31 de marzo de 2020
LA CARA MENOS CONOCIDA DE LOS HERMANOS WRIGHT
Wilbur
y Orville idearon el Wright Flyer sin pasar por la universidad, gracias a los
beneficios de su negocio de bicicletas. Al principio muchos no se creyeron que
hubieran realizado el primer vuelo a motor
Por
Cristina Sánchez
"Aprender
los secretos del vuelo de un pájaro era como aprender los secretos de la magia
de un ilusionista". Orville Wright.
Un
pequeño artefacto provisto de una hélice, capaz de volar tanto en el aire como
en la imaginación. Este fue uno de los primeros juguetes que el obispo
protestante Milton Wright regaló a sus hijos, que se obsesionaron con el
mecanismo. Orville comunicó a su profesora ya en la escuela primaria que, algún
día, él y su hermano mayor Wilbur volarían.
Los
hermanos Wright se convertirían en pioneros de la aviación sin haber estudiado
una ingeniería. Wilbur, un chico que vivía en "su propio mundo",
según la descripción de un compañero de clase, obtenía sobresalientes en todas
las materias. Sus padres se plantearon llevarle a la Universidad de Yale, pero
un palo de hockey arruinó los planes: el energúmeno que ejecutó el golpe le
dejó sin algunos de sus dientes superiores. El trauma acabó, indirectamente,
potenciando su capacidad creativa. Durante tres años, estuvo encerrado en su
casa entregado a la lectura, una actividad habitual en la familia.
“No
podíamos evitar pensar que eran un par de pobres chalados. Se tiraban horas de
pie en la playa mirando a las gaviotas volar, elevarse y descender”
El
más manitas del dúo y el innovador con visión empresarial, Orville, tampoco
llegó a la universidad. Tras ser aprendiz en una imprenta, creó la suya propia
y comenzó a publicar un periódico, The West Side News. Wilbur se uniría al
negocio de la impresión, pero, como buenos emprendedores, los hermanos supieron
cambiar de rumbo en el momento adecuado.
Las
bicicletas se estaban poniendo de moda a finales del XIX, así que decidieron
montar un taller de reparación. Pronto comenzaron a obtener respetables
beneficios diseñando y fabricando su propio modelo, las Van Cleve.
Sus
ganas de conquistar el cielo reaparecieron en su juventud cuando se toparon con
Otto Lilienthal, un ingeniero alemán que había realizado algunos experimentos
con planeadores, entre las líneas de uno de sus libros. Aunque Lilienthal
falleció tras romperse la columna vertebral al caer en uno de sus vuelos, su
ejemplo no frenó la ambición de estos genios.
En
1899, pidieron en una misiva al Instituto Smithsonian todos los estudios
científicos sobre aviación que pudieran remitirles, asegurando que el vuelo
humano era "cuestión de conocimiento y destreza en las tareas
acrobáticas". Así recoge este episodio el ganador de dos premios Pulitzer
David McCullough en The Wright Brothers, un libro que JP Morgan recomienda leer
este verano.
Este
autor ha diseccionado la vida, obra, correspondencia y diarios de estos dos
hermanos inseparables y solteros, que vivían en la misma casa de Dayton,
trabajaban juntos seis días a la semana e incluso ingresaban su dinero en la
misma cuenta bancaria.
Dos
emprendedores autodidactas que no querían inversores
Sin
estudios, sin preparación técnica, sin amigos en la alta sociedad y sin otra
ayuda que sus propias manos, los Wright se empaparon del lenguaje de la
aeronáutica hasta desarrollar un revolucionario sistema de control del viraje
mediante el alabeo, el movimiento de la nave respecto del eje longitudinal.
Poco
a poco, fueron mejorando sus planeadores. Construyeron un túnel de viento para
diseñar las alas, una idea que no se les había ocurrido a otros estudiosos de
la aviación. Después de controlar el vuelo, necesitaban un motor ligero, pero
ningún fabricante quiso construírselo. Ni cortos ni perezosos, fabricaron su
propio motor de 12 caballos. Los Wright se equivocaban y discutían con
frecuencia, pero no dejaban de trabajar meticulosamente en su artefacto
volador.
Durante
años, compaginaron su invento con la supervisión de su negocio de bicicletas,
la fuente de financiación que les permitía costear sus pruebas en Kitty Hawk,
el pueblo de Carolina del Norte al que se desplazaban por sus óptimas
condiciones de viento.
Octave
Chanute, un prestigioso ingeniero que se convirtió en su mentor, les propuso
escribir a un posible inversor para financiar su aeroplano, pero no les gustó
la idea. Samuel P. Langley, un alto cargo del Smithsonian, quiso echarles una
mano y conocer su diseño. También rechazaron esa ayuda. "Sabíamos que
llevaría mucho tiempo e inversión obtener la información por nuestra
cuenta", señalaba Orville, "pero había un espíritu que nos ayudaba a
sobrellevarlo".
Tras
un calmado “caballeros, voy a volar”, Wilbur pilotó durante dos minutos en Le
Mans. La labor de los Wright fue reconocida por fin por medios y gobiernos
Los
Wright no querían desvelar los secretos de su Flyer. Al fin y al cabo, Langley
estaba desarrollando su propio avión, el Aerodrome, gracias a 50.000 dólares de
ayudas públicas y a otros 20.000 que le proporcionaron inventores como
Alexander Graham Bell. La financiación no sirvió para mucho: este astrónomo
fracasó en sus intentos de controlar aquel pesado y enorme aeroplano, que
directamente caía al agua. "Una aeronave como un submarino", titulaba
irónicamente The New York Times.
