26 de marzo de 2020
LA PRIMERA BATALLA DE GRAN BRETAÑA - LA RESPUESTA BRITÁNICA AL BOMBARDEO ESTRATÉGICO ALEMÁN DURANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
El
14 de junio de 1917, en una carta dirigida al editor del periódico basado el
Londres, The Times, el lector expresó su ira ante el último bombardeo de la
ciudad por los alemanes. En lo que indudablemente fue una opinión compartida
por muchos residentes, él escribió que ahora era el momento para una represalia
en contra de los alemanes. Gran Bretaña “debe ser implacable y atacar sin
misericordia” exigió. El escritor hizo un llamado a las autoridades británicas
para que defendieran a las mujeres y niños de Londres en contra de la brutalidad
inhumana de Alemania. “¿Acaso han visto” escribió, “el cuerpo de un niño en la
carretera con su cabeza cortada cerca de una mujer sin piernas? ¡Otras madres,
también, con sus bebés muertos en sus brazos sin vida!”. El comentarista
angustiado condenó lo que percibió inacción por parte del gobierno británico y
exigió retribución por el bombardeo alemán de civiles que “ha justificado cada
invento infernal que la mente de un hombre puede concebir”[1].
La
emoción con la que el escritor expresó su indignación se puede comprender. La I
Guerra Mundial introdujo no tan solo armas de destrucción en masa tales como el
gas venenoso, sino que por primera vez en la historia documentada, ciudades,
industrias y civiles cientos de millas de las líneas del frente podían ser
atacados. La muerte podía llover del cielo con poco o ningún aviso. Los
residentes de Londres fueron los más afectados por la campaña alemana de bombardeo
estratégico, aunque otras áreas de Inglaterra también fueron sometidas a los
ataques aéreos.
Protegidos
por siglos por la Armada Real y las defensas naturales del Canal Inglés y el
Mar del Norte, los intentos alemanes de atacar a los británicos en el frente
local ocasionó pánico e indignación entre las masas. Los políticos y el público
presionaron a los líderes militares a que usaran aeronaves británicas para
atacar las industrias y ciudades alemanas en venganza al bombardeo de Gran
Bretaña. Algunos líderes gubernamentales y militares alegaron que un bombardeo
estratégico a los blancos industriales alemanes abreviaría la guerra demorando
o deteniendo los abastos que las Potencias Centrales necesitaban. Atacar las
industrias, alegaron, restringiría las operaciones aéreas alemanas, protegiendo
así a los civiles ingleses, y desviando los recursos necesarios para defender a
Alemania y alejados del frente occidental.
Sin
embargo, dañar la máquina de guerra alemana no fue el único motivo por el que
los líderes británicos comenzaron a abogar por una campaña de bombardeo
estratégico en contra de los alemanes. Desde casi el advenimiento del bombardeo
aéreo los estrategas comenzaron a desarrollar teorías de que esta nueva forma
de librar la guerra podría afectar directamente la población civil de un país
al afectar su estado de ánimo y disminuir su voluntad para luchar. Según algunos
creían, someter a una población civil a una ansiedad constante y al temor del
bombardeo, causaría pánico y caos en el país y por ende obligaría a los líderes
políticos a pedir la paz o enfrentar la devastación constante de la población.
A lo largo de la guerra, para todos los lados, el estado de ánimo de los
ciudadanos desempeñó un papel cada vez más importante en las operaciones
aéreas. El estado de ánimo británico en particular fue influenciado en gran
medida por esta forma nueva de la guerra. Al fin y al cabo, Gran Bretaña estaba
entre los primeros países en experimentar los efectos devastadores del
bombardeo aéreo a sus pueblos, aldeas y ciudad más importante. En respuesta, el
alto mando británico llevó a cabo su propia campaña estratégica de bombardeo
ofensivo. De una necesidad militar que se podía discutir, esta campaña fue principalmente
en respuesta al pedido del pueblo británico de ataques de represalias contra
las ciudades alemanas en venganza a los ataques aéreos contra Inglaterra.
El
temor a un bombardeo aéreo
“La
ofensiva aérea estratégica es un medio de ataque directo en contra de un estado
enemigo con el propósito de privarlo de sus medios o la voluntad de continuar
la guerra”[2].
Esta
definición del bombardeo estratégico, aportada por el Señor Charles Webster y
Noble Frankland escribiendo acerca de la II Guerra Mundial es también
indudablemente correspondiente a la Gran Guerra. La privación de los medios, es
decir, materiales y abastos de guerra, y la voluntad, es decir, específicamente
atacar a civiles en un intento de dañar el estado de ánimo del pueblo, fue
legitimado durante la Primera guerra Mundial. Aunque las Guerras Napoleónicas a
menudo son mencionadas como el primer ejemplo de la “guerra total”[3], la Gran Guerra de 1914-1918 fue verdaderamente la primera guerra donde los
civiles a cientos de millas de los ejércitos en guerra fueron atacados.
