Max
Immelmann y Oswald Boelke
Junto
con la introducción en la guerra de los aviones de caza Eindecker, surgieron en
Alemania los pilotos que desarrollaron las técnicas de vuelo de la nueva arma.
Max Immelmann y Oswald Boelcke fueron los primeros en proponer métodos de caza
y Manfred Richthofen consiguió el mayor número de derribos de aviones enemigos
durante la contienda.
Tony
Fokker se mostró siempre muy sensible a las opiniones de estos ases con los que
trató de intimar, en el frente, o invitándolos en Berlín cuando disponían de
días libres. Pasaba mucho tiempo en las unidades operativas escuchando sus
opiniones y, si podía, los llevaba a su fábrica para que la visitasen y vieran
con sus propios ojos cómo se hacían los aviones.
En
Berlín, Fokker tenía habitaciones en el hotel Bristol siempre disponibles para
sus invitados y un programa de diversiones que pasaba por los mejores
restaurantes de la ciudad, cabarets y cafés de moda, además de contar con una
amplia y variada lista de admiradoras siempre dispuestas a compartir con los
jóvenes aviadores tiernas experiencias. No todos se prestaban al paquete de
ocio completo que Fokker ponía a su disposición, pero la mayoría solía
agradecerlo y procuraba disfrutar en Berlín de la vida, que no podía ser muy
larga en aquél oficio, antes de regresar a la monótona exasperación del frente.
Max Immelmann, Oswald Boelcke y Manfred Richthofen, los grandes héroes
populares de la aviación alemana, llegaron a intimar con Anthony Fokker.
Max
Immelmann era un muchacho juicioso, tranquilo, afable, confiado en sí mismo y
frugal. No comía carne, no fumaba y no bebía alcohol. A los 15 años, Max
Immelmann había ingresado en la escuela de cadetes de Dresden, pero en 1912
dejó la carrera militar para ingresar en la escuela de ingeniería y cuando
estalló la guerra se presentó voluntario al Cuerpo de Aviación. Lo mandaron a
Adlershof, desde donde los futuros pilotos y observadores eran enviados a los
cursos que se hacían en distintos establecimientos.
Aprendería
a volar en LFV y allí también recibió clases de mecánica, construcción de
aeroplanos y meteorología. Después de 24 vuelos con un instructor, el 31 de
enero de 1915 se soltó. El 9 de febrero consiguió su licencia de piloto al
superar un examen en el que hizo varios ochos y aterrizó en el lugar indicado,
entre dos postes. A continuación inició el largo proceso para que le otorgaran
el grado de piloto de guerra. Hizo 20 aterrizajes más, 2 vuelos de 30 minutos a
500 metros de altura, voló una hora a 2000 metros y para acabar la serie de
ejercicios tuvo que planear desde una altura de 800 metros hasta el suelo.
La
segunda tanda de pruebas consistió en un ascenso a 2600 metros, en los que
emplearía 65 minutos, un descenso a 2400 para volar nivelado durante unos 20
minutos, seguido de otro descenso a 2200 metros para iniciar un planeo de 3
minutos hasta el suelo. Y por último, aún tuvo que efectuar una serie de
aterrizajes. Con aquella preparación ya estaba casi listo para ir al frente, no
del todo, porque cuando lo llamaron por primera vez tuvo que hacer unas pruebas
adicionales y en una de ellas efectuó un aterrizaje forzoso por lo que seguiría
con sus entrenamientos hasta que, por fin, el 12 de abril de 1915 fue
transferido al frente.
Su
primer destino sería una unidad de cooperación con la Artillería en la que
permaneció dos semanas. De allí lo mandaron a la Abteilung 62, en Douai, cuyo
comandante era Hauptmann Kastner, para volar como piloto en un avión de
observación del fabricante LVG.
En
Douai, Immelmann coincidió con un antiguo compañero de la academia militar de
Dresden que también había ingresado en el Cuerpo Aéreo, Ehrhardt von Teuben.
Pero, con quién Max congeniaría muy pronto fue con Oswald Boelcke. Immelmann
anotó en su diario, poco después de conocerlo, que le había impresionado por su
calma y porque nunca se ponía nervioso.
