Por Salvador
Roberto Martínez
Termina
el siglo XIX, comienzan los primeros y humildes escarceos de lo que sería, en
poco tiempo, la Industria de la Aviación.
Como
sabemos se multiplican las investigaciones, los descubrimientos, las
invenciones, los trabajos.
En la
lógica del conocimiento, y en este caso el aeronáutico, el mismo comienza su
expansión a través del mundo civilizado.
Por
aquellos tiempos, nace en nuestro Tandil, quién habría de construir, junto con
su hermano, una de las primeras aeronaves de la Argentina, hecha por argentinos.
Circunstancia ésta que podemos dar fe a ciencia cierta por contar con pruebas
documentales.
Aquél
año de 1880, presentaba a Tandil como una aldea de provincia que crecía de a
poco como un grito entrecortado de civilización en ese mar verde de la pampa
ubérrima. Había sido fundada un 4 de abril del año de 1823, por el General Don
Martín Rodríguez y se desperezaba en el tiempo del estío hacia fines de
diciembre.
La
crónica difiere del día del nacimiento de Sebastián Heder Peyrel, algunos citan
un 29 de diciembre como el Profesor Don Juan Roque Castelnuovo, reconocido
historiador tandilense en el ámbito nacional e internacional, otros como Julio
Víctor Lironi dicen el 27 coincidiendo con otros.
Haciendo
justicia al lugar de advenimiento tomaremos el 29 de diciembre como fecha
cierta de su nacimiento, no siendo, en definitiva una circunstancia sustantiva
la misma, pero paradojalmente es que también muere en diciembre y cerca de su
nacimiento.
Por
aquéllos tiempos la égida municipal era ceñida a unas pocas cuadras,
produciéndose su arribo al mundo en la calle Sarmiento.
Su
niñez fue marcada por lo que después lo distinguiría de sus conciudadanos, la
inquietud, la iniciativa, la audacia y sobre todo la rebeldía en cuanto a una
vida chata y sin horizontes. Comenzó sus estudios en el Colegio Chapsal,
propiedad de Monsieur Lauri que estaba situado en la Calle Pinto e Irigoyen
(actual). Pero no era un alumno constreñido al aula, se escapaba del colegio
para inventar objetos, producto de su imaginación en la hojalatería de su
Padre.
Allí
nació su pasión de constructor, allí se familiarizó con el golpeteo del
martillo, con el ruido de los motores, con ver salir de sus manos y de las de
su Padre, objetos, cosas que tenían la impronta de su creación. Quizá esto fue
condicionando de joven su espíritu para acometer la gran empresa, a posteriori
de construir…¡¡ un avión y que volara!!
Pero
también su vida transcurría a “ochenta por hora”, velocidad audaz y “nunca
exceder” de los automóviles que escasamente circulaban por estas comarcas
serranas. Aprendía rápido el muchachito, no descuidaba el aprendizaje que
evidentemente era bueno pues aprobaba las exigencias del Colegio de una forma
sistemática.
Pero el
otro aprendizaje, el que no tenía sistema alguno y del cual abrevaba
rápidamente, también progresaba en forma notoria y eficiente.
Sus
Padres, Doña Ramalina y Don Samuel, veían en él una promesa para la Patria, y
pensaban en que cursase un estudio superior.
¡Nada
más lejos de la realidad! El espíritu adolescente de Sebastián presentó
resistencia y ya en su mente anidaba el proyecto de no estar sujeción nado a la
tierra siempre. Porque al decir de Don Juan Roque Castelnuovo: “había nacido
para estar suspendido en el cielo como una estrella…”. Así era, revoltoso,
pícaro, sumamente inquieto, rebelde a estar encasillado en una rutina que ahogaba
su iniciativa. Y a los 17 años comienza, o mejor dicho, continúa su ya vida
novelesca.
Sus
Padres queriendo aplicar un criterio, a todas luces, lamentablemente
equivocado, que muchas familias asumieron en nuestro país, no creyeron mejor
opción que colocarlo… “bajo Bandera”, sea incorporarlo a la milicia en nuestra
Armada Argentina.
