4 de agosto de 2022

PRECURSORES DE LA AVIACIÓN ARGENTINA - SEBASTIÁN HEDER PEYREL, EL ICARO SERRANO

 


 

Por Salvador Roberto Martínez

 

Termina el siglo XIX, comienzan los primeros y humildes escarceos de lo que sería, en poco tiempo, la Industria de la Aviación.

 

Como sabemos se multiplican las investigaciones, los descubrimientos, las invenciones, los trabajos.

 

En la lógica del conocimiento, y en este caso el aeronáutico, el mismo comienza su expansión a través del mundo civilizado.

 

Por aquellos tiempos, nace en nuestro Tandil, quién habría de construir, junto con su hermano, una de las primeras aeronaves de la Argentina, hecha por argentinos. Circunstancia ésta que podemos dar fe a ciencia cierta por contar con pruebas documentales.

 

Aquél año de 1880, presentaba a Tandil como una aldea de provincia que crecía de a poco como un grito entrecortado de civilización en ese mar verde de la pampa ubérrima. Había sido fundada un 4 de abril del año de 1823, por el General Don Martín Rodríguez y se desperezaba en el tiempo del estío hacia fines de diciembre.

 

La crónica difiere del día del nacimiento de Sebastián Heder Peyrel, algunos citan un 29 de diciembre como el Profesor Don Juan Roque Castelnuovo, reconocido historiador tandilense en el ámbito nacional e internacional, otros como Julio Víctor Lironi dicen el 27 coincidiendo con otros.

 

Haciendo justicia al lugar de advenimiento tomaremos el 29 de diciembre como fecha cierta de su nacimiento, no siendo, en definitiva una circunstancia sustantiva la misma, pero paradojalmente es que también muere en diciembre y cerca de su nacimiento.

 

Por aquéllos tiempos la égida municipal era ceñida a unas pocas cuadras, produciéndose su arribo al mundo en la calle Sarmiento.

 

Su niñez fue marcada por lo que después lo distinguiría de sus conciudadanos, la inquietud, la iniciativa, la audacia y sobre todo la rebeldía en cuanto a una vida chata y sin horizontes. Comenzó sus estudios en el Colegio Chapsal, propiedad de Monsieur Lauri que estaba situado en la Calle Pinto e Irigoyen (actual). Pero no era un alumno constreñido al aula, se escapaba del colegio para inventar objetos, producto de su imaginación en la hojalatería de su Padre.

 

Allí nació su pasión de constructor, allí se familiarizó con el golpeteo del martillo, con el ruido de los motores, con ver salir de sus manos y de las de su Padre, objetos, cosas que tenían la impronta de su creación. Quizá esto fue condicionando de joven su espíritu para acometer la gran empresa, a posteriori de construir…¡¡ un avión y que volara!!

 

Pero también su vida transcurría a “ochenta por hora”, velocidad audaz y “nunca exceder” de los automóviles que escasamente circulaban por estas comarcas serranas. Aprendía rápido el muchachito, no descuidaba el aprendizaje que evidentemente era bueno pues aprobaba las exigencias del Colegio de una forma sistemática.

 

Pero el otro aprendizaje, el que no tenía sistema alguno y del cual abrevaba rápidamente, también progresaba en forma notoria y eficiente.


Sus Padres, Doña Ramalina y Don Samuel, veían en él una promesa para la Patria, y pensaban en que cursase un estudio superior.

 

¡Nada más lejos de la realidad! El espíritu adolescente de Sebastián presentó resistencia y ya en su mente anidaba el proyecto de no estar sujeción nado a la tierra siempre. Porque al decir de Don Juan Roque Castelnuovo: “había nacido para estar suspendido en el cielo como una estrella…”. Así era, revoltoso, pícaro, sumamente inquieto, rebelde a estar encasillado en una rutina que ahogaba su iniciativa. Y a los 17 años comienza, o mejor dicho, continúa su ya vida novelesca.

