27 de marzo de 2020
LA GRAN GUERRA EN EL AIRE Y EN LOS MARES
Por Gabriel Iriarte Núñez
A
diferencia de la guerra de trincheras en Francia y de los campos de batalla en
toda Europa, la historiografía de la contienda del 14 en el mar y en el aire ha
recibido, comparativamente, muy escasa atención. Ello se debe a que la
abrumadora mayoría de bajas militares y civiles se produjo como consecuencia de
los avances y retrocesos de los ejércitos y a que fue en tierra donde se
decidió el resultado de la Primera Guerra Mundial.
Las
fuerzas aéreas estaban todavía en su infancia y las grandes flotas se destinaron
más a labores de bloqueo, hostigamiento y escolta que a grandes combates
decisivos. Ninguna de las potencias marítimas, especialmente Inglaterra,
Francia y Alemania, podían darse el lujo de perder parcial o totalmente sus
armadas en desmesurados enfrentamientos como el de Trafalgar cien años antes,
cuando la flota franco-española fue diezmada por el Almirante británico Horacio
Nelson. Los alemanes, porque eran superados por sus rivales en número de barcos
y poder de fuego, y los ingleses, porque no podían arriesgarse a perder una
parte de su flota ya que ello podría implicar, en su condición insular, su
derrota en la guerra. Además, la superioridad británica en el mar no era lo
suficientemente amplia como para asegurar un éxito concluyente sobre los
alemanes (ver recuadro de las dos flotas en 1914). Prueba de lo anterior es
que, al finalizar las hostilidades, el grueso de las flotas alemana, británica
y francesa había sufrido pérdidas relativamente leves y sus buques pesados
sobrevivieron casi en su totalidad. Sin embargo, fue precisamente en el mar y
en el aire en donde se llevaron a cabo tres de las innovaciones bélicas más
trascendentales de la Gran Guerra, las cuales ocuparían papel destacadísimo en
la siguiente hecatombe mundial. Se trata de los aeroplanos (de reconocimiento,
combate y bombardeo) y de los submarinos y portaviones, armas que, aunque no
resultarían definitivas entre 1914 y 1918, sí pudieron ser probadas,
desarrolladas y afinadas para futuras guerras.
La
guerra en el mar
Desde
los últimos años del siglo XIX, Inglaterra y Alemania se enfrascaron en una
veloz y encarnizada carrera armamentística naval como resultado de la cual, en
vísperas del estallido de la guerra, los dos países poseían las flotas más
poderosas y modernas del mundo y Gran Bretaña se enfrentaba, por primera vez,
en más de cien años, a un rival que quizá podría disputarle en alguna medida su
tradicional hegemonía marítima global. Si bien Inglaterra llevaba una ventaja
considerable, los avances germanos en este campo fueron sorprendentes tanto en
tiempo como en tecnología. Para 1914, Alemania, que había emprendido
tardíamente su desarrollo naval, ya contaba con 17 grandes acorazados modernos,
llamados dreadnoughts, mientras que Inglaterra tenía 24 (la diferencia sería de
18 contra 33 hacia el final de las hostilidades); adicionalmente, la primera
poseía 22 acorazados de modelos anteriores a los dreadnoughts y la segunda
treinta y nueve. Francia, por su parte, disponía de una decena de grandes
acorazados y Rusia y Austria-Hungría cuatro y tres, respectivamente[1].
Con su Flota de Alta Mar o Armada Imperial, Alemania era, sin duda, la segunda
potencia marítima del planeta, después de Inglaterra y su Gran Flota o Armada
Real.
La
guerra en el mar se libraría, fundamentalmente, entre estos dos países y se
caracterizaría por la estrategia de Gran Bretaña de impedir la salida de
Alemania al Mar del Norte y al Atlántico y los esfuerzos de los germanos por
romper dicho bloqueo y a la vez atacar los accesos marítimos a Inglaterra por medio
de acciones de submarinos y operaciones de hostigamiento de navíos corsarios.
Al cerrar con campos minados y barcos de guerra las dos únicas salidas
marítimas de Alemania (los escasos 32 kilómetros del Canal de la Mancha y los
320 entre Noruega y las islas Shetland y Orcadas), Londres estaba en
condiciones de interceptar una parte sustancial de las vitales importaciones de
su enemigo. Los ingleses no creían que acabar con la flota germana fuese un
prerrequisito para ganar la guerra; lo importante era conservar su propia
flota, salvaguardar las rutas de aprovisionamiento y mantener el bloqueo de
Alemania. Esto último redundaría en beneficio de la lucha en tierra, pues
cortaba en buena medida los suministros de los germanos[2].
Almirante Alfred von Tirpitz
Además
del Mar del Norte, principal teatro de operaciones bélicas de superficie
durante la guerra, los dos gigantes navales combatieron en el Atlántico, el
Pacífico y el Índico, mientras que en el Báltico se enfrentaron germanos y
rusos, en el Mediterráneo austro-húngaros y alemanes con franceses e italianos
y en el Mar Negro turcos y rusos. En suma, durante la Gran Guerra hubo acciones
bélicas en casi todos los océanos y mares del globo, en las cuales participaron
navíos de superficie de todos los tamaños y poder de fuego, así como los
novedosos y letales submarinos.
