Madrid, Palacio de Oriente 15/12/1930 Ramón Franco a bordo de un Breguet 19
El 13 de septiembre de 1923 se produjo en España un golpe de Estado, protagonizado por el General Miguel Primo de Rivera, con el que el rey transigiría al confirmar a dicho militar como jefe del Gobierno. Fue un acontecimiento de una trascendencia extraordinaria. La rotura del orden constitucional vigente desde 1876 dio pie a una serie de alteraciones que culminaría con la nefasta guerra fratricida de 1936.
Cuando
en 1930, agotado el capital político de Primo de Rivera, el rey trató de
enmendar la situación con el nombramiento de otro General, Dámaso Berenguer,
que intentó restablecer la normalidad parlamentaria con la convocatoria de unas
elecciones, la monarquía se encontró con la práctica oposición de todos los
sectores políticos del país.
El 17
de agosto de 1930, en San Sebastián, los republicanos unieron sus fuerzas para
derrocar al rey y poco después constituyeron un Gobierno en la sombra. Se
organizó un plan para liquidar a la monarquía, por la fuerza, con el apoyo de
un sector del ejército y sindicatos obreros cuya fecha se fijó para el 15 de
diciembre de 1930.
Dos Capitanes,
Fermín Galán y García Hernández, se sublevaron en Jaca el 12 de diciembre, tres
días antes de la fecha prevista por los republicanos, con objetivos
revolucionarios muy radicales. La revuelta fue sofocada sin mayores problemas
por el Gobierno y los dos cabecillas rebeldes fusilados el 14 de diciembre, que
era domingo, a mediodía. Varios de los miembros del Gobierno en la sombra y
algunos militares comprometidos fueron detenidos, lo que desbarató el golpe de
Estado previsto para el día 15 de diciembre. Sin embargo, algunos aviadores de
Cuatro Vientos, a pesar de que conocían las dificultades de llevar a cabo con
éxito la rebelión, no faltaron a su cita; entre ellos estaba el Comandante
Ramón Franco que permanecía en Madrid, escondido, desde que se había escapado
de la prisión militar.
Cuatro
Vientos, 15 de diciembre de 1930
El General
Queipo de Llano, junto con los aviadores Ignacio Hidalgo de Cisneros y José
Martínez Aragón, fueron los primeros en llegar al aeródromo de Cuatro Vientos,
en taxi. Sabían que los artilleros de Campamento no se sublevarían porque ese
era el mensaje que les había pasado el Capitán Madrazo a los aviadores en el
café Colonial, pocas horas antes. Queipo de Llano preguntó si la Aviación
seguía adelante con su compromiso y al responderle Hidalgo de Cisneros
afirmativamente, el General decidió continuar unido a la revuelta, con la idea
de hacerse con el mando de la unidad de Campamento con soldados de Cuatro
Vientos.
En la
entrada del aeródromo el centinela les dio el alto y llamó al cabo de guardia
que les dejó pasar. Hidalgo de Cisneros se dirigió a la sala de banderas,
mientras sus acompañantes lo esperaban fuera. Allí se encontró con el oficial
de guardia que dormía plácidamente. Lo reconoció enseguida: era un Teniente de
escaso porte al que llamaban Pildorita porque había estudiado Farmacia. Ignacio
le dijo que aquella noche, justo la que le tocaba guardia, no estaba de suerte
porque un grupo de aviadores iba a facilitar que en España se instaurase la
República y tenía dos opciones: colaborar con ellos o dejar que lo encerrasen.
A Pildorita le costó mucho despertarse o entender a Hidalgo de Cisneros, pero
no ofreció ninguna resistencia a que lo recluyeran. Justo entonces llegaron en
un coche Ramón Franco, Rexach, González Gil y Pastor. Los dos primeros se
quedaron fuera del aeródromo en tanto sus compañeros investigaban la situación en el interior de la base aérea.
González Gil y Pastor se unieron a Hidalgo de Cisneros para dirigirse al
pabellón donde dormían los jefes y oficiales, que eran unos veinticinco en total,
según les había informado Pildorita. A todos les ofrecieron la misma
oportunidad que al oficial de guardia, pero tan sólo dos de ellos, Roa y
Castejón, se unieron a los sublevados, el resto optó por el encierro.
Empezó
a despuntar el sol en el horizonte y Ramón, impaciente, decidió no esperar más
a sus compañeros y con Rexach entró en el aeródromo de Cuatro Vientos. Justo en
aquel momento, los oficiales sublevados, empezaron a formar a soldados y
mecánicos, para decirles que en toda España se iba a proclamar la República y
que necesitarían luchar con otras fuerzas, pero si alguno prefería quedarse en
la cama podía hacerlo. Todos se pusieron del lado de los rebeldes, con vivas a
la República, al Comandante Franco y mueras al rey ladrón. Distribuyeron entre
la tropa las pocas armas y municiones que encontraron en la base aérea.
No
disponían de balas para las ametralladoras ni bombas para los aviones por lo
que decidieron organizar una expedición con unos cincuenta soldados, al mando
del Teniente Collar, para que se dirigiese al polvorín de Retamares —que se
encontraba a pocos kilómetros del aeródromo— y se apoderara de las municiones.
La operación la efectuó el oficial sin grandes dificultades y fue el movimiento
más complicado que llevaron a cabo los insurrectos aquel día.
A
través de la radio del aeródromo los rebeldes empezaron a transmitir un mensaje
de proclamación de la República en España. La notificación llegó hasta Cabo
Juby, donde el Comandante Romero, en su particular exilio, formó a la tropa
para vitorear a la recién nacida República y le envió un telegrama de
felicitación a quien supuso que era el nuevo ministro de la Guerra.
