le costaría muy caro, pero la promoción de otra línea de desarrollo de
misiles, que competía con Korolev, no favorecería el desarrollo de sus
proyectos.
Korolev
tomó buena nota de que “el satélite de reconocimiento es más importante para la
madre patria” y en noviembre de 1958 consiguió que le aprobaran la cápsula
espacial Vostok para el satélite espía, aunque él tuviera en mente darle otros
usos complementarios.
La
parte más positiva, desde el punto de vista político, de las actividades
espaciales de Korolev era que a Khrushchev le proporcionaban siempre magníficas
oportunidades para hacer publicidad del régimen comunista soviético, en su
propio país y en los foros internacionales.
A
principios de 1959, Korolev intentó enviar, por cuarta vez, un cohete a la
Luna. Transportaba una caja con 72 piezas en las que se había grabado la hoz y
el martillo junto con la fecha del lanzamiento. Para observar el punto en que
alcanzaba la Luna, también llevaba a bordo un kilogramo de sodio que al
incendiarse producía una gran nube amarilla. El cohete erró la trayectoria, la
inmensa nube amarilla pudo verse donde no estaba (y se suponía que debía
encontrarse) la Luna, y la sonda se perdió en el espacio para convertirse en
otro pequeño objeto en la órbita del Sol. Fue un hito involuntario que
Khrushchev convertiría en un gran acontecimiento: el primer objeto humano en
órbita solar.
A lo
largo de 1959 el mandatario soviético aún tuvo más motivos para presumir de la
tecnología espacial comunista. El Luna 2, lanzado el 12 de septiembre, llegó a
la parte este del Mare Imbrium en la Luna. El radio telescopio Jodrell Bank del
Reino Unido siguió el vuelo de la nave soviética y confirmó la noticia.
Khrushchev no dejó pasar por alto a Eisenhower que su Pioner 4, la sonda
estadounidense que más se había acercado a la Luna hasta la fecha, pasó a unos
60.000 kilómetros de distancia. Pero quizá, uno de las noticias espaciales
que más captó la atención del público
aquel año, fue la que distribuyó las imágenes de la cara oculta de la Luna que
fotografió el Luna 3 soviético, lanzado el 4 de octubre. Von Braun tomó nota de
que aquel lanzamiento exigía un cohete con un empuje de más de 250 toneladas.
Con
habilidad, Korolev iba desarrollando su programa espacial aprovechando el
espontáneo y no programado interés de Khrushchev por utilizar los logros
espaciales con fines publicitarios. En reconocimiento a su labor, Serguei y
Nina recibieron una magnífica vivienda en Podlipki, con un jardín en el que
Korolev disfrutaría en verano de la sombra de un viejo roble y durante casi
todo el año de la magnífica chimenea con la embocadura de mármol, la biblioteca
y algunos cuadros.
Las
noticias de América también ayudaron a que los políticos soviéticos tuvieran
que mirar la exploración espacial con mayor preocupación. Los Estados Unidos
había creado una nueva agencia para encargarse de esta actividad y buscaba
hombres para enviarlos al espacio. Los soviéticos también pusieron en marcha un
programa para escoger a sus astronautas. Un programa tan secreto que los
aspirantes participaron en un ejercicio de selección en el que no sabían para
qué misión se les pretendía elegir.
En los Estados
Unidos, la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército, tenían en marcha proyectos
distintos de desarrollo de misiles y exploración espacial. Dado el carácter
civil que el Gobierno quería otorgar a este último asunto, Eisenhower decidió
crear la National Aeronautics and Space Administration (NASA), el 29 de julio
de 1958. Su misión era la de mantener el liderazgo de los Estados Unidos en lo
relativo a las ciencias espaciales. Keith Glennan fue nombrado administrador de
la nueva organización. Los gestores del recién creado organismo espacial
tardaron muy poco tiempo en lanzar el proyecto Mercury que consistía en poner
un hombre en el espacio.
Muy
pronto se dieron cuenta que quizá el problema más urgente que tenían que
resolver era la reentrada de la cápsula espacial en la atmósfera terrestre. En
Moscú, Tikhonravov llevaba ya meses trabajando sobre el mismo asunto. Otra de
las prioridades de la NASA fue la de identificar y absorber las instituciones
del Gobierno que en aquel momento se ocupaban de asuntos relacionados
directamente con el espacio, como el grupo de la Marina del cohete Vanguard y
el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, en California.