En
1914, los bombardeos estratégicos de ciudades y civiles por medios aéreos no
era un concepto
nuevo. Comenzando con los experimentos Montgolfièr con los vuelos tripulados en
1783, la posibilidad de utilizar globos y eventualmente máquinas más pesadas
que el aire para uso militar fue previsto. Utilizados inicialmente como puestos
de observación y observadores de artillería, la idea de emplear aeronaves y
aviones ofensivamente pronto encontró entusiastas. Sin embargo, no fue sino
hasta el advenimiento del motor de combustión interna que el potencial del
bombardeo desde una plataforma controlada se convirtió en realidad. En una
carta en 1893 al jefe de estado mayor del Ejército Alemán, el Conde Ferdinand
von Zeppelin, creador de la aeronave rígida que llevar su nombre y el teórico
sobre el bombardeo estratégico, escribió que su máquina podía desempeñar no tan
sólo las misiones de observación y transporte, sino también “bombardear las
fortificaciones del enemigo y las formaciones de tropas con proyectiles”[4].
En
la literatura popular y la ciencia ficción, la inevitabilidad de aeronaves
navegando sobre ciudades y dominando la guerra futura era un tema popular para
fines del siglo diecinueve. Julio Verne, que no desconocía la ficción
profética, escribió en su cuento en 1887, Clipper in the Clouds (Clipper en las
nubes) acerca de una batalla aérea entre dos aeronaves ligeramente similares a dos
dirigibles alemanes de la I Guerra Mundial[5].
Sin
embargo, fue H. G. Wells quien imaginó el bombardeo estratégico de los centros
de la población en el futuro. En su novela de 1908, The War in the Air (La
guerra en el aire), Wells describió una escena en la cual una flota de
aeronaves alemanas bombardeaban la ciudad de Nueva York, inquietantemente
prediciendo el temor y terror que el pueblo en Londres y París sintieron
durante la Gran Guerra[6].
Tal
como el historiador Lee Kennett argumentó, tan profundo y convincente era este
tipo de literatura futurista a finales del siglo, que cuando finalmente
aparecieron aeronaves y aviones confiables en masa “a menudo se esperaba que
lograran cosas extravagantes e imposibles”. Durante la guerra, los dirigibles y
las aeronaves eran considerados como una extensión de adelantos científicos
parecidos a otras innovaciones tales como los submarinos, ametralladoras,
tanques y gas venenoso[7].
Tan
profundas fueron las preocupaciones sobre la posibilidad de un bombardeo aéreo,
inclusive antes de que la tecnología para lograr esa tarea estuviese casi
lista, que los políticos en Europa y los Estados Unidos intentaron regular la
guerra aérea. La Convención de la Haya de 1899, propuesta por el Zar Ruso
Nicolás II en un intento de regular los armamentos y la guerra, aprobó una
resolución “acordando prohibir, por un periodo de cinco años, el lanzamiento de
explosivos y proyectiles desde globos, o por cualesquier métodos nuevos de
naturaleza similar”[8].
Durante
la segunda Convención de la Haya en 1907, la tecnología del vuelo había
cambiado la posibilidad y aumentado el peligro de la destrucción desde el aire.
En 1903, Wilbur y Orville Wright habían probado que el vuelo controlado,
propulsado y más pesado que el aire era posible con su vuelo en Kitty Hawk,
Carolina del Norte. Para la segunda convención muchas naciones habían expresado
interés en las capacidades militares de la aviación, aunque curiosamente los Estados
Unidos al principio estaba poco entusiasmado con la idea. Presagiando el
bombardeo aéreo como un medio de “guerra total”, en la Convención de la Haya de
1907 se trató prohibir el bombardeo estratégico de ciudades y poblaciones
indefensas.
En
vista de que muchos en la conferencia de 1907 creían que sería más fácil
restringir el bombardeo a blancos militares en lugar de prohibirlo del todo,
los acuerdos de la Haya con respecto a la guerra terrestre fueron extendidos a
abarcar el bombardeo aéreo también. Ya que los bombardeos de ciudades
indefensas con artillería tradicional ya estaban prohibidos bajo el artículo 25
de la Convención sobre la Guerra Terrestre, los participantes en la conferencia
sencillamente cambiaron el artículo a que rezara “el ataque o bombardeo, por
cualquier medio, de pueblos, aldeas, viviendas o edificios indefensos está
prohibido”[9].
La
inserción de “por cualquier medio” en el artículo fue un intento de extender la
prohibición para incluir el bombardeo aéreo.
A
pesar de sus intenciones, el texto del artículo era muy impreciso para ser
eficaz y dejó muchas
preguntas sin responder. Por ejemplo, ¿cuál era la definición una ciudad
indefensa? ¿Acaso eso significa que los miembros militares no estaban dentro de
los límites de la ciudad o solamente la ausencia de soldados con la tarea
específica de proteger contra una invasión o bombardeo? ¿Cómo puede un agresor
notar la diferencia? ¿Debe una ciudad sin defensas tradicionales, pero que
aloja un arsenal, un almacén militar o una fábrica de armas realmente, considerarse
“indefensa”?
Estas
cuestiones y muchas otras tornaron el tratado en algo inservible y fueron
mencionadas de manera rutinaria como justificación para un bombardeo
estratégico de ciudades
con la I Guerra Mundial comenzó.