Principales
batallas
El
primer choque anglo-alemán tuvo lugar a finales de agosto de 1914 en la bahía
de Heligoland, no muy lejos de la gran base germana en la isla del mismo
nombre, cuando una escuadra británica incursionó sorpresivamente en aguas
germanas con el fin de quebrantar las actividades de patrullaje alemanas en el
Mar del Norte. Cinco cruceros de batalla, ocho cruceros ligeros y 31
destructores ingleses, respaldados a cierta distancia por dos acorazados (New Zealand
e Invincible) y tres cruceros de batalla, se enfrentaron a una fuerza opositora
muy inferior de apenas seis cruceros ligeros y 19 torpederas. Cuando terminó la
lucha tres cruceros ligeros, un destructor y dos torpederas alemanes habían
sido hundidas, mientras que del lado inglés solamente un crucero ligero sufrió
averías de consideración. Más de 700 marinos alemanes y 35 británicos perdieron
la vida. Como resultado de esta derrota, el káiser dio órdenes precisas para
que se evitaran en lo sucesivo enfrentamientos de envergadura con el fin de
proteger su Flota de Alta Mar. Para entonces, los ingleses ya habían conseguido
descifrar los códigos secretos de comunicación naval de los alemanes, lo cual
resultaría de incalculable valor para operaciones futuras.
Acorazado alemán
Un
mes después, el 22 de septiembre, un pequeño y obsoleto submarino alemán, el U-9,
causó sensación en todo el mundo al torpedear y hundir, en menos de una hora,
los viejos cruceros ingleses Aboukir, Hogue y Cressy, con una pérdida de 1450
tripulantes. Y la venganza alemana por lo sucedido en Heligoland se completaría
el 1° de noviembre cuando la escuadra alemana del este de Asia, al mando del ViceAlmirante
Maximilian von Spee, infligió un duro golpe a la armada inglesa en el Pacífico,
frente a las costas chilenas de Coronel. Los dos cruceros acorazados
Scharnhorst y Gneisenau, acompañados por los cruceros ligeros Leipzig, Nürnberg
y Dresden, se enfrentaron a buques de la escuadra británica del Atlántico Sur,
integrada por los cruceros acorazados Good Hope y Monmouth, cuatro cruceros
ligeros y un mercante armado, que habían cruzado el Cabo de Hornos para salir
al encuentro de Von Spee y evitar que este pasara al Atlántico y pusiera en
peligro las rutas de abastecimiento inglesas. El resultado de la batalla fue
desastroso para los británicos, quienes perdieron sus dos cruceros acorazados,
junto con cerca de 1600 hombres. Los alemanes salieron indemnes y prosiguieron
hacia el Atlántico con el fin de interceptar las rutas que desde América
abastecían a Inglaterra.
ViceAlmirante Maximilian von Spee
Acorazado alemán
Londres
despachó de inmediato importantes refuerzos a la zona y, a comienzos de
diciembre de 1914, los cinco navíos de Von Spee fueron atacados en los
alrededores de las islas Malvinas por un contingente muy superior, compuesto
por un acorazado pre-dreadnought, dos cruceros de batalla, tres cruceros
acorazados y dos cruceros ligeros. En la batalla que se desarrolló durante ese
día, los ingleses hundieron los dos cruceros acorazados germanos, el
Scharnhorst y el Gneisenau, así como los cruceros ligeros Leipzig y Nürnberg.
El único sobreviviente, el Dresden, logró escapar para ser destruido pocos
meses después en aguas chilenas, acosado por barcos británicos.
Acorazado alemán
Poco
antes de estos acontecimientos, a muchas millas del Atlántico meridional, un
navío alemán, el crucero ligero Emden, había causado graves perjuicios a
Inglaterra en el océano Índico. Sus acciones lo convertirían, en muy poco
tiempo, en el buque corsario más célebre de la Primera Guerra Mundial. Como
parte de la escuadra del este de Asia, el Emden fue despachado por Von Spee
hacia el Índico con la misión de atacar las rutas británicas. En solo tres
meses hundió 17 buques mercantes aliados hasta que el 9 de noviembre de 1914
fue destruido, en la isla de Cocos (Australia), por el crucero australiano
Sidney. Más de 130 de sus tripulantes perdieron la vida en un desigual combate
que duró 30 minutos.