Aquel
verano de 1958, un proyecto combinado entre la Armada y la Fuerza Aérea, trató
de lanzar un cohete a la Luna. El 17 de agosto, el cohete Thor explotó 77
segundos después de ser lanzado con rumbo al satélite natural terrestre. El
fracaso, televisado, sirvió para aumentar el descrédito de las actividades
espaciales estadounidenses que no gozaban de una prensa demasiado buena. Un mes
más tarde, un cohete Atlas volvió a fallar en otro segundo intento por alcanzar
el mismo objetivo. Korolev, en Rusia, también había errado en dos lanzamientos
con destino a la Luna, pero los malos resultados soviéticos no se publicaban
nunca.
En un
principio, Von Braun y su equipo siguió trabajando para el Ejército, en
Huntsville, al margen de la NASA. Había recibido el encargo de desarrollar un
cohete balístico de largo alcance, inspirado en el Júpiter-C, para transportar
una cabeza termonuclear. El nuevo desarrollo se planteó con un cohete central y
un anillo de cohetes, tipo Redstone. El equipo decidió denominar aquel nuevo
invento con el planeta del sistema solar que seguía a Júpiter: Saturno.
En
abril de 1959 la NASA presentó oficialmente a sus siete astronautas del proyecto
Mercury. Eran las personas elegidas para hacer realidad uno de los grandes
sueños americanos. Encarnaban todas las virtudes que habían distinguido a los
mejores hombres de la patria. Sus familias formaban parte de la excelencia que
los agraciaba. Sus esposas los adoraban. Cierto o falso, el estereotipo que
fabricó la NASA para sus astronautas se confundía con el ideal humano de la
sociedad estadounidense de la época. Y para engrandecerlo lo elevó a la
categoría de héroe.
En mayo
de 1959 los astronautas visitaron las instalaciones de la fábrica McDonnell,
donde se construía la cápsula Mercury, en St Louis. La nave espacial no
disponía de controles ni ventanas. Los héroes se sintieron relegados a simples
conejos de indias y solicitaron con vehemencia que se les otorgara a bordo
cierta capacidad de control y que se abriera una ventanilla en las paredes de
la Mercury. Aquél mes también tuvieron la oportunidad de presenciar el
lanzamiento de un cohete Atlas igual al que estaba previsto que los
transportase al espacio. En Cabo Cañaveral, desde el bunker, vieron con sus
propios ojos como el cohete explotaba en el aire. Uno de los astronautas,
Shepard, comentó: “Bien, me alegro de que se lo hayan quitado de encima…espero
que arreglen el problema”.
Al mes
siguiente, en junio, comenzó el ensamblaje en Cabo Cañaveral, de un cohete
Atlas, con la cápsula Mercury. El 9 de septiembre se lanzó. El cohete subió
demasiado rápido y la cápsula se separó tarde. No logró alcanzar la posición
correcta de reentrada y la prueba falló.
La NASA
decidió descartar el Atlas y utilizar el Redstone de von Braun. Con este cohete
tendría que limitar el experimento a un vuelo suborbital, en el que se
alcanzaría una altura de más de 200 kilómetros; se supone que el espacio
empieza a partir de las 60 millas (96 kilómetros), con lo que el viaje de la
nave podría considerarse como espacial.
Wernher
von Braun y sus colaboradores regresaban otra vez a las actividades espaciales.
Su incorporación al proyecto supuso un cambio en el modo de hacer las cosas.
Sometió a revisión cada sistema y dispuso que se implantaran controles sobre
algunos elementos críticos como el exceso de aceleración y vibraciones; también
decidió incorporar un mecanismo de escape para que la cápsula pudiera liberarse
del cohete en situaciones de emergencia. Además como en el proyecto intervenían
muchos subcontratistas —los principales eran Boeing, que fabricaba el cohete, y
McDonnell que producía la cápsula Mercury—, von Braun decidió realizar pruebas
del sistema completo. Von Braun desencadenó una tormenta en la NASA. El jefe
del proyecto, Gilruth, había encargado a Chris Kraft el montaje de un centro de
control de misión. Von Braun era partidario de que los tripulantes tuvieran
mayor capacidad de control. En las discusiones afloraron sentimientos de
aversión hacia los alemanes y resquemor por el papel, siempre estelar, de su
líder: von Braun. La propia esposa de Wernher tuvo que intervenir en algunas
fiestas en las que los ánimos se caldearon excesivamente.