Oswald
era un militar profesional que, al igual que otros muchos, realizó los
cursillos para obtener la licencia de vuelo en la escuela de Halberstadt Works,
en Halberstadt, en 1914. En septiembre de ese mismo año ingresó en el Cuerpo
Aéreo y empezó a volar con su hermano, como piloto en una Fliegerabteilungen
que contaba con seis biplanos de observación clase B, sin armamento. Boelcke
fue distinguido con una Cruz de Hierro en febrero de 1915 por haber llevado a
cabo con éxito 15 misiones de vuelo. En abril de ese año se creó la Abteilung
62 y Boelcke fue asignado a la nueva unidad para que colaborase en la tarea de
organizarla.
Hasta
la primavera de 1915 la mayoría de los aviones alemanes eran biplanos con dos
asientos, de la clase B, dedicados a tareas de observación. Los que más
abundaban, los Albatros, Aviatik y LVG, no llevaban armamento; el piloto se
sentaba en el asiento de atrás y el observador delante. Los Aliados empezaron a
montar ametralladoras en sus observadores y Roland Garros fue el primero en
disparar a través de las hélices con la ametralladora de su Morane-Saulnier.
Los alemanes tuvieron que introducir una nueva clase de aviones de observación,
la C, en la que el piloto se colocaba delante y el observador detrás con una
ametralladora Parabellum. Oswald recibió la primera unidad de este tipo.
Cuando
Oswald Boelcke se incorporó a su destino, uno de sus objetivo era el de
desarrollar el combate aéreo con los aviones de observación, clase C.
El
nuevo sistema de sincronización de disparos, de Fokker, también se acababa de
probar y uno de los prototipos en los que se montó era un avión Fokker M.5,
modificado, que pilotaba el Teniente Otto Parschau, a quién también destinaron
a la Abteilung 62.
En la
Abteilung 62 se recibirían los primeros Eindecker que eran aparatos
completamente nuevos, con una misión específica muy concreta: derribar aviones
enemigos. Era el primer avión que se construía con ese único propósito.
Boelcke,
Immelmann y Teuben compartían una casa en Douai. Durante aquellos meses Oswald
y Max estudiaron el combate aéreo con la idea de formular una metodología que
les permitiera abordarlo de un modo racional. Entre los dos desarrollaron una
doctrina que posteriormente se generalizaría.
Los
principios que plantearon los dos pilotos eran muy sencillos y también muy
eficientes. Al iniciar el ataque el caza debería estar colocado a mayor altura
que su objetivo. A ser posible, con el sol detrás. El ataque convenía hacerlo
en un sector en el que el enemigo no pudiera hacer valer sus armas, buscando
las zonas muertas de las ametralladoras que llevara a bordo. Si un enemigo
atacaba de frente la mejor defensa era volar hacia él ya que así se reducían al
mínimo tanto la superficie del blanco para el oponente como el tiempo que
disponía para hacer fuego. Si el adversario atacaba por la cola la maniobra
evasiva consistía en virar al máximo, para intentar ponerse en la cola del
enemigo o alejarse de él.
Immelmann
inventó una maniobra que llevaría su nombre: giro Immelmann. Era una acrobacia
que solía hacer Alphonse Pégoud en sus demostraciones acrobáticas, pero que Max
la había adoptado como una técnica de combate. Consistía en que al salir del
picado —después de atacar a sus adversarios— el piloto efectuara medio rizo,
porque cuando se encontraba en la parte más alta, con el avión invertido, entonces
deshacía el rizo girando media vuelta sobre su eje longitudinal para ponerse
boca arriba y seguir volando a nivel, en dirección opuesta a la que traía. A
partir de este punto el piloto podía hacer dos cosas, una era la de seguir esa
trayectoria si quería abandonar el combate o no tenía sentido continuarlo
porque había derribado a su oponente; la otra consistía en levantar el morro,
para entrar en pérdida y virar, con lo que el avión iniciaba otro picado que le
facilitaba un nuevo ataque.
Boelcke
y Max Immelmann recibieron los E.II con motor Oberursel de 100 HP en julio de
1915. La nueva versión del Eindecker alcanzaba una velocidad de 87 millas por
hora. Con estos aviones los dos pilotos lograrían sus primeras victorias.