 

Sus Padres queriendo aplicar un criterio, a todas luces, lamentablemente equivocado, que muchas familias asumieron en nuestro país, no creyeron mejor opción que colocarlo… “bajo Bandera”, sea incorporarlo a la milicia en nuestra Armada Argentina.


Y señalo esto porque la Historia, en general, nos debe de advertir los errores sociales cometidos por los diversos nucleamientos sociales dentro de nuestro país.

 

El creer que la milicia era un correccional de conductas antisociales o desviadas, hablando de la milicia en el servicio por conscripción, fue un error generalizado en casi toda la Iberoamérica. Y así con sus adolescentes 17 años se incorpora, por fuerza de la voluntad paterna, en un buque de guerra.

 

Tematizando el equívoco, su Padre sentenció: “Ahora se hará hombre….”

 

A pocos días de su embarque, aparece el Hijo, después de haberse lanzado al mar en un madero y escapando así de su “correctivo”. Con el correr del tiempo, el progreso de la aeronáutica lo seduce fuertemente y se traslada a Buenos Aires ingresando en la Escuela de Aviación que funcionaba en la Villa de Lugano, cuna de tantos Aviadores argentinos y de países hermanos, tal el caso del Mayor Don Eduardo Alfredo Olivero, Héroe Nacional y Numen Tutelar de nuestro Instituto.

 

Tuvo como Padre en Vuelo a Don Pablo Castaibert que descubrió en él una madera especial, y que vio en ese joven tandilense un embrión de un gran aeronauta.

 

Posando con su “Mosquita”

 

Tan es así que cuando todavía no había obtenido su Brevet Internacional de Piloto Aviador Número 92, que fuera expedido por el Aeroclub Argentino, ya impartía instrucción elemental a los demás Alumnos Pilotos, obteniendo así una mayor capacidad operativa para el vuelo.

 

Sabemos todos que existen dos tipos de Pilotos e Instructores, cuando nos ha tocado formar a los unos y los otros, el Ab Initio y el Ab Conditio. Peyrel estaba dentro del primer grupo por su facilidad para el aprendizaje, su familiaridad con la actividad aeronáutica y su dedicación a la misma.

 

Pablo Castaibert le confió a su cuidado el aparato con el cual despertó admiración en los porteños y….suspiros en las porteñas.

 

Fue así que en un día de pertinaz llovizna con fuertes vientos arrachados, aún en contra de los consejos de los Instructores, Sebastián Heder Peyrel rindió su examen para brevetarse y aprobó. Fue un 30 de noviembre del año de 1915.

 

86 años después fundábamos el mismo día de noviembre nuestro Instituto de Historia Aeronáutica y Espacial “Mayor Eduardo Alfredo Olivero”, por efecto espejo del Instituto madre, Decano en América, el Instituto Nacional Newberiano. Circunstancia, en cuanto a fecha totalmente impensada y por cierto paradojal también.


Se breveta como Piloto en un avión Castaibert 912-4, construido por su ya famoso Piloto e Instructor. Aeronave en la cual se inspiraría para construir su “Mosquita” en su Tandil.

 

Comienza en la mente de Sebastián Peyrel a germinar la idea de construir su avión, en base a imitar en el cual naciera al aire como Piloto y con algunas partes y chapas que habían quedado en la ciudad, producto del accidente de Bartolomé Cattaneo que cayera en el intento de volar, allá por el 1914.

 

Con paciencia, con ingenio, adivinando perfiles, empenajes, cuerdas, planta de poder, relaciones aeronáuticas en cuanto al peso y sustentación, sin túnel de viento, sin nada…sólo con tesón y visión imaginativas, propio del inventor, comenzó a construir unos de los primeros aviones que volare, sino el primero de la República Argentina. Al fuselaje, que lo fue imaginando e imitando le agregó los planos en una cuasi mezcla de perfiles. El tren de aterrizaje fueron ruedas de bicicleta.