Crucero ligero Emden
Acorazado alemán
Una
semana antes del hundimiento del Emden, Londres declaró la totalidad del Mar
del Norte como zona de guerra como una medida para intensificar el bloqueo a
Alemania y, al mismo tiempo, reforzar la seguridad de Inglaterra frente a
posibles ataques de la Flota de Alta Mar y como represalia por el minado de las
aguas que rodean la isla. Dicha medida unilateral afectaba por igual a los
barcos alemanes como a los de los países neutrales, especialmente aquellos de
Suecia, Noruega y Dinamarca, que con frecuencia transportaban suministros con
destino a Alemania, país que poco después, en febrero de 1915, respondería en
términos similares, considerándose en libertad para atacar cualquier
embarcación que se dirigiera a Inglaterra o partiera de ella. Igualmente,
Berlín optaría por proclamar, por primera vez, la guerra submarina
indiscriminada que tanto daño le causó a la marina británica y al comercio
marítimo en general y que a la postre provocaría la entrada de los Estados
Unidos a la guerra. Otra acción adoptada por los alemanes consistió en
bombardear desde el mar los puertos ingleses de la costa oriental. El caso más
sonado fue el de los ataques a los puertos de Scarborough, Hartlepool y Whitby,
el 15 de diciembre de 1914, cuando una escuadra alemana compuesta por cuatro
cruceros de batalla, uno acorazado y cuatro ligeros y 18 destructores cañoneó
estas localidades causando más de 130 muertos, la mayoría civiles. Un poderoso
destacamento de la Gran Flota, integrado por seis dreadnoughts y cuatro
cruceros de batalla, cuatro acorazados y cuatro ligeros, no logró, sin embargo,
alcanzar a los atacantes cuando se retiraban hacia el sureste. Los alemanes
fueron duramente criticados a nivel internacional por haber causado la muerte
de numerosos ciudadanos indefensos, mientras que el almirantazgo británico lo
fue por haber perdido la oportunidad de destruir buena parte de la flota
germana que escapó con apenas tres navíos averiados.
Con
el propósito de poner fin a las actividades alemanas en las aguas del Mar del
Norte, Londres decidió despachar una impresionante fuerza naval desde sus
principales bases para interceptar una escuadra germana que, presuntamente,
buscaba bombardear de nuevo la costa inglesa. Las dos fuerzas se encontraron en
el Banco de Dogger el 24 de enero de 1915 y libraron un reñido combate en el
que en total estuvieron involucrados ocho cruceros de batalla, uno acorazado y
once ligeros, así como 35 destructores; hasta el momento, la mayor batalla
librada en la guerra. De nuevo los alemanes llevaron la peor parte, pues
perdieron un crucero de batalla y uno acorazado y casi mil marinos, mientras
que las bajas británicas sumaron un crucero de batalla, un destructor y 35
muertos. De no haber sido por una falsa alarma de submarinos que los hizo
desistir de acosar a los alemanes, los ingleses quizá hubieran podido asestar
un golpe más duro a su adversario.
Bahía de Jutlandia
Pero
sin duda el encuentro de mayores proporciones, el único en el que participaron
activamente los dreadnoughts de ambos bandos, la batalla que hubiese podido ser
definitiva, se libró en Jutlandia, frente a las costas de Dinamarca, entre el
31 de mayo y el 1° de junio de 1916. Fue el combate naval de mayores proporciones
que se había dado en todos los tiempos. En él participaron 64 grandes
acorazados y cruceros de batalla (37 ingleses y 27 alemanes) y más de 180
cruceros acorazados y ligeros, destructores y torpederas. Cerca de cien mil
hombres se encontraban a bordo esa noche del 31 de mayo. Con los cruceros de
batalla del Almirante alemán Von Hipper, la marina germana pretendía atraer la
escuadra del Almirante inglés Beatty para luego emboscarla con el grueso de la
Flota de Alta Mar y sus grandes acorazados. No obstante, el Almirante inglés
Jellicoe, gracias a mensajes interceptados a la flota alemana, logró llegar a
tiempo con el resto de la Gran Flota para impedir la maniobra del enemigo. Fue
así como los dos colosos navales se enzarzaron en una violenta refriega como
resultado de la cual la Armada Real perdió tres cruceros de batalla
(Indefatigable, Queen Mary e Invincible), tres cruceros acorazados, ocho
destructores y 6094 marineros, mientras que los alemanes perdieron un acorazado
pre-dreadnought (Pommern), un crucero de batalla (Lützow), cuatro cruceros
ligeros, cinco destructores y 2550 hombres[3].
Aunque los ingleses sufrieron muchas más pérdidas, Alemania no logró su
objetivo de destruir la flota inglesa y esta continuó controlando el Mar del
Norte, con lo que Jutlandia constituyó una victoria táctica germana pero un
triunfo estratégico británico. Los germanos golpearon a su carcelero, pero
siguieron siendo prisioneros del bloqueo inglés.