El 1 de
agosto de 1915, a las 4:45 horas Immelmann creyó oír una veintena de aviones
sobre el campo de Douai y poco después el estruendo de un intenso bombardeo.
Boelcke salió detrás de los agresores con su Eindecker E.II y Max Immelmann iba
a hacer lo mismo con su LFV, cuando el observador de su aeroplano insistió en
que las condiciones meteorológicas no eran buenas para volar. Immelmann se
subió a bordo del otro E.II y despegó detrás de Boelcke que le llevaba algo de
ventaja. Cuando estaba cerca de él vio cómo Oswald daba la vuelta y emprendía
el regreso porque su ametralladora se había encasquillado. Immelmann continuó
detrás de los bombarderos enemigos solo. Al cabo de un rato uno de ellos se
puso a tiro y le disparó una ráfaga. Era un BE.2, británico, que no llevaba observador
para poder cargar más bombas, y al ser alcanzado descendió para efectuar un
aterrizaje de emergencia. Immelmann tomó tierra a su lado, no llevaba ningún
arma, pensaba que su víctima era un francés y se acercó al piloto para decirle “eres
mi prisionero”, en su idioma. El piloto le respondió en inglés “tengo el brazo
roto porque disparas muy bien”. El alemán le ayudó a salir de la cabina y
después se fue a buscar un médico para que lo atendiera. Por aquella, su
primera victoria, a Immelmann se le concedería la Cruz de Hierro.
Para
Boelcke, el Eindecker, monoplano, colmaba sus aspiraciones como piloto y en
julio escribió a sus padres para decirles que el avión satisfacía plenamente
sus deseos porque podía ser observador, guerrero y piloto al mismo tiempo.
Oswald derribó su primer avión, con el nuevo Fokker, el 19 de agosto. En
septiembre, Max Immelman derribó otros tres aeroplanos.
En
octubre, Oswald Boelcke y Ehrhardt von Teuben fueron destinados a Metz,
mientras Immelmann seguía en Douai. Desde allí patrullaba en solitario sobre el
cielo de Lille y se ganó el sobrenombre de “El Águila de Lille”. En Metz von
Teuben quería volar con Oswald, pero a Boelcke le asignaron un Eindecker. Allí
tuvo una actuación que llevó su nombre hasta el despacho del káiser. Derribó un
Voisin que pretendía bombardear la estación justo en el momento en el que iba a
llegar el emperador.
En
octubre, Boelcke se reunió con el Mayor Thomsen en el Cuartel General de la
Aviación alemana para asesorarlo en cuestiones relacionadas con las políticas
de armonización de métodos y procedimientos operativos aéreos. Fue la primera,
de una serie de reuniones en las que Boelcke ayudaría a configurar una doctrina
de operaciones, avanzada, para la caza alemana.
En
diciembre, Boelcke estaba de vuelta en Douai y von Teuben terminaría destinado
en una oficina de Berlín, donde pasó el resto de la guerra.
Pour le
Mérite
En
enero de 1916 Immelman estuvo en Berlín y Fokker lo convenció para que viajara
con él a Schwerin. Durante la visita que hizo a la fábrica del holandés se
interesó en los pormenores relacionados con la construcción de las máquinas.
Fokker pudo constatar que a Max le interesaban siempre las cuestiones prácticas
y era muy poco aficionado a las especulaciones teóricas. Tenía una magnífica
puntería y estuvo muy atento cuando le explicaron los detalles del sistema de
sincronización de la ametralladora con la hélice. Quiso entender las razones
por las que unos aviones maniobraban mejor que otros y se interesó mucho en la
opinión de Fokker sobre el modo de ejecutar determinadas maniobras de vuelo.
Max Immelmann sabía que Anthony era un excelente piloto y lo respetaba.
Immelmann
era un muchacho de aspecto deportivo y desvalido, con los nervios muy
templados, incapaz de perder la compostura en momentos de extrema tensión.
Fokker se fijó en su mirada, que era como la de un pájaro de presa, capaz de
distinguir cualquier pequeño movimiento en tierra desde las alturas. Nunca le
hizo a Anthony el menor comentario del que pudiera deducirse que alguna vez
había sentido un poco de miedo a bordo de su aeroplano durante los combates.