Aunque
el bombardeo aéreo táctico en apoyo a las operaciones de combate fue empleado desde
el 1911 cuando los aeroplanos italianos lanzaron las primeras bombas en combate
sobre las fuerzas turcas en Libia, 1914 presenció el primer uso estratégico de
aviones bombarderos para “atacar los cimientos de los esfuerzos bélicos del
enemigo, la producción de material de guerra, la economía en general y el estado
de ánimo de la población civil”[10]. Pocos días después del inicio de la I Guerra Mundial, los pilotos alemanes
lanzaron unas cuantas bombas pequeñas sobre París en agosto de 1914. En octubre
de ese año, los británicos lograron el primer éxito estratégico importante
cuando una aeronave destruyó un zepelín en su hangar en Dusseldorf, Alemania.
En diciembre de 1914, los alemanes estaban lanzando bombas directamente sobre
Inglaterra[11].
Percepción
versus realidad
Un
defecto en la definición del bombardeo estratégico fue la suposición que los
aviones y los pilotos era capaces de atacar blancos estratégicos con precisión.
En realidad, los planificadores militares se percataron poco después de haber
empezado la guerra que la tecnología aeronáutica y de armamento actual, las
defensas antiaéreas y el clima afectaban tanto el rendimiento de la aeronave y
del piloto que en realidad atacar el blanco pretendido era casi imposible y
tenía que ver más con suerte que destreza. De hecho, no fue sino hasta la
integración del visor de bombardeo Norden en la II Guerra Mundial que las
tripulaciones de los bombarderos contaban con una expectativa razonable (si
acaso exagerada) del éxito de localizar blancos[12].
Con
tan pocas oportunidades de éxito en la destrucción del material de guerra
alemán, un resultado que rápidamente fue obvio durante la guerra, ¿por qué el
gobierno británico gastó recursos valiosos y personal en el bombardeo
estratégico? ¿Por qué fueron las aeronaves desviadas de las misiones más
críticas de apoyo terrestre, observador de artillería y a lo largo del frente occidental
para misiones de bombardeo especulativas y ampliamente fracasadas en territorio
enemigo?
La
respuesta radica más con la influencia del pueblo británico, presión política e
inclusive psicología que con la necesidad militar.
Sigmund
Freud, creía en un tipo de psicología colectiva que podría superar el
pensamiento lógico individual. Al inicio de la guerra Freud, un residente en
Viena del Imperio Austro-Húngaro, ya había establecido una reputación
internacional como el fundador del psicoanálisis.
Freud
era de la opinión que, aunque los humanos obviamente tenían la capacidad para
el pensamiento lógico, la mente subconsciente era bombardeada constantemente
con pasiones y deseos en conflicto con el comportamiento civilizado. Estos
deseos y pasiones subconscientes constantemente presionaban los instintos más
lógicos para reprimirlos, y eventualmente propagarse de individuos a
comunidades enteras. Durante la guerra, Freud alegó que “la distinción entre
los sectores civiles y militares de la población” ahora eran ignorados y los
pueblos estaban desilusionados porque “la brutalidad mostrada por individuos (y
colectivamente por los estados)…uno nunca hubiese pensado ser capaz de dicho
comportamiento[13]”. En un artículo en 1915, Freud escribió que la guerra le permitía al pueblo y al
estado ignorar todas las restricciones, tratados internacionales y defender la
acción militar que sería aborrecible en tiempo de paz.
Gustave
Le Bon, otro líder intelectual del momento, quién escribió acerca de la
psicología colectiva
y la Gran Guerra, estaba de acuerdo con Freud. Le Bon, un francés muy conocido
por su estudio de la psicología multitudinaria, sostuvo que la mente colectiva
de la muchedumbre puede subordinar la voluntad de un individuo. En particular,
él escribió en 1916, que la guerra tenía un efecto psicológico tanto en el
comportamiento individual como en el colectivo. La guerra, sostuvo Le Bon,
puede crear una voluntad colectiva, nacional que es más poderosa que los deseos
y necesidades de un individuo.
Él
sostuvo que la percepción, en lugar de los hechos, tenía una gran influencia en
la psicología colectiva. Al escribir acerca del desarrollo de la opinión pública
y la psicología colectiva durante la guerra él escribió que “indistintamente si
la lucha se detiene o continua será decidido en gran parte por el desarrollo de
la opinión pública en los diferentes países involucrados, ya que lo que las
cosas realmente son es una cuestión menos importante de lo que uno piensa sobre
ellas…[14]”
La
psicología colectiva de la cual Freud y Le Bon hablaban está manifiestamente
presente en el pueblo británico durante la guerra. Fue creada por la amenaza
continua de los bombardeos de los alemanes. Los londinenses en particular
estaban bajo un estrés constante y el temor de ser destruidos, primero por los
dirigibles alemanes y eventualmente por aeronaves apareciendo en el cielo con
poco o ningún aviso, de día o de noche. Las posibilidades reales, de ser
atacados por una bomba alemana, eran pequeñas. No obstante, tan remotamente
matemático como lo eran las posibilidades de morir en un ataque aéreo, el
efecto en el estado de ánimo británico y las exigencias de represalias, eran
significativas.
Desde
el inicio de la guerra el alto mando alemán tenía planes de bombardear área
continental de Inglaterra. Desde 1914, el Contraalmirante alemán, Paul Behcke,
abogó por el bombardeo de civiles cuando le aconsejó al Almirante von Pohl,
comandante en jefe de la Armada Imperial, que usara dirigibles de la Armada
para atacar a Inglaterra para “ocasionar pánico y confusión entre sus
ciudadanos[15]”.