Von
Braun trabajaba para el Ejército, porque su centro de desarrollo de misiles
balísticos no se había incorporado todavía a la NASA. En materia de cohetes, los
Estados Unidos disponía de una amplia colección de grupos de inventores en la
nómina de diferentes organismos relacionados con la defensa del país. Von Braun
recibió el encargo de presidir un comité que hiciera un informe al respecto y
propusiera guías de actuación a largo plazo. El comité expuso las cinco líneas
de desarrollo más significativas y von Braun sugirió que en el futuro se
abordasen con una planificación conjunta. Estas líneas de trabajo empezaban en
el Vanguard y pasaban por el Juno, los Atlas y el Titan, para terminar en los
desarrollos de grupos de cohetes como el Saturno y el F-1 capaz de generar
hasta tres mil toneladas de empuje.
Von
Braun era un visionario y entendió que los futuros cohetes espaciales
requerirían empujes muy superiores a los de los existentes y que, de algún
modo, se produciría un claro divorcio entre los misiles balísticos nucleares y
los cohetes espaciales. Estas ideas también calaron en el estamento militar y
el Ejército puso en cuarentena el desarrollo del proyecto Saturno. Al igual que
habían hecho los militares soviéticos, en los Estados Unidos se cuestionó la
oportunidad de seguir gastando dinero en cohetes como el Saturno, que requerían
el uso de oxígeno líquido, con todos los inconvenientes asociados al proceso de
carga, y desarrollaban empujes quizá innecesarios para transportar unas cabezas
termonucleares cuyo peso podría reducirse de forma significativa.
Con el
proyecto Saturno a punto de cancelarse, Eisenhower anunció, en noviembre de
1959, su intención de transferirlo a la NASA. El 15 de marzo de 1960 se creó el
George C. Marshall Space Flight Center en Huntsville, Alabama, dependiendo de
la NASA, al que se incorporó personal del Army Ballistic Missile Agency (ABMA),
bajo la dirección de Wernher von Braun. Por fin, el ingeniero de origen alemán
conseguía un puesto de trabajo en la recién nacida industria espacial, que
tanto había contribuido a inventar.
La
primera prueba de lanzamiento de la cápsula Mercury con el cohete Redstone se
hizo en Cabo Cañaveral, el 21 de noviembre de 1960. El ejercicio se convirtió
en un espectáculo circense. El cohete principal se encendió y cuando se había
levantado unos 10 centímetros de altura los motores se apagaron y el cohete con
su cápsula Mercury en la cabeza se desplomó sobre la base, sin que de momento
ocurriese nada. Entonces se activaron los cohetes de emergencia de la cápsula
que salió disparada, dejando al cohete en tierra y se elevó 1.200 metros, se
abrieron los paracaídas y descendió suavemente para aterrizar a unos 370 metros
de la plataforma donde el cohete Redstone seguía erguido, milagrosamente, sin
que los técnicos supiesen que hacer.
El 19
de diciembre se efectuó otro lanzamiento con una cápsula Mercury vacía. El
vuelo suborbital alcanzó 220 kilómetros de altura y la cápsula se recuperó en
el océano Atlántico.
El 19
de enero de 1961, el jefe del proyecto Mercury, Bob Gilruth, anunció que Alan
Shepard sería el primer astronauta en volar, Gus Grissom el segundo y John
Glenn asumiría el papel de reserva para los dos.
Antes
de enviar un hombre al espacio, la NASA decidió hacer una prueba con un
chimpancé. Había varios entrenados para este menester y escogieron al número
65. El 31 de enero de 1961, el chimpancé partió de Cabo Cañaveral a bordo de
una nave espacial Mercury. El sistema de control de empuje no funcionó bien y
la cápsula alcanzó 252 kilómetros de altura en vez de los 185 previstos. A
pesar de todo el chimpancé sobrevivió a la experiencia.