 

Sin tener noción aeronáutica alguna y mucho menos de aerodinámica, un anciano carpintero le diseña y burila ¡una hélice! El entusiasmo de hacer y volar se sobrepone a todo tipo de dudas, a todo tipo de incertidumbre: el aparato habría de volar.

 

Se suma a este sueño su hermano, que había realizado el servicio de conscripción en nuestra Armada, habiéndose destacado en forma notoria por sus aptitudes marineras y de contracción al trabajo.

 

Tanto era lo que descolló que sus superiores jerárquicos quisieron incorporarlo a la Fuerza como personal de carrera, él prefirió volver a nuestro Tandil, al término de su servicio, a desenvolverse entre los hierros y los motores del taller mecánico que lideró.

 

Precisamente este joven argentino diseña y arma el avión de Sebastián, junto con su hermano, con una concepción magistral, sin tener estudios de ingeniería.

 

Y así fue que Sebastián Peyrel voló esa aeronave, que para la época y el lugar, con conocimientos apriorísticos devenidos en científicos por la experiencia y porque no decirlo por el error corregido, construyeron esa aeronave.

 

Lejos de nucleamientos urbanos importantes, sin auxilio de cuerpo alguno de ingenieros con los cuáles podrían haber cambiado conocimientos e impresiones interactuando científicamente, con ingenio, imitación e inventiva, lo hicieron.

 

Pero no sólo a Peyrel le cupo el honor de volar un avión totalmente construido en Tandil, fue quizá, como dijéramos uno de los primeros de la Argentina, sino que también, en estos bares fue el pionero de la publicidad aeronáutica a motor.

 

En uno de sus innumerables vuelos, el del 20 de diciembre por ejemplo, orbitando sobre la ciudad del Tandil, arrojó más de diez mil volantes con la inscripción que decía:

 

“Nueva Era, Diario de la tarde, moderno, informativo y noticioso, con servicio telegráfico y telefónico del país y del extranjero, envía un afectuoso saludo al pueblo de Tandil, por intermedio del Aviador Sebastián Peyrel, hijo de su suelo y heraldo de la prosperidad”.

 

A los que unían otros que presentaban lo que se detalla a continuación:

 

“La Tienda La Pampa Florida envía desde los aires un cordial saludo a todos sus clientes y les comunica que acaba de recibir el surtido de primavera –verano…”.   


Corría el año del Señor de 1919, es el año de proezas aeronáuticas. Los esforzados precursores de nuestra aviación nacional suman nuevos laureles, al punto que ya no se piensa en imposibles. Y menos cuando el Teniente Locatelli cumple el 29 de julio su raid de Buenos Aires a Santiago de Chile, con escala en Mendoza. El 5 de agosto, trayendo a su bordo 200 piezas de correspondencia, Locatelli une de un solo vuelo las capitales de Chile y Argentina.

 

El interés popular es reclamado por los preparativos de la empresa de tres aviadores argentinos, Zanni, Parodi y Matienzo, que con frágiles máquinas se aprestaron al cruce de los Andes. Hallando condiciones climáticas adversas, los dos primeros regresaron. Matienzo en cambio, siguió luchando con los vientos pero imposibilitado para avanzar por la falta de combustible, aterrizó en una ladera. Desde su lugar de aterrizaje recorrió una muy larga distancia hasta que sus fuerzas se agotaron.

 

Buenos Aires, que había vivido días de intenso júbilo, provocado por una información errónea anunciando que el raid se había cumplido exitosamente, pasó días de tremenda angustia y desazón. Al fin el 14 de noviembre se tuvo la certeza del sensible del triste y amargo epílogo por tan magnífico esfuerzo, al ser encontrado sin vida el cuerpo del valiente Aviador.

 

No por ello cundió el desaliento ni detuvo el esfuerzo que alentaba el espíritu juvenil, audaz y arrojado de nuestros aviadores. Sebastián Heder Peyrel es una clara probanza de lo que afirmo. No obstante nuestro personaje, estaba orlado de conductas que parecerían un tanto extravagantes o de procederes extraños. Para el vulgo sintetizaban sus formas de ser como…”un loco lindo”, pero en realidad era producto de ser un individuo ingenioso buscador de cosas nuevas y no fácilmente domeñable y satisfacible con una vida chata, pachorrienta y carente de emociones, trasuntada en rutinaria y hasta tediosa de tranquila.