El
Mayor Wilhelm Siegert, comandante de una unidad de bombarderos alemanes,
opinaba que el bombardeo estratégico de Londres provocaría una crisis en el
gobierno británico y rápidamente terminó la guerra. Además, una vez que el
Ejército Alemán invadió a Bélgica y Francia, la geografía se convirtió en su
aliado. La milicia alemana rápidamente estableció campos aéreos de avanzada que
le permitían a sus dirigibles y aeronaves de ala fija llegar fácilmente a
Londres en misiones de bombardeo. En cambio, las aeronaves británicas que
volaban desde campos aéreos internos tenían dificultad en llegar a lo profundo
del territorio alemán. En vista de esta falta de alcance, ninguna aeronave de
los Aliados pudo bombardear con éxito la capital alemana de Berlín durante la
guerra, aunque un piloto intrépido francés tuvo éxito en lanzar panfletos[16].
Comienzan
los bombardeos aéreos
Los
primeros bombardeos desde zepelines tuvieron lugar en agosto de 1914 con
ataques por separado a Amberes y Lieja, Bélgica. La milicia alemana quería
comenzar inmediatamente una campaña de bombardeo estratégico en Londres. Al
principio el Káiser rehusó autorizar los ataques a la ciudad, quizás preocupado
con alienar a los países neutrales o lanzar municiones sobre sus primos de la
realeza. Por un corto tiempo, ambos lados intentaron controlarse aún si la
tecnología primitiva de selección de blancos hacía que el bombardeo de precisión
fuese imposible.
Eventualmente,
ataques a civiles, perpetrados por los alemanes, británicos, franceses,
italianos, austro-húngaros y estadounidenses ocurrirían sin restricción y
atacarían intencionalmente al pueblo “inocente[17]”.
Los
zepelines se utilizaron durante 1914 para atacar partes de Bélgica y Francia.
Los Aliados participaron en bombardeos al igual que una serie de ataques en
Alemania. El Real Servicio Aéreo Naval Británico despegó de Amberes el 22 de
septiembre y el 8 de octubre y destruyó con éxito un zepelín alemán en su
hangar de mantenimiento. El 4 de diciembre, aviones franceses atacaron
Friburgo, Alemania, tratando de destruir la estación de ferrocarriles, pero en
cambio mató a civiles a causa de selecciones de blanco deficientes. El bombardeo
de “inocentes” por parte de los franceses enfureció a muchos alemanes. El
General Ernst Wilhelm von Hoeppner, comandante general del Servicio Aéreo
Alemán durante la guerra, culpó a Francia de ser la “primera potencia en
introducir los horrores de la guerra aérea a una comunidad pacífica[18]”.
En
enero de 1915, en respuesta a otro ataque francés en Friburgo, Káiser Wilhelm
autorizó ataques en porciones de Inglaterra, con la excepción de Londres. Para
el mes de febrero, él consintió y permitió los ataques a Londres salvo palacios
y zonas residenciales. Para julio, después de más ataques aéreos a ciudades
alemanas, el Káiser accedió a los consejos de sus asesores militares y autorizó
el bombardeo de cualquier objetivo legítimo militar en todo Londres. Conociendo
la falta de precisión del bombardeo aéreo, esta decisión de Wilhelm fue una
sanción de hecho de atacar a la población civil[19].
El
primer ataque a Inglaterra ocurrió el 19 de enero de 1915, y el primer ataque a
Londres el 31 de mayo. Estos ataques de zepelines fueron muy diferentes a lo
que había experimentado en guerras anteriores. Los civiles, lejos de la línea
del frente, ahora podrían pasar a ser bajas de guerra con poco o ningún aviso.
Una testigo inglesa, describiendo un ataque aéreo, anotó en su diario:
Me
pregunté qué estaba sucediendo, y si la destrucción y el sufrimiento y la
pérdida de vida estaban realmente ocurriendo tan cerca. Las cosas en el
periódico siempre parecen tan lejos, pero solamente cuando uno ve y escucha por
uno mismo, es que los horrores verdaderos de la guerra se tornan evidentes…el
aire parecía estar vivo con sonidos horrendos y raros, y hay algo aterrorizante
en el pensamiento de que dos millas por encima de uno en el espacio ¡hay un
enemigo implacable lanzando promiscuamente bombas incendiarias sobre cualquier
cosa que le venga a la mano[20]!
La
ansiedad y el temor que la testigo describió no son sorprendentes. Gran parte
de la literatura producida antes de la guerra, anticipaba el impacto devastador
que el bombardeo aéreo tenía en el estado de ánimo del frente doméstico. Los
ataques con zepelines continuaron durante los dos primeros años de la guerra
hasta que defensas mejoradas tales como balas incendiarias y explosivas
utilizadas por aviones británicos, les prendieron fuego a los globos llenos de hidrógeno.
Además, la artillería antiaérea avanzada que utilizaba proyectiles explosivos y
una red de comunicaciones más robusta para avisarles a los defensores de
ataques aéreos causó grandes pérdidas a las operaciones aéreas alemanas[21].