Acantilado de Lange Anna - Heligoland
A
lo largo del conflicto hubo muchas escaramuzas de menor calibre, tales como la
infructuosa persecución, en agosto de 1914 por parte de la escuadra inglesa del
Mediterráneo, del crucero de batalla alemán Goeben, el cual finalmente se
refugió en Istambul y se convirtió en el buque insignia de la armada turca que
combatió al lado de las potencias centrales; o las también inútiles operaciones
navales anglo-francesas en los Dardanelos, entre febrero y marzo de 1915, que
no consiguieron abrir los estrechos para ayudar, a través del Mar Negro, a su
aliado ruso y sí desembocaron en la catástrofe aliada de Galípoli, entre
febrero de 1915 y enero de 1916; o la segunda batalla de Heligoland, en
noviembre de 1917; o el raid inglés contra la base alemana de Zeebrugge en
abril de 1918. Ninguno de estos enfrentamientos conseguiría inclinar la balanza
de una manera decisiva en el mar.
Hundimiento del crucero alemán Mainz
Los
sumergibles
Fue
el arma submarina la que le proporcionó los mayores éxitos a Alemania, pues con
ella logró poner en jaque el abastecimiento de Inglaterra durante varios años,
eso sí, a un costo elevado en pérdidas de navíos y tripulaciones. (A lo largo
del conflicto, los submarinos germanos hundieron casi 5000 embarcaciones
enemigas y neutrales, pero perdieron 178 navíos y 5000 tripulantes.) Asimismo,
fue esta arma la que provocó la entrada de los Estados Unidos a la guerra, lo
cual marcó la diferencia en hombres, tecnología y equipo que decidiría la
contienda a favor de la Entente. Ante el bloqueo impuesto por Gran Bretaña y la
imposibilidad de romperlo con la flota de superficie, el alto mando en Berlín
optó por la guerra submarina sin restricciones, la cual empezó a dar resultados
impresionantes, casi dos buques diarios hundidos, y, al mismo tiempo, a causar repudio
internacional. El 7 de mayo de 1915, el U-20 torpedeó y hundió el trasatlántico
británico de lujo Lusitania, con 1959 pasajeros a bordo, pero, también, con un
cargamento de armas camuflado con destino a Inglaterra. Murieron 1198 personas,
incluidos 128 ciudadanos norteamericanos.
Submarinos alemanes en puerto
La
reacción de Washington no se hizo esperar y el presidente Wilson amenazó a
Alemania con tomar severas medidas en contra de este tipo de agresiones
indiscriminadas. Poco después, el 19 de agosto, el barco de línea Arabic, fue
destruido por otro sumergible; tres norteamericanos perdieron la vida en el
incidente. Ante el temor de que los Estados Unidos le declarara la guerra,
Alemania optó por suspender la campaña submarina indiscriminada a comienzos de
septiembre de 1915. Sin embargo, luego de la batalla de Jutlandia y ante la
imposibilidad de enfrentar con alguna probabilidad de éxito a los británicos en
el mar, Alemania volvió a recurrir a la guerra submarina con la idea de que en
seis meses de ofensiva podría aislar a Inglaterra, acabar con buena parte de su
flota mercante y obligarla a buscar la paz antes de que los Estados Unidos
pudiera actuar en defensa suya. En consecuencia, el 1° de febrero de 1917
Berlín reanudó su ofensiva submarina, la cual, si bien en un comienzo obtuvo
resultados espectaculares (las mayores pérdidas británicas se dieron durante
este período con 250 navíos solo en los dos primeros meses), provocó el ingreso
de los Estados Unidos a la contienda. Medidas como las cargas de profundidad,
el sistema de convoyes y los mercantes armados (los llamados Q-ships)
finalmente lograron neutralizar y derrotar los sumergibles alemanes.
El
fin de la Kriegsmarine
Almirante Reinhard Scheer
La
Armada Imperial alemana recibió la orden de rendirse el 11 de noviembre de
1918, a raíz de la firma del armisticio que puso fin a las hostilidades. El
Consejo Naval Aliado decidió que la mayor parte de los navíos de la Flota
Imperial (10 acorazados, catorce cruceros, 50 destructores y todos los
submarinos) debía ser desmantelada y entregada a los vencedores. Se optó por
Scapa Flow, la gran base británica, como lugar de reclusión de estas unidades,
las cuales fueron conducidas allí, como un rebaño de ovejas, por la Gran Flota,
bajo el mando del Almirante Beatty. No obstante, el 21 de junio de 1919, el Almirante
alemán Ludwig von Reuter dio la orden secreta a sus hombres de hundir sus
propios barcos. De un total de 74 navíos que se hallaban en Scapa Flow, 52 se
fueron a pique a manos de sus tripulantes, en lo que posteriormente el Almirante
Reinhard Scheer calificaría como una acción que “probó que el espíritu de la
flota no había muerto”[4],
pero que en realidad fue el suicidio colectivo de la armada germana.
Uno de los 52 acorazados alemanes hundidos en Scapa Flow
Puede
decirse que la guerra en el mar terminó en una especie de empate técnico y que,
por increíble que parezca, la flota alemana no fue derrotada, sino que tuvo que
rendirse casi intacta, salvo por las enormes pérdidas de submarinos, debido al
desenlace adverso de la contienda en tierra y fueron sus propias tripulaciones
las que finalmente la enviaron al fondo del mar. La cautela con la que los
almirantazgos británico y germano manejaron sus respectivas flotas de
superficie explica, en buena medida, este resultado. Si Inglaterra hubiera
actuado de manera más audaz, valiéndose de su superioridad y del fracaso de la
campaña submarina de Berlín, la marina alemana tal vez hubiera sido derrotada y
las hostilidades quizá hubieran terminado antes de noviembre de 1918.