Fokker
se enteró de que Max también había estudiado ingeniería y le propuso que cuando
se acabara la guerra fuera a trabajar con él. Primero como jefe del equipo de
pilotos de ensayos de vuelo. Después, cuando adquiriera experiencia y
conocimientos pasaría al departamento de diseño. Disfrutaría de un sueldo fijo,
mejorado con un porcentaje sobre los aviones que vendiese y los emolumentos que
cobrase a los alumnos a los que enseñara a volar. Max se tomó muy en serio la
oferta de Tony, porque se lo contó a su madre en una carta, subrayando el hecho
de que la propuesta de Fokker la había hecho en presencia de testigos.
Poco
después, el 12 de enero de 1916, Guillermo II concedió la medalla Pour le
Mérite a Immelmann y a Boelcke. Se trataba de una altísima distinción que el
káiser otorgaba a militares o civiles que acreditaran la consecución de
resultados excepcionales. Los que recibían esta distinción pasaban a formar
parte de una orden, por lo que aunque se hacía referencia a ella como si fuera
una condecoración, en realidad la concesión de la Pour le Mérite equivalía a un
nombramiento, como caballero de una distinguida orden. Su nombre, francés, se
debía a que había sido establecida por Federico II de Prusia, El Grande, en una
época en la que el francés era el idioma oficial de la corte prusiana. La
medalla llevaba una cruz de Malta, de color azul —por lo que se le solía llamar
Max Azul —con la inscripción Pour le Mérite sobre la cruz y cuatro águilas
entre los brazos. Las águilas eran el símbolo de los caballeros de la Orden
Teutónica de San Juan. Cuando la cruz se otorgaba una segunda vez o por méritos
extraordinarios, se añadían en la parte superior algunas hojas de roble. Ningún
aviador consiguió una cruz con aquel distintivo.
Immelmann
y Boelcke fueron los primeros pilotos alemanes en recibir una distinción tan
señalada. Acumular ocho victorias aéreas, a principios de 1916, para un piloto
era una heroicidad, pero los aviones cambiaron rápidamente y, al cabo de un
año, doce aviadores más alcanzaron ese número de derribos. Todos ellos
recibirían la Pour le Mérite. En enero de 1917, el Gobierno subió el listón a
16 victorias y Manfred von Richthofen fue el único piloto alemán que obtuvo el
distintivo al alcanzar esta marca. Enseguida volvió a incrementarse el listón,
a 20 derribos. En total hubo 75 nombramientos de caballeros Pour le Mérite
entre los oficiales de la aviación alemana durante la guerra. La mayoría recayó
sobre los pilotos de caza (59), y muchos menos en observadores (9) y
bombarderos (5). Dos nombramientos de Pour le Mérite, que serían muy criticados
por los aviadores en el frente, se otorgarían a los jefes de la aviación: el Teniente
General jefe del Servicio Aéreo Ernst Wilhelm von Hoeppner y el jefe de Estado
Mayor del Aire Teniente Coronel Herman Thomsen.
Immelmann
era sajón y el día que el príncipe coronado de Sajonia le otorgó la medalla de
la Orden de San Enrique, su ego se sintió aún más satisfecho que cuando el
emperador prusiano le concedió la Pour le Mérite. En abril de 1916, sus
compañeros de armas contrataron una banda y organizaron una gran cena en su
honor para celebrarlo. Max escribió una sencilla carta a sus padres: “Ahora soy
Teniente y de repente también me he convertido en uno de los más veteranos
entre mis camaradas. Ha sido un negocio rápido. Creo que mi carrera no tiene
parangón. Hace tan solo un año era un oficial sin ninguna distinción… ¡y hoy!”
La vida
de Max Immelmann, como héroe, fue muy corta. En junio de 1916 cayó en el frente
durante un combate. Ni siquiera había transcurrido un año desde que, por
primera vez, cuando era un piloto desconocido ante la opinión pública, se subió
a un Eindecker para iniciar su efímera y brillante carrera de piloto de caza.