Aunque
los bombardeos estratégicos con zepelines ocasionaron relativamente
destrucciones materiales y pérdidas de vida mínimas, su apariencia le ocasionó
al pueblo británico una ansiedad considerable[22]. Horrorizados al ser atacados, los civiles y sus líderes políticos emplearon lenguaje
vengativo y exigieron ataques en represalia a las ciudades alemanas. Por
primera vez desde los días de la Armada Española, la isla de Gran Bretaña era
vulnerable al ataque. Los líderes reaccionaron con una variedad de planes para
combatir la amenaza alemana. Algunas sugerencias fueron razonables, como la
idea del Primer Señor del Almirantazgo Winston Churchill de llevar a cabo
ataques preventivos en los hangares de zepelines dentro de Alemania; mientras que
otras ideas fueron más reaccionarias, tal como la propuesta del Primer Señor
del Mar, el Barón
Fisher, de llevar a cabo la captura de un civil alemán por cada ciudadano
británico que muriese en los bombardeos llevados a cabo por los alemanes[23].
A
medida que los ataques alemanes continuaron durante 1915 hasta inicios del
1916, la indignación del pueblo británico creció. Como mínimo, los ataques
alemanes retrasaron la productividad de los trabajadores y ocasionaron mayor
ausentismo. En ocasiones la reacción se tornó violenta a medida que las
personas soltaban sus frustraciones atacando almacenes y hogares propiedad de
alemanes. Sin embargo, esta respuesta por parte del pueblo británico no fue
solamente una reacción contra el bombardeo alemán. Los británicos estaban
expresando su sentido de ira y frustración cada vez mayor ante la aparente
falta de defensas británicas en cuanto a los bombardeos alemanes. Tan grande
fue la ira del pueblo y tan influyente fue esta presión que muchos líderes
británicos, el Capitán B. H. Liddell Hart entre ellos, estaban preocupados que ahora
el pueblo desempeñaba un papel cada vez más influyente en definir la estrategia
militar.
A
medida que la presión aumentó, las autoridades en el gobierno británico se
vieron obligadas a aplacar los llamados populares para la venganza[24].
Presionado
para llevar a cabo su propia campaña de bombardeo, el Real Servicio Aéreo Naval
tomó la delantera, intentando llevar a cabo una “ofensiva vigorosa” adentro de
Alemania. La finalidad de esta ofensiva, según el director de los Servicios
Aéreos del Almirantazgo Británico, fue “restablecer la iniciativa a los
británicos, restringir las operaciones con zepelines, desviar a las fuerzas
alemanas del frente occidental y golpear el estado de ánimo alemán”. Este
desvío de personal y recursos críticos para una campaña de bombardeo
especulativa, sin embargo, no fue universalmente popular con los líderes
británicos. Viendo la redistribución de aviones alejándose del frente
occidental, Hugh Trenchard, comandante del Real Cuerpo de Vuelo (RFC, por sus
siglas en inglés), “padre” de la Real Fuerza Aérea (RAF, por sus siglas en
inglés), y luego un fuerte defensor de poder aéreo estratégico, catalogó la
campaña de bombardeo estratégico como un “gran desperdicio”, manifestando que
la observación era la misión principal de la aviación. El comandante terrestre
británico en Francia llegó al extremo de argumentar que el bombardeo
estratégico era “una interferencia muy seria con las Fuerzas Terrestres
Británicas, y podría comprometer el éxito de mis operaciones”[25].
El
bombardero es aprobado
A
pesar de la oposición de los líderes militares, en 1917 se presenció un clamor
público para llevar a cabo ataques de represalia adentro de Alemania. Esto se
debió a causa de la introducción alemana de los primeros aviones de ala fija
construidos específicamente para el bombardeo estratégico, el bombardero Gotha
de doble motor. Aunque estos aviones tenían una capacidad más pequeña que los
dirigibles para transportar bombas, múltiples Gotha llevaron a cabo misiones de
bombardeo y ocasionaron daños sustanciales a la vez que aumentaban la ansiedad
e ira del pueblo británico. El 25 de mayo de 2017, los primeros bombarderos
Gotha fueron enviados a atacar Gran Bretaña matando a 95 personas e hiriendo a
195 más. Londres fue atacada el 13 de junio cuando catorce Gotha mataron a 162
personas e hiriendo a 432. El 7 de julio Londres fue atacada nuevamente, esta
vez hubo 65 muertos y 245 heridos. Los bombarderos Gotha dañaron el
estado de ánimo de los británicos. Si bien las defensas británicas contra los
dirigibles fueron adecuadas a la larga, parecía no haber ninguna defensa contra
los bombarderos de ala fija alemanas que atacaban a la luz del día. Una vez
más, la milicia británica no pudo defender el suelo patrio y estos ataques
iniciaron una intense campaña pública para ataques de represalia en Alemania[26].
La
prensa tomó la delantera en hacer un llamado para llevar a cabo represalias.
Artículos, editoriales
y cartas al editor expresaron, tanto indignación por los actos cometidos por
los alemanes y orgullo ante la frialdad con la que los británicos se
comportaron durante estos ataques[27].
