Antonio,
un modisto de Aranjuez que hacía alta costura en París, consta en muchos escritos como el primer
español que voló un aeroplano de su invención.
Antonio
Fernández Santillana nació en Aranjuez, España, el 2 de febrero de 1866. Su padre, Domingo Fernández, fue sastre y su
madre, Josefa Santillana, dedicó la vida al cuidado de su familia. Domingo y
Josefa tuvieron nueve hijos, cinco varones, de los que tres trabajaron en el
mundo de los toros. José El Largo, Salustiano, Chano, y Antonio-Manuel,
Chanito, fueron famosos picadores en las plazas de toros españolas. Sin
embargo, Antonio el futuro aviador, eligió el oficio de sastre, como su padre.
El
cabeza de familia de los Fernández-Santillana, Domingo, murió de paludismo en
Aranjuez el año 1890, cuando tenía 61 años, y su mujer, Josefa, vivió hasta
1894. Antonio aún seguiría en Aranjuez unos cuatro años más. Cuando se trasladó
a París ya había cumplido los treinta años, dominaba el oficio de sastre y en
poco tiempo alcanzó un notable éxito como modista de la clase adinerada
parisiense. Se enamoró de una joven francesa, Emma Ponge, y su holgura
económica pronto le permitiría gastar dinero en coches deportivos que
modificaba para mejorar sus prestaciones. El arancetano, además de ser un
excelente modisto, también destacaría por su habilidad mecánica.
Antonio
sintió un interés irresistible por la aeronáutica, en una ciudad en la que las
aventuras del brasileño Santos Dumont habían trastornado a sus habitantes desde
sus primeros vuelos públicos con dirigibles, en 1898.
Alberto
Santos Dumont consiguió volar con su dirigible Número 6 alrededor de la torre
Eiffel en octubre de 1901 y ganó el premio Henri Deutsch de la Meurthe. Años después, en 1906, el brasileño fue el
primero en volar en público en París con su 14 bis, un aparato más pesado que
el aire de alas de cajón.
Las
noticias de que los Wright habían volado en los Estados Unidos, en 1903,
llegaron a Europa de manera difusa y los aeronautas parisienses apiñados en
torno al Aéro-Club de France, prefirieron no creerlo. Sus ídolos seguirían
siendo Santos Dumont, Clément Ader, Delagrange, Farman, Ferber, Voisin, Blériot
y otros, todos con nombres franceses. A principios del siglo XX, París era el
principal centro de interés aeronáutico del mundo y muchos promotores de la
aviación pertenecían a la acomodada
burguesía de la capital.
A
finales de 1907 los Wright consiguieron vender su aeroplano al Gobierno de los Estados
Unidos y a un grupo industrial francés. Los contratos les obligaban a realizar
demostraciones públicas para verificar que su aeronave cumplía con los
requisitos establecidos en el contrato. En agosto de 1908, Wilbur Wright empezó
a volar en Le Mans y luego se desplazó a Auvours donde seguiría volando hasta
finales de diciembre. El norteamericano demostró a los incrédulos círculos
aeronáuticos franceses que su máquina y sus técnicas de vuelo habían llegado
mucho más allá de lo que nadie podía imaginarse en Europa.
En
aquél ambiente de euforia aeronáutica, con la ayuda de un oficial de su taller
como si se tratara de cortar otro elegante traje para sus clientes, Antonio
fabricó un aeroplano al que le puso un motor Antoinette de 24 caballos y una
hélice Chauviere. Sin embargo, Antonio no tuvo mucha suerte durante los
primeros ensayos de vuelo y no consiguió despegar con su aparato. En 1909 se
inscribió en la Semana Aeronáutica de Reims, que congregó a la élite mundial
aeronáutica con la excepción de los Wright, pero no pudo volar, como tampoco lo
hizo en otras exhibiciones a las que acudiría aquél año, en el Reino Unido y
Alemania. Su elegante biplano, lo expuso en el salón de la Aeronáutica de
París, en un stand blanco y rococó muy decorado. El fabricante de aeronaves
francés, Pierre Levasseur se interesó por el aeroplano de Antonio Fernández y
negoció los derechos de patente; en 1910 construyó dos unidades que volaron sin
mayores problemas durante varios años.
La
Costa Azul era un lugar que estaba de moda y en donde las clases acomodadas
parisienses y de otros lugares pasaban largas temporadas. Era un magnífico
lugar para vender trajes a sus clientes y además gozaba de un clima mucho más
suave que París. Antonio abrió una sucursal de su negocio en la plaza Magenta
de Niza y alquiló un amplio terreno llano en La Brague, entre Niza y Antibes
donde ubicó su aeroplano y estableció su base aeronáutica de operaciones.
Empeñado en volar cambió el motor de su aeroplano por otro de 55 caballos y a
finales de 1909 inició una serie de pruebas con el aparato modificado.
No
hacía mucho que Antonio había volado por primera vez. En uno de sus últimos
vuelos su aeroplano se elevó unos 20 metros, pero una ráfaga de aire hizo que
perdiese el control y cayó al suelo sin que Antonio sufriera el menor daño,
aunque un ala del aparato quedó inservible. Lo repararon enseguida. Quizá
nervioso porque los lugareños empezaban a tomarse en broma sus intentos o
impaciente porque quería concursar en el encuentro aéreo organizado en Mónaco y
en el que se había inscrito con el número 35. El 6 de diciembre de 1909 Antonio
tenía prisa y antes del vuelo desoyó el consejo de su mecánico de revisar el
estado del cabo que servía para controlar el timón de profundidad. Lo que
ocurrió aquél día, cerca de Antibes, nos lo cuenta un español, Pablo Figueira,
que presenció los hechos:
“Al amanecer todos estábamos en nuestro puesto. El mecánico Louis Lefèvre y yo ayudamos a Fernández en los preparativos de la ascensión, y bien pronto se elevó rápidamente en su biplano, alcanzando una altura de 30 metros. El motor funcionaba admirablemente y el aparato recorrió volando un trayecto de 300 metros, después de lo cual, y al querer variar de dirección haciendo un recodo, el biplano comenzó a retroceder con sobresaltos y estremecimientos muy irregulares, hasta que, parándose de repente, cayó pesadamente al suelo.
Nosotros, que desde alguna distancia presenciamos la caída, nos asustamos, y bien pronto, al ver que nada se movía en el punto donde había caído el aparato, nuestro susto se trocó en espanto, comprendiendo toda la extensión de la desgracia.
Nos acercamos, como también algunos aldeanos que de lejos habían presenciado la catástrofe. El infeliz Fernández estaba en el suelo, sin movimiento, con el busto escondido debajo del motor.
Costó
mucho trabajo sacar al aviador de la posición que había quedado y solo lo
conseguimos tirándole de las piernas. Entonces nos convencimos de que nuestro
pobre amigo estaba muerto…”
Antonio
tenía 43 años y dos hijas.
Fuente:
https://elsecretodelospajaros.net