La Soyuz y sus tripulantes estaban condenados al desastre y no a la épica que la URSS quiso darle a aquella misión planeada como hazaña espacial. Debían aterrizar el 29 de junio de 1971 para contar la primera experiencia de vida humana prolongada en el espacio. No pudieron hacerlo: la nave aterrizó con los cosmonautas muertos. Los errores que llevaron a la fatalidad y los dramáticos 110 segundos finales
Por Alberto
Amato
“Mañana
nos reuniremos. Preparen el coñac”. La voz alegre del Comandante Vladislav
Volkov, a bordo de la Soyuz 11, resonó en los parlantes del centro espacial
soviético que seguía los tramos finales de un vuelo que se suponía iba a
terminar bien. Terminó en desastre.
Volkov
y los dos astronautas que lo acompañaban en la misión, Gueorgui Dobrovolski y
Viktor Patsáyev estaban muertos minutos después del brindis adelantado; el
coñac se añejó en una botella que jamás fue abierta; los tres cosmonautas
soviéticos se convirtieron en los primeros seres humanos en morir en el
espacio; los tres supieron de su suerte fatal en ciento diez segundos de lúcida
agonía; sus corazones se detuvieron ahogados por un escape de aire del interior
de la nave; ni siquiera tuvieron la protección de los trajes espaciales porque
no llevaban trajes espaciales; en tierra ni se enteraron de sus muertes y lo
descubrieron sólo cuando la Soyuz tocó suelo soviético; ante la magnitud del
desastre y la imposibilidad de ocultarlo, la Unión Soviética admitió sus
yerros, no todos, algunos, otros salieron a la luz con los años, y modificó las
reglas de los viajes extraterrestres para siempre. Tarde. Y mal.
Todo
ocurrió el 29 de junio de 1971, hace ya cincuenta y un años. Como toda
tragedia, dejó enseñanzas que, como suele ocurrir, no son tenidas demasiado en
cuenta. Hay algo peor que el mal: es el orgullo. Y hay algo mucho peor que el
error: es insistir en el error. La Soyuz y sus tripulantes estaban condenados
al desastre y no a la épica que la URSS quiso darle a aquella misión planeada
como hazaña espacial. Los Estados Unidos había conquistado la Luna dos años
antes. La URSS, pionera de la carrera espacial en los años ‘50 y principios de
los ‘60, corría ahora lejos del puntero de la competencia; necesitaba un gran
éxito, no importaba lo que costara: esa era la receta soviética.
Cuando
arreciaron los problemas mecánicos en la Soyuz y los pequeños dramas humanos
entre sus tripulantes; cuando la lógica aconsejó acortar la misión, el líder
del programa espacial soviético Vasili Mishin gritó en el centro de control:
“¡No quiero cobardes en mis naves!”. Era una arenga muy apropiada para pelear
entre las ruinas de Stalingrado contra los alemanes en 1943. Pero una estupidez
grande como un pino para aplicar a una misión espacial de 1971, donde un
tornillo flojo te transformaba en mártir.
La
Soyuz 11 tenía como misión abordar la estación espacial soviética Salyut 1,
habitarla, pasar allí la mayor experiencia de vida humana prolongada en el
espacio y volver para contarlo. Todo salió, a tropezones, como estaba más o
menos planeado. Menos lo de contarlo al final. Esta es la historia de aquel
fracaso monumental.
Soyuz 11 despegó el 6 de junio de 1971. Logró la hazaña que, dadas las circunstancias, tuvo características de milagro, y regresó a Tierra el 29 de junio de 1971
En
abril de aquel año, la Soyuz 10 ya había fracasado en su intento de acoplarse a
la Salyut 1 porque el sistema de acoplamiento se dañaba por el exceso de
presión. La pieza rebelde fue modificada para la misión de la Soyuz 11 que
tenía asignada otra tripulación. Debieron viajar los astronautas Aleksei
Leonov, Valeri Kubásov y Piotr Kolodin. Pero, antes del viaje, un control
médico radiográfico hecho a Kubásov detectó una mancha en uno de sus pulmones.
Los médicos le prohibieron volar y, de acuerdo con las reglas soviéticas, en un
caso así se descartaba a toda la tripulación y se designaba a otra. Así
llegaron a su último viaje al espacio Volkov. Dobrovolski y Patsáyev.
Las
relaciones entre los tres astronautas no eran buenas. Dobrovolski era un
comandante novato, que cargaba una gran responsabilidad sobre los hombros.