Una
edición del 15 de junio de 1917 del The Daily Mail incluyó fotografías de niños
víctimas del bombardeo alemán y un “Mapa de Represalias” en la que se
ilustraban las ciudades alemanas que debían atacarse como represalia[28]. En reuniones públicas se aprobaron resoluciones exigiendo que el gobierno
británico llevase a cabo ataques de represalias en las ciudades alemanas.
Cartas en muchos periódicos exigían el bombardeo aéreo de ciudades alemanas y
se quejaban del paso lento de los ataques de represalia en respuesta a las
atrocidades alemanas[29]. Las opiniones se endurecieron, con una reunión de ciudadanos pidiéndole al Rey
Jorge V a que “ordenara a sus ministros inmediatamente para llevar a cabo
ataques rigurosos y continuos en las ciudades alemanas en represalia a los
asesinatos de civiles, hombres, mujeres e inclusive niños en sus salones de
clase…[30]”
La
presión del pueblo funcionó y el gobierno fue obligado a implementar cambios significativos,
inclusive aumentar el bombardeo estratégico en las ciudades alemanas[31].
Fue
durante el verano de 1917 que la milicia británica a regañadientes adoptó el
bombardeo estratégico. Desde un punto de vista táctico, el bombardeo
estratégico continuó siendo una distribución inadecuada de recursos, pero la
presión estaba en una cúspide y ni los políticos ni los líderes militares
podían ignorar las protestas del pueblo. Cuarenta escuadrones nuevos fueron
destinados para ataques de represalia en las ciudades alemanas. Además, en
contra de los consejos del comandante de la RFC, Hugh Trenchard, escuadrones de
persecución con aviones más avanzados, tales como el famoso Sopwith Camel, fueron
enviados del frente occidental para defender a Gran Bretaña en contra de los
bombarderos alemanes[32].
El
dilema ético de atacar las ciudades alemanas no pasó desapercibido a los
líderes militares.
Trenchard,
quien después de la guerra estableció el bombardeo estratégico como la misión
fundamental de la RAF, inicialmente se resistió a bombardear civiles[33].33
En testimonio ante una sesión especial del gabinete británico en respuesta a
los ataques de los Gotha, Trenchard expresó su inquietud acerca de las
consecuencias de iniciar una campaña generalizada en las ciudades alemanas
cuando expresó lo siguiente:
Represalias
contra ciudades abiertas, aunque estemos obligados a adoptarlas, son
repugnantes a las ideas británicas. Hacerlo será peor que inútil, a menos que
estemos decididos que, una vez sean adoptadas, se llevarán a cabo hasta el
final. El enemigo seguramente responderá del mismo modo y a menos que estemos
resueltos y preparados para hacerlo mejor que los alemanes, indistintamente de
lo que hagan y si su reacción es en el aire o en contra de prisioneros o de lo
contrario, sería infinitamente más sabio no intentar represalias en lo absoluto[34].
Trenchard
especuló que el verdadero motivo por el cual los líderes gubernamentales
estaban clamando por ataques a las ciudades alemanas era para “darle a los
periódicos motivos para decir cuán maravillosos somos, aunque realmente no le
afecta al enemigo tanto como le afecta a nuestro propio pueblo[35]”. A pesar de lo preocupado que estaba Trenchard, el pueblo británico exigió que
se aumentaran los ataques a las ciudades alemanas y le compelía a los
británicos encargados de tomar decisiones encontrar la justificación moral para
llevar a cabo una campaña realzada de bombardeo en Alemania.
El
bombardeo aéreo no era nada nuevo para los pilotos británicos. Inclusive en los
primeros años de la guerra, las instalaciones militares e industriales fueron
atacadas. A causa del estado primitivo de la localización de blancos aérea,
alemanes civiles murieron y fueron heridos pero los británicos creían que su
intención de evitar las bajas de civiles justificaba moralmente su campaña de
bombardeo. Sin embargo, a causa de la presión cada vez mayor en todo el país
por parte del pueblo, los líderes británicos “le sacaron provecho a las prohibiciones
éticas y legales sobre el bombardeo de ciudades y aldeas como legítimos actos
de represalia” y autorizaron ataques de represalia en las ciudades y aldeas
específicamente para dañar el estado de ánimo alemán[36]. La justificación del “legítimo acto de represalia” también fue utilizando por
los alemanes y por lo tanto cada lado podía alegar que estaba acatando la letra
de los tratados antes de la guerra y las prohibiciones contra el bombardeo
aéreo en ciudades abiertas mientras que al mismo tiempo estaban atacando
intencionalmente a civiles.
El
bombardeo estratégico por Alemania, Gran Bretaña y Francia continuó durante la
guerra.