Y
señalo esto porque la Historia, en general, nos debe de advertir los errores
sociales cometidos por los diversos nucleamientos sociales dentro de nuestro
país.
El
creer que la milicia era un correccional de conductas antisociales o desviadas,
hablando de la milicia en el servicio por conscripción, fue un error
generalizado en casi toda la Iberoamérica. Y así con sus adolescentes 17 años
se incorpora, por fuerza de la voluntad paterna, en un buque de guerra.
Tematizando
el equívoco, su Padre sentenció: “Ahora se hará hombre….”
A pocos
días de su embarque, aparece el Hijo, después de haberse lanzado al mar en un
madero y escapando así de su “correctivo”. Con el correr del tiempo, el
progreso de la aeronáutica lo seduce fuertemente y se traslada a Buenos Aires
ingresando en la Escuela de Aviación que funcionaba en la Villa de Lugano, cuna
de tantos Aviadores argentinos y de países hermanos, tal el caso del Mayor Don
Eduardo Alfredo Olivero, Héroe Nacional y Numen Tutelar de nuestro Instituto.
Tuvo
como Padre en Vuelo a Don Pablo Castaibert que descubrió en él una madera
especial, y que vio en ese joven tandilense un embrión de un gran aeronauta.
Posando con su “Mosquita”
Tan es
así que cuando todavía no había obtenido su Brevet Internacional de Piloto
Aviador Número 92, que fuera expedido por el Aeroclub Argentino, ya impartía
instrucción elemental a los demás Alumnos Pilotos, obteniendo así una mayor
capacidad operativa para el vuelo.
Sabemos todos que existen dos tipos de Pilotos e Instructores, cuando nos ha tocado formar a los unos y los otros, el Ab Initio y el Ab Conditio. Peyrel estaba dentro del primer grupo por su facilidad para el aprendizaje, su familiaridad con la actividad aeronáutica y su dedicación a la misma.
Pablo
Castaibert le confió a su cuidado el aparato con el cual despertó admiración en
los porteños y….suspiros en las porteñas.
Fue así
que en un día de pertinaz llovizna con fuertes vientos arrachados, aún en
contra de los consejos de los Instructores, Sebastián Heder Peyrel rindió su
examen para brevetarse y aprobó. Fue un 30 de noviembre del año de 1915.
86 años
después fundábamos el mismo día de noviembre nuestro Instituto de Historia
Aeronáutica y Espacial “Mayor Eduardo Alfredo Olivero”, por efecto espejo del
Instituto madre, Decano en América, el Instituto Nacional Newberiano. Circunstancia,
en cuanto a fecha totalmente impensada y por cierto paradojal también.
Se
breveta como Piloto en un avión Castaibert 912-4, construido por su ya famoso
Piloto e Instructor. Aeronave en la cual se inspiraría para construir su
“Mosquita” en su Tandil.
Comienza
en la mente de Sebastián Peyrel a germinar la idea de construir su avión, en
base a imitar en el cual naciera al aire como Piloto y con algunas partes y
chapas que habían quedado en la ciudad, producto del accidente de Bartolomé
Cattaneo que cayera en el intento de volar, allá por el 1914.
Con
paciencia, con ingenio, adivinando perfiles, empenajes, cuerdas, planta de
poder, relaciones aeronáuticas en cuanto al peso y sustentación, sin túnel de
viento, sin nada…sólo con tesón y visión imaginativas, propio del inventor,
comenzó a construir unos de los primeros aviones que volare, sino el primero de
la República Argentina. Al fuselaje, que lo fue imaginando e imitando le agregó
los planos en una cuasi mezcla de perfiles. El tren de aterrizaje fueron ruedas
de bicicleta.
Sin
tener noción aeronáutica alguna y mucho menos de aerodinámica, un anciano
carpintero le diseña y burila ¡una hélice! El entusiasmo de hacer y volar se
sobrepone a todo tipo de dudas, a todo tipo de incertidumbre: el aparato habría
de volar.