La
guerra en el aire
La
Gran Guerra comenzó catorce años después de que Ferdinand von Zeppelin probara
con éxito su primer dirigible y apenas once años después de que los hermanos
Wright hicieran volar por primera vez en la historia un avión en Kitty Hawk,
Carolina del Norte. Estos ilustres inventores quizá nunca imaginaron que sus
descubrimientos pronto servirían para desarrollar armas con un poder
destructivo cada vez mayor. Cuando empezó la guerra los principales
beligerantes ya disponían de rudimentarios aeroplanos, hechos de madera y lona,
que se utilizaban solamente para labores de reconocimiento y ayuda para dirigir
el fuego de artillería[5].
Sin embargo, dichos aparatos empezaron a ser armados con ametralladoras y una
que otra bomba o granada para arrojar manualmente sobre posiciones enemigas y,
promediando la guerra, los beligerantes disponían de aviones para combate aéreo
(cazas), bombardeo táctico y estratégico y ataque a tierra, así como una
incipiente aviación naval. Ya en 1908 H. G. Wells, en su obra La guerra en el
aire, anticipó la destrucción que los aviones podrían causar si se usaban como
arma en una contienda. Pocos años después de la publicación de su libro, el
mismo Wells pudo ver como los aeroplanos se empleaban no solo para infligir
bajas a las fuerzas adversarias, sino también contra la población civil.
De
dirigibles a bombarderos
En
los inicios de la guerra los protagonistas más notables de las operaciones
aéreas fueron los dirigibles o zeppelines, esos enormes y paquidérmicos
cilindros ovalados, los cuales cumplieron la doble labor de observar los
movimientos del enemigo y, al mismo tiempo, de bombardear blancos civiles. Así,
a finales de mayo de 1915, dirigibles germanos atacaron Londres por primera vez
y continuaron haciéndolo durante el resto del año, al igual que sucedió con
París, causando más destrucción material que víctimas humanas, hasta cuando, a
mediados del siguiente año, los ingleses y los franceses consiguieron
desarrollar aviones que podían volar más rápido y a la misma altura de los
zeppelines y disparar balas incendiaras y explosivas que fácilmente destruían
estos inermes armatostes. (Más de la mitad del total de los zeppelines alemanes
fueron derribados por cazas británicos y franceses y los daños causados por sus
ataques resultaron inferiores a los costos de producirlos.) Pese a que los
dirigibles siguieron actuando hasta el final de las hostilidades, poco a poco
fueron cayendo en desuso y sustituidos en sus funciones por los aviones, unas
máquinas voladoras más baratas y fáciles de producir en serie, más veloces y
maniobrables, más versátiles y mejor armadas[6].
Los bombardeos de los zeppelines
Mucho
más efectivos y letales fueron los bombarderos pesados, especialmente los Gotha
y Gigante germanos, que podían transportar una carga de bombas de 500 y 2000
kilogramos, respectivamente, y tenían un radio de acción de hasta 800
kilómetros. Estos aparatos atacaron ciudades de Inglaterra y Francia de manera
incesante a partir de mediados de 1917 y hasta casi el final de la guerra, en
operaciones tanto diurnas como nocturnas. Solo con la aparición de nuevas
generaciones de cazas en los países de la Entente pudieron ser contrarrestados
y finalmente neutralizados estos novedosos bombarderos estratégicos.
Maquinas voladoras de la época
Casi
1500 ciudadanos británicos murieron como consecuencia de las incursiones de los
Gotha y Gigante y la destrucción fue mucho mayor que la que causaron sus
antecesores los dirigibles. Por su parte, los británicos también organizaron
una campaña de bombardeo de represalia contra más de 400 objetivos alemanes,
con la que provocaron igualmente la muerte de centenares de civiles (cerca de
800) y lograron perfeccionar sus tácticas operativas y sus aviones. En ambos
casos, los atacantes sufrieron pérdidas considerables en aparatos y
tripulaciones y lograron magros resultados en cuanto a destrucción de la
infraestructura bombardeada; pero sí lograron que el enemigo se viera obligado
a retirar del frente de batalla enormes recursos materiales y humanos (aviones
cazas, artillería pesada y ligera) para sus respectivas defensas antiaéreas.
Para
entonces lo que ya se denominaba “bombardeo estratégico” tenía sus primeros
teóricos y defensores, encabezados por el italiano Giulio Douhet, el inglés
Hugh Trenchard y el norteamericano Billy Mitchell, quienes aseguraban que los
bombardeos masivos a núcleos urbanos, vías de comunicación y centros
industriales del enemigo constituían un mecanismo ideal para destruir su
capacidad económica y logística para continuar la lucha y, al mismo tiempo,
minar la moral de su población civil y su voluntad de apoyar el esfuerzo
bélico. Dicha teoría, planteada durante la Primera Guerra Mundial, se aplicaría
sin restricción alguna y sin contemplaciones en la Segunda por parte de casi
todas las potencias.