En
un final los alemanes comenzaron a llevar a cabo bombardeos nocturnos
utilizando municiones incendiarias e introdujeran un bombardero aún más grande,
el Riesenflugzeug Giant de cuatro motores, comparable en envergadura de ala a
un Boeing B-29 Superfortress de la era de la II Guerra Mundial[37]. Con el tiempo, los adelantos británicos en aviones de persecución, artillería
antiaérea, comunicaciones y tácticas obligaron a la milicia alemana ponerle fin
a sus ataques en Londres y enfocarse en París[38]. A pesar de la insistencia que Alemania colocó en llevar la guerra directamente
a Inglaterra, los resultados materiales fueron insignificantes en comparación
con la tragedia en el frente occidental. Para fines de la guerra, la campaña
aérea alemana en contra de Gran Bretaña, principalmente llevado a cabo por
zepelines y bombarderos Gotha y Giant, había lanzado aproximadamente 300
toneladas de bombas, matado a 1.400 civiles, herido entre 3.400 a 4.800 y
ocasionado un poco más de US$15 millones en daños. Analizando la ineficacia del
bombardeo aéreo en la Primera Guerra Mundial, el historiador Lee Kennett
criticó que el número de británicos muertos y heridos durante toda la guerra
“eran los tipos de totales que uno encontraría reportados para un día ‘calmado’
en el frente occidental”. Por su parte, durante la campaña de bombardeo
británico murieron 750 alemanes, unos 1.300 adicionales de heridos y ocasionó
aproximadamente US$6 millones en daños[39].
Obviamente,
la destrucción del material de guerra fue de poca importancia para los alemanes
y británicos encargados de tomar decisiones. El verdadero impacto de las
primeras campañas de bombardeo se encuentra en la cantidad de recursos cada
lado comprometió en ataques de ofensiva y la defensa nacional al igual que el
efecto del bombardeo en el estado de ánimo de los civiles. Tanto los británicos
como los alemanes tuvieron que desviar del frente occidental varios aviones de
persecución para combatir ataques de bombardeo en su territorio. Además, el
personal fue redirigido a cuidar los emplazamientos de artillería antiaérea y
el equipo de comunicación lejos de las trincheras. En la primera “guerra total”
del siglo XX, este desvío de recursos tuvo un efecto significativo, sino
decisivo, en el resultado de la guerra.
Aunque
no fue lo suficientemente robusto para verdaderamente dañar la industria de
defensa británica, el bombardeo estratégico alemán fue un éxito parcial por la
ansiedad que causó y el efecto negativo en el estado de ánimo británico. La
exigencia popular de aumentar las defensas inglesas y tomar represalias del
mismo modo en contra de las ciudades alemanas obligó a los políticos y líderes
militares a cambiar las tácticas militares y desviar aeronaves valiosas y al personal
del frente occidental, donde verdaderamente se decidió la victoria y la
derrota. En contra de los consejos de la milicia y con pocas esperanzas de
dañar gravemente la industria de guerra alemana, la campaña aérea británica se
llevó a cabo principalmente en respuesta a la demanda del pueblo de ataques de
represalia en contra del pueblo alemán. Tomaría otra guerra mundial, veintiún
años después del fin de la “guerra para darle fin a todas las guerras”, para
que
el
bombardeo estratégico lograse su potencial. En esa guerra atacar pueblos,
ciudades y aldeas ocasionó menos preocupación. Para 1942, utilizar el bombardeo
estratégico para dañar el estado de ánimo de civiles y presionar a los civiles
enemigos a rendirse fue una meta legítima, y a menudo entusiasta, de los
planificadores militares. Al igual que muchos “primeros” lamentables, esta táctica
moralmente ambigua que nació durante la Gran Guerra, maduró en las espaldas de
cohetes alemanes V-2 en 1944 y alcanzó su aterrador apogeo sobre los cielos de
Hiroshima y Nagasaki.
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(*) Christopher
Warren, M.A., J.D., se desempeña como Historiador Principal en el Cementerio
Nacional de Arlington. Anteriormente, el Sr. Warren trabajó como historiador
para la Fuerza Aérea de Estados Unidos y la Armada de Estados Unidos.
Además, se desempeñó en calidad de Agente Especial con el Buró Federal de
Investigaciones y en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Ha publicado artículos
en MHQ: The Quarterly Journal of Military History (Revista Trimestral de
Historia Militar), Federal History Journal (Revista de Historia Federal), Naval
Aviation News (Noticias de la Aviación Naval), The Federalist (El Federalista),
y ha sido entrevistado en televisión y radio, incluyendo CBS News, Fox News, ABC News Radio,
Federal News Radio, German National Radio y la European News Agency. En la actualidad el
Sr. Warren está completando su Doctorado y su tesis doctoral se enfoca en el
entierro y conmemoración de los Confederados muertos en los cementerios
nacionales.
Fuente:
https://www.airuniversity.af.edu
[1]
Letter to the Editor, The Times, June 14, 1917, page number
unlisted.
[2]
Lee Kennett, A History of Strategic Bombing: From the First
Hot-Air Balloons to Hiroshima and Nagasaki (New York: Charles Scribner’s Sons,
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[3]
David A. Bell, The First Total War: Napoleon’s Europe and the
Birth of Warfare as We Know It (New York: Houghton Mifflin Harcourt, 2007).
[4]
Kennett, A History of Strategic Bombing, p. 9; Letter of
September 14, 1893, reproduced in the work of the “Kriegswissenschaftliche
Abteilung der Luftwaffe,” Die Militärluftfahrt bis zum Beginn des Weltkrieges
1914 (Berlin: E.S. Mittler, 1941), Vol. 2, p. 13.
[5]
Jules Verne, The Clipper of the Clouds (London: Sampson, Low,
Marston, Searle, & Rivington, 1887).
[6]
H.G. Wells, The War in the Air (New York: Macmillan, 1908).