Volkov también era comandante y se sentía desplazado por Dobrovolski. Los dos
pilotos discutían a menudo y lo hicieron durante todo el viaje espacial. La
misión partió al espacio el 6 de junio y el 7 ya estaban acoplados a la Salyut
y los tres astronautas habían dejado la Soyuz 11 y habían entrado en la
estación espacial. De inmediato, las cosas empezaron a andar mal. Al encender
el sistema de regeneración de aire sintieron un penetrante olor a humo, por lo
que, desde tierra les aconsejaron pasar aquella primera noche en el espacio en
la Soyuz, y no en la Salyut.
Los tres astronautas no debían viajar en esta misión, pero un estudio médico de uno de los tripulantes originales dio resultados negativos y cambió el destino de Vladislav Vólkov, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsáyev
Al día
siguiente, ya con aire normal en la estación, los astronautas corrigieron la
órbita y orientaron los paneles de la Salyut hacia el sol. Rutina. En la
Tierra, la prensa del mundo destacaba una nueva hazaña soviética: surcaba el
espacio la primera estación tripulada de la historia. El 9 de junio, en el
primero de los contactos por televisión con los tripulantes, el control
terrestre les recomienda, realizar los ejercicios imprescindibles para
atemperar los efectos en el cuerpo de la ingravidez prolongada. ¿Los
astronautas estaban faltos de entrenamiento? Desde el espacio lo negaron: no se
trataba de los desmanes corporales que provoca la ingravidez, sino de los
trajes de entrenamiento que llevan puestos, que les producen mucho cansancio.
¿Cómo
fue que, en 1971, con la carrera espacial lanzada a pleno, tres cosmonautas
rusos no vestían trajes espaciales presurizados, y habían viajado al espacio
exterior con trajes de entrenamiento, que era como lanzarse en piyama al fondo
del mar? Los trajes espaciales de entonces eran voluminosos, ocupaban mucho espacio,
y la Soyuz necesitaba que tres astronautas abordaran la misión: la única
posibilidad de albergar a los tres, era reducir el volumen en el interior de la
nave. Y la única posibilidad de reducir el volumen en la nave era dejar los
voluminosos trajes espaciales en tierra. ¿Era una locura? Sí, lo era. Era tal
vez mayor la necesidad de un éxito rutilante en la carrera por la conquista del
mundo extraterrestre.
Contra
ese desatino protestaron Leonid Smirnov, jefe de la Comisión Industrial
Militar, Illiá Lavrov, diseñador del sistema de control ambiental que advirtió
que, al menos, los astronautas debían estar provistos de máscaras de oxígeno,
como las usadas en la aviación, que ante una emergencia, una pérdida de presión
por ejemplo, les daría a los astronautas un margen de dos a tres minutos de
maniobra. El tercero en protestar fue Nikolai Kamanin, jefe del Cuerpo de
Cosmonautas soviéticos. Triunfó la arenga de Mishin sobre los cobardes en las
naves y la opinión de Serguei Koroliov, otro de los líderes del programa
soviético que recurrió a una lógica de potrero para justificar su decisión:
ningún vuelo de las misiones anteriores, Vostok o Vosjod, había sufrido pérdida
de presión alguna. ¿Por qué iba a ser ésta una excepción?
Cuando abrieron la cápsula espacial, los tres cosmonautas estaban muertos. Un escape de aire los había asfixiado con extraordinaria rapidez y precisión. Intentaron reanimarlos, hicieron respiración boca a boca y masaje cardíaco, pero ya era tarde
En el
espacio, Volkov, Dobrovolski y Patsáyev sufrían lo suyo en medio de discusiones
constantes entre los dos comandantes. El 16 de junio, a la una de la tarde, la
Salyut volvió a llenarse de humo. Todo se tornó tan peligroso que los
astronautas pensaron en evacuar la estación y regresar a la Soyuz 11. Antes,
intentaron solucionar el drama en aquella nave que, más que una estación
espacial, parecía una caja de sorpresas: apagaron el generador principal,
conectaron el sistema secundario y cambiaron los filtros de oxígeno. Después de
seis horas de trabajo intenso, todo volvió a la normalidad, o lo que fuera, en
aquella sucursal del infierno.