Como no disponían de proclamas para lanzarlas desde los aviones, el Comandante Roa improvisó unas octavillas en la imprenta del aeródromo y Ramón Franco envió a su cuñado José Díaz, junto con otro civil, a recoger las que se habían confeccionado en Madrid. Las que se fabricaron en Cuatro Vientos eran muy lacónicas:
“Españoles:
Se ha
proclamado la República. Hemos padecido muchos años de tiranía, y hoy ha sonado
la hora de la Libertad.
Los
defensores del régimen caduco que salgan a la calle, que en ella los
bombardearemos.
¡Viva
la República Española!"
Mientras que las que trajeron del centro de la capital iban dirigidas en exclusiva a la tropa:
“¡Soldados!
La noche pasada ha estallado en toda España el movimiento republicano tanto tiempo esperado y deseado por los que estaban ansiosos de Justicia. El pueblo y el Ejército unidos, lo han llevado a cabo.
Las
noticias que se reciben por el Gobierno constituido, en todas las provincias,
confirman el éxito que se esperaba.
Para
impedir que se desborde las pasiones, para evitar víctimas inocentes y para dar
al mando entero la sensación de que el pueblo español sabe regir sus destinos
con arreglo a las modernas ideas de justicia, paz y trabajo, es preciso que os
unáis al movimiento evitando así la guerra civil.
Si así
lo hacéis, mereceréis bien de la Patria y de la República.
Si
vuestra debilidad o vuestra inconsciencia os hace oponeros a este movimiento de
la voluntad nacional, seréis las primeras víctimas que afirmen el movimiento.
Si no os sometéis, vuestro cuartel será bombardeado dentro de media hora.
Soldados:
¡Viva España! ¡Viva la República!"
Pero, incluso antes de que terminaran de confeccionar las primeras octavillas un avión, pilotado por Álvarez Buylla, en el que pintaron escarapelas rojas bajo las alas, despegó de Cuatro Vientos para surcar los cielos madrileños a las ocho de la mañana. Después despegaron más aeronaves que lanzaron los panfletos.
Sin
embargo, a la base empezó a llegar gente como si nada ocurriese: obreros que
descendían de los tranvías, oficiales y un grupo de señoritas acompañadas de un
Capitán que tenían la intención de volar. En Madrid la gente circulaba con
normalidad, los transportes funcionaban y no existía el menor signo de que una
huelga general hubiese paralizado la ciudad. La mayoría de los oficiales que
entraban en la base, pasaba a engrosar las filas de los prisioneros, en el
pabellón de oficiales, y no se unió a las fuerzas sublevadas.
El General,
Queipo de Llano, tardó mucho tiempo en organizar el grupo del Ejército con el
que intentaría hacerse con el control de Campamento. Formada la columna y en
marcha, se toparon con dos oficiales de Caballería, de paseo, a los que
detuvieron y a través de ellos supieron que en Madrid no ocurría nada. También
apresaron a unos carros de combate que se dirigían al campo de tiro para
efectuar ejercicios. Cuando los soldados del General avistaban los primeros
edificios de Campamento, Queipo decidió dar media vuelta. Avisado por Reyes,
Ramón salió del aeródromo para enterarse de lo que motivaba aquel cambio de
planes que según algunos desmoralizaba a la tropa. El General le dijo que, sin
complicidad en el interior de los cuarteles, hasta que empezara el bombardeo no
creía oportuno acercarse más con unos soldados que no poseían instrucción
militar ni se sabían desplegar en guerrillas.
Por fin
llegaron las bombas, las montaron, y Ramón decidió despegar con Rada para
bombardear el Palacio Real. Sobrevoló la residencia del monarca y vio como en
la puerta había aparcados dos coches y en la plaza de Oriente jugaban unos
niños. En Madrid la gente circulaba por las calles con normalidad y cuando
pasaron cerca del cuartel del Conde Duque los recibieron con ráfagas de
ametralladora. El aviador volvió a pasar por la vertical del Palacio una y otra
vez. Llevaba a bordo bombas de once kilogramos, cargadas con balines, muy
efectivas para matar personas pero poco útiles para dañar la fábrica del edificio.
Rada era un asistente sin experiencia como artillero. Ramón se temía que si
lanzaba las bombas sobre el Palacio, el único efecto destructor que tuvieran
fuese acabar con la vida de criaturas civiles, ajenas al conflicto. Decidió
regresar al aeródromo y en su vuelo hacia Cuatro Vientos tomó nota de cuál era
la situación.
Por la
parte de Alcorcón un grupo de carros de asalto había iniciado una maniobra para
envolver el aeródromo; fuerzas de Caballería e Ingeniería también se movían
para cercar la base, mientras dos compañías de ametralladoras avanzaban desde
Madrid y la Artillería se posicionaba para hacer fuego sobre el aeródromo. Un
importante contingente de la Guardia Civil se había desplegado en toda la zona.
Ramón
informó a sus compañeros de cuál era la situación en el exterior. Dentro del
aeródromo las perspectivas tampoco eran buenas. El centenar de oficiales
retenido, cada vez se movía con mayor libertad y daba la impresión de que de un
momento a otro estaban dispuestos a retomar el control. Los rebeldes decidieron
que mantener su situación por la fuerza supondría llevar a la muerte a muchos
de los soldados y paisanos que los habían seguido desde el principio.
Los
artilleros empezaron a disparar proyectiles sobre Cuatro Vientos, en la base izaron
una bandera blanca, algunos rebeldes escaparon hacia Madrid y los más
comprometidos despegaron en aviones que tomaron rumbo a Portugal. Ramón Franco
se llevó en su aparato a Reyes —que había conseguido la documentación de un tal
Puig— y a Rada; antes de despegar le dejó a un soldado su gorra: “Volveré a por
ella”.
Fuente:
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