 

Tenía la impronta de la chispa destellante de los que trascienden los tiempos con fulgor propio y que generalmente no encajan dentro de la visión conservadora de ciertas sociedades cerradas a lo nuevo.

 

Sus hijos, no estaban exentos de ese “toque” de ser los “Hijos de…”, eran sumamente populares en la escuela, uniendo a esa popularidad la jactancia de aseverar que volaban con su Papá. Nunca más lejos de la realidad, jamás volaron con su Papá, pues nunca los llevó consigo, era consciente del peligro de la “volación” por aquellos años. Relataban los memoriosos que una ocasión en oportunidad de precipitarse su avión en picada y no poder recobrarlo, sin maniobra o equipo que amortiguara su colisión con el suelo, cercano al mismo saltó del avión, sólo sufrió algunas quebraduras, magullones y desgarros. Unió así la audacia con el arrojo, incrementando el mito de su accionar aeronáutico.

 

Peyrel matizaba sus vuelos con paseos en una poderosa, para la época, motocicleta Harley Davison con sidecar. Al circular por el centro de la ciudad, más precisamente por la Plaza Independencia subía con una rueda al cordón de la vereda y circulaba al máximo que daba la motocicleta por el solo placer de hacerlo. Sus ocasionales tripulantes eran Carlos Heder, su hijo, que por ser el mayor era más corpulento, le servía así de contrapeso en su monstruoso aparato, aunque a veces también lo acompañaban Elena Isabel y Eduardo Said, sus pequeños hijos menores.

 

Un hecho de significación marcó una desavenencia, que debido al corto tiempo transcurrido hasta su muerte, sólo adquiere el valor de tan solo una anécdota. En 1919, retorna Eduardo Alfredo Olivero de la I Guerra Mundial, junto con él un bagaje de conocimientos y experiencia, fruto no sólo de la actuación en el conflicto sino de largas horas de estudio e instrucción.


Así las cosas, Peyrel le pide a Olivero que vuele su aparato, producto de lo que podríamos decir la industria aeronáutica argentina y más precisamente local. Olivero se niega en forma rotunda, manifestando “que era una locura volar en eso…”. Sebastián se ofende profundamente, cruzaron unas fuertes palabras y… jamás habrían de confraternizar ni tratarse, hasta el día de su muerte que Olivero ocurre al lugar del accidente.

 

He aquí una semblanza de este tandilense, que el vulgo dio en tipificar como “un loco lindo”. Pero esta descalificación sociológica, a la luz de los tiempos transcurridos muestra lo falaz y equívoca que fue, hasta se puede afirmar que claramente injusta.

 

Hoy nuestro Instituto lo reivindica, haciendo justicia, quizá un tanto tarde, a casi un siglo de su muerte. Claro está que merced a él y su hermano, el país ingresó a la industria de la aviación, con medios precarios (¿quién no lo hizo así?), sin fondos financieros, aún en contra de una clara corriente de escepticismo y mediocridad de los que no creían en ellos.

 

Es como si la Historia se volviera a repetir, ad infinitum, cruda y realmente en nuestros días, cuando no se cuentan con las ayudas económicas o solo de comprensión intelectual para la realización de la investigación.

 

El 26 de diciembre de 1919, este criollo que no montaba su flete, sino su propio avión, en una tarde de sol, partió hacia los espacios celestes, enlutando por vez primera los anales de nuestra incipiente aviación tandilense.

 

Delante del molino Laporte se extendía un hermoso campo que lo vio llegar con disposición de efectuar el sobrevuelo de las Ferias Francas. Peyrel tenía toda la intención, en el momento en que las Ferias estaban en su máximo apogeo, lanzar sobre las mismas flores con pequeños paracaídas con el color de la enseña de la España inmortal, de nuestra Patria Madre, porque las Ferias eran las españolas.