El 17
de junio, en el control terrestre de la misión, estudiaban la difícil relación
profesional y humana entre Volkov y Dobrovolski. Lo que notaron, y los alarmó,
es que Volkov era quien pasaba los informes al control y, si bien resaltaba que
“la tripulación entera es quien decide, juntos, las cosas”, es él quien se
adjudicaba el mérito de la misión. Mishin, el que no quería cobardes en sus
naves, lo justificó; dijo que, después de todo, es el comandante quien debía
tomar las decisiones. Pero el equipo de seguimiento y Kamanin, el jefe de todos
los cosmonautas, que conocía bien a sus muchachos, sostuvo que Volkov actuaba
de manera muy independiente y que no reconocía sus errores.
El equipo de rescate hizo entonces lo que había pensado el comandante: abrió la escotilla para alzar a los cosmonautas para llevarlos a los helicópteros y a la gloria. Pero los tres estaban muertos
Por lo
pronto, en la Soyuz 11 no encuentran la causa del incendio en la estación
espacial. Los tres tripulantes deciden desconectar todo el equipo científico y
encender luego los dispositivos de a uno, para ver si así dan con las causas
que provoca el intenso humo en la Salyut. El 20 de junio, desde tierra, evalúan
la condición física de los tres astronautas que llevan ya catorce días en el
espacio. Saltan las alarmas: la capacidad pulmonar de los viajeros ha
descendido en un treinta y tres por ciento y, además, los trajes de
entrenamiento Penguin tampoco funcionan como deberían. De nuevo, las opiniones
están divididas en el centro espacial. A quienes opinan que los tripulantes
pueden seguir en el espacio varios días más, que pueden soportar más tiempo en
órbita y en estado de ingravidez, se les opone Kamanin, que pone un límite:
deben regresar a tierra antes del 30 de junio, si es posible.
Era
posible, pero había un récord a batir: el de permanencia en el espacio, que
Volkov, Dobrovolski y Patsáyev cumplirían el 25. El 21 de junio, los líderes
del programa soviético deciden que la Soyuz 11 regrese entre el 27 y el 30. El
26, ya con el récord de permanencia en el espacio en su poder, los tripulantes
de la Soyuz acondicionan la Salyut para el lapso que le espera a la estación
sin nuevos tripulantes, algunas pocas semanas, y preparan su regreso a casa.
Entonces, lo que podía empeorar, empeoró.
Cuando
los astronautas entraron en la Soyuz 11 para el viaje de regreso, Volkov notó
que la escotilla de la nave no cerraba bien: se lo advertía un sensor. El
centro de control les aconseja repetir la operación: es el colmo de la
obviedad, ¿qué otra cosa podían hacer? Volkov lo intenta una, dos, diez veces
más, hasta que cierra la escotilla con todas sus fuerzas, un portazo en el
espacio: la luz del sensor se apaga y los tripulantes consideran que el cierre
es ahora hermético.
Una multitud en la Plaza Roja honró a los tres cosmonautas de la Soyuz 11 que murieron al regresar a la Tierra (Bettmann)
A las
21:15 del 29 de junio la Soyuz 11 se separa de la Salyut y Volkov lanza por
radio su augurio: “Mañana nos reuniremos. Preparen el coñac”. ¿Qué pasó luego?
Las teorías dijeron al principio que la escotilla no había cerrado bien. Pero,
en 1997 el accidente se atribuyó a la apertura de una válvula de menos de un
milímetro de diámetro, que permitía equilibrar la presión con el exterior y que
no tenía que abrirse hasta que la Soyuz estuviese a cuatro kilómetros de la
superficie terrestre.
Se
abrió antes. El por qué, es un misterio. El sistema de equilibrio de presión
consistía de dos válvulas independientes de un milímetro de espesor, que se
activaban mediante un sistema pirotécnico que evitaba que ambas se abrieran a
la vez. Pero se abrieron con sólo seis centésimas de segundos de diferencia.
En el
momento de la separación entre el módulo orbital de la Soyuz y el módulo de
descenso, la presión en el interior de la Soyuz era normal. Y la de los tres
astronautas, también. Sobre el pulso promedio de 120 por minuto, Dobrovolski
rondaba las 80, Patsáyev las 100 y Volkov las 120. Los tres notaron de inmediato
que había una fuga de aire en la Soyuz por el sonido agudo que inundó la nave.