[7]
Kennett, A History of Strategic Bombing, p. 8.
[8]
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[9]
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Avalon Project, Yale Law School,
http://avalon.law.yale.edu/20th_century/hague04.asp#art25 (accessed October 10,
2012); Scott, The Hague Conventions of 1899 and 1907, p. 117.
[10]
Kenneth P. Werrell, Death from the Heavens: A History of
Strategic Bombing (Annapolis: Naval Institute Press, 2009), pp. 1-2.
[11]
Ibid; Alan J. Levine, The Strategic Bombing of Germany,
1940-1945 (Westport: Praeger, 1992), p. 1.
[12]
The Norden bombsight was a device for accurately dropping
bombs from aircraft and was one of the United States’ most closely guarded
secrets of World War II. The device used a mechanical analog computer comprised
of motors, gyros, mirrors, levels, gears, and a small telescope. The bombardier
input the necessary information (airspeed, altitude, etc.) and the bombsight
would calculate the trajectory of the bomb being dropped. Near the target the
aircraft would fly on autopilot to the precise position calculated by the
bombsight and release the ordnance. Using this device, it was possible for
bombardiers to drop their bombs within a 100-foot circle from an altitude of
over 20,000 feet. John T. Correll, “Daylight Precision Bombing,” Air Force
Magazine (October 2008), pp. 60-64; Hill Air Force Base, “World War II Norden
Bombsight,” United States Air Force,
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October 1, 2012); National Museum of the U.S. Air Force, “Norden M-9
Bombsight,” United States Air Force, http://www.nationalmuseum.af.mil/factsheets/factsheet.asp?id=8056
(accessed October 1, 2012).
[13]
Sigmund Freud, “Thoughts for the Times on War and Death,” in
The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, ed.
and trans. James Strachey (London: Hogarth Press, 1957), 14:275-80
[14]
Gutave Le Bon, The Psychology of the Great War, trans. E.
Andrews (New York: Macmillan, 1916), pp. 311-12.
[15]
Herman Knell, To Destroy a City: Strategic Bombing and Its
Human Consequences in World War II (Cambridge: Da Capo Press, 2003), p. 66.
[16]
Lee Kennett, The First Air War (New York: The Free Press,
1991), p. 57.
[17]
Werrell, Death from the Heavens, 4; Andrew Barros, “Strategic
Bombing and Restraint in ‘Total War’, 1915-1918,” The Historical Journal 52,
no. 2 (2009), pp. 413-431.
[18]
Kennett, A History of Strategic Bombing, 21-22; Ernst Wilhelm
von Hoeppner, Germany›s War in the Air: The Development and Operations of
German Military Aviation in the World War (Nashville: Battery Press, 1994), p.
21.
[19]
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Tami Davis Biddle, Rhetoric and Reality in Air
Warfare: The Evolution of British and American Ideas About Strategic Bombing,
1914-1945
(Princeton: Princeton University Press, 2002), p. 21.
[20]
Susan R. Grayzel, The First World War: A Brief History with
Documents (Boston: Bedford/St. Martin’s, 2013), pp. 103-106.
[21]
John Horne, ed., A Companion to World War I (Oxford:
Wiley-Blackwell, 2012), p. 157.
[22]
During the war, German zeppelins dropped approximately 6,000
bombs (weighing approximately 500,000 pounds) on Britain with 556 killed and
1,357 wounded.
[23]
Tami Davis Biddle, Rhetoric and Reality in Air Warfare: The
Evolution of British and American Ideas About Strategic Bombing, 1914-1945
(Princeton: Princeton University Press, 2002), p. 21.
[24]
Biddle, Rhetoric and Reality in Air Warfare, p. 24.
[25]
Werrell, Death from the Heavens, pp. 12-14.
[26]
Levine, The Strategic Bombing of Germany, p. 3; Biddle,
Rhetoric and Reality in Air Warfare, pp. 29-30.
[27]
“Air Raid on London,” The Times, July 9, 1917, page number
unlisted.
34.
Norman, The Great Air War, p. 420.
[28]
The Daily Mail, June 15, 1917, page number unlisted.
[29]
The Times, June 18, 1917, page number unlisted.
[30]
The Daily Mail, June 15, 1917, page number unlisted.
[31]
Biddle, Rhetoric and Reality in Air Warfare, p. 30-32.
[32]
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of Military Aviation 1914-1918 (New York: The Macmillan Company, 1968), p. 421;
Biddle, Rhetoric and Reality in Air Warfare, p. 32.
[33]
Neville Parton, “The Development of Early RAF Doctrine,” The
Journal of Military History 72, no. 4 (October 2008): p.1158.
[34]
Norman, The Great Air War, p. 420.
[35] . Biddle, Rhetoric and Reality in Air Warfare, p. 45
[36]
. Joel Hayward, “Air Power, Ethics, and Civilian Immunity
during the First World War and its Aftermath,” Global War Studies 7, no. 2
(2010), p. 102.
[37]
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Story of the R-Planes 1914-1919, (New York, Putnam & Company Limited,
1962).
[38] . The 1917-1918 Gotha and Giant raids killed 836 people and injured
1,982 in Great Britain.
[39]
Kennett, A History of Strategic Bombing, p. 25; Werrell, Death
from the Heavens, p. 19.