Se suma
a este sueño su hermano, que había realizado el servicio de conscripción en
nuestra Armada, habiéndose destacado en forma notoria por sus aptitudes
marineras y de contracción al trabajo.
Tanto
era lo que descolló que sus superiores jerárquicos quisieron incorporarlo a la
Fuerza como personal de carrera, él prefirió volver a nuestro Tandil, al
término de su servicio, a desenvolverse entre los hierros y los motores del
taller mecánico que lideró.
Precisamente
este joven argentino diseña y arma el avión de Sebastián, junto con su hermano,
con una concepción magistral, sin tener estudios de ingeniería.
Y así
fue que Sebastián Peyrel voló esa aeronave, que para la época y el lugar, con
conocimientos apriorísticos devenidos en científicos por la experiencia y
porque no decirlo por el error corregido, construyeron esa aeronave.
Lejos
de nucleamientos urbanos importantes, sin auxilio de cuerpo alguno de
ingenieros con los cuáles podrían haber cambiado conocimientos e impresiones
interactuando científicamente, con ingenio, imitación e inventiva, lo hicieron.
Pero no
sólo a Peyrel le cupo el honor de volar un avión totalmente construido en
Tandil, fue quizá, como dijéramos uno de los primeros de la Argentina, sino que
también, en estos bares fue el pionero de la publicidad aeronáutica a motor.
En uno
de sus innumerables vuelos, el del 20 de diciembre por ejemplo, orbitando sobre
la ciudad del Tandil, arrojó más de diez mil volantes con la inscripción que
decía:
“Nueva
Era, Diario de la tarde, moderno, informativo y noticioso, con servicio
telegráfico y telefónico del país y del extranjero, envía un afectuoso saludo
al pueblo de Tandil, por intermedio del Aviador Sebastián Peyrel, hijo de su
suelo y heraldo de la prosperidad”.
A los
que unían otros que presentaban lo que se detalla a continuación:
“La
Tienda La Pampa Florida envía desde los aires un cordial saludo a todos sus
clientes y les comunica que acaba de recibir el surtido de primavera –verano…”.
Corría
el año del Señor de 1919, es el año de proezas aeronáuticas. Los esforzados
precursores de nuestra aviación nacional suman nuevos laureles, al punto que ya
no se piensa en imposibles. Y menos cuando el Teniente Locatelli cumple el 29
de julio su raid de Buenos Aires a Santiago de Chile, con escala en Mendoza. El
5 de agosto, trayendo a su bordo 200 piezas de correspondencia, Locatelli une
de un solo vuelo las capitales de Chile y Argentina.
El interés
popular es reclamado por los preparativos de la empresa de tres aviadores
argentinos, Zanni, Parodi y Matienzo, que con frágiles máquinas se aprestaron
al cruce de los Andes. Hallando condiciones climáticas adversas, los dos
primeros regresaron. Matienzo en cambio, siguió luchando con los vientos pero
imposibilitado para avanzar por la falta de combustible, aterrizó en una
ladera. Desde su lugar de aterrizaje recorrió una muy larga distancia hasta que
sus fuerzas se agotaron.
Buenos
Aires, que había vivido días de intenso júbilo, provocado por una información
errónea anunciando que el raid se había cumplido exitosamente, pasó días de
tremenda angustia y desazón. Al fin el 14 de noviembre se tuvo la certeza del
sensible del triste y amargo epílogo por tan magnífico esfuerzo, al ser
encontrado sin vida el cuerpo del valiente Aviador.
No por
ello cundió el desaliento ni detuvo el esfuerzo que alentaba el espíritu
juvenil, audaz y arrojado de nuestros aviadores. Sebastián Heder Peyrel es una
clara probanza de lo que afirmo. No obstante nuestro personaje, estaba orlado
de conductas que parecerían un tanto extravagantes o de procederes extraños. Para
el vulgo sintetizaban sus formas de ser como…”un loco lindo”, pero en realidad
era producto de ser un individuo ingenioso buscador de cosas nuevas y no
fácilmente domeñable y satisfacible con una vida chata, pachorrienta y carente
de emociones, trasuntada en rutinaria y hasta tediosa de tranquila.