Afiche alemán de 1918
Los
caballeros del aire
Si
en la Gran Guerra hubo héroes populares, estos fueron sin duda los pilotos de
los cazas, los célebres “caballeros del aire”, cuyas temerarias acciones fueron
enaltecidas y no pocas veces magnificadas por la opinión pública, los medios y
los gobiernos, no obstante que los tripulantes de otras aeronaves, dirigibles,
bombarderos y aviones de reconocimiento, cumplieron también
arriesgadas misiones de mucha importancia táctica y estratégica y aportaron una
cuota de sacrificio tan grande o incluso mayor que la de sus colegas de las
escuadrillas de cazas.
Manfred von Ricthofen
Estos
aviones surgieron primordialmente de la necesidad de proteger las aeronaves de
reconocimiento y los bombarderos, derribar las del enemigo y, por supuesto,
destruir la fuerza de cazas del adversario. Con el desarrollo de estas veloces
y versátiles aeronaves y, sobre todo, con la introducción del sincronizador que
permitía disparar las ametralladoras instaladas en el frente de la carlinga sin
que las balas chocaran con la hélice, los cazas adquirieron una eficacia
impresionante.
Los
combates aéreos o dogfights se convirtieron en una verdadera atracción y sus
protagonistas en héroes nacionales o “ases” según el número de “victorias” o
aeroplanos enemigos derribados. Durante 1915 y hasta mediados de 1916, con sus
célebres cazas Fokker Eindecker, los alemanes mantuvieron la supremacía en este
tipo de enfrentamientos con franceses y británicos, ventaja que vino a ser
contrarrestada por los aliados con aparatos como el Nieuport, el B.E.2 y el
Sopwith Pup. Poco después, los Albatros D pusieron de nuevo a Alemania a la
cabeza hasta 1917, cuando aparecieron los aviones ingleses S.E.5 y Sopwith
Camel, que dominaron los cielos en la última fase de la guerra, a pesar de que
los alemanes tenían una máquina extraordinaria, el Fokker DVII, y de que en
abril de ese año los pilotos de caza del káiser lograron infligir una
apabullante derrota a los británicos, en lo que se denominó “el abril
sangriento”. Sin embargo, la mayor capacidad productiva de los países de la
Entente y la fatiga bélica y económica de Alemania inclinarían finalmente la
balanza del lado de los vencedores.
Un CL III alemán derribado
Se
calcula que en toda la contienda perecieron alrededor de 14000 pilotos, muchos
de ellos en accidentes, una cifra ínfima si se la compara con las bajas
sufridas por los ejércitos de tierra. Pero a partir de entonces la aviación
sería objeto de grandes innovaciones que la llevarían a desempeñar, a diferencia
de la guerra del 14, un papel decisivo en la contienda del 39 como arma de
destrucción masiva.
Los
dreadnought
El
primer dreadnought o gran acorazado fue botado en 1906 por la marina inglesa.
Sus características modernas hicieron que todos aquellos buques similares, pero
de modelos anteriores fueran denominados pre-dreadnoughts. Hasta ese momento
era el barco de guerra mejor armado de la historia.
A
diferencia de sus antecesores, estas nuevas embarcaciones, con sus motores de
turbina, eran más veloces (hasta 45 km/h contra 37 km/h) y poseían un poder de
fuego mucho más temible (10 cañones de doce pulgadas o 305 mm, de calibre
único, además de 24 cañones de tres pulgadas y varios tubos para torpedos).
Asimismo, estaban recubiertos de gruesas placas de blindaje y dotados de
turbinas de vapor y sus cañones pesados tenían un alcance efectivo de hasta 9000
metros frente a los 2000 metros de los modelos anteriores. De inmediato
Alemania emprendió la construcción de naves con propiedades muy similares.
Sin
embargo, los preciados dreadnoughts solamente participaron en una batalla, la
de Jutlandia, y las potencias prefirieron mantenerlos en reserva, a salvo de
ataques submarinos y grandes confrontaciones. (A partir de 1915 Inglaterra
empezó a producir los llamados superdreadnoughts, que contaban con ocho cañones
de quince pulgadas o 380 mm y 14 o 16 de seis pulgadas.) En razón de lo
anterior, los barcos pesados que más se emplearon en la guerra por ambos bandos
fueron los cruceros (de batalla y acorazados), los cuales eran lo
suficientemente potentes como para destruir cualquier embarcación inferior
(cruceros ligeros, destructores) y al mismo tiempo lo bastante rápidos para
huir del alcance de los grandes acorazados.