 

Juan Greco era su Mecánico, para la época hizo nuestra “Inspección prevuelo”, planos, ruedas, timón, empenaje, tensores, hélice, planta de poder y otros. Todo estaba asegurado, “sin novedad”. La aeronave estaba habilitada para su desplazamiento y posterior vuelo. El Piloto hizo lo propio con la meticulosidad de los que saben y nada dejan al azar.

 

Montó entonces su aeronave, dio motor y el despegue fue límpido, con elegancia y disciplina de vuelo. La planta de poder respondía bien y el avión comenzó a trepar francamente, en su recorrido de 250 metros, alcanzó la altura aproximada de 200 metros. Cuando se disponía, siempre sustentado lo que aseveramos por los dichos de los ocasionales observadores aéreos, que obviamente eran legos en la materia, se disponía al recto y nivelado para orientar la proa hacia la ciudad, se inicia una pronunciada pérdida vertical al piso, no pudiendo efectuar la recobrada del avión.

 

En principio el público creyó que era una de las tantas acrobacias que efectuaba para cautivar y así incentivar su interés por la actividad aérea. Pero no fue así, el avión se precipitó de proa, en forma vertical, destrozándose, motivando así que gran parte de los espectadores corrieren a ver que sucedió y si de algún modo podían socorrer al bravo Piloto. Pero no, el avión estaba despedazado, los tanques de combustible habían explotado sin incendiarse y los planos estaban plegados sobre la planta de poder.

 

El aviador se encontraba entre sus restos, aún con vida, la misma se escapaba rápidamente. Una profunda herida en el pómulo izquierdo que se extendía a la barbilla y el cuello. El globo ocular estaba fuera de su órbita. Se completaba el cuadro desgraciado con un profundo corte en el pecho finalizando con su mano derecha también herida.

 

Veinte minutos después de tocar tierra, Sebastián Heder Petrel moría.

 

Moría haciendo lo que tanto amaba, moría tripulando lo que él y su hermano, producto de su ingenio e intrepidez habían construido, uno de los primeros aviones “hecho en la Argentina”. De esta forma caía para siempre este gaucho serrano volador. Empuñando el comando de su “mosquita”, de esa mosquita hecha con paciencia, con trabajo, equivocándose, con entusiasmo, superando todas las dificultades.

 

Esa aeronave, construida casi con “materiales de circunstancia”, con el que muchos, no sólo Olivero, decían que era imposible volar. Surcaba así los tandileños cielos al impulso de su criollo argentino corazón.

 

Peyrel es trasladado a la Ciudad que lo vio nacer, lo cubre una mortaja blanca como las nubes que él horadaba con su “mosquita”.

 

El Intendente Municipal de la época dispone que la Capilla Ardiente sea erigida en la Sala del Honorable Concejo Deliberante, donde toda la noche Agentes de Policía, con armas al hombro hicieron Guardia de Honor.

 

Se multiplican las expresiones de dolor haciéndose presente el pueblo entero del Tandil de entonces en una manifestación de duelo inusitado, pero justificado dada la inmensa popularidad que gozaba el aviador.

 

En el día siguiente, el féretro que se encontraba cubierto, en señal inequívoca de blasón honorífico, con la Bandera de la Patria, emprende el camino hacia el descanso eterno. La Banda del Maestro Durazzo ejecutaba, durante el trayecto la Marcha Fúnebre, expresando el sentimiento de dolor de todos los tandileños que querían y admiraban, aún bajo la insidia de la envidia, a “su aviador”, a ese muchacho que encarnaba el espíritu indómito de la raza, heredado de las glorias mismas del Mío Cid.

 

La máquina siniestrada y en ella su piloto

 

“¡Fue un genio y nunca el genio

Sobrevivió su obra!

Igual que innumerables colegas,

Sebastián Peyrel se ha muerto

Lleno de luz de Gloria”

 

Fuente: https://www.esga.mil.ar