Tenía
la impronta de la chispa destellante de los que trascienden los tiempos con
fulgor propio y que generalmente no encajan dentro de la visión conservadora de
ciertas sociedades cerradas a lo nuevo.
Sus
hijos, no estaban exentos de ese “toque” de ser los “Hijos de…”, eran sumamente
populares en la escuela, uniendo a esa popularidad la jactancia de aseverar que
volaban con su Papá. Nunca más lejos de la realidad, jamás volaron con su Papá,
pues nunca los llevó consigo, era consciente del peligro de la “volación” por
aquellos años. Relataban los memoriosos que una ocasión en oportunidad de
precipitarse su avión en picada y no poder recobrarlo, sin maniobra o equipo
que amortiguara su colisión con el suelo, cercano al mismo saltó del avión,
sólo sufrió algunas quebraduras, magullones y desgarros. Unió así la audacia
con el arrojo, incrementando el mito de su accionar aeronáutico.
Peyrel
matizaba sus vuelos con paseos en una poderosa, para la época, motocicleta
Harley Davison con sidecar. Al circular por el centro de la ciudad, más
precisamente por la Plaza Independencia subía con una rueda al cordón de la
vereda y circulaba al máximo que daba la motocicleta por el solo placer de
hacerlo. Sus ocasionales tripulantes eran Carlos Heder, su hijo, que por ser el
mayor era más corpulento, le servía así de contrapeso en su monstruoso aparato,
aunque a veces también lo acompañaban Elena Isabel y Eduardo Said, sus pequeños
hijos menores.
Un
hecho de significación marcó una desavenencia, que debido al corto tiempo
transcurrido hasta su muerte, sólo adquiere el valor de tan solo una anécdota. En
1919, retorna Eduardo Alfredo Olivero de la I Guerra Mundial, junto con él un
bagaje de conocimientos y experiencia, fruto no sólo de la actuación en el
conflicto sino de largas horas de estudio e instrucción.
Así las
cosas, Peyrel le pide a Olivero que vuele su aparato, producto de lo que
podríamos decir la industria aeronáutica argentina y más precisamente local. Olivero
se niega en forma rotunda, manifestando “que era una locura volar en eso…”. Sebastián
se ofende profundamente, cruzaron unas fuertes palabras y… jamás habrían de confraternizar
ni tratarse, hasta el día de su muerte que Olivero ocurre al lugar del
accidente.
He aquí
una semblanza de este tandilense, que el vulgo dio en tipificar como “un loco
lindo”. Pero esta descalificación sociológica, a la luz de los tiempos
transcurridos muestra lo falaz y equívoca que fue, hasta se puede afirmar que
claramente injusta.
Hoy
nuestro Instituto lo reivindica, haciendo justicia, quizá un tanto tarde, a
casi un siglo de su muerte. Claro está que merced a él y su hermano, el país
ingresó a la industria de la aviación, con medios precarios (¿quién no lo hizo
así?), sin fondos financieros, aún en contra de una clara corriente de escepticismo
y mediocridad de los que no creían en ellos.
Es como
si la Historia se volviera a repetir, ad infinitum, cruda y realmente en
nuestros días, cuando no se cuentan con las ayudas económicas o solo de
comprensión intelectual para la realización de la investigación.
El 26
de diciembre de 1919, este criollo que no montaba su flete, sino su propio
avión, en una tarde de sol, partió hacia los espacios celestes, enlutando por
vez primera los anales de nuestra incipiente aviación tandilense.
Delante
del molino Laporte se extendía un hermoso campo que lo vio llegar con
disposición de efectuar el sobrevuelo de las Ferias Francas. Peyrel tenía toda
la intención, en el momento en que las Ferias estaban en su máximo apogeo, lanzar
sobre las mismas flores con pequeños paracaídas con el color de la enseña de la
España inmortal, de nuestra Patria Madre, porque las Ferias eran las españolas.