Almirante David
Beatty
Varias
de las más importantes batallas marítimas libradas por los británicos durante
la Primera Guerra Mundial, tienen como protagonista al Almirante Beatty. Se
alistó en la Armada Británica en 1884 y participó en las campañas de Sudán y
Egipto, donde conoció a Winston Churchill de quien fuera luego, secretario
personal. Beatty, con 39 años, fue el Almirante más joven de la Royal Navy. Su
participación en la Guerra comenzó en la batalla de Heligoland, en el Mar del
Norte, donde las fuerzas británicas hundieron tres cruceros y un destructor
alemanes. Luego interceptó una escuadra alemana frente a las costas inglesas en
la Batalla de Dogger Bank. En la batalla naval de Jutlandia, Beatty recibió
duros golpes, al ser hundidos por los alemanes los cruceros de su escuadra
Indefatigable y Queen Mary. La suerte se puso a su favor, al recibir el apoyo
del Almirante John Jelicoe con quien emuló gran parte de su vida. Se casó con
una millonaria con quien desarrolló una intensa vida en la alta sociedad
londinense. En 1927 recibió el título de Primer Earl Beatty, vizconde de
Borodale y barón del Mar del Norte y Brooksby. Durante la contienda, su casa de
Leicestershire fue cedida a la Marina como Hospital Naval.
Su
imagen oscila entre un personaje de leyenda, carismático y caballeroso y un
guerrero despiadado. Entre esas dos visiones surge una verdad incuestionable:
el Barón Rojo fue el aviador más prolífico en victorias contra los aliados, a
los que derribó 80 aviones. Él y su Fokker rojo, fueron el terror del enemigo.
Adiestrado por Oswald Boelke, “Padre de la Fuerza Aérea Alemana”, el 6 de julio
de 1917 Rich-thofen fue herido, logró aterrizar su avión en territorio amigo y
posteriormente regresó al aire. Se cuenta que, luego de su muerte, tras ser
derribado su avión, el Barón Rojo recibió honores militares de un grupo de
oficiales británicos quienes le dieron sepultura. Hay perfiles menos
halagadores: “Mucha testosterona, chulería, sed de gloria, arrojo y técnica y
muy poca humanidad o compasión… volar significaba una extensión de los placeres
de la caza terrestre de animales, a la que se entregaba desde niño” (Jacinto
Antón en El País, Madrid).
Los
ases del aire
Los
legendarios “ases” capturaron la imaginación del público de los países en
guerra debido a las hazañas que llevaron a cabo en sus aviones de combate o
cazas. Para que un piloto recibiera dicha honrosa denominación debía derribar
al menos cinco aparatos enemigos o, en otras palabras, conseguir mínimo cinco
“victorias”. En el caso de Alemania, se alcanzaba la categoría de as a partir
de ocho derribos. A lo largo de la guerra solamente 12 pilotos lograron superar
las 50 victorias. He aquí algunos de los más sobresalientes ases de las
principales potencias.
Alemania
Manfred
von Ricthofen (“El Barón Rojo”). 80 victorias. El as más letal y eficiente de
toda la contienda. Derribado por fuego antiaéreo y muerto el 21 de abril de
1918 sobre territorio francés.
Ernst
Udet. 62 victorias. Se suicidó en noviembre de 1941.
Erich
Loewenhardt. 54 victorias. Muerto en combate el 10 de agosto de 1918.
Werner
Voss. 48 victorias. Muerto en combate el 23 de septiembre de 1917.
Oswald
Boelcke. 40 victorias. Muerto en accidente aéreo en medio de un combate en
octubre de 1916.
Herman
Goering. 22 victorias. Se suicidó antes de ser ejecutado por los aliados, como
criminal de guerra, en octubre de 1946.
Imperio
Británico
Inglaterra
Edward
“Mick” Mannock. 61 victorias. Derribado y muerto el 26 de julio de 1918.
James
McCudden. 57 victorias. Muerto en accidente aéreo el 9 de julio de 1918.
Albert
Ball. 44 victorias. Desaparecido en combate el 7 de mayo de 1917.
Canadá
Billy
Bishop. 72 victorias. Murió en 1956.
Raymond
Collishaw. 60 victorias. Murió en 1976.
Donald
MacLaren. 54 victorias. Murió en 1988.
Suráfrica
Andrew
Beauchamp-Proctor. 54 victorias. Murió en 1921.
Australia
Robert
A. Little. 47 victorias. Derribado y muerto el 27 de mayo de 1918.
Francia
René
Fonck. 75 victorias. Murió en 1953.
Georges
Guynemer. 54 victorias. Derribado y muerto el 11 de septiembre de 1917.
Charles
Nungesser. 45 victorias. Murió en 1927.
Georges
Madon. 41 victorias. Murió en 1924.
Estados
Unidos
Edward
Rickenbacker. 26 victorias. Murió en 1973.
Cronología
6 de agosto, 1914: El crucero alemán Könisberg, hundió a su homólogo británico Pegasus, frente al puerto de Mombasa, África oriental.
28 de agosto, 1914: Batalla de Heligoland.