Gilruth
y Kraft de la NASA y el propio Shepard no veían ninguna razón para aplazar el
vuelo del astronauta, previsto para el 21 de marzo de 1961. Sin embargo, von
Braun se opuso. Quería hacer más pruebas antes de aventurarse a enviar un
hombre al espacio. Nadie, en la NASA se atrevió a ir en contra de su opinión,
cuando se trataba de algo que tuviera que ver con los cohetes.
Von
Braun se había convertido en la imagen pública de la investigación espacial en los
Estados Unidos. El éxito del Explorer 1 lo anunció la revista Time con un
número en el que la fotografía de su rostro ocupaba la primera página. Sus
artículos, series televisivas y entrevistas le otorgaron una gran publicidad.
El 19 de agosto de 1960, se estrenó la película “Yo, apunto a las estrellas” (I
aim at the stars), en Múnich, sobre la historia de su azarosa vida. En la obra,
protagonizada por el alemán Curt Jürgens, un periodista norteamericano
apostilla el título con la frase “pero a veces le doy a Londres”.
Durante
el estreno en el Reino Unido dos hombres abrieron una gran pancarta: “Los V-2
nazis de von Braun mataron y lisiaron a 9.000 londinenses”. En los Estados
Unidos la crítica fue más favorable al alemán, pero sirvió para remover otra
vez su pasado en la Alemania nazi de Hitler. Al propio von Braun no le gustó la
película. A pesar de la controversia que le acompañaría a lo largo de toda la
vida, su talante abierto, su profunda inteligencia, el encanto personal de su
porte distinguido y aristocrático, sus dotes de liderazgo y la pasión que era
capaz de transmitir cuando hablaba del espacio, lo convirtieron en el icono de
la aventura espacial en lo que entonces se llamaba mundo libre.
Korolev
no existía para el público. Obsesionados por los secretos; temerosos de que la
inteligencia capitalista asesinara al máximo responsable del programa de
desarrollo de misiles soviético; las autoridades de la URSS mantuvieron su
identidad en la más oscura de las penumbras. Korolev no tenía rostro, era un
mito sin cuerpo; se había convertido en el espíritu que movía el complejo
entramado de ciencia e ingeniería de una de las naciones más poderosas del
mundo para fabricar las gestas que le exigían los políticos.
Sin
embargo, junto a la falta de simetría entre la popularidad de von Braun y la de
Korolev, coexistía otra realidad igualmente asimétrica: mientras Korolev era el
auténtico vértice del entramado espacial de su país, von Braun desempeñaba en
el del suyo un papel importante, pero coral. Por eso Korolev sentía sobre su
conciencia el peso de la decisión que habían tomado. Yuri Gagarin viajaría al
espacio, cuando él diese la orden, cuando él decidiera que todo estaba en
condiciones para que lo hiciera.
El 12
de abril de 1961, en la base de lanzamiento de Baikonur, los astronautas Yuri
Gagarin y Gherman Titov desayunaron con Serguei Korolev. El jefe de diseño de
la ingeniería soviética no había dormido muy bien. A las dos de la madrugada le
sirvieron un té con galletas y a las cinco había hablado por teléfono con su
esposa Nina. Su rostro reflejaba un profundo cansancio. El médico le había
recomendado que descansara porque su corazón daba signos de agotamiento. Pero,
aquel era el día señalado por el Comité Central del Partido Comunista para que
desde la base de Baikonur se enviara un cohete con un astronauta a bordo,
orbitase alrededor de la Tierra y regresara, sano y salvo a la madre patria. Y
Korolev fue quien propuso la misión, porque creyó que había llegado el momento.
Desde
el mes de mayo de 1960, en que se llevó a cabo la primera prueba de vuelo con
el cohete R-7 y la cápsula espacial Vostok acoplados, hasta el 12 de abril de
1961, su equipo había trabajado sin descanso. Había transcurrido casi un año
desde que el jefe de la Comisión del Estado, General Nedelin estuvo en
Baikonur, para comprobar cómo fallaron los retrocohetes que controlaban la
reentrada en la atmósfera. La cápsula rebotó y en vez de regresar a la Tierra,
saltó a una órbita superior. Dos meses después, dos perras, Chaika y Lisichka
perdieron la vida en otro cohete cuando explotó a los 30 segundos del despegue.
En agosto de 1960, tuvieron un éxito al colocar a Belka y Strelka, una pareja
de perras, en órbita y traerlas vivas a la Tierra.
Un
eufórico Khrushchev en una reunión de las Naciones Unidas, en Nueva York,
prometió regalarle a Eisenhower un cachorro de Strelka para la Casa Blanca.
Nedelin lo festejó y quizá aquella fue una de sus últimas celebraciones. El 23
de octubre de 1960, también allí, en Baikonur estaba previsto el lanzamiento
del R-16 propulsado mediante una combinación de líquidos hipergólicos y Nedelin
acudió para presenciar el lanzamiento del cohete diseñado por Yangel.
Una
terrible explosión, imprevista, acabó con la vida del General y la de unas 150
personas más. De Nedelin recogerían sus medallas y lo identificaron por la
estrella de oro de Héroe de la Unión Soviética. Yangel se salvó porque en ese
momento estaba fumando en el bunker. El desgraciado accidente paralizó temporalmente
sus lanzamientos hasta el 1 de diciembre. Ese día, otras dos perras, Pchelka y
Mushka, completaron 17 órbitas a la Tierra, en una cápsula Vostok; durante la
maniobra de reentrada los retrocohetes funcionaron menos tiempo del necesario y
la cápsula inició un descenso que la llevaba a caer fuera de la URSS; hicieron
que la nave explotara en pleno vuelo. Antes de que finalizara 1960, el 22 de
diciembre, en otro lanzamiento con dos perros a bordo, la tercera etapa del
cohete falló; aunque la cápsula se separó y pudieron recogerla, con los
animales vivos, en Siberia.
En
todos aquellos vuelos, Korolev había estado pendiente hasta del último detalle
y, después de cada fallo, había sometido a su equipo un profundo análisis para
estudiar las causas y diseñar remedios.
A lo
largo de 1961 hubo dos vuelos más, el 9 y el 24 de marzo, en los que todo
funcionó bien. En ambos, además de un perro, ratones y reptiles, voló un
curioso personaje: Iván Ivanovich, un muñeco que representaba la figura de un
astronauta, a escala natural. Con estos dos éxitos, Korolev pensó que había
llegado el momento de solicitar permiso para lanzar un astronauta soviético al
espacio. El Comité Central le otorgó la correspondiente autorización y la fecha
del lanzamiento se había fijado para el día 12 de abril.
Gagarin
y Titov sentían un profundo respeto por Korolev. El aspecto que tenía el jefe
de diseño aquella mañana del 12 de abril, los impresionó. Hacía poco tiempo que
ellos le habían pedido una entrevista para decirle que muchos de los fallos en
los lanzamientos, podrían evitarse si a bordo de la cápsula espacial los
astronautas podían tomar el mando de la nave. Sin embargo, para hacerlo, era
preciso que se les enviara un código secreto desde el centro de control, en
tierra. Korolev le había pasado la contraseña a Gagarin, contraviniendo el
procedimiento; nadie sabía hasta qué punto el entorno a bordo de una cápsula
espacial podía alterar el juicio de una persona. Pero Korolev sentía que sobre
él recaía todo el peso de aquella responsabilidad y no podía quitarse de la
cabeza que de los últimos 17 lanzamientos del cohete R-7, con los mismos
motores, 8 habían fracasado. Él asumía las responsabilidades, él tomaba las
decisiones.
El día
anterior, por la tarde, había estado un largo rato a solas con Yuri Gagarin en
la cápsula Vostok explicándole con detalle el proceso del lanzamiento hasta que
se sintió tan mal que no tuvo más remedio que interrumpir la sesión para
retirarse a su habitación. El médico le recomendó que descansara. Sin embargo,
aquella mañana, se sintió con fuerzas para retomar el trabajo.
Tras el
desayuno, Gagarin subió a la cápsula espacial y Korolev se refugió en el
bunker. Los dos se mantuvieron en contacto por radio durante las comprobaciones
previas al despegue. A ratos Yuri Gagarin canturreaba canciones folklóricas
rusas. Hijo de campesinos, hacía poco más de un mes que había cumplido 27 años;
a pesar de su buen carácter y aspecto sonriente, el astronauta había tenido una
vida dura. A Korolev le caía muy bien aquel muchacho y no podía evitar la
preocupación de que podía estar enviándolo a la muerte. Lo que más le
preocupaba era un fallo de los motores de las etapas superiores.
A las
09:07 Korolev apretó el botón de encendido y el cohete inició el despegue. El
corazón de Gagarin latía 157 veces por minuto. Korolev pensaba, angustiado, en
todas las posibles complicaciones. Las que más le agobiaban tenían que ver con
fallos en los motores de las etapas superiores. Si no funcionaban los
retrocohetes podría regresar después de 11 o 12 días de permanecer en órbita,
para los que disponía de recursos vitales en la cápsula Vostok. Korolev mantuvo
el contacto con Gagarin durante unos 7 minutos; a partir de ese momento la
cápsula pasó a comunicarse con otra estación de seguimiento. Korolev habló por
teléfono con Khrushchev y pasaron la noticia a la agencia TASS.
Gagarin,
desde la Vostok, empezó a describir el horizonte curvado, el color de la
Tierra, la negrura del cielo y el brillo de las estrellas.
En el
centro de Baikonur estaban pendientes de las noticias de la radio. Al cabo de
50 minutos las emisoras distribuyeron la nota de la agencia: “El primer
satélite Vostok con un ser humano ha sido puesto en órbita alrededor de la
Tierra desde la Unión Soviética. El piloto astronauta de la nave espacial
satélite Vostok es un ciudadano de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, Mayor de aviación: Yuri Alexeyevich Gagarin”.
Cuando
la Vostok iba a completar una vuelta completa a la Tierra para sobrevolar otra
vez la URSS, a las 10:25 horas, desde tierra activaron los retrocohetes.
Entonces la cápsula, de forma inesperada empezó a girar sobre sí misma, a una
velocidad de unos 30 grados por segundo. El problema, que el centro de control
no pudo advertir, se debió a que el módulo de instrumentos, unido a la Vostok,
no se había separado de la cápsula. Sin embargo, el incremento de temperatura
de la reentrada quemó los cables y el módulo se desligó de la Vostok. Yuri tuvo
que soportar una aceleración de 8 g. El paracaídas se abrió a 6.000 metros de
altura, saltó la escotilla y Gagarin fue lanzado al espacio sujeto a la silla
de vuelo que se desprendió para liberarlo y permitir que iniciase el descenso
final con su paracaídas. A sus pies pudo contemplar la grandeza del Volga y una
vez en tierra a unos sorprendidos campesinos que no daban crédito a lo que
veían con sus ojos hasta que alguien exclamó: “lo están diciendo en la radio”.
Korolev
no tenía palabras cuando se encontró con él otra vez, en el campo, y el
muchacho lo saludó para comentarle que todo había ido bien.
El 14
de abril fue declarado día de fiesta en la URSS; miles de personas acudieron a
la Plaza Roja para celebrar el gran acontecimiento. La gente que se
arremolinaba en la gran explanada contempló a un sonriente Yuri Gagarin acompañado
del exultante Khrushchev y de Brezhnev. Korolev no ocupó ningún lugar de honor
en la ceremonia que celebraba el triunfo. Ni siquiera pudo asistir al acto
multitudinario en la Plaza Roja, porque se le rompió la correa del ventilador
del coche cuando se dirigía al centro de Moscú. No llegó a tiempo.
Era la
segunda vez que la Unión Soviética, con su pequeño David, ganaba otra etapa en
la carrera espacial al país que lideraba el llamado mundo libre, gracias a que
un hombre invisible, solitario y exhausto, continuaba moviendo los hilos del
teatro espacial de su país. Mientras tanto, en la poderosa América, a von Braun
siempre lo habían llamado a última hora, para abordar acciones capaces de
mitigar el efecto desmoralizador sobre el país de los éxitos soviéticos. Pero,
en 1960 habría llegado para quedarse en el negocio espacial y escribir uno de
los capítulos más importantes de la historia de los cohetes.
Fuente:
https://elsecretodelospajaros.net