Juan
Greco era su Mecánico, para la época hizo nuestra “Inspección prevuelo”,
planos, ruedas, timón, empenaje, tensores, hélice, planta de poder y otros.
Todo estaba asegurado, “sin novedad”. La aeronave estaba habilitada para su
desplazamiento y posterior vuelo. El Piloto hizo lo propio con la meticulosidad
de los que saben y nada dejan al azar.
Montó
entonces su aeronave, dio motor y el despegue fue límpido, con elegancia y
disciplina de vuelo. La planta de poder respondía bien y el avión comenzó a
trepar francamente, en su recorrido de 250 metros, alcanzó la altura aproximada
de 200 metros. Cuando se disponía, siempre sustentado lo que aseveramos por los
dichos de los ocasionales observadores aéreos, que obviamente eran legos en la
materia, se disponía al recto y nivelado para orientar la proa hacia la ciudad,
se inicia una pronunciada pérdida vertical al piso, no pudiendo efectuar la
recobrada del avión.
En
principio el público creyó que era una de las tantas acrobacias que efectuaba
para cautivar y así incentivar su interés por la actividad aérea. Pero no fue
así, el avión se precipitó de proa, en forma vertical, destrozándose, motivando
así que gran parte de los espectadores corrieren a ver que sucedió y si de
algún modo podían socorrer al bravo Piloto. Pero no, el avión estaba
despedazado, los tanques de combustible habían explotado sin incendiarse y los
planos estaban plegados sobre la planta de poder.
El aviador
se encontraba entre sus restos, aún con vida, la misma se escapaba rápidamente.
Una profunda herida en el pómulo izquierdo que se extendía a la barbilla y el
cuello. El globo ocular estaba fuera de su órbita. Se completaba el cuadro
desgraciado con un profundo corte en el pecho finalizando con su mano derecha
también herida.
Veinte
minutos después de tocar tierra, Sebastián Heder Petrel moría.
Moría
haciendo lo que tanto amaba, moría tripulando lo que él y su hermano, producto
de su ingenio e intrepidez habían construido, uno de los primeros aviones
“hecho en la Argentina”. De esta forma caía para siempre este gaucho serrano
volador. Empuñando el comando de su “mosquita”, de esa mosquita hecha con
paciencia, con trabajo, equivocándose, con entusiasmo, superando todas las
dificultades.
Esa
aeronave, construida casi con “materiales de circunstancia”, con el que muchos,
no sólo Olivero, decían que era imposible volar. Surcaba así los tandileños
cielos al impulso de su criollo argentino corazón.
Peyrel
es trasladado a la Ciudad que lo vio nacer, lo cubre una mortaja blanca como
las nubes que él horadaba con su “mosquita”.
El
Intendente Municipal de la época dispone que la Capilla Ardiente sea erigida en
la Sala del Honorable Concejo Deliberante, donde toda la noche Agentes de
Policía, con armas al hombro hicieron Guardia de Honor.
Se
multiplican las expresiones de dolor haciéndose presente el pueblo entero del
Tandil de entonces en una manifestación de duelo inusitado, pero justificado
dada la inmensa popularidad que gozaba el aviador.
En el
día siguiente, el féretro que se encontraba cubierto, en señal inequívoca de
blasón honorífico, con la Bandera de la Patria, emprende el camino hacia el
descanso eterno. La Banda del Maestro Durazzo ejecutaba, durante el trayecto la
Marcha Fúnebre, expresando el sentimiento de dolor de todos los tandileños que
querían y admiraban, aún bajo la insidia de la envidia, a “su aviador”, a ese
muchacho que encarnaba el espíritu indómito de la raza, heredado de las glorias
mismas del Mío Cid.
La máquina siniestrada y en ella su piloto
“¡Fue
un genio y nunca el genio
Sobrevivió
su obra!
Igual
que innumerables colegas,
Sebastián
Peyrel se ha muerto
Lleno
de luz de Gloria”
Fuente:
https://www.esga.mil.ar