Si
un reputado científico no había logrado volar, ¿por qué iban a conseguirlo los
Wright? "No podíamos evitar pensar que eran un par de pobres chalados. Se
tiraban horas de pie en la playa simplemente mirando a las gaviotas volar,
elevarse y descender", aseguraba John T. Daniels, miembro de la estación
de salvamento de Devil Kills Hills donde se realizaban las pruebas.
La
opinión de Daniels cambió el 17 de diciembre de 1903, cuando captó la primera
fotografía de su vida mientras Orville, operador del Flyer tras vencer a su
hermano lanzando una moneda al aire, despegaba del suelo. El primer vuelo a motor
duró 12 gloriosos segundos y recorrió 36,5 metros. "Éxito con cuatro
vuelos el jueves por la mañana" fueron las primeras palabras que utilizó
Orville para comunicar a su familia en un telegrama que su hermano y él
acababan de hacer historia.
Los
chalados a los que se tachó de mentirosos
Pese
a su hazaña, ni medios ni autoridades prestaron la debida atención a los Wright
durante los siguientes años. No lograron llegar a un acuerdo con el
Departamento de Guerra y carecían de fondos para seguir desplazándose a Kitty
Hawk, así que tuvieron que conformarse con probar su nuevo Flyer a las afueras
de Dayton.
Los
Wright pusieron nueve demandas por infracción de patentes y fueron demandados
tres veces. Esto provocó que el desarrollo de la aviación se estancara.
El
secretismo con el que trataban sus avances y su rechazo a hacer grandes
demostraciones públicas, especialmente acusado en el caso de Wilbur, que
discutió agriamente más de una vez con los que trataban de fotografiar su avión,
hicieron que muchos no los creyeran. "Aviadores o mentirosos", se
preguntaba el Paris Herald, mientras pilotos como Alberto Santos Dumont se
exhibían en público con máquinas menos avanzadas que los Flyer.
Los
británicos y los franceses se interesaron por su avión, pero los Wright no
lograron convencer al mundo hasta 1908, cuando por fin se atrevieron a realizar
una gran demostración pública de su Flyer III. Tras un calmado
"caballeros, voy a volar", Wilbur pilotó durante dos minutos en Le
Mans. Después de una década de trabajo, la labor de los Wright fue reconocida
por los medios y gobiernos europeos.
Orville
realizó ese mismo año demostraciones en Fort Myer (Virginia), aunque en una de
las exhibiciones falleció el pasajero que le acompañaba, un Teniente que se
convirtió en la primera víctima de un accidente de avión. El fatídico suceso no
afectó a su fama, y el entonces presidente William Howard Taft les invitó a la
Casa Blanca en 1909.
Los
Wright acordaron diseñar un Flyer por 25.000 dólares para el gobierno
estadounidense, un acuerdo que se sumó a sus a beneficios por los contratos y
premios en Europa. Por fin habían logrado convertir su esfuerzo en un negocio
más que rentable.
Uno
de los vuelos de Otto Lilienthal
El
ocaso de los Wright en su particular guerra de patentes
Los
hermanos crearon la Wright Company para fabricar sus aviones e instalaron sus
oficinas en la Quinta Avenida de Nueva York. Desde entonces, apenas volvieron a
innovar, más preocupados por proteger la patente del Flyer, publicada en 1906,
en los tribunales estadounidenses.
Sin
estudios, sin preparación técnica, sin amigos en la alta sociedad y sin otra
ayuda que sus manos, los Wright desarrollaron un revolucionario sistema
Su
batalla legal más famosa los enfrentó con el aviador estadounidense Glenn
Curtiss, al que acusaron de crear su June Bug, el primer avión capaz de volar
un kilómetro en línea recta, con el diseño que habían patentado. Su colega
Octave Chanute calificó como un "error garrafal" aquella demanda,
alegando que la idea del sistema de alabeo tampoco había sido originalmente de
los hermanos de Dayton.
El
primer gran éxito ante el público
Wilbur,
obsesionado con la defensa de sus desarrollos, no viviría para ver que los
tribunales les acabaron dando la razón. "Nos sentimos muy tristes, pero
siempre es más fácil tratar con las cosas que con los hombres", escribió a
un amigo antes de fallecer con la moral por los suelos en 1912, a causa de la
fiebre tifoidea.
Los
Wright pusieron un total nueve demandas por infracción de patentes y fueron
demandados en tres ocasiones, aunque con el paso de los años terminaron ganando
los pleitos. Tanto litigio, eso sí, provocó que el desarrollo de la aviación
estadounidense se estancara.
Con
el comienzo de la I Guerra Mundial, el gobierno instó a los fabricantes a
acordar un canon por las tecnologías patentadas para acabar con los problemas.
Para entonces, Orville ya había vendido la Wright Company, aburrido de ser el
mero supervisor de un equipo de ingenieros. Falleció en 1948.
"Si
yo estuviera dando un consejo a un hombre joven sobre cómo podría tener éxito
en la vida, le diría: escoge a un buen padre y una buena madre y comienza a
vivir en Ohio", dijo Wilbur en una ocasión. Paradójicamente, los Wright
siempre mantuvieron los pies en la tierra.
Más
de 60 años después de que estos pioneros crearan el primer avión a motor más
pesado que el aire, otro amante de las alturas de Ohio, Neil Armstrong, se
llevó a la luna un trozo de tela de un ala del Wright Flyer para honrar a
aquellos dos inventores que cumplieron sus sueños de la infancia.
Fuente:
https://www.elconfidencial.com