30 de agosto, 1914: Primer ataque aéreo a París. Un monoplano alemán, Taube, dejó caer 4 pequeñas bombas y folletos de propaganda.
22 de septiembre, 1914: El submarino alemán U-9 hundió los cruceros británicos Aboukir, Hogue y Cressy frente a la costa holandesa. 1400 muertos; 4 aviones de la Royal Navy lanzaron bombas sobre las instalaciones aeronáuticas de dirigibles en Colonia y Düsseldorf.
1° de noviembre, 1914: La escuadra alemana derrotó a la británica en Coronel, Chile.
8 de diciembre, 1914: Una escuadra británica atacó a la flota alemana en Port Stanley (Malvinas) y le hundió 4 acorazados.
19–20 de enero, 1915: Primer ataque aéreo alemán con zeppelines.
17 de abril, 1915: El submarino británico E-17 atravesó las defensas turcas de Los Dardanelos.
1° de mayo, 1915: El U-30 alemán hundió al mercante de los Estados Unidos Gulfligt.
7 de mayo, 1915: El Lusitania fue hundido por el submarino alemán U-20.
27 de mayo, 1915: Bombarderos franceses Voisin atacaron las instalaciones de producción de gas venenoso en Ludwigshafen (Alemania).
13 de octubre, 1915: En Londres, zeppelines alemanes causaron 150 bajas.
7 de noviembre, 1915: El submarino austriaco U-38 cañoneó y torpedeó al trasatlántico Ancona que se dirigía a Nueva York desde Italia.
1° de enero, 1916: Los británicos introdujeron la carga de profundidad.
31 de mayo, 1916: Batalla de Jutlandia entre la flota británica y la Flota Alemana.
5 de junio, 1916: El crucero británico Hampshire fue hundido por una mina en el mar del Norte. Muere el Secretario de Guerra británico Lord Kitchener.
20 de agosto, 1916: Tras haber hundido 54 barcos en 25 días, el submarino alemán U-35 regresó a su base en el Adriático.
9 de octubre, 1916: El submarino alemán U-53 hundió 5 buques enemigos frente a la costa este de los Estados Unidos.
21 de noviembre, 1916: El barco hospital británico Britannic, gemelo del Titanic, sucumbió por una mina dejada por un submarino alemán en el Mediterráneo.
Diciembre, 1916: 167 barcos hundidos por submarinos alemanes.
14 de junio, 1917: 14 bombarderos alemanes Gotha atacaron a Londres. 104 muertos.
21 de abril, 1918: Murió el Barón Rojo tras ser derribado su avión.
4 de agosto, 1918: El piloto norteamericano Frank Luke, derribó 14 globos de observación y 4 aviones en pocas semanas. Fue obligado a aterrizar por los alemanes y luego fusilado.
12 de noviembre, 1918: Tras el armisticio del 30 de octubre, varios buques aliados atravesaron los Dardanelos y atacaron en Constantinopla.
21 de noviembre, 1918: El Almirante británico sir David Beatty aceptó la rendición de la Flota Alemana de Alta mar.
21 de junio, 1919: Los marinos alemanes hundieron su propia flota en la base británica de Scapa Flow.
Fuente: https://www.banrepcultural.org
[1]
Ferguson, Niall. The Pity of War: 1914-1918, Penguin Books,
2012, edición Kindle, posición 2559
[2]
Massie, Robert K. Castles of Steel. Britain, Germany and the
Winning of the Freat War at Sea, Endeavour Press Ltd., 2013, edición Kindle,
posición 3042.
[3]
Wragg, David. First World War at Sea, The History Press, 2014,
edición Kindle, posición 590.
[4]
Simmons, Mark T. “World War I: German Battleships Scuttled at
Scapa Flow”, Military History Magazine, junio de 1999.
[5] Las labores de
observación y reconocimiento fueron muy valiosas a lo largo de todo el
conflicto. Por ejemplo, resultaron definitivas en la victoria alemana sobre los
rusos en la batalla de Tannenberg y para los franceses en el Marne. Asimismo,
sirvieron para dirigir el fuego que logró hundir, en 1915, el crucero germano
Königsberg. Ver: Carradice, Phil. First World War in the Air,
Gloucestershire, Amberley Publishing, 2013, edición Kindle, posición 483.
[6] Los zeppelines
arrojaron alrededor de 6.000 bombas sobre Inglaterra, causaron la muerte a 556
personas e hirieron a casi 1.400, un balance ínfimo si se compara con los
horrores causados por los ataques aéreos de la Luftwaffe durante el Blitz de
los años cuarenta. (Ver: Biddle, Tami Davis.
Rhetoric and Reality in Air Warfare. The Evolution of British and American
Ideas About Strategic Bombing 1914–1945, Princeton, Princeton University Press,
2002, edición Kindle, pág. 22.) Sin embargo, el impacto psicológico que provocaron estos
raids entre la población de Inglaterra fue enorme, ya que la isla, pese a estar
protegida por la mayor armada del mundo, se sentía vulnerable por primera vez
en siglos, esta vez desde el aire.