En segundos, las pulsaciones de Dobrovolski treparon a 114 y las de Volkov a
180. Apagaron las radios para localizar la fuente del sonido agudo; es probable
que la hayan localizado, que se hayan dado cuenta de que se trataba de una
pérdida de aire y que hayan intentado cerrar la válvula, ubicada sobre el
asiento de Patsáyev y en aquella cabina estrecha donde ni siquiera cabían los
trajes espaciales.
Volkov, Dobrovolski y Patsáyev fueron enterrados en los muros del Kremlin. Como héroes
Para
los casos de emergencia, las reglas exigían que una fuga fuese cortada en
veinte segundos. En los entrenamientos, los astronautas demoraban entre treinta
y cuarenta segundos. Las máscaras de oxígeno que había recomendado el diseñador
Lavrov, les hubiesen dado un margen de maniobra de entre dos y tres minutos y
les habría salvado la vida. La muerte fue más veloz. Los cálculos posteriores
determinaron que, a unos veinte segundos de iniciada la fuga de aire, la
presión en el interior de la Soyuz 11 había descendido tanto que los
astronautas debían estar inconscientes. Cincuenta segundos después de la fuga,
el pulso de Patsáyev había caído a 42 latidos por segundo. A los ciento diez
segundos, los corazones de los tres astronautas se habían detenido.
La
Soyuz, como un animal obediente, siguió su regreso a tierra como si nada
hubiese pasado. La fuga de aire que mató a los astronautas sólo le provocó un
lento movimiento de rotación. En el control terrestre de la misión no supieron
nada porque no tenían comunicación con la nave: la separación de los dos
módulos de la Soyuz, el orbital y el descenso, se había producido fuera del
alcance de las estaciones de seguimiento soviéticas. Pero dos minutos después,
la Soyuz sí entró en el radio de acción de esas estaciones y estuvo conectada,
y en silencio, durante tres minutos, antes que la reentrada a la atmósfera
volviera a hacer imposibles las comunicaciones.
Cuando
la Soyuz, con su tripulación muerta, volvió a estar en contacto con el control
de la misión y cuando desde allí intentaron comunicarse con los astronautas sin
recibir respuesta, pensaron que había habido una avería en el sistema de
comunicación, nunca en la tragedia.
La
Soyuz 11 aterrizó como estaba previsto, a las seis y dieciséis de la mañana del
30 de junio. Recién empezaba el verano, había amanecido una hora antes cuando
los equipos de rescate abrieron la cápsula y hallaron a los tripulantes
muertos. Se dieron entonces algunas escenas patéticas que reflejaron las fotos
de la misión: los médicos del equipo de rescate intentaron dar respiración boca
a boca a los astronautas que llevaban muertos más de media hora. Las autopsias
y los datos recogidos por el sistema de grabación de vuelo Mir, determinaron
las causas de la tragedia. Los astronautas habían muerto por la
despresurización de la cápsula: los cuerpos tenían un altísimo contenido de
nitrógeno en sangre, presentaban hemorragias cerebrales y sangre en los
pulmones.
Las estampillas en honor a los cosmonautas muertos en el espacio (USSR POST)
Los datos de vuelo revelaron que los tres supieron que iban a morir en cuanto notaron la fuga de aire y el descenso de la presión en la cabina. Dobrovolski se había liberado del cinturón de su asiento para dirigirse a la escotilla porque intuyó que la fuga se había producido en aquella puerta mal cerrada. Se equivocó y perdió un tiempo vital. Los expertos arriesgaron incluso con que, de haber dado con el origen de la fuga, los tres astronautas habrían muerto igual. No fue la fuga de aire lo que los mató, sino el haber carecido de trajes presurizados.
El
programa Soyuz se abandonó. La estación Salyut, a la que se adjudicaba larga
vida, fue devuelta a tierra y amerizada en el Pacífico; el programa espacial
soviético fue demorado dos años; las reglas se modificaron para obligar a todos
los astronautas del futuro a vestir trajes espaciales; fueron modificadas las
cabinas de las futuras naves para que mantuvieran la presión en caso de alguna
fuga; se redujeron las tripulaciones de las naves espaciales a dos astronautas
y Kamanin, aquel que se había opuesto a que sus muchachos viajaran al espacio
tan desprotegidos, fue destituido como jefe del Cuerpo de Astronautas por no
haber adiestrado a sus hombres para hacer frente a una emergencia como la de la
Soyuz. Era una ironía brutal, que también era una receta soviética.
Volkov,
Dobrovolski y Patsáyev fueron enterrados en los muros del Kremlin. Como héroes.
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