Poco antes de morir, Immelmann recibía todos los días unas cincuenta cartas,
sobre todo de admiradoras, que le enviaban felicitaciones, declaraciones de
amor, rosarios y estampas. Su ordenanza se encargaba de atender el correo, ya
que él no disponía de suficiente tiempo para hacerlo. Hasta el último día,
Immelmann se comportó como un hombre ajeno a los peligros que entrañaba la
práctica del combate aéreo.
El 18
de junio de 1916 el piloto Segundo Teniente McCubbin y el Cabo Waller,
observador, pertenecientes al Real Cuerpo de Vuelo británico, cruzaron las
líneas del frente alemán con su F.E:2.b. Immelman les salió al encuentro. Les
dio una pasada y a continuación inició su famoso giro Immelmann. Justo cuando
el avión de Max estaba en la parte alta del rizo, boca abajo, antes de iniciar
la media vuelta para ponerse boca arriba, el Cabo Waller le disparó y el avión
cayó a tierra.
Los
Farman Experimental (F.E.2.b), construidos por la Real Fábrica de Aviones
fueron unos aeroplanos que contribuyeron con eficacia a terminar con el Azote
Fokker. Era un biplano con la hélice de empuje, en la parte trasera, y llevaban
un observador en el asiento delantero armado con una ametralladora anclada al
fuselaje.
La
muerte de Immelmann causó una verdadera conmoción en las filas alemanas. El
mando se resistió a creer que el héroe había sido derribado por el enemigo y
circuló la versión de que el mecanismo de sincronización de su ametralladora
había fallado y las balas rompieron la hélice, lo que originó fuertes
vibraciones hasta el punto de partir la estructura del E.III.
Anthony
Fokker se alarmó, porque la última versión podría tener unas consecuencias
desastrosas para su negocio y pidió que le dejaran analizar los restos del
aeroplano. El avión se había partido en dos. Después de examinarlo con
detenimiento, Tony llegó a la conclusión de que la metralla había cortado al
aeroplano, en dos partes. La cola apareció a una gran distancia del resto del
fuselaje y los cables de control presentaban tajaduras limpias, en vez de
mostrar el alargamiento típico que se producía cuando la estructura del avión
se deformaba al impactar contra el suelo. El accidente se había producido cerca
de las líneas alemanas y del informe de Anthony Fokker parecía deducirse que la
artillería de su propio país podía haberlo derribado, al confundirlo con un
monoplano Morane-Saulnier. Aquella posibilidad aterrorizó al Ejército que jamás
podría explicar al pueblo cómo sus defensas antiaéreas habían cometido
semejante error. El mando decidió abandonar la teoría del colapso de la
estructura del Fokker, con lo cual Anthony consiguió salvar la situación, y
optó por mantener una versión oficial de los hechos bastante confusa. A pesar
de todo, el mando tomó la decisión de repartir entre los artilleros de las
baterías del frente, siluetas de los aviones alemanes para evitar en el futuro
confusiones.
La
pérdida de Immelmann marcó el final del Azote Fokker y tuvo consecuencias
importantes en la moral de la aviación alemana. Con la aparición del Nieuport
11, Bébé, y los F.E:2.b, los Eindecker ya habían empezado a perder el liderazgo
desde hacía algunos meses. El último modelo de Fokker, el E.IV no tuvo el éxito
que esperaban los aviadores alemanes. Después de probarlo, Immelmann decidió
continuar con su E.III. En marzo de 1916, Boelcke también había dicho que al
E.IV le faltaba velocidad ascensional a partir de 3000 metros y que era urgente
desarrollar otro caza para contrarrestar los Nieuport, con los que el piloto
alemán ya había mantenido encuentros difíciles.
El
mando decidió que no se podía permitir el lujo de perder otro héroe nacional en
un periodo de tiempo corto, cuando la aviación alemana pasaba por momentos
difíciles, y ordenó a Boelcke que abandonase sus misiones aéreas. Oswald fue
enviado a Austria, Bulgaria y Turquía para dar charlas a otros pilotos. Sin
embargo, Boelcke empezó a aburrirse muy pronto de aquella ocupación en la que se
sentía incómodo, rodeado